Vivir sin un ¡°te quiero¡±
En Am¨¦rica Latina, decenas de miles de ni?as dan a luz cada a?o. Algunas, v¨ªctimas de abuso y explotaci¨®n sexual, como estos casos en Paraguay
Dentro de diez a?os, dice Soledad, si nos volvemos a ver, haremos la entrevista en su propia casa. En la suya, de verdad. Y no en esta biblioteca que nos presta el proyecto Camsat (Centro de Ayuda Mutua Salud Para Todos), en una zona de Los Ba?ados de Asunci¨®n, el barrio donde habita Soledad junto a 120.000 vecinos, expuestos cada invierno a las crecidas del r¨ªo Paraguay. Muchos, como ella misma, han pasado hasta dos a?os en refugios precarios. Pero esta vez, el r¨ªo no fue la causa de que la entrevista se hiciera en un lugar distinto al de la casa que comparte con su pareja y su cu?ada.
A sus 21 a?os (su primer embarazo fue a los 16) ya ha vivido una larga historia de resistencia. La acaban de inscribir en el censo de familias que ha llevado a cabo Camsat. No incluyeron a su pareja ni a su cu?ada. Puede que le asignen una vivienda unifamiliar, de entre las primeras 1.600 que se levantar¨¢n de aqu¨ª a ocho a?os. Es parte del proyecto de ampliaci¨®n del paseo fluvial de Asunci¨®n (La Costanera). Para ello, se tiene que elevar el terreno varios metros y realojar a la gente de las zonas inundables del r¨ªo.
Para Soledad, lo m¨¢s parecido a una casa propia fue la chabola en la que se refugi¨® de la crecida del r¨ªo durante dos a?os, en 2014 y 2015. El invierno convierte la vida de los ba?adenses en un infierno de incertidumbres. Ella estuvo all¨ª con sus dos hijos. El padre de estos tuvo que irse a una zona m¨¢s alejada. Y entonces s¨ª, ella se sinti¨® a salvo. No s¨®lo del r¨ªo.
Pero ahora, ha tenido que volver a la casa, donde es v¨ªctima de la brutalidad de su pareja, cuando est¨¢ bajo los efectos de la droga (crac, principalmente) y de los desequilibrios de su cu?ada. Entonces, ?Por qu¨¦ volvi¨® all¨ª?
¡ªNo ten¨ªa otro sitio adonde ir.
En Paraguay, m¨¢s de 600 ni?as, entre 10 y 14 a?os, quedan embarazadas cada a?o
De ni?a sufri¨® abusos y explotaci¨®n sexual. De esa ni?a, le ha quedado la voz aguda y la mirada brillante. Persisten en ella desarmando al que la escuche. O son los restos que a¨²n guarda de una larga historia de resistencia. De complexi¨®n menuda, hoy ha venido con un jersey negro, abierto, que se cruza en forma de abrazo. Hace fr¨ªo. Calza chanclas de goma, sin calcetines. El pelo recogido con una pinza azul, como si hubiera tenido que salir a por un mandado r¨¢pido.
En Am¨¦rica Latina, uno de cada tres embarazos se producen en menores de edad. Algunos llegan a las pantallas porque han sido v¨ªctimas de violaciones intrafamiliares. Inmediatamente despu¨¦s, casi todos pasan al olvido.
El aborto sigue totalmente prohibido en pa¨ªses como El Salvador o Nicaragua, aunque se practica ilegalmente. En otros, como en Paraguay, s¨®lo se ejerce cuando hay riesgo inminente de muerte materna en el parto, que precisamente es una de las principales causas de mortalidad en adolescentes latinoamericanas. En casos, como el de la ni?a de 10 a?os, apodada Mainumby, que sali¨® a la luz p¨²blica hace dos a?os, no se aplica, a pesar de haber sido v¨ªctima de la violaci¨®n de su padrastro.
Soledad naci¨® en una familia de 11 hermanos. Nunca vivi¨® con su padre. Su madre compart¨ªa casa con otro hombre hasta que ella muri¨® a los 41 a?os, a causa del VIH/sida.
¡ªA mi mam¨¢ le contagi¨® el virus el hombre con el que viv¨ªa. Yo no lo quer¨ªa mucho. Ahora ¨¦l est¨¢ preso por violencia contra su otra mujer.
