Violencia, sin apellidos
La llegada de desplazados o la formaci¨®n de pandillas cuestionan el mantenimiento de la paz en las urbes
En la era de la hip¨¦rbole y la denominada autoficci¨®n, la violencia ha tomado un cariz po¨¦tico. Parece haber demasiada rima y poca cr¨ªtica. Se abandona la evidencia por la f¨¢bula, y llegamos al diagn¨®stico de que hay distintos tipos de violencia, unos m¨¢s l¨ªcitos que otros. La respuesta de los afectados, no obstante, es un¨¢nime: la paz no cree en subg¨¦neros. Es total e integradora. Al hablar de violencia, lo mismo: su ferocidad no entiende de apellidos ni de relatos edulcorados. Sobre todo si se entronca en la franja m¨¢s vulnerable de la poblaci¨®n: los j¨®venes.
Narcotraficantes, g¨¢ngsters o sicarios han sido trazados con cierto perfil simp¨¢tico en series y pel¨ªculas. A aquellos que les pilla de cerca no les suele hacer tanta gracia, como subrayaron los ponentes del Foro Mundial sobre las Violencias Urbanas, celebrado en Madrid. ¡°Estamos perdiendo generaciones¡±, lament¨® Michelle Dos Ramos, investigadora del Instituto Igarap¨¦ de Rio de Janeiro (Brasil) y testigo de las consecuencias que este combinado de armas, pandillas y drogas ha provocado en el pa¨ªs americano. Estamos familiarizados gracias a filmes como Tropa de ¨¦lite o Ciudad de Dios, igual que con los estupefacientes de la serie Narcos. ¡°Muchas familias dependen de la extorsi¨®n de sus hijos pandilleros¡±, prosigui¨® Arkel Ben¨ªtez, secretario general de la Conferencia de Ministros de Justicia de los Pa¨ªses Iberoamericanos.
Fue el guatemalteco Ben¨ªtez quien censur¨® ese acercamiento azucarado al mundo suburbial y quien denunci¨® que detr¨¢s de la violencia de bandas juveniles se unen varios factores geopol¨ªticos: ¡°El tri¨¢ngulo norte de Centroam¨¦rica no fabrica armas y sin embargo est¨¢ lleno porque se comercia de otros rincones. China acaba de introducir kilos de droga sint¨¦tica. Y es verdad que hay corrupci¨®n entre los gobiernos, pero tenemos que ser tajantes con este problema. El presupuesto del narcotr¨¢fico supera al estatal, y no podemos decirle a la gente que sea justa si la justicia que ven es ser desahuciados¡±.
Prosiguiendo con esa necesidad de ahogar la violencia, Jean Pierre Elong, de la delegaci¨®n africana de la red mundial de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU, en sus siglas francesas), recurri¨® a su realidad m¨¢s inmediata. ¡°En nuestro continente tiene mucho peso la familia. Hay una cultura familiar muy fuerte. Y aquellos que por alguna raz¨®n han acabado en la calle est¨¢n indefensos, expuestos a todos los peligros¡±. De acuerdo con su tesis, y enraizando su pensamiento al resto de ideas sobre la paz, proporcionar un techo, un arraigo y un bienestar b¨¢sico es esencial para que merme esa violencia social.
¡°Las bandas no son un problema reciente sino de largo recorrido. Ahora el reto es la transnacionalidad, porque lo que antes era local ahora ha traspasado fronteras. Ya no se puede hablar de que sean latinas y masculinas, porque hay mujeres y se integran muchas nacionalidades¡±, explic¨® Carles Feixa, del ¨¢rea de Antrop¨®loga Social de la Universidad de Lleida. Experto en la cultura juvenil en Espa?a, art¨ªfice de libros como De j¨®venes, bandas y tribus (Ariel, 2006), Feixa sentenci¨®: ¡°Quiz¨¢s no se pueda acabar con ellas, pero s¨ª con la violencia extrema que ejercen¡±.
