Recordar de prestado
Hay que plantearse de d¨®nde surge la necesidad de apoyarse, para justificar las posiciones pol¨ªticas propias, en un pasado que no se vivi¨®. El tratar de imprimirles intensidad ¡ªcomo en el caso catal¨¢n¡ª da sentido a esta actitud
Si la cosa fuera al peso, los j¨®venes, ¡°con toda la vida por delante¡± (por usar la formulaci¨®n habitual), y apenas pasado a sus espaldas, ser¨ªan unos resueltos futuristas, en tanto que las personas mayores, con mucho menos tiempo ante s¨ª y un considerable volumen de experiencia vivida acumulado, consagrar¨ªan casi por entero su existencia a la rememoraci¨®n pasadista de lo que fue. Pero como la cosa no va de esta manera, no es extra?o que a menudo estas ¨²ltimas gusten de aligerar la carga de pasado que en principio les corresponder¨ªa sobrellevar, no se complazcan en la morosa evocaci¨®n de vivencias remotas, e incluso no experimenten la menor necesidad de continuar apegados a los soportes materiales que acostumbran a reactivarlas (cartas, regalos, objetos que recuerdan un determinado momento de una particular intensidad...), prefiriendo desprenderse de ellos sin mayores contemplaciones, como el que suelta lastre. En el otro extremo, se comprueba con facilidad la forma en que los m¨¢s j¨®venes parece que necesitan disponer de una memoria propia y desde muy pronto se dedican, casi con urgencia, a una acumulaci¨®n de recordatorios materiales de sus primeras experiencias, a los que a menudo se aferran como si en ellos les fuera la vida.
Dig¨¢moslo ya: esa representaci¨®n m¨¢s bien cuantitativa de la propia temporalidad resulta inaceptable por simplista. O, formulado casi a la inversa, no toma en consideraci¨®n la real complejidad de nuestra experiencia del tiempo, el hecho de que, en realidad, tal vez lo m¨¢s propio ser¨ªa hablar, como nos suger¨ªa el fil¨®sofo de la historia alem¨¢n Reinhart Koselleck, de la presencia de diferentes estratos del tiempo que coexisten en el interior de todos nosotros. De tal manera que resultar¨ªa correcto afirmar que en cada uno coexisten todos los tiempos que ha vivido y que, por tanto, le constituyen (el de la ni?ez, el de la infancia, el de la adolescencia, el de la juventud, el de la madurez...) en una articulaci¨®n, como es obvio, cambiante y desigual.
Pues bien, probablemente en ese cambio y en esa desigualdad sea donde convenga fijar la atenci¨®n. Porque el particular y espec¨ªfico orden de tiempos (si se me permite la expresi¨®n) que en cada momento de la propia vida el sujeto establece proporcione una relevante clave de sentido que nos ayude a comprender a aquel. El mayor o menor peso de la referencia a sus experiencias o la remisi¨®n a sus expectativas, por seguir parafraseando al autor de Futuro pasado, est¨¢ informando en realidad de la naturaleza de su presente y de la inscripci¨®n, desazonada o confortable, de dicho sujeto en el mismo.
No queda otra que remontar la corriente hacia atr¨¢s y, como poco, retroceder al franquismo
Desde esta perspectiva, lo m¨¢s importante no es el grado de fidelidad en la evocaci¨®n del pasado o la consistencia de la propuesta de futuro que el mencionado sujeto pueda hacer. Plantearlo as¨ª implicar¨ªa abordar desde el punto de vista de la objetividad un asunto cuyo mayor inter¨¦s es precisamente el de dibujar la forma de la subjetividad. Por supuesto que uno de los (?escasos?) privilegios de cumplir a?os consiste en que se va disponiendo de la oportunidad de comprobar el modo en que algunos evocan como pasado lo que uno mismo tuvo la oportunidad de vivir como presente. Me refiero, con ese ¡°algunos¡±, a aquellos que, por edad, no les alcanz¨® para tener la experiencia viva de lo que ahora mencionan profusamente.
