El secreto er¨®tico de Berlanga
ERA SU SANTUARIO, un lugar cerrado con llave al que solo ¨¦l pod¨ªa acceder por una escalera de caracol desde su vestidor. Un estudio amplio y luminoso con grandes ventanales que se abren a una terraza circular que da al jard¨ªn de su vivienda, construida en los a?os sesenta, en una urbanizaci¨®n al norte de Madrid. Aqu¨ª, Luis Garc¨ªa Berlanga (Valencia, 1921-Madrid, 2010) se aislaba del mundo y se perd¨ªa en sus enso?aciones. No era su sitio de trabajo, para eso eleg¨ªa bares y cafeter¨ªas en los que se citaba con Rafael Azcona, pero pasaba horas y horas aqu¨ª, recuerda su hijo Jos¨¦ Luis, que, tras la muerte de su padre a los 89 a?os, fue descubriendo, at¨®nito, todos los tesoros que guard¨® a lo largo de su vida con extrema minuciosidad. Era su escondite preferido, en el que durante 30 a?os no se entr¨® a limpiar y al que, al final de su vida, algo debilitado y en silla de ruedas, Berlanga acced¨ªa por un salvaescaleras habilitado desde el piso inferior.
¡°los senos de la mujer son las furias que nos gu¨ªan por los senderos del amor¡±, dej¨® escrito berlanga a los 20 a?os.
El Pa¨ªs Semanal ha entrado en el refugio de Berlanga, el gran cronista de los espa?oles del siglo XX, y lo que ah¨ª ha encontrado no es solo una vida llena de sorpresas y maravillas, sino el relato de un pa¨ªs, una cultura y una filosof¨ªa. Adem¨¢s de dejar un legado cinematogr¨¢fico magistral, con pel¨ªculas como El verdugo, Pl¨¢cido, Bienvenido, Mister Marshall y tantas otras, ese hombre tierno y t¨ªmido que amaba el chocolate y los zapatos de tac¨®n de aguja fue atesorando, en este rinc¨®n de casi 150 metros cuadrados, un trozo de nuestra historia.
Aun estando cerrado a cal y canto, su hijo Jos¨¦ Luis consegu¨ªa colarse en ese lugar prohibido. Lo hac¨ªan ¨¦l y sus amigos, con 14 o 15 a?os, siguiendo el ejemplo que hab¨ªan le¨ªdo en los libros de Enid Blyton, la autora brit¨¢nica de la saga de Los cinco. Pasaban un cart¨®n por debajo de la puerta, empujaban la llave puesta en la cerradura por el interior del estudio y volv¨ªan a sacar el cart¨®n con la deseada llave. ¡°Era un para¨ªso. Encontr¨¢bamos todas las revistas pornogr¨¢ficas que estaban entonces prohibidas¡±, relata divertido Jos¨¦ Luis, el mayor de los cuatro hijos del cineasta y el ¨²nico que ha seguido sus pasos en la industria audiovisual.
Hoy, esa puerta est¨¢ abierta y es todo legal. Los tesoros er¨®ticos, que fueron creciendo desde entonces, siguen ah¨ª. El m¨¢s preciado sin duda, los 3.000 vol¨²menes ¡ªmuchos de ellos primeras ediciones y encuadernaciones art¨ªsticas¡ª dedicados en exclusiva a la literatura er¨®tica. Esta biblioteca estar¨¢ en breve a disposici¨®n del p¨²blico para consultar y descargar en una p¨¢gina web especial. De momento, la familia la est¨¢ mostrando a posibles compradores. Los libros, en espa?ol, ingl¨¦s, franc¨¦s y alem¨¢n, comparten espacio con unas 1.500 revistas pornogr¨¢ficas, como Playboy, Skin Two o Bondage Life. Tambi¨¦n con los t¨ªtulos de la colecci¨®n literaria La Sonrisa Vertical, que Berlanga dirigi¨® durante 15 a?os, y con objetos y juguetes sexuales como mu?ecas, un par de esposas de acero, unas bolas chinas o un cintur¨®n de castidad. Berlanga se gastaba el dinero en erotismo de papel. En los viajes, el cineasta callejeaba y siempre volv¨ªa con algo nuevo. Como el volumen 2146 de esta biblioteca, Eastern Shame Girl, un libro de relatos inspirados en la literatura china, todo un cl¨¢sico en la materia. En ocasiones se tuvo que comprar maletas para traerse todo lo adquirido.
