El fracaso del nacionalismo catal¨¢n
El nacionalismo castellano, el vasco y el catal¨¢n han intentado sucesivamente imponer sus identidades y excluir a los disidentes. Su fracaso, v¨ªctima de sus excesos, permite vislumbrar una Espa?a abierta a la vez que plural
Los espa?oles han sufrido tres nacionalismos. Dos de ellos, el castellano y el vasco, ya han fracasado. El tercero, el catal¨¢n, lo est¨¢ haciendo a la vista de todos. A pesar de que sus portadores consideren sus diferencias irreconciliables, lo cierto es que los tres han cometido errores y excesos muy similares: aupados en relatos hist¨®ricos artificiales o deformados, en manos de sus elementos m¨¢s fanatizados, ante la inexistencia de frenos eficaces en la sociedad civil y vali¨¦ndose de la instrumentalizaci¨®n de las instituciones en apoyo de sus fines, han construido proyectos supremacistas basados en una pretendida superioridad cultural y moral. El resultado ha sido intolerancia con la diversidad, acoso a la pluralidad, exclusi¨®n de los diferentes y, en distintos grados, coacci¨®n y violencia contra los disidentes.
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El primero es un viejo conocido. El nacional-catolicismo, convertido en ideolog¨ªa oficial del franquismo, intent¨® la asimilaci¨®n cultural, ling¨¹¨ªstica e ideol¨®gica de los espa?oles. Para ello se vali¨® de un relato hist¨®rico-imperial sobre la grandeza de la naci¨®n; de una identidad primordial, la castellana, que asimil¨® a la espa?ola, expulsando a otras posibles identificaciones; unas instituciones pol¨ªticas y culturales autoritarias y represivas; y de una lengua, el castellano, que intent¨® imponer como ¨²nica. En su apogeo, suprimi¨® las instituciones hist¨®ricas de vascos y catalanes, prohibi¨® y persigui¨® sus lenguas y consider¨® como inferiores a los que ostentaban otras identidades.
Por fortuna, el empe?o de construir Espa?a desde el nacionalismo castellano fracas¨®. Y aunque los rescoldos de ese nacionalismo se aviven ocasionalmente y se hagan sentir en la negaci¨®n que la extrema derecha y sus seguidores medi¨¢ticos hacen de la pluralidad de lenguas e identificaciones que constituye Espa?a, la mayor¨ªa de los castellanoparlantes parecen estar vacunados contra el nacional-catolicismo, han abrazado la naci¨®n pol¨ªtica democr¨¢tica y descentralizada consagrada en la Constituci¨®n del 78 y sustituido o diluido el etnicismo castellano por un sano europe¨ªsmo con el cual tambi¨¦n se sienten identificados tanto pol¨ªtica como culturalmente.
El franquismo vacun¨® a los espa?oles contra el nacional-catolicismo y europeiz¨® su identidad
El segundo de los nacionalismos espa?oles, el vasco, tambi¨¦n se encuentra en fase de sano repliegue. Aunque su demanda de recuperaci¨®n de los derechos, instituciones, autogobierno y lengua suprimidos por el franquismo estaba m¨¢s que legitimada hist¨®rica, cultural y pol¨ªticamente, el nacionalismo vasco fue usurpado por la confluencia de dos fuerzas que lo hicieron degenerar hasta convertirlo en una ideolog¨ªa excluyente y chovinista. Por un lado, su legitimidad se vio erosionada por el supremacismo racista subyacente en los postulados de Sabino Arana, del que emanaba un desprecio hacia los otros pueblos de Espa?a y un complejo de superioridad moral y cultural que en poco se diferenciaba del nacional-catolicismo franquista. Por otro, y de forma m¨¢s grave, el nacionalismo vasco qued¨® tocado moralmente por la justificaci¨®n del terrorismo que la izquierda abertzale deriv¨® de la fusi¨®n de nacionalismo y marxismo-leninismo revolucionario. Convertido en un pretendido movimiento de liberaci¨®n nacional que se val¨ªa de la violencia terrorista y el asesinato pol¨ªtico, esa degeneraci¨®n nacionalista, por suerte superada hoy, logr¨® la cruel paradoja de convertir esa versi¨®n extrema del nacionalismo vasco en una amenaza para la democracia, vida y libertades de los espa?oles. De ah¨ª el repliegue hacia posiciones que, hoy, sin renunciar a la independencia como objetivo pol¨ªtico, rechazan la violencia como medio para la consecuci¨®n de un Estado vasco y aceptan el m¨¦todo democr¨¢tico como ¨²nica fuente legitimadora de la acci¨®n pol¨ªtica.
