¡°Si no vendes tus tierras, las vender¨¢ tu viuda¡±
Montes de Mar¨ªa fue una de las zonas calientes del conflicto colombiano, que ocultaba una lucha por las tierras que los campesinos siguen sin resignarse a perder
¡°Si no vendes tus tierras, las vender¨¢ tu viuda¡±. El conflicto armado que ha asolado Colombia durante m¨¢s de medio siglo es muchas cosas. Entre ellas, una disputa entre campesinos y terratenientes por la propiedad del suelo. Los Montes de Mar¨ªa, un ¨¢rea del departamento de Bol¨ªvar donde esa frase se hizo famosa para amedrentar a los agricultores, es uno de los ejemplos m¨¢s palmarios de este fen¨®meno. Entre finales del siglo pasado y la primera d¨¦cada de este ha sido escenario de decenas de masacres que se han cobrado m¨¢s de 4.000 vidas, un n¨²mero indeterminado de violaciones y decenas de miles de desplazamientos forzosos.
Hoy en este territorio no se puede hablar de paz completa, pese a que las FARC dejaron las armas hace m¨¢s de un a?o y a que los paramilitares llevan tiempo sin sembrar el terror. No si por ella se entiende la ausencia de miedo, el poder caminar por las veredas, como suced¨ªa anta?o, sin temor a que algo malo ocurra, ser capaz de vivir de la tierra y sufragar con sus frutos el futuro de las siguientes generaciones. El conflicto ha dejado una herida en los Montes de Mar¨ªa que tardar¨¢ en cicatrizar.
El propio paisaje ha cambiado. Lo que antes era una despensa de la regi¨®n, plagada de terrenos cultivados por los campesinos, se ha convertido en lo que Miguel Fl¨®rez Garay, t¨¦cnico pecuario, denomina ¡°un desierto verde¡±. El monocultivo de palma aceitera se ha apoderado del territorio al mismo tiempo que los grandes empresarios compraban parcelas a precio de saldo a los campesinos, aprovechando que los mercenarios de las autodefensas contra las FARC los hab¨ªan echado de sus tierras.
Durante los a?os setenta y ochenta, la lucha campesina hab¨ªa logrado numerosos t¨ªtulos de propiedad para quienes la cultivaban. Pero esto se revirti¨® en la ¨¦poca m¨¢s dura del conflicto
?Casualidad? La opini¨®n generalizada entre los lugare?os es que no. Que la clave del conflicto en las ¨²ltimas d¨¦cadas no ha sido ideol¨®gica ni de seguridad, sino la apropiaci¨®n de las tierras. Durante los a?os setenta y ochenta, la lucha campesina hab¨ªa logrado numerosos t¨ªtulos de propiedad para quienes la cultivaban. Pero esto se revirti¨® en la ¨¦poca m¨¢s dura del conflicto, entre finales de los noventa y principios de los 2000. Lo asegura Wilmer Vanegas, l¨ªder campesino y enlace municipal con las v¨ªctimas en Mar¨ªa la Baja: ¡°Ten¨ªamos autonom¨ªa alimentaria y con el conflicto armado todo se pierde. No fue gratis: logr¨® que Montes de Mar¨ªa se llenara de grandes empresarios en detrimento de la econom¨ªa campesina. El temor pas¨® a ser que hubiera desplazamientos, pero no por la violencia, sino por la falta de comida¡±.
Jairo Barreto, l¨ªder campesino de Chengue, donde sucedi¨® una terrible masacre por parte de los paramilitares en 2001, relata c¨®mo era este proceso de apropiaci¨®n de tierras: ¡°Ha habido toda una estrategia de intimidaci¨®n. Iban, ubicaban a una persona que estaba en una ciudad pasando hambre, le ofrec¨ªan una suma que nunca antes hab¨ªan contado y vend¨ªa. Pero hab¨ªa campesinos resistentes. A ellos les empezaban a comprar alrededor, cerraban los caminos de servidumbre, por donde pasaban; el pozo, que era comunitario, se convert¨ªa en propiedad privada. Les iban cortando el agua, la movilidad y se ve¨ªan obligados a vender al precio que fuera¡±.
