La lucha incansable de una lesbiana en el norte de Uganda
La ONG de Jay Abang apoya a los homosexuales de las zonas rurales donde el colectivo est¨¢ m¨¢s marginado y humillado
"Iremos a darte una paliza y a violarte", fue el mensaje que le hicieron llegar varios conciudadanos an¨®nimos. As¨ª que ella, que hasta entonces jam¨¢s hab¨ªa conocido el miedo, abandon¨® su casa temporalmente, a la espera de que las aguas volviesen a su cauce. Ya han pasado unos meses de la en¨¦sima amenaza, m¨¢s brutal y directa que las dem¨¢s, y Jay Abang lo cuenta con su acostumbrado aire de placidez y seguridad en s¨ª misma; con la actitud de una mujer que vive con la cabeza alta su identidad homosexual en un pa¨ªs que la considera contra natura. Pero ella est¨¢ centrada en un ¨²nico objetivo: dar apoyo a los gais de las zonas rurales del norte de Uganda; a los miembros m¨¢s marginados, confusos y humillados de una sociedad que desear¨ªa hacerlos desaparecer.
Nos encontramos con Jay Abang en Gulu, el principal centro urbano de la regi¨®n norte del pa¨ªs. Jay suele venir aqu¨ª desde su ciudad, Lira, situada a unos 100 kil¨®metros, para reunirse con muchos de los beneficiarios de su asociaci¨®n Health and Rights Initiative (HRI). Jay la fund¨® en 2013, y ha sido la primera en preocuparse por el bienestar de las personas LGTBI fuera de la capital, Kampala, donde el movimiento gay ya ha alcanzado la madurez y cuenta con numerosos miembros, si bien est¨¢ sometido a constantes agresiones. En cambio, en el norte, consumido por la pobreza y las heridas de la guerra civil, no hay puntos de referencia, y existen mucho menos lugares de encuentro para los homosexuales. "Se esconden. Incluso a nosotros nos cuesta ganarnos su confianza", cuenta Jay.
Tiene 33 a?os, lleva gafas y ropa masculina. Este f¨ªsico imponente contrasta con la delicadeza de sus modales y su manera de hablar. Hoy ha tra¨ªdo a Gulu una maleta repleta de preservativos y lubricantes para distribuirlos mientas insiste en la prevenci¨®n del sida y de otras enfermedades de transmisi¨®n sexual. "En estas comunidades m¨ªseras y cerradas, muchas veces los centros sanitarios niegan los an¨¢lisis y los tratamientos a los sospechosos de homosexualidad", explica. "Se trata sobre todo de hombres de todas las edades, muchos de ellos casados y con hijos, as¨ª como de lesbianas. Las normas de los pueblos les imponen el matrimonio para que est¨¦n en consonancia con la sociedad. En consecuencia, la mayor parte de los gais viven su sexualidad clandestinamente". Se calcula que, en Uganda, el 7,1% de sus casi 35 millones de habitantes son seropositivo. Sin embargo, entre los hombres homosexuales, el porcentaje alcanza el 13%, seg¨²n datos de Onusida.
Lejos ha quedado la ¨¦poca en que Winston Churchill se refer¨ªa a Uganda como la "perla de ?frica". Hoy en d¨ªa, a pesar de la belleza intacta de su paisaje, que desde Kampala hasta Gulu alcanza su apogeo en el encanto del Nilo Blanco, este pa¨ªs de ?frica oriental recibe calificativos muy diferentes. "El pa¨ªs m¨¢s hom¨®fobo del mundo", dec¨ªan los titulares de los peri¨®dicos occidentales en febrero de 2014, cuando el sempiterno presidente Yoweri Museveni firm¨® la llamada ley mata-gais. En su primera versi¨®n, la ley condenaba a los homosexuales a la pena de muerte, finalmente sustituida por la cadena perpetua, y en casos particulares, por la expulsi¨®n del pa¨ªs. Uganda acababa as¨ª brillando con la luz m¨¢s siniestra entre los 38 pa¨ªses del continente africano, en el que el amor entre personas del mismo sexo es delito.
"Muchas veces los centros sanitarios niegan los an¨¢lisis y los tratamientos a los sospechosos de homosexualidad", dice Abang
La normativa fue promovida a iniciativa de tres pastores evang¨¦licos estadounidenses llegados para sentenciar que la homosexualidad corroe la cohesi¨®n de la familia africana. En agosto de 2014, el Tribunal Constitucional anul¨® la ley por un defecto de procedimiento, pero el odio que emanaba ya hab¨ªa alcanzado a la sociedad ugandesa, exacerbado la discriminaci¨®n at¨¢vica contra los gais, y, en sentido contrario, reforzado la determinaci¨®n de los movimientos por los derechos civiles de las personas LGTBI. Todav¨ªa siguen en vigor los art¨ªculos del C¨®digo Penal que castigan con penas de cadena perpetua "los actos carnales contra natura" y con siete a?os de c¨¢rcel las "pr¨¢cticas indecentes". Por su parte, muchos predicadores pentecostales no pierden la ocasi¨®n, en sus sermones pronunciados a gritos, de acusar a los gais de toda clase de perversiones, desde la pedofilia hasta la coprofagia.
En el norte del pa¨ªs, la homofobia est¨¢ m¨¢s arraigada que en otras zonas. Jay Abang ha creado ah¨ª una red de voluntarios, muchos de ellos no homosexuales, que act¨²an como intermediarios para detectar a los que se encuentran en dificultades e informarlos de sus derechos; ante todo, del derecho a la salud. "A veces me preguntan si pueden hablar conmigo desde detr¨¢s de una cortina", cuenta Jay. "Yo he aparecido en televisi¨®n y en los peri¨®dicos, y algunos no quieren que los relacionen conmigo porque tienen miedo de darse a conocer abiertamente". Pero, mientras tanto, su asociaci¨®n, tambi¨¦n gracias al apoyo de la ONG italiana Soleterre, ha conseguido llevar su acci¨®n a tres distritos del norte (Gulu, Lira y Arua), alquilar una sede en Lira, y acallar las protestas de los vecinos.
A pesar de todo, no han cesado las llamadas telef¨®nicas, sistem¨¢ticas y furibundas, con amenazas de muerte, las intimidaciones de la polic¨ªa, ni la constante vigilancia a Jay. "En el fondo, yo estoy mejor que muchos otros", dice, sonriendo. Piensa en su amiga Tina, que se pleg¨® a los dictados sociales y se cas¨®, pero a la que su marido ech¨® de casa y le quit¨® a su hijo cuando descubri¨® su homosexualidad. "En Uganda, las lesbianas somos el ¨²ltimo pelda?o de la escala social, el blanco de un doble estigma", reflexiona Jay. "Como mujeres, somos v¨ªctimas de un machismo que quiere tenernos sometidas, y, como la gente piensa que queremos competir con los hombres, nos insultan, nos pegan. En algunos casos, nos castigan con la llamada violaci¨®n correctiva, con la convicci¨®n disparatada de que as¨ª nos ense?an a ser mujeres de verdad. Este tipo de violadores suelen ser las personas m¨¢s pr¨®ximas a la mujer, como su padre, sus hermanos o sus amigos, lo cual coh¨ªbe a la v¨ªctima a la hora de denunciarlo".
Jay no ha padecido violencia f¨ªsica extrema, pero eso no le ha ahorrado una historia de sufrimiento. "Me expulsaron del instituto por un intercambio plat¨®nico de cartas con una chica", recuerda, "as¨ª que intent¨¦ adaptarme y empec¨¦ a salir con un chico. Fue ¨¦l precisamente quien me abri¨® los ojos y me dijo que ten¨ªa que encontrarme a m¨ª misma. A partir de entonces empez¨® el infierno con mi familia. Mis hermanos me pegaban; mi padre me preguntaba por qu¨¦ raz¨®n quer¨ªa ser un hombre; mi madrastra me repet¨ªa que era v¨ªctima de un conjuro hasta que lleg¨® a convencerme a m¨ª tambi¨¦n", recuerda ahora la mediadora, que menciona que en Uganda la homosexualidad se considera contraria a la cultura africana, incluso equivalente a la pedofilia. "Por fin, a los 26 a?os, entend¨ª que en m¨ª no hab¨ªa ning¨²n embrujo cuando me fui a Kampala para unirme a la asociaci¨®n por los derechos LGBTI y encontr¨¦ mi propia familia".
"En Uganda, las lesbianas somos el ¨²ltimo pelda?o de la escala social, el blanco de un doble estigma"
En la capital, Jay Abang se form¨® en la escuela de la vanguardia gay ugandesa con profesores valientes como Kasha Jacqueline Nabagesera, quien con su ONG Freedom and Roam Uganda (Farug) fue la primera en denunciar las leyes discriminatorias y los abusos. En 2011 consigui¨® que se condenase a la revista ugandesa Rolling Stone, que hab¨ªa publicado nombres y fotograf¨ªas de homosexuales con el titular??Ahorcadlos! Otro era el abogado transexual Pepe Onziema, que llev¨® ante los tribunales al predicador estadounidense Scott Lively, acusado de sembrar la homofobia durante un ciclo de conferencias en Uganda y que actualmente est¨¢ siendo juzgado en Massachusetts.
"Tambi¨¦n debo mucho a V¨ªctor Mukasa, que ahora vive en Estados Unidos", a?ade Jay. "Gracias a ellos he entendido qui¨¦n soy y cu¨¢l es mi camino". En 2012, en el primer Orgullo Gay organizado en el pa¨ªs en Entebbe, a orillas del lago Victoria, Jay fue una de los detenidos. Asimismo, durante la campa?a Hate No More (No m¨¢s odio), mientras repart¨ªa octavillas en las zonas rurales del norte, cuenta que oy¨® en la radio dec¨ªan de ella que se enriquec¨ªa reclutando a gente para la comunidad LGBTI. "Hab¨ªan copiado y difundido nuestros datos de contacto, que figuraban en las octavillas, y mucha gente llam¨® para insultarnos y amenazarnos diciendo que nos iban a linchar".
En opini¨®n de Jay, en lo que hay que trabajar es en este resentimiento social producto de la ignorancia. "Es in¨²til centrarse en las leyes. La mayor¨ªa de los ugandeses ni siquiera saben que existen y desconocen los derechos sociales b¨¢sicos. Si tenemos en cuenta que, en 2014, el presidente negaba que en Uganda hubiese homosexuales, hemos avanzado. Ahora toca cambiar la mentalidad de la gente y convencerla de que se indigne por los verdaderos problemas del pa¨ªs, como los matrimonios precoces, la violencia contra las mujeres, la corrupci¨®n y lo que el Gobierno hace mal. Si, por el contrario, nos fijamos solo en las leyes, pasar¨¢ como en Sud¨¢frica, donde tienen las normas m¨¢s progresistas del continente en materia de derechos de los gais, y, aun as¨ª, la violencia y la discriminaci¨®n no amainan. Tenemos que intentar aprender la lecci¨®n".
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