No m¨¢s ocurrencias, por favor
El nacionalismo se nutre de los problemas que inventa. La idea ¡®naci¨®n de naciones¡¯, recuperada por S¨¢nchez, no puede sostenerse. Si Catalu?a es una naci¨®n porque hoy lo cree una parte de los catalanes, no lo era hace cuatro a?os cuando no lo cre¨ªan
?Como la situaci¨®n emocional en Facebook, la relaci¨®n entre la academia y los pol¨ªticos es ¡°complicada¡±. Es complicada, entre otras razones, porque la relaci¨®n entre teor¨ªa y pr¨¢ctica se parece muy poco a la que existe, por ejemplo, entre la mec¨¢nica newtoniana y la resistencia de materiales que ayuda a dise?ar un edificio. Sobre sus entresijos hay algunas reflexiones que, obviamente, no interesan a los pol¨ªticos. Menos disculpable es que tampoco interesen a muchos acad¨¦micos que circulan por la arena p¨²blica.
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Lo com¨²n es tirar por lo directo, del concepto solemne al BOE. Sucedi¨®, colosalmente, con Zapatero cuando, en circunstancias que alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que recordar conteniendo el sonrojo, transit¨® del socialismo liberal al republicanismo pasando por el socialismo libertario. Todo, en menos de un mes. Mayor renovaci¨®n por unidad de tiempo, imposible. En el fondo, la etiqueta importaba poco: se trataba de decorar decisiones que obedec¨ªan a razones terrenales. Tampoco fue muy grave, salvo para la teor¨ªa republicana, arrastrada a las escombreras tertulianas. Algo que, bien pensado, tampoco es para cortarse las venas.
En otra escala, algo parecido ha sucedido con ¡°¨¦lites extractivas¡±, ¡°liberalismo progresista¡± o ¡°discriminaci¨®n positiva¡±. El ¨²ltimo es el de ¡°trama¡±. Arranc¨® en una investigaci¨®n que, cabe suponer, satisfac¨ªa los requisitos elementales de la academia y, por lo mismo, con alcance limitado, en una semana se mud¨® en un conjuro multiusos para omitir reflexiones de detalle hasta acabar guarneciendo autobuses con se?alados en plan dazibao.
Como naci¨®n, punt¨²a m¨¢s alto Gav¨¢, en el cintur¨®n rojo, m¨¢s homog¨¦nea en t¨¦rminos sociales
La relaci¨®n entre teor¨ªa y pol¨ªtica se malbarata en las dos direcciones. De ida, cuando los pol¨ªticos adquieren en el bazar de las ideas la ¨²ltima mercanc¨ªa o, incluso peor, un reciente ¨¦xito electoral, interpretado como se?al de profundas tendencias hist¨®ricas que, naturalmente, culminan en ellos mismos. Blair, Sarkozy, Clegg, Obama, Tsipras y Le Pen, seg¨²n el santoral de cada cual, formaron parte de tales conjunciones planetarias. Y esta temporada, Macron y el igualitarismo liberal, al que alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que descontaminar del manoseo de ciertos usuarios.
M¨¢s grave es la otra direcci¨®n, cuando los acad¨¦micos levantan doctrina de repentizaciones que, en el fondo, no son m¨¢s que inanidades de pol¨ªticos nacidas para salir de un trance. Le pas¨® a UPyD con ¡°transversalidad¡±, palabro inexistente en los manuales de ciencia pol¨ªtica pero que no tard¨® en encontrar ingenieros de almas dispuestos a forjar teoremas donde no hab¨ªa conceptos, diferencias espec¨ªficas. Ahora mismo, buena parte de la llamada ¡°perspectiva de g¨¦nero¡± acude a parecida estrategia: facturar palabras para simular la presencia de distinciones reales. Como la peor escol¨¢stica.
M¨¢s preocupante, por sus implicaciones, es el reciclaje de la idea (austroh¨²ngara) de Espa?a como ¡°naci¨®n de naciones¡± por parte de Pedro S¨¢nchez. Aunque su vaciedad qued¨® desnudada en su desarticulada r¨¦plica en el debate de primarias, ya empiezan a asomar los ¡°te¨®ricos¡± del engendro. Y no se entiende. Si hemos de dotar de alguna inteligibilidad al sintagma hay que precisar alguna idea de naci¨®n. La apelaci¨®n a ¡°sentimientos¡± o ¡°creencias¡±, la de S¨¢nchez, es in¨²til mientras no se especifique el contenido de sentimientos o creencias a qu¨¦ se refieren. Al final, el ¨²nico candidato posible es, respectivamente, ¡°nacional¡± o ¡°de que son una naci¨®n¡±: sentimiento nacional o creencia de que son una naci¨®n. La cosa quedar¨ªa as¨ª: Espa?a ser¨ªa una naci¨®n de naciones, entendidas como ¡°ciudadanos que creen que son (miembros de) naciones¡±.