Nuestro tercer nacionalismo espa?ol, el catal¨¢n, tampoco es ajeno a esta din¨¢mica de auge y ca¨ªda. Forjado sobre un relato hist¨®rico que ensalza la trayectoria de un pueblo noble y sabio a la vez que trabajador y honrado, dotado de una supuesta tradici¨®n democr¨¢tica anclada en el medioevo pero suprimida a sangre y fuego, y amante de la libertad y el autogobierno, el nacionalismo catal¨¢n ha estado a punto de construir el nacionalismo perfecto. Y no solo por razones sentimentales, sino de eficacia: el ¨¦xito econ¨®mico catal¨¢n se ha sumado a la generosa y ejemplar labor de integraci¨®n cultural y ling¨¹¨ªstica de los inmigrantes, que lejos de diluir la identidad catalana la ha reforzado. Pocas identidades nacionales han sido tan abiertas e incluyentes y a la vez tan exitosas a la hora de construir un modelo de integraci¨®n.
El secesionismo catal¨¢n ha ca¨ªdo en la tentaci¨®n del supremacismo moral y cultural
Ese ¨¦xito sin paliativos ha desencadenado una tentaci¨®n ruinosa: la de, v¨ªctima de la soberbia, jugarse la convivencia y el ¨¦xito econ¨®mico para dotarse de un Estado propio sobre el que construir, por fin, una naci¨®n pol¨ªtica. Y ah¨ª es donde el nacionalismo catal¨¢n se ha resquebrajado. Como ocurri¨® con los otros dos nacionalismos, algunos han concluido que el fin superior de culminar el proyecto nacional justificaba retorcer los medios para lograrlo. Y pertrechados de la certeza de la superioridad moral de su causa est¨¢n destruyendo o dispuestos a destruir todo lo bueno y sano que ese nacionalismo hab¨ªa alumbrado, poniendo en entredicho una convivencia ejemplar, sembrando la divisi¨®n entre catalanes buenos y malos y de primera y de segunda, instrumentalizando las instituciones, convirtiendo la lengua de todos en una lengua nacional, subvirtiendo la pluralidad de los medios p¨²blicos y aceptando como natural un discurso supremacista de tintes etnicistas y racistas (los espa?oles, vagos, atrasados y fascistas, nos roban y oprimen).
Pareciera que del ruido y furia del desaf¨ªo secesionista se dedujera la inminencia del triunfo de su proyecto. Pero el fracaso del nacionalismo catal¨¢n es ya evidente. Igual que sus predecesores castellano y vasco, se han situado en una coyuntura en la que el deseo de culminar el proyecto nacional con un Estado propio lleva a anteponer independencia a democracia y pensar que el fin, moralmente superior, justifica medios ilegales y antidemocr¨¢ticos. Como los otros nacionalismos, ni vencer¨¢ ni convencer¨¢. Y una vez constate su fracaso, se replegar¨¢ ¡ªesperemos¡ª hacia posiciones compatibles con la democracia y la convivencia.
Concluyamos con optimismo que este triple fracaso, forjado sobre los excesos de cada nacionalismo, es una buena noticia, ya que permite vislumbrar la resoluci¨®n de un problema hist¨®rico ¡ªla pugna entre diferentes proyectos nacionales dentro del pa¨ªs¡ª y la consecuci¨®n, por fin, de una naci¨®n pol¨ªtica plenamente compatible con la diversidad de identidades. Quiz¨¢ no hayamos ca¨ªdo en la posibilidad de que el triunfo del proyecto de construir una Espa?a plural en la que quepamos todos con nuestras identidades, lenguas y tradiciones culturales requiera del fracaso sucesivo de los tres nacionalismos espa?oles. Una Espa?a resultado de la domesticaci¨®n de tres nacionalismos seguramente ser¨¢ m¨¢s habitable que la que hemos conocido hist¨®ricamente, incluso puede que refleje de forma m¨¢s sincera y verdadera la aut¨¦ntica identidad de Espa?a como un pa¨ªs plural. Demos pues la bienvenida a nuestros amigos al grupo de los nacionalismos fracasados. Si la Europa comunitaria se ha creado sobre el fracaso de sus nacionalismos, ?por qu¨¦ Espa?a no?
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