¡ª?Por qu¨¦ no lo quer¨ªa?
¡ªPorque cuando mi mam¨¢ estaba dormida, ¨¦l me tocaba.
¡ª?Fue el primer abuso que recuerda?
¡ªNo. A los nueve a?os, me acuerdo de que no ten¨ªamos agua aqu¨ª en Los Ba?ados. Me tocaba ir a recogerla a un surtidor. El due?o me daba 2.000 guaran¨ªes (30 c¨¦ntimos de euro aproximadamente) si me dejaba tocar. Entonces yo le llevaba el dinero a mi mam¨¢. Le contaba que me lo hab¨ªan regalado.
¡ª?Nunca le dijo la verdad?
¡ªNo¡ Cuando hab¨ªa fiestas yo sal¨ªa con hombres que tambi¨¦n me daban plata. Y se lo regalaba a ella. Se pon¨ªa muy contenta. Yo creo que s¨ª se daba cuenta, pero nunca se lo dije.
¡ª?Cree que ella hizo algo parecido para mantener a la familia?
¡ªS¨ª.
¡ª?La quer¨ªa?
¡ªS¨ª.
¡ª?La echa de menos?
¡ªS¨ª.
Con 11 a?os, su madre la envi¨® a trabajar a un bar regentado por su t¨ªa. All¨ª se encargaba de atender directamente a los clientes. Los hombres se la llevaban. Soledad lo cuenta diciendo que ¡°se iba con ellos, escap¨¢ndose de su t¨ªa¡±.
¡ªEntonces, estudiaba tercero de Primaria. Y nunca m¨¢s regres¨¦ al colegio.
¡ª?Le gustar¨ªa seguir estudiando?
¡ªYa perd¨ª la esperanza de estudiar. Con dos hijos y sin familia ac¨¢, sin trabajo¡
Seg¨²n la campa?a Ni?as, No Madres, lanzada el pasado a?o por Amnist¨ªa Internacional, entre otras organizaciones, en Paraguay, el 19% de las embarazadas entre los 15 y los 19 a?os ha dejado de estudiar. En otra zona del Ba?ado vive Loida, de 17 a?os y con un segundo embarazo (el primero a los 12). Con el pelo alisado y brillante, vestida de domingo, en un aula de clase, asegura que no abandonar¨¢ los estudios, cueste lo que le cueste. Al igual que Soledad, vive junto al r¨ªo y se ha tenido que refugiar de este varias veces. Pero a diferencia de Soledad, ha contado con el afecto de su familia y tambi¨¦n de su pareja. Adem¨¢s, tiene el apoyo de la Asociaci¨®n Mil Solidarios y su Centro de Atenci¨®n Familiar (CAFA), financiado en parte por la fundaci¨®n del grupo empresarial Vierci.
Gracias a CAFA, donde se atiende a 60 ni?as madres con apoyo escolar, formaci¨®n y atenci¨®n psicosocial, explica Soraya Bello, coordinadora de Mil Solidarios, estas j¨®venes no dejan de estudiar, lo que es clave, no s¨®lo para su formaci¨®n, sino para su propia autoestima y desarrollo. Con el aporte de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n y de la Diputaci¨®n de Huelva, se han llegado a atender hasta 120 madres adolescentes. Pero con los recortes de los fondos, han reducido la poblaci¨®n de beneficiarios.
Soledad no tuvo los apoyos de Loida para afrontar sus embarazos precoces. Antes de los 15 a?os, cuando volvi¨® con su madre, tras haber sido v¨ªctima de abuso y explotaci¨®n sexual en el bar de su t¨ªa, empez¨® a consumir crac. Los hombres la llevaban a moteles, casas del barrio o a la misma calle.
¡ªTambi¨¦n estaban los hombres del r¨ªo. Navegantes que cuando dejaban los barcos en los astilleros, nos llevaban en lanchas por el r¨ªo. ?bamos en grupos de cuatro o cinco muchachas. All¨ª gan¨¢bamos m¨¢s.
Una vecina de Soledad vive junto a un astillero. Prefiere que le llamemos Caterina. No quiere que se conozca su nombre verdadero. El r¨ªo lame la entrada de su casa. Es un cuarto hecho con restos de un refugio, que tambi¨¦n podr¨ªan ser los de un naufragio: maderas, chapa, pl¨¢sticos. Tiene 19 a?os. Dice que lo mejor que le pas¨® en la vida fueron los cinco a?os que permaneci¨® en un albergue para muchachas en riesgo de explotaci¨®n sexual, que regentaba la organizaci¨®n Luna Nueva. Caterina entr¨® all¨ª con nueve a?os porque su padrastro intent¨® abusar de ella y de su madre.
En Paraguay, el 19% de las embarazadas entre los 15 y los 19 a?os ha dejado de estudiar
Raquel Fern¨¢ndez, coordinadora de Luna Nueva, explica que el albergue funcionaba con un modelo de atenci¨®n a largo plazo y con un presupuesto de unos 200.000 euros anuales y se mantuvo hasta 2012. Fue apoyado en parte por la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n. ¡°Pero el Estado paraguayo no asumi¨® el modelo. En cambio, el gobierno abri¨® un centro temporal para v¨ªctimas de trata. A nosotros nos result¨® inviable continuar con el albergue¡±.
Soledad cambia la conversaci¨®n y habla de las drogas. De c¨®mo se inici¨® en ellas, motivada, ¡°no forzada¡±, dice, por una amiga que consum¨ªa cigarrillos y crac. Pero quiere que se sepa que lo dej¨®, despu¨¦s de la muerte de su madre. Y habla tambi¨¦n de sus hijos, de cuatro y dos a?os. El peque?o los cumple en julio. Los dos son del mismo hombre, con el que tuvo que volver.
¡ª?Ahora le sigue maltratando?
¡ª(Largo silencio. Desv¨ªa la mirada). Antes, cuando no ten¨ªa hijos, era peor.
¡ª?No hay ninguna persona a la que pueda recurrir, o alguien que le haya mostrado cari?o?
¡ªYo nunca recib¨ª cari?o¡ De chica, ¨¦ramos muchos hermanos en la casa, y mi mam¨¢ estaba muy ocupada. Ella nunca me dijo que me quer¨ªa. Tampoco de los hombres lo escuch¨¦. No tuve jam¨¢s una pareja que me tratara bien. Todo era por plata o por droga.
¡ª?C¨®mo cree que estas circunstancias afectan a sus hijos?
¡ªEl m¨¢s grande se fija demasiado en lo que hace su pap¨¢. Cuando est¨¢ con otros ni?os, presume de ¨¦l porque su ¡°pap¨¢ es fuerte y le pega a su mam¨¢¡±. As¨ª dice. Cuando intento explicarle que eso no est¨¢ bien, me amenaza con decirle a su pap¨¢ para que me pegue. Es como si creyera que es el padre de los dos.
¡ª?En qu¨¦ piensas despu¨¦s de sufrir violencia?
¡ªCuando el pap¨¢ de mis hijos me pega, creo que es porque yo misma no me valoro. Y me digo que lo resisto por mis hijos, porque no tenemos adonde ir. Hay personas que me dicen que no les hago ning¨²n bien as¨ª. Yo lo s¨¦, lo s¨¦, pero ninguna de ellas me dice ¡°ven¨ª, te voy a abrir las puertas¡±. Al final, haga lo que haga, es malo.
¡ª?Qu¨¦ te gustar¨ªa que pensaran sus hijos de vos cuando sean mayores?
¡ªQue fui una mujer valiente. Que no me dej¨¦ caer. Que aunque consum¨ª drogas, tambi¨¦n pude dejarlas. Que aunque me golpearon, sal¨ª adelante por ellos.
Soledad se mantiene ahora con una peque?a ayuda del proyecto de Camsat, donde recibe cursos de cocina, panader¨ªa y peluquer¨ªa. Quiere hacer de ello un medio de subsistencia.
¡ªImag¨ªnese que nos vemos dentro 10 a?os, aqu¨ª. Permiso para so?ar. ?Qu¨¦ le gustar¨ªa que hubiera pasado?
¡ªDentro diez a?os, cuando le vea, le quiero contar que estoy feliz porque mis hijos estudian y tengo mi propia casa.
¡ª?Cree que este a?o habr¨¢ m¨¢s inundaciones?
¡ªNo s¨¦. No quiero pensar en m¨¢s problemas¨C contesta ahora con un poco de prisa, antes de marchar.
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