Una se?al en el desierto
En torno al Lago Chad, al horror de la huida se suma la necesidad urgente de alimentos
Cuando nos presentan, Dariya quiere ense?arme dos lugares: su nueva casa, y la tumba de su hijo. As¨ª, al amanecer, caminamos en silencio hacia un lugar donde no se ve ninguna se?al, ninguna marca. Pero cuando llega al punto exacto, Dariya se encoge sobre s¨ª misma y llora. Sus l¨¢grimas son la se?al. Aqu¨ª enterraron al hijo perdido.
Ella y su marido, Adam, sienten el dolor y tambi¨¦n la responsabilidad de no haber podido hacer m¨¢s para salvarlo. La familia huy¨® de Kaiga, en la regi¨®n del Lago Chad, junto a sus tres hijos. Apenas pudieron llevarse un burro, en el que montaron a los ni?os para llegar hasta el lugar en el que viven desde hace m¨¢s de un a?o.
Llevan 13 meses en un asentamiento muy precario en medio del desierto en la regi¨®n de Manara. Son v¨ªctimas del conflicto generado por las incursiones del grupo yihadista Boko Haram y las operaciones militares del ej¨¦rcito chadiano para derrotarlo. Los episodios violentos empezaron en Nigeria y se han extendido a N¨ªger, Chad y Camer¨²n, provocando una de las mayores crisis humanitarias de ?frica. Cientos de miles de personas privadas de seguridad, de sus casas, de la pesca o la agricultura que les permit¨ªan vivir a la orilla o en las islas del lago.
Aqu¨ª est¨¢n ahora, en medio de ninguna parte, en un desierto amenazador en el que cuesta encontrar alguna esperanza. No hallo el modo de decirle a Dariya y Adam que no. Que no podr¨ªan haber hecho m¨¢s para salvar a su hijo. Todo lo que les pasa, todo lo que est¨¢n sufriendo, queda muy lejos de su propia responsabilidad. Pero s¨ª que hay responsabilidades, y es urgente que las partes del conflicto y otros pa¨ªses las asuman cuanto antes, para acabar con la tragedia de estas personas inocentes.
Cientos de miles de personas privadas de seguridad, de sus casas, de la pesca o la agricultura que les permit¨ªan vivir a la orilla del lago o en las islas
Atravesando el desierto, aparecen unas estructuras esquel¨¦ticas redondeadas. Varias personas se esfuerzan en crear algo parecido a carcasas de ballenas en medio del desierto. Con nudos y palos crean estos lugares inestables que apenas pueden protegerlos. Son refugios que no refugian, que intentan forrar con pedazos de tela, bolsas de pl¨¢stico. Una radiograf¨ªa de la fragilidad. Y al mismo tiempo, muestran la dignidad de quienes los construyen: la voluntad de crear una vida nueva, de ayudarse y colaborar para crear una casa y un pueblo donde no hay nada.
Pero un a?o en el desierto es demasiado. Al llegar, compartieron lo que hab¨ªa. Pero cada vez hab¨ªa menos y tuvieron que vender el burro. Mohamad, con 6 a?os, fue debilit¨¢ndose hasta que falleci¨®. El enfermero les dijo que no era una enfermedad. Era hambre.
En los brazos de Adam y Dariya se adivinan perfectamente sus huesos. Ellos apenas comen, el poco alimento que consiguen es para los ni?os. Han inventado nuevas recetas, como pur¨¦s, que sacan de la c¨¢scara no comestible de los cereales que ya no tienen. Siento que para ellos el hambre es una herida de guerra, como la intimidaci¨®n, las balas, los machetes, los abusos, los saqueos¡
Aqu¨ª no hay ning¨²n referente, nada a lo que agarrarse, ni una escuela, ni una autoridad, ni nadie que les d¨¦ algo de seguridad. Cuando les pregunto por su vida anterior, la recuerdan como una maravilla. La realidad es que ya eran muy pobres. Pero no es lo mismo vivir al borde de un lago, tener pesca y agua para cultivar, que quedarse a 40 kil¨®metros, varados en el desierto.
Siento que para ellos el hambre es una herida de guerra, como la intimidaci¨®n, las balas, los machetes, los abusos, los saqueos¡
Antes ten¨ªan casas firmes, de ladrillos de barro y techo de paja, que no volaban con el viento. Ahora esto es todo lo que pueden construir. Un nido para protegerlos despu¨¦s de tanta p¨¦rdida. Un punto de apoyo para tratar de sobrevivir. A apenas 20 minutos en coche, en Tataverom, encontramos a otras familias que est¨¢n m¨¢s asentadas. Vemos la estructura de la casa terminada, vemos c¨®mo F¨¢tima protege con paja y una gran tela esa estructura precaria, que ya no lo parece tanto.
Entramos a una de las caba?as, donde Th¨¦r¨¦se alimenta a su beb¨¦. La tristeza de su mirada se explica cuando comienza a contarnos su historia. Th¨¦r¨¦se fue forzada a huir con su marido e hijos y a vivir en una isla bajo el r¨¦gimen de Boko Haram. Meses despu¨¦s huy¨® en una canoa por el lago, embarazada y con su hijo m¨¢s peque?o. Regres¨® a su pueblo natal, junto a su padre y madre. Hoy, vive en una choza en la periferia de la comunidad de Tataverom, sufriendo cada d¨ªa por la parte de su familia que ha quedado atr¨¢s.
Antes de la crisis, en esta zona des¨¦rtica hab¨ªa peque?as comunidades, a las que, de golpe, llegan 100, 200 o 1.000 personas, huyendo desesperadas de las islas o de la orilla del lago. Todo lo que hab¨ªa aqu¨ª antes ¡ªlos pozos, los cultivos...¡ª es insuficiente. Aun as¨ª, las mujeres intentan seguir una rutina: buscar agua, preparar comida, cuidar de los ni?os.
En los pa¨ªses afectados hay ahora mismo 200.000 ni?os en grave riesgo. Es muy importante detectar estas comunidades que se encuentran en estados de precariedad extrema. Mis compa?eros de Oxfam trabajan constantemente para aportar recursos que beneficien a toda la comunidad, para que puedan integrar a las personas que llegan y no poner en riesgo la supervivencia com¨²n: sistemas de agua, dinero para que puedan comprar alimentos en los precarios mercados locales, y estimular la peque?a pero valiosa producci¨®n que existe¡
Es dif¨ªcil contemplar este desierto con esperanza. Pero al mismo tiempo, creo que hay mucho que podemos hacer desde lejos para acabar con este terrible sufrimiento. Y salvar las vidas de estas personas?¡ªni?as y ni?os, j¨®venes, madres y padres¡ª que hoy est¨¢n mirando el paisaje m¨¢s dif¨ªcil.
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