Fuimos a las fiestas de un pueblo inundado por un pantano
El de Alcorlo (Guadalajara) es uno de los m¨¢s de 800 embalses que proyect¨® Franco. Solo siguen en pie la ermita y el cementerio d¨®nde cada a?o celebran su festividad
¨CPor favor, guarden silencio, va a dar comienzo la Santa Misa.
A pesar de su meg¨¢fono, el sacerdote de San Andr¨¦s tiene dificultades para llevar al orden a su congregaci¨®n. No es de extra?ar: la mayor¨ªa de estas personas, casi todas mayores, solo se ven una vez al a?o. El pueblo en el que nacieron, Alcorlo, en Guadalajara, qued¨® ahogado por uno de los ¨²ltimos pantanos de Franco. Hoy se re¨²nen, como cada 24 de agosto, para celebrar su festividad.
¨C?Por favor, ya tendr¨¢n tiempo de hablar durante la comida!
Al lado del cura, a¨²n m¨¢s paciente, espera tambi¨¦n una imagen de San Bartolom¨¦, patr¨®n del pueblo. De su cuello y sus manos cuelgan varios racimos de uvas y bolsas de rosquillas, y a sus pies tiene una caja de galletas Cu¨¦tara. Son las ofrendas que las gentes de Alcorlo han hecho este a?o.
¨CPues a mi Joaquinillo ya le han hecho fijo en la empresa, ?qu¨¦ contento est¨¢!
Las se?oras desoyen las llamadas de atenci¨®n del cura. Tienen muchas cosas de las que ponerse al d¨ªa. A misa van principalmente las mujeres, la mayor¨ªa de los hombres prefieren quedarse fuera, al refugio de alg¨²n ¨¢rbol. Charlan de sus jubilaciones, de sus nietos, de si est¨¢ crecida el agua del pantano, y se interesan por tal o cual familiar ajeno. Se r¨ªen de viejas correr¨ªas: de aquel burro al que le pusieron un cardo borriquero en el culo y les peg¨® una coz, del primero que vino con moto al pueblo, de aquella ocasi¨®n en la que se le escaparon a uno las ovejas. Y ponen una mueca de fastidio cuando alguien les cuenta que tal o cual ya no acudir¨¢ m¨¢s a la fiesta.
¨CPronto no habr¨¢ nadie que venga a celebrar San Bartolom¨¦ ¨Cse lamentan.
Desde que el pantano inund¨® el pueblo en 1982, la fiesta se celebra en una ermita que construyeron al lado. Pero el pantano fue proyectado mucho antes y el pueblo, condenado a muerte, no adopt¨® ninguna modernidad durante a?os. Las casas no se reformaron, las calles no se asfaltaron, y sus habitantes fueron march¨¢ndose con la compensaci¨®n que les di¨® el Gobierno. Luego, cuando llegaron las excavadoras a destruir las casas de sus padres y abuelos, hubo alg¨²n conato de protesta. Pero junto a las excavadoras lleg¨® tambi¨¦n la Guardia Civil.
¨CEl pueblo acab¨® dejado de lado¡ Bueno, un d¨ªa vino un funcionario y puso un cartel en la fuente de que el agua no se pod¨ªa beber. ?Pero si llev¨¢bamos bebi¨¦ndola toda la vida! Y la seguimos bebiendo, claro.
Acabada la misa, los alcorle?os sacan al santo en procesi¨®n alrededor del cementerio, que est¨¢ adosado a la ermita. El camposanto es lo ¨²nico que se conserva del antiguo pueblo, adem¨¢s de la iglesia, que fue trasladada a Azuqueca de Henares. Les acompa?a una charanga: primero interpreta el himno nacional, y luego diversas composiciones f¨²nebres. El santo marcha, siempre con sus uvas y rosquillas, entre matas, piedras y tierra seca.
¨C?Viva Alcorlo! ?Viva San Bartolom¨¦!
¨C?Viva!
Tras la procesi¨®n llega la subasta, que siempre dirige Eulogio. Si el cura lo tuvo dif¨ªcil para callar a la concurrencia, ahora es a¨²n m¨¢s complicado: no hay autoridad divina a la que recurrir. Pero Eulogio insiste: primero subasta qui¨¦n llevar¨¢ al santo el a?o siguiente, y luego contin¨²a con las ofrendas. La primera bolsa de rosquillas puede llegar a los diez euros, especialmente si son hechas por alguna alcorle?a, pero la cuarta o la quinta a duras penas alcanza los tres euros.
¨C?Otra bolsa de rosquillas? ¨Cpregunta Eulogio con resignaci¨®n a su ayudante.
Todos los ingresos son para la asociaci¨®n Hijos y Amigos de Alcorlo, que mantiene la ermita y el cementerio. Tambi¨¦n recibe una ayuda del Ayuntamiento de La Toba, gestor del pantano, que paga la comida y la charanga, y que va acondicionando poco a poco el entorno.
¨CPoco nos dan para lo que se llevan ¨Cse queja un paisano.
El de Alcorlo es uno de los m¨¢s de 800 pantanos que proyect¨® Franco, todos con historias similares de desarraigo. Personas que han sido empujadas al exilio en mor del crecimiento econ¨®mico de su regi¨®n. Un sacrificio menor en beneficio de la naci¨®n, pero que ha dejado en carne viva su verdadera patria: la infancia.
¨CEl hermano de mi mujer se pasa toda la vida so?ando con su pueblo. Que qu¨¦ casas, que qu¨¦ r¨ªo, que en mi pueblo esto y lo otro¡ ?Pero si ya no existe, si est¨¢ debajo del agua!
Acabada la subasta, la charanga comienza a tocar pasodobles y alguna versi¨®n de Enrique Iglesias. Quien a¨²n puede baila entre el polvo y el sol, materia prima de estas gentes curtidas y afables. Van abriendo el apetito para la comida, que var¨ªa dependiendo del a?o y el servicio de c¨¢tering contratado. Los comensales tasan las viandas con ojo experto, como corresponde a los espa?oles de su edad.
¨CAy si hubi¨¦ramos pillado este jam¨®n en el pueblo, ?eh, Faustino?
Con la sobremesa viene la brisca y la rondalla. Los hombres cogen los instrumentos, sin que falte la botella de an¨ªs percutida con una cuchara, y las mujeres bailan y cantan. Jotas improvisadas, principalmente, interpretadas con la maestr¨ªa imperfecta del pueblo. Porque, como dice Ortega y Gasset, ¡°el arte espa?ol es maravilloso en sus formas populares y an¨®nimas ¨Ccantos, danzas, cer¨¢mica¨C y es muy pobre en sus formas eruditas y personales.¡±
¨CNo tengo envidia de nadie / aunque Alcorlo ya no existe / no tengo envidia de nadie / porque tocando la jota / no hay pueblo que nos iguale.
Cae la noche y los alcorle?os se despiden hasta el a?o siguiente. Alcorlo ser¨¢, mientras siga en la memoria de estos hombres y mujeres, la representaci¨®n de esa Espa?a rural y medieval que fue catapultada sin darse muy bien cuenta hacia la urbe y el futuro. Esa pen¨²ltima Espa?a que es expresi¨®n viva de la m¨¢xima cultura que posee: la de su Pueblo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.