Las ra¨ªces de la violencia
Las agresiones de g¨¦nero, el terrorismo supremacista y los ataques yihadistas son un problema cultural y estructural. En el fondo laten las relaciones de poder que separan a hombres y mujeres, a blancos y negros, y a occidentales y musulmanes
Ahora est¨¢ casi olvidado porque la onda expansiva del atentado de Barcelona ha tapado cualquier acontecimiento anterior. Pero este mismo verano se han sucedido varios fen¨®menos relativos a la violencia ¨ªntimamente asociados. El precedente inmediato fue el atentado de Charlottesville, cuyo asesino emple¨® id¨¦ntico modus operandi que el perpetrado en las Ramblas. Y no era un yihadista musulm¨¢n sino un cristiano supremacista blanco. Aquello desat¨® un vendaval medi¨¢tico provocado por la incre¨ªble tolerancia mostrada por Trump. Pero aunque a menor escala local, otro parecido esc¨¢ndalo se produjo en Espa?a una semana antes, cuando el presidente canario Fernando Clavijo declar¨®, al hilo del en¨¦simo feminicidio, que ¡°la violencia machista es un problema de personas individuales¡±. Pues bien, al margen de la utilizaci¨®n pol¨ªtica de esos cr¨ªmenes por parte de las autoridades, ya sean los gobiernos espa?ol y catal¨¢n o los presidentes estadounidense y canario, aqu¨ª destacar¨¦ el hilo conductor de naturaleza sist¨¦mica o estructural que vincula entre s¨ª a los tres tipos de terrorismo machista, racista o yihadista.
Lo m¨¢s corriente es atribuir su causa al fanatismo cultural o al perfil psicol¨®gico de autores o v¨ªctimas, prescindiendo de otros factores sociales m¨¢s profundos, entre los que destaca un elemento casi siempre olvidado, como son las relaciones subyacentes de poder. Lo cual equivale a poner la carreta delante de los bueyes, invirtiendo la relaci¨®n entre causas y consecuencias. Pues estos cr¨ªmenes no deben explicarse tan solo por los factores individuales o culturales que manifiestan sino por sus ra¨ªces estructurales o sist¨¦micas. La causa determinante en ¨²ltima instancia es siempre la insuperable fractura derivada de la desigualdad estructural, en t¨¦rminos de relaciones de poder, que separa a hombres y mujeres, a blancos y negros (o morenos) y a occidentales y musulmanes, por los cuales estos (mujeres, negros y moros) est¨¢n dominados por aquellos (hombres blancos occidentales).
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Analicemos el caso de la pandemia feminicida. Para Clavijo, los cr¨ªmenes mis¨®ginos no tienen causas sociales pues s¨®lo ser¨ªan una fortuita coincidencia de casos singulares desconectados entre s¨ª. Ahora bien, si esta err¨®nea presunci¨®n resulta preocupante es porque inspira no s¨®lo a ciertos cargos p¨²blicos como el citado sino a las dem¨¢s instituciones encargadas de perseguir la violencia criminal. As¨ª ocurre con el Ministerio del Interior, que ha patrocinado oficialmente una macroinvestigaci¨®n universitaria sobre la violencia de g¨¦nero dirigida por catedr¨¢ticos masculinos de criminolog¨ªa que s¨®lo utilizan el individualismo metodol¨®gico como perspectiva investigadora. Y este reduccionismo criminol¨®gico no s¨®lo es ineficaz para explicar la prevalencia de las epidemias sociales sino que adem¨¢s contradice la filosof¨ªa sist¨¦mica que inspira la vigente Ley contra la Violencia de G¨¦nero de 2004, expresamente confirmada por el Tribunal Constitucional.
No mata la misoginia, la xenofobia ni el islam sino los machistas, los racistas, los mis¨®ginos
Pero en el caso de la violencia supremacista o yihadista ocurre lo mismo. Los asesinos matan como agentes individuales y lo hacen movidos por razones personales, como no pod¨ªa ser de otro modo. Es decir, que quien mata no es la misoginia, la xenofobia ni el islam sino los machistas, los racistas, los mis¨®ginos. Pero para explicar las causas y la prevalencia de sus cr¨ªmenes hay que elevarse por encima del reduccionismo individual, buscando factores sociales m¨¢s amplios. La violencia de g¨¦nero y el terrorismo supremacista o yihadista son un problema no s¨®lo individual sino adem¨¢s cultural y estructural. Por tanto, para contenerla no basta con procesar y tratar a sus agentes individuales, los machistas xen¨®fobos y fan¨¢ticos. Eso es condici¨®n necesaria pero no suficiente, pues adem¨¢s hace falta intervenir sobre la realidad social, combatiendo tanto los prejuicios culturales como sobre todo la injusta desigualdad institucional.