Esa es la historia de c¨®mo cientos de campesinos que tuvieron que huir de su casa por las masacres se quedaron sin lo que era su medio de vida. Fue la vuelta al statu quo previo a los a?os ochenta. El conflicto ha servido para volver a poner las cosas en su sitio: terratenientes cada vez m¨¢s poderosos, campesinos cada vez m¨¢s pobres. Este peri¨®dico ha intentado recabar, sin ¨¦xito, la versi¨®n de algunas de las grandes empresas que ahora cultivan palma en Montes de Mar¨ªa.
Vanegas estuvo en las negociaciones de La Habana, donde las FARC y el Gobierno colombiano se sentaron en un proceso que dur¨® a?os y que culmin¨® con el cese del fuego bilateral y definitivo entre el Estado y las FARC de 2016 y la entrega de armas, que se produjo el pasado junio. De all¨ª sali¨® ¡°euf¨®rico¡± con algunos de los acuerdos alcanzados, concretamente los que establec¨ªan que los campesinos iban a recuperar las tierras que se les hubieran despojado ileg¨ªtimamente. Pero el plebiscito que, por una exigua mayor¨ªa, rechaz¨® el acuerdo de paz en octubre del a?o pasado, puede poner todo esto en peligro. Los campesinos temen que las nuevas leyes de tierras no se ajusten a sus necesidades y que les condenen a una vida de miseria por culpa de una guerra en la que no tomaron parte. Curiosamente, muchas de las zonas m¨¢s duramente golpeadas por el conflicto votaron mayoritariamente por el s¨ª, por la reconciliaci¨®n y el perd¨®n, mientras que en algunas grandes ciudades donde muchos de sus habitantes ni siquiera lo vieron de lejos, triunf¨® el no.
Pero, como dice Pedro de la Rosa, miembro del espacio de Organizaciones de Poblaci¨®n Desplazada de Montes de Mar¨ªa, la paz no es algo que se firma en un papel: ¡°La paz se construye desde el territorio¡±. Forma parte del equipo de Comunicaci¨®n de esta asociaci¨®n, un grupo que trata de contar las historias silenciadas durante a?os desde dentro para que se repita en Montes de Mar¨ªa la vida que ten¨ªan hace 20 a?os. ¡°La gente se movilizaba por las monta?as y ni los perros les ladraban, pero hoy tenemos miedo hasta de la sombra. Porque los conflictos internos no son solamente FARC: nuestros compa?eros que fueron a la Habana a contar nuestros problemas fueron amenazados apenas llegaron¡±, relata.
Los campesinos reclaman esta presencia del Gobierno, no solo para asegurar la seguridad, sino tambi¨¦n para reconstruir todo aquello que se destruy¨®
No habr¨¢ paz hasta que los l¨ªderes comunitarios no puedan vivir tranquilos. Y, en Colombia, hoy por hoy no lo hacen. En la primera mitad de este a?o han sido asesinados 52. Aunque las FARC ya no matan, hay todav¨ªa a quien no le interesa que los campesinos luchen por sus derechos, por sus tierras, por llevar una vida digna. En los territorios que fueron protagonistas del conflicto de la guerrilla se ha pasado a esta violencia de menor intensidad. Seg¨²n Eduardo ?lvarez Vanegas, director del ¨¢rea de Conflicto y Negociaciones de Paz de la Fundaci¨®n Ideas para la Paz, las FARC construyeron unas fuentes de poder y gobernabilidad en lugares donde el estado ¡°jam¨¢s lleg¨®¡±. Al desaparecer la guerrilla, se crea un vac¨ªo de poder que otros movimientos aprovechan. ¡°Nuestro trabajo de campo ha mostrado que hay violencia que tiene que ver con las agendas que mueven los l¨ªderes comunitarios. Nos lo dicen: ¡®si denuncio, recibo la amenaza r¨¢pidamente¡¯. Pero tambi¨¦n hay otra oportunista: esos contextos tan fr¨¢giles son aprovechados para saldar viejas cuentas, venganzas, asuntos personales¡±, afirma Vanegas.