Sin embargo, centrarse en eso probablemente nos deslizar¨ªa hacia el enga?oso y falaz argumento de autoridad del protagonista, el conocido ¡°a m¨ª me lo vas a decir, que estaba all¨ª y lo viv¨ª de cerca¡±, premisa a la que, como est¨¢ sobradamente acreditado, con mucha frecuencia siguen descripciones y explicaciones inconsistentes o distorsionadas. La cuesti¨®n es, si acaso, previa. Lo que hay que plantearse es de d¨®nde surge una determinada necesidad de apoyarse, para justificar las propias posiciones pol¨ªticas o incluso las propias actitudes vitales, en un pasado que no se vivi¨®. Los ejemplos, de diverso tipo, que podr¨ªan servir como ilustraci¨®n para lo que se est¨¢ diciendo, podemos encontrarlos con facilidad en nuestro entorno. Cabe preguntarse si hay alguna raz¨®n, m¨¢s all¨¢ de lo meramente propagand¨ªstico-instrumental, para que un determinado sector de la generaci¨®n que acaba de llegar a la vida p¨²blica haga suyas alguna de las canciones y los himnos de la generaci¨®n anterior, en vez de movilizarse alrededor de unas propias (y nuevas). De la misma manera que, cambiando el registro y echando mano de ejemplos m¨¢s banales, resulta llamativa esa falsa nostalgia de j¨®venes hipster reunidos el domingo por la ma?ana en un bareto de moda en el que se sirve vermut de grifo y otras antiguallas que estos barbudos no tuvieron tiempo material de vivir pero a las que se refieren como si constituyeran realmente su propio pasado.
La referencia a un pasado ajeno busca localizar en ¨¦l un componente ¨¦pico, o incluso heroico
En ocasiones, qu¨¦ duda cabe, la referencia a un pasado ajeno busca localizar en ¨¦l un componente ¨¦pico, o incluso heroico, que el propio no puede ofrecer. Pongamos por caso: tiene que devanarse mucho los sesos ¡ªy casi siempre en vano¡ª el joven independentista catal¨¢n de nuestros d¨ªas ¡ªeducado en el modelo de la inmersi¨®n ling¨¹¨ªstica, con instituciones de autogobierno dotadas de importantes presupuestos, medios de comunicaci¨®n p¨²blicos propios, etc¨¦tera¡ª para encontrar en la franja temporal que le ha tocado vivir motivos que le permitan construir un relato personal a la altura de la ambici¨®n de la causa que ha abrazado. Las cuitas del Estatut, la famosa sentencia del Constitucional o incluso la supuesta prepotencia del PP en determinados momentos del pasado reciente constituyen agravios menores, que se quedan manifiestamente cortos para un sue?o de tama?a envergadura. No queda otra que remontar la corriente hacia atr¨¢s y, como poco, retroceder al franquismo, con su represi¨®n de la lengua y de la cultura catalanas, as¨ª como con el desmantelamiento de su espec¨ªfico entramado institucional, para encontrar motivos de la intensidad que la reivindicaci¨®n demanda.
Interpretado bajo esta misma clave, el recurso, antes mencionado, a las viejas canciones y los viejos himnos muestra todo su sentido y funci¨®n. Se trata de sugerir, sin atreverse a explicitarla abiertamente, la idea de la continuidad entre lo de antes y lo de ahora, como si el franquismo y el candado de la transici¨®n constituyeran, finalmente, una sola y misma cosa. Se dir¨ªa que algunos conf¨ªan en que, de cuajar la idea, podr¨¢n presentarse en p¨²blico como si hubieran sufrido en su propia carne lo que ni tan siquiera alcanzaron a vivir (simplemente, porque a¨²n no estaban).
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Educaci¨®n del Congreso de los Diputados.
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