Si racistas y mis¨®ginos matan es en defensa de su propia supremac¨ªa que creen amenazada por la progresiva emancipaci¨®n de las mujeres o las minor¨ªas raciales sometidas a su poder. Los hombres acosan, maltratan, violan y matan porque pueden y se creen con derecho a ello, ya que ocupan posiciones revestidas de poder sobre mujeres y migrantes. V¨ªctimas estas que a su vez son acosadas, excluidas, maltratadas, violadas y asesinadas porque no tienen m¨¢s alternativa que adaptarse a un sistema que las discrimina y las segrega, asign¨¢ndolas a posiciones inferiores sometidas al poder institucional de los hombres que las rodean. Y en el caso del yihadismo ocurre lo mismo pero a la inversa, pues los muyahidines atentan, masacran y se suicidan para dar testimonio de la barrera excluyente que los segrega y discrimina, en contra de los sagrados valores de libertad igualdad y fraternidad que los occidentales profesamos de boquilla pero contradecimos en la pr¨¢ctica, al mantener y reforzar esas barreras del apartheid supremacista occidental encargado a nuestras instituciones (la doble red p¨²blico/privada escolar, sanitaria y laboral) o a sus ¨¦lites neocoloniales subalternas (las monarqu¨ªas feudales y las dictaduras militares a nuestro servicio) que nos protegen de su presunta amenaza.
Hay que combatir los prejuicios culturales y tambi¨¦n la injusta desigualdad institucional
Por eso de poco sirve la judicializaci¨®n individual del problema mientras no se toquen las causas estructurales e institucionales que lo hacen posible. Esa es la raz¨®n principal que explica el fracaso de la ley de Violencia de G¨¦nero de 2004, que si bien en su pre¨¢mbulo reconoce que se trata de un problema sist¨¦mico y estructural, sin embargo en su tratamiento lo reduce a un enfoque judicial y criminol¨®gico. Un encuadre individualizador condicionado adem¨¢s a la previa denuncia de las v¨ªctimas, lo que en la pr¨¢ctica implica responsabilizarlas de su propia victimaci¨®n. Y esto, unido a la exclusiva tipificaci¨®n de los cr¨ªmenes de pareja (el uxoricidio) como la ¨²nica violencia de g¨¦nero reconocida, dejando fuera de la ley a todas las dem¨¢s formas de agresi¨®n contra la mujer (acoso, violaci¨®n, trata, prostituci¨®n, etc.), determin¨® el frustrante desarrollo de la ley. Menos mal que ahora se ha logrado un cierto consenso en torno a la necesidad de reformarla, dando lugar al reciente Pacto de Estado aprobado en el Congreso.
Pero no sin problemas, incluidos los sem¨¢nticos. Ante todo, se perpet¨²a la discriminaci¨®n entre dos formas de violencia contra la mujer, seg¨²n haya relaci¨®n de pareja, o no, entre v¨ªctima y perpetrador. Contra esta injusta discriminaci¨®n resulta urgente ampliar el tipo penal para que proteja no s¨®lo a las mujeres privatizadas, propiedad de sus parejas actuales o pasadas, sino tambi¨¦n a las mujeres libres y emancipadas sin emparejar, a las que la ley actual ignora dej¨¢ndolas a su suerte. Y adem¨¢s hay que mantener el concepto de violencia de g¨¦nero frente al eufemismo de violencia machista, para subrayar que estamos ante un problema no tanto cultural como estructural. Pues lo que mata no es el machismo (como tampoco mata el racismo o el islam) sino el g¨¦nero: es decir, la exclusi¨®n por sistema de la mujer (o del moro, el negro o el moreno) por el simple hecho de serlo.
Enrique Gil Calvoes catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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