Los campesinos reclaman esta presencia del Gobierno, no solo para asegurar la seguridad, sino tambi¨¦n para reconstruir todo aquello que se destruy¨®. ¡°Toca entrar a que el Estado compre tierra o que la ley les quite esas tierras y entre a una bolsa para ser redistribuidas entre los campesinos que las perdieron¡±, reclama Barreto, el l¨ªder campesino. Pero no solo eso, las v¨ªctimas piden compensaci¨®n en forma de carreteras, hospitales, escuelas, servicios p¨²blicos que merecen como ciudadanos colombianos y de los que no disfrutan. ¡°Como desplazados no hemos sido escuchados como debemos ser, no tenemos agua potable, las calles son un desastre, hay mucha drogadicci¨®n. Lo que pedimos es que nos indemnicen, que nos arreglen el centro de salud, la casa de la cultura, el colegio para los ni?os¡¡±, pide Josefa Castillo, desplazada de su comunidad y l¨ªder comunitaria en Mar¨ªa la Baja.
En este municipio, con m¨¢s de 19.000 v¨ªctimas reconocidas, casi el 40% de la poblaci¨®n, se cre¨® la figura del enlace Municipal con las v¨ªctimas. La encarna Vanegas, que tuvo que abandonar su tierra dos veces por las amenazas y las masacres. Hoy su papel ha pasado del activismo a la institucionalidad para ir consiguiendo ¡°peque?os logros que pueden suponer una gran diferencia para los afectados¡±. Desde que hace un par de a?os lleg¨® a su puesto, se enorgullece de algunos, como aportar un servicio sanitario que pague los medicamentos a quienes sufrieron el conflicto o ayudarles en los funerales cuando se les muere un familiar. ¡°Se trata de que no sean revictimizados por su falta de recursos econ¨®micos¡±, cuenta.
Ser mujer, rural y en zona de conflicto
Una de las formas de sembrar el terror en el conflicto armado de Colombia fue usar el cuerpo de la mujer como campo de batalla. Violarlas era parte de las t¨¢cticas de guerra, otra forma m¨¢s de los paramilitares de hacerles saber a los campesinos que pod¨ªan hacer con ellos lo que quisieran si no se iban de sus tierras.
Ser mujer rural supone ya de por s¨ª una doble discriminaci¨®n en zonas tremendamente machistas. Las que adem¨¢s viven esta situaci¨®n en un lugar de conflicto, tienen un triple reto. En 2003, en plena guerra, naci¨® la Red de Mujeres Rurales Norte de Bol¨ªvar. "Hemos creado una hoja de ruta que las mujeres pueden seguir si son violadas o maltratadas. Antes si aparec¨ªa una mujer con marcas es que hab¨ªa sido golpeada por la cama o por la mesa, hoy eso se ha vuelto chistoso; ya la cama no golpea, la mesa no golpea¡ ellas lo tapaban por el temor. Ahora una maltratada por el marido lo denuncia, y si no lo hace ella, otra de la red puede hacerlo, antes eso era muy dif¨ªcil", explica N¨ªlida Ballesta, de 53 a?os, una de las integrantes de esta red apoyada por la ONG espa?ola Ayuda en Acci¨®n (que ha hecho posible la log¨ªstica para este reportaje).
Pero esta uni¨®n de mujeres en un entorno tan machista va m¨¢s all¨¢ de defenderse de las agresiones f¨ªsicas. "Nos juntamos para liderar un proceso donde podamos decidir, opinar y que no sean nuestros maridos los que lleven las riendas del hogar. Tenemos derecho, por la libertad de expresi¨®n, de oportunidades, de decidir", apunta Ballesta. Su compa?era Dubeth Ballesteros a?ade la importancia para ellas de lograr una independencia econ¨®mica: "Antes est¨¢bamos muy acostrumbrados a que el hombre dispusiera qu¨¦ se cocina, cu¨¢nto hab¨ªa para la comida. lleg¨® un momento en el que quer¨ªamos hacer nuestro aporte, tener para nuestros gastos, empezamos a ver que pod¨ªamos trabajar".
Desde que comenz¨®, la red fomenta peque?os emprendimientos, la venta de artesan¨ªa o la integraci¨®n de las mujeres en la agricultura. Algo que estaba reservado a los hombres, como recuerda Ballesteros: "Hab¨ªa unas ra¨ªces machistas que hasta nosotras apoy¨¢bamos. Mi mam¨¢, a la que yo quiero mucho, dec¨ªa: 'El hombre no est¨¢ para hacer comidas".
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