La red de interacciones que se producen en el medio urbano confronta lo mejor y lo peor de lo humano. En la ciudad cohabitan la esperanza y la disposici¨®n de oportunidades con la miseria y la b¨²squeda desesperada de supervivencia. Edwin Escobar ¡ªalcalde de Villa Nueva, municipio en Guatemala que ha crecido de 355.000 habitantes en 2002, seg¨²n c¨¢lculos del ¨²ltimo censo, a casi un mill¨®n¡ª enumer¨® algunas cifras que contextualizan la existencia de c¨¦lulas delictivas: ¡°En nuestro pa¨ªs, cerca de 800.000 j¨®venes no tienen empleo. Al a?o pasan 2.550 toneladas de coca¨ªna en direcci¨®n a Estados Unidos. Las maras (pandillas) nacen por esa ausencia de porvenir y luego son part¨ªcipes en el narcomenudeo. Son el brazo de extorsi¨®n que usa el estado¡±, acus¨® poco antes de que se presentaran algunos proyectos realizados contra esta lacra, como Casa Kolacho de Medell¨ªn, que ha introducido la m¨²sica hip hop como canalizador del malestar juvenil.
A estos par¨¢metros se le ha sumado recientemente la recepci¨®n de desplazados y migrantes. El flujo que brota inacabable desde el ?frica Subsahariana o el canal de refugiados en que se ha convertido el Mediterr¨¢neo han despertado el fantasma de la otredad, ese concepto ligado a la xenofobia y la discriminaci¨®n. Europa ha sentido repentinamente la presencia de ciudadanos en sus m¨¢rgenes, extra?os, a los que nunca hab¨ªa atendido. Y las ciudades han vuelto a amurallarse. Han extendido la tragedia b¨¦lica del origen en forma de exclusi¨®n. Paula Farias, miembro de M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF) con experiencia en diversos puntos del globo, detall¨® el salto al vac¨ªo de la organizaci¨®n ante la pasividad de los gobernantes. ¡°S¨®lo en 2014 se rescat¨® a 400.000 personas en el mar¡±, coment¨®, ¡°y se han desentendido, dejando en manos de otros pa¨ªses como Senegal, Marruecos o Turqu¨ªa el control de fronteras¡±.
¡°Se ha acogido a 1.141 refugiados, un 6% de lo acordado¡±, anot¨® Enrico Loculano, alcalde de Ventimiglia. Esta localidad italiana se sit¨²a en la linde con Francia y ha sido objeto informativo por la afluencia de refugiados a sus calles. A muchos se les confin¨® en campos de reclusi¨®n. A otros, el consistorio les facilit¨® instalaciones municipales. O eso afirm¨® Loculano, que tach¨® de ¡°fracaso¡± al modelo europeo y de ¡°hipocres¨ªa¡± a las cumbres entre l¨ªderes. ¡°No es un problema de aforo sino de voluntad¡±, le secund¨® Meritxell Bud¨®, alcaldesa de La Garriga, al norte de Barcelona. Lo ejemplific¨® con L¨ªbano: ¡°Son 4,5 millones de personas y han acogido a un mill¨®n y medio¡±, esgrimi¨®.
Ninguno de los congregados en la charla sobre la violencia a desplazados mencion¨® al escritor turco Hakan G¨¹nday, pero su ¨²ltimo libro publicado en Espa?a, Daha (Catedral, 2017), trata precisamente de los efectos de ese ¡°mirar hacia otro lado¡± que tanto citaron. En esta novela sobre el tr¨¢fico humano se deja entrever algo que ha dicho el autor en sus entrevistas: que perpetuar las desigualdades tiene un l¨ªmite y que negarse a esa fecha de caducidad acabar¨¢ explotando, ¡°como en Siria¡±.
¡°En Oriente Medio o ?frica la gente huye para salvarse. Y da igual que levantes muros, construyas una torre de marfil o dividas zonas de paz y riqueza: la gente, si hace falta, se beber¨¢ el mar para poder cruzar andando. No hay que infravalorar la desesperaci¨®n, que es un sentimiento muy fuerte. Y hay que tomarse muy en serio a las personas que no tienen nada que perder. Por desgracia, el mundo de hoy ha producido muchas, levantando su propia c¨¢rcel¡±, sostiene. A diferencia del narcotr¨¢fico o las pandillas, este tr¨¢nsito f¨²nebre a¨²n no ha sucumbido a la l¨ªrica. Sigue en esa categor¨ªa de la violencia que no admite apellidos.
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