Que no es decir nada. Puesto que una definici¨®n no puede incluir la palabra definida, habr¨ªa que distinguir entre tres ideas distintas de naci¨®n (y buscar sus respectivas palabras) y estar¨ªamos como al principio. Pero, incluso si dejamos de lado ese problema, de principio, la apelaci¨®n al ¡°sentimiento¡± muestra costurones por todas partes. Los costurones del nacionalismo. Por lo pronto, resulta incompatible con sus naciones esenciales y milenarias. Pues si Catalu?a es una naci¨®n porque lo cree una parte de los catalanes, es obligado sostener que no lo era hace cuatro a?os cuando no lo cre¨ªan. Por otra parte, acaba por multiplicar las naciones hasta el absurdo. O fundirlas. Si un 55% de catalanes est¨¢ en condiciones de convertir en naci¨®n al conjunto de los catalanes, habr¨¢ que convenir que, con m¨¢s raz¨®n, el 80% de espa?oles convierte en naci¨®n a todos los espa?oles, incluido ese 55%. Y si no, habr¨¢ que pensar que ese otro 45% de catalanes, que no creen que son una naci¨®n, constituye otra naci¨®n dentro de la naci¨®n de naciones.
La ocurrencia del l¨ªder socialista s¨®lo aspira a comprar a los nacionalistas su chatarra conceptual
En el fondo, en el caso de los nacionalistas, los problemas son mayores, definitivos. Si se piensa bien, la idea de que basta con que una proporci¨®n suficiente de individuos crea que es una naci¨®n para que haya una naci¨®n (aunque, desde luego, no basta creerse Napole¨®n para ser Napole¨®n) equivale a reconocer que la propia ideolog¨ªa se basa en una mentira. No en una mentira circunstancial, sino constitutiva. Y es que el nacionalismo, si tiene un proyecto que lo identifique, ese es la creaci¨®n de conciencia nacional, lo que equivale a asumir que no la hay y que, por eso, su deber es construirla. Ahora bien, si no hay conciencia nacional, en virtud de la idea de naci¨®n manejada, no hay naci¨®n y, por ende, extender esa conciencia nacional, esto es, decir a los individuos ¡ªque no se creen que son una naci¨®n¡ª que s¨ª son una naci¨®n, es enga?arlos. No solo hace diez a?os, cuando no exist¨ªa tal conciencia nacional y, por tanto, la naci¨®n, sino tambi¨¦n m¨¢s tarde cuando, como consecuencia de sus actividades, de extender la mentira, la mentira se hace carne.
Los nacionalistas menos toscos para obviar los problemas de las naciones de voluntad o sentimiento recalan en la conciencia de identidad objetiva: somos diferentes, lo sepamos o no, y se tratar¨ªa de recordarlo. Una opci¨®n que, con independencia de su aroma supremacista, aboca a otros problemas. Desde esa idea, puntuar¨ªa m¨¢s alto como potencial naci¨®n, pendiente de autoconciencia, por ejemplo, Gav¨¢, una poblaci¨®n del ¡°cintur¨®n rojo¡±, m¨¢s homog¨¦nea que Catalu?a en composici¨®n social, lengua y pautas culturales. Gav¨¢ y mil m¨¢s. La idea pasar¨ªa de inconsistente a est¨¦ril.
La ocurrencia de S¨¢nchez, imposible de defender desde la igualdad, tan solo aspira a contentar a los nacionalistas compr¨¢ndoles su chatarra conceptual. Un modo, otro m¨¢s, de aceptar sus ficciones. Un camino sin salida: el nacionalismo se nutre de problemas que inventa. Piensen, sin ir m¨¢s lejos, en ¡°la lengua propia¡± de Catalu?a, que, con una simple adjetivaci¨®n, convierte en impropia la lengua de la mayor¨ªa de los catalanes.
As¨ª que, con las ocurrencias, mejor controlarlas. A lo sumo, cursos de verano y cuchipandas.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
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