La pasi¨®n de Berlanga por el erotismo era un juego m¨¢s que una pulsi¨®n. Eso asegura Marisol Carnicero, gran amiga y su directora de producci¨®n en La escopeta nacional, Patrimonio nacional y La vaquilla. A ella, que ten¨ªa 24 a?os cuando le conoci¨®, y a otras colegas les regalaba preservativos de colorines con cabezas de drag¨®n, cors¨¦s o zapatos de tac¨®n.
Apasionado del bondage, la pr¨¢ctica sexual en la que se utilizan cuerdas, preguntaba a las mujeres que conoc¨ªa de primeras si les gustaba que las ataran. ¡°Era una coraza frente a su timidez¡±, dice Carnicero. ¡°Mi padre, el menor de cuatro hermanos, creci¨® bajo el poder de su madre, una mujer poderosa con la que ya empez¨® a inventarse murallas¡±, explica el hijo, antes de contar c¨®mo en un viaje a Par¨ªs, en el que Berlanga y el productor Alfredo Matas fueron invitados a una org¨ªa sexual, los dos se pasaron la noche vestidos y sentados en un rinc¨®n, asustados, intentando que nadie advirtiera su presencia.
pulsa en la fotoEl cineasta pose¨ªa una colecci¨®n de unas 1.500 revistas dedicadas al erotismo y el bondage.Mat¨ªas Costa
Tan clave es el erotismo para comprender a Berlanga como la poes¨ªa o el dibujo. Fue un hombre pegado a un l¨¢piz. Aprovechaba cualquier papelito para hacer anotaciones. Hay poemas escritos en el reverso de las papeletas de Uni¨®n Republicana, el partido del que su padre fue congresista y diputado durante la II Rep¨²blica, y en albaranes de la empresa el¨¦ctrica Saltos de Pajazo, propiedad de su familia en Valencia. Hay un caj¨®n con cerca de 50 cuadernos escolares en el que guardaba un bloc cuadriculado con el t¨ªtulo Notas amorosas 1940-1941. Aqu¨ª aparecen los nombres de sus amadas de entonces. ¡°Los senos de la mujer son las furias que nos gu¨ªan por los senderos del amor¡±, dej¨® escrito a la edad de 20 a?os, poco antes de instalarse en Madrid.
El orden con el que Berlanga ten¨ªa todo guardado dice mucho de su personalidad. ¡°Demuestra que no era un caos, como cre¨ªa mucha gente¡±, asegura Marisol Carnicero, que ha sido, junto a Jos¨¦ Luis hijo, la descubridora y organizadora de este tesoro. Una jugosa colecci¨®n de credenciales desde 1936 hasta nuestros d¨ªas se divide en dos sobres peque?os, dependiendo de si el documento aportaba foto o no. Hay de todo: carn¨¦s de la Biblioteca Universitaria de Valencia (1938), un escrito del Sindicato Nacional del Espect¨¢culo de 1954 con el yugo y las flechas a la izquierda o un salvoconducto emitido por el gobernador civil para autorizar un viaje a Santander en junio de 1941. Tambi¨¦n recopilaba agendas telef¨®nicas, entradas de cine, invitaciones a festivales y todo su historial m¨¦dico.
Es especialmente tierna la carpeta dedicada a su estancia en un internado de Suiza al que fue enviado con 10 a?os debido a su endeble salud y en el que ¨¦l dec¨ªa (no se sabe si verdad o no) que hab¨ªa coincidido con el sah de Persia. Aqu¨ª se encontraban las cartas que el propio Berlanga mandaba desde all¨ª a su madre, Amparo Mart¨ª, fechadas en 1931 y 1932. Su presencia en la Divisi¨®n Azul (¡°sugirieron a la familia que se podr¨ªa condonar la pena a muerte de mi abuelo y la multa de un mill¨®n de pesetas de entonces si alguno de los hijos se apuntaba a la Divisi¨®n Azul y le toc¨® a mi padre¡±, explica Jos¨¦ Luis) ocupa una voluminosa caja de cart¨®n, junto a la solicitud de su ingreso en la Falange en la que apela a sus actos contra el marxismo y en favor del Movimiento Nacional. ¡°?l siempre reconoci¨® que fue falangista de primera hornada en Valencia. Al volver de la Divisi¨®n Azul, se le configura el pensamiento ¨¢crata, individualista y descre¨ªdo que le acompa?¨® de por vida¡±, a?ade su hijo.
El s¨¦ptimo arte, claro, ocupa un lugar primordial en estos recuerdos ocultos hasta ahora. Entrar en la correspondencia que guard¨® en este estudio es indagar tambi¨¦n en la historia del cine europeo del siglo XX. Hay intercambios de cartas con Federico Fellini, Ricardo Mu?oz Suay, Rafael Azcona y otros muchos. En este refugio, el proceso creativo de Berlanga se convierte en un libro abierto. Cada una de sus 18 pel¨ªculas realizadas tiene una o dos cajas, perfectamente identificadas. Dentro se encuentran los primeros tratamientos de las ideas que daban origen a los filmes, los diferentes repartos y actores posibles escritos a mano, el guion final y los cambios, las fotos del rodaje, la correspondencia mantenida con la Administraci¨®n, los informes a la censura de la ¨¦poca, las contestaciones de las direcciones generales prohibiendo tal o cual escena y centenares de datos de producci¨®n.
¡°Cuando la marquesa de Camprovin ¡ªa los 30 a?os, porque se cas¨® tarde¡ª estaba saliendo de cuenta de su primer y ¨²nico embarazo, su marido ¡ªy primo segundo¡ª, un hombre ejemplar, se fug¨® a Brasil con una golfa que le hab¨ªa trastornado la cabeza con sus malas artes. Traumatizada por la deserci¨®n del esposo, la marquesa concibi¨® un odio total por las dem¨¢s mujeres, se olvid¨® de los hombres, y se consagr¨® a mimar, proteger y sofocar al hijo¡¡±. As¨ª comienza La demolici¨®n, un guion escrito por Berlanga y Rafael Azcona que no pudo realizarse al ser prohibido por la censura en febrero de 1972. Este fue solo uno de los cerca de 40 proyectos o guiones in¨¦ditos que el director no pudo llevar a cabo.
Y dentro de ese mueble bajo de doble hoja, donde descansan tantas ideas fallidas, destacan las fotos de una jovenc¨ªsima Brigitte Bardot con 19 a?os. Fue en Cannes, en 1953, donde el cineasta present¨® Bienvenido, Mister Marsall. Entonces la vio en la arena de la playa durante una sesi¨®n fotogr¨¢fica. All¨ª mismo contact¨® con ella para que protagonizara Novio a la vista. Su participaci¨®n no fue posible, pero Berlanga guard¨® con primor las im¨¢genes de aquella chica enviadas a Madrid para el casting. ¡°Menos mal que mi padre ten¨ªa el s¨ªndrome de Di¨®genes¡±, se alegra Jos¨¦ Luis. Ese desmedido af¨¢n por guardar y no tirar nada ha sido providencial para entrar en el alma del cronista de esa Espa?a triste y gris del franquismo que ¨¦l llen¨® de esperpento y genialidades.
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