La utop¨ªa del orden en la oficina
Las nuevas tecnolog¨ªas est¨¢n terminando con la cultura del desorden. Los escritorios han dejado paso a la nube, donde todo est¨¢ a la vista.
?C¨®mo mantener ordenada una oficina? Incluso hoy, cuando el papel y las carpetas f¨ªsicas desaparecen en la nube, se convierten en un foll¨®n digital. Los papeles desordenados se transforman en pilas de e-mails sin contestar y carpetas de fotos a punto de reventar. Puede que sea imposible derramar una taza de caf¨¦ en el ¡°escritorio¡± de un ordenador, pero liberado de las limitaciones f¨ªsicas del espacio, puede quedar m¨¢s abarrotado de carpetas que una mesa de verdad.
Pero el desorden, ya sea f¨ªsico o et¨¦reo, es personal. A veces es un s¨ªntoma de la falta de control sobre el trabajo de uno, tambi¨¦n puede ser una reafirmaci¨®n de la personalidad e incluso de la nacionalidad. El estudio antropol¨®gico de 2011 My Desk Is My Castle (mi escritorio es mi castillo), de los acad¨¦micos alemanes Uta Brandes y Michael Erlhoff, mostr¨® c¨®mo trabajadores de todo el mundo personalizaban sus escritorios. Curiosamente, el estudio confirm¨® algunos estereotipos nacionales: los trabajadores italianos, en Mil¨¢n, estaban obsesionados con lo ¨²ltimo en dise?o de mobiliario; los del este asi¨¢tico, en Hong-Kong, con los animales de peluche.
A mediados de siglo XX, una? generaci¨®n de dise?adores se dio cuenta de que el despacho eficiente era un obst¨¢culo para el trabajo
La globalizaci¨®n del lugar de trabajo y el auge de las tecnolog¨ªas puede que est¨¦n terminando con la cultura del desorden. En las oficinas tecnol¨®gicamente avanzadas de hoy, el desorden a la vista se est¨¢ convirtiendo en una cosa del pasado. En lugares como la sede de las oficinas de Microsoft, cerca del aeropuerto de Schiphol, en ?msterdam, o como las oficinas del gigante farmac¨¦utico GlaxoSmithKline en Filadelfia, los trabajadores no tienen mesas propias asignadas. Traen sus ordenadores port¨¢tiles y se sientan donde quieren. El resultado es a la vista el de un entorno reluciente, con un ambiente sosegadamente limpio en el que ni un solo papel fuera de sitio perturba la visi¨®n.
?Es un escritorio limpio un signo de libertad? ?O es, quiz¨¢, otra se?al de coacci¨®n? Si se observan los intentos de tratar de poner orden a las oficinas, la excusa de fomentar los escritorios despejados a menudo ha significado un acotamiento de la libertad de los empleados para gestionar sus propios asuntos. La guerra contra el desorden en la oficina es tambi¨¦n una continua guerra de desgaste frente al espacio personal y la capacidad de los empleados medios de controlar el poco que les queda.
Los cambios en el dise?o de los escritorios es un claro ejemplo. En los despachos de los oficinistas de mediados del XIX, el cl¨¢sico era el escritorio ¡°ca¨®tico¡± de Wooton. Estaba lleno de recovecos y cajones para meter cartas, sobres, facturas y pilas de trabajo que uno simplemente no quer¨ªa hacer. Y lo que es m¨¢s, la mesa pod¨ªa cerrarse con llave, de manera que ning¨²n jefe pudiera saber exactamente cu¨¢nta tarea estaba pendiente.
A principios del siglo XX, los expertos en eficacia, inspirados por las teor¨ªas de la organizaci¨®n cient¨ªfica del trabajo de Frederick W. Taylor, remodelaron la oficina para que fuera m¨¢s limpia. Junto a las nuevas normas y controles que impusieron para asegurarse que cada tarea se completase con un m¨ªnimo nivel de jaleo y el m¨¢ximo nivel de velocidad, impusieron lo que acab¨® por convertirse en la versi¨®n est¨¢ndar del escritorio moderno y eficiente. El tabl¨®n era plano para que toda actividad que se hiciera sobre ellos pudiera ser vista por los vigilantes jefes. Adem¨¢s, las mesas se colocaron a intervalos de distancia regulares cada vez mayores, en estrictas filas, que hac¨ªan que el trabajo de oficina cada vez se pareciera m¨¢s al de una f¨¢brica, y estuviera sujeto a los mismos intensos niveles de disciplina.
A mediados de siglo, una nueva generaci¨®n de dise?adores de oficinas se dio cuenta de que el despacho eficiente, en realidad, era un obst¨¢culo para el propio trabajo. No hab¨ªa motivos para asumir que la vigilancia constante y un dise?o est¨¦ril mejoraban la productividad. As¨ª que en 1959, en pleno apogeo del Wirtschaftswunder (milagro econ¨®mico) alem¨¢n, dos dise?adores germanos trazaron por primera vez el plano de la oficina totalmente ¡°abierta¡±, sin muros. Nadie tendr¨ªa un despacho individual; pero tampoco la fila estricta de escritorios seguir¨ªa en su sitio. En su lugar las mesas quedar¨ªan distribuidas en funci¨®n del flujo de informaci¨®n y papel que recorriese la oficina. Lo llamaron B¨¹rolandschaft, o paisaje de oficina, y el caos arremolinado de mesas, efectivamente, se asemejaba vagamente a un orden m¨¢s natural que sistematizado. Los dise?adores emplearon un notable n¨²mero de plantas para facilitar la divisi¨®n del espacio en la oficina: una soluci¨®n m¨¢s org¨¢nica que los pasillos y ¨¢ngulos rectos de la era anterior.
A mediados de los sesenta, el dise?ador estadounidense Robert Propst qued¨® profundamente impresionado por este nuevo concepto de oficina que ven¨ªa de Alemania, y sinti¨® que hab¨ªa que dise?ar y desarrollar un nuevo mobiliario para acompa?arlo. Present¨® un conjunto de muebles que bautiz¨® como Action Office en 1964. Su pieza m¨¢s sobresaliente era una mesa con un cierre tipo acorde¨®n, algo que permit¨ªa esconder el desorden de papeles. Propst hab¨ªa tanteado a oficinistas y hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que no ten¨ªa sentido empe?arse en una mesa limpia. De hecho, la clave para solucionar el desorden era dise?ar m¨¢s superficies. Por eso, cuando revis¨® sus dise?os originales y cre¨® su Action Office II, en 1968, introdujo paneles m¨®viles en los que los empleados pod¨ªan clavar sus tareas pendientes, calendarios e ideas. El plan es que fuera un espacio flexible que los empleados pudieran usar para dar forma a su ¨¢rea de trabajo como quisieran.
Pero en los a?os ochenta y noventa, esta ¨¦poca de experimentaci¨®n y libertad en el dise?o de las oficinas se hab¨ªa terminado. El ascenso del neoliberalismo en el conjunto de la econom¨ªa tuvo su efecto a peque?a escala, incluso en la mesa de trabajo de uno. En los espacios de trabajo esto signific¨® que el control del espacio personal pas¨® a ser visto como una ineficiencia m¨¢s que deb¨ªa eliminarse. Bajo la presi¨®n de las fusiones y los despidos que se apoderaron de los oficinistas tras la Guerra Fr¨ªa, la Action Office II pasar¨ªa a convertirse en la contribuci¨®n estadounidense m¨¢s infame al dise?o de oficinas: el cub¨ªculo. Entre mediados de los ochenta y de los noventa, las dimensiones medias del cub¨ªculo disminuyeron entre el 25% y el 50%. En 2006, la media era de siete metros cuadrados. El desorden en la oficina iba mermando. No es extra?o que los oficinistas tuvieran mesas abarrotadas; se estaban quedando sin sitio.
Entonces, hoy, ?tener un escritorio desordenado es un acto revolucionario? La ventaja del papel es que a¨²n puede esconderse. El almacenaje en la nube, sin embargo, deja todo expuesto a ojos de los dem¨¢s, incluido el jefe. La historia de las oficinas descubre que, cuando los gerentes deciden imponer su control, lo primero que combaten es el ¡°desorden¡±. La dignidad en el trabajo reside en cu¨¢nta libertad dispongas para desordenar. ?Oficinistas de todo el mundo, a las armas! Apilad el papel en vuestras mesas como barricadas contra la sofocante fiebre de limpieza.
Nikil Saval es editor de la revista N+1 y autor de?Cubed. A Secret History of the Workplace.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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