?Hora de devolver competencias al Estado?
En Espa?a ha sido un tab¨² y es hora de quit¨¢rnoslo de encima
Era inevitable: a cada reclamaci¨®n nacionalista segu¨ªa la exigencia general en el resto de Espa?a de evitar agravios con otras comunidades. Administrativos, pol¨ªticos y simb¨®licos. Si una comunidad dec¨ªa en su reformado estatuto ser ¡°una naci¨®n¡± y reclamaba gestionar m¨¢s IRPF, la vecina no se quedaba atr¨¢s y lo exig¨ªa tambi¨¦n, en una mezcla confusa entre el temor a una merma de recursos y el ultraje emocional. No importaba que uno se definiera como socialista, conservador, liberal e incluso antinacionalista, el caso es que si el vecino con chapela o barretina ped¨ªa X, t¨² no eras menos. No eras nacionalista, pero tampoco tonto. El caf¨¦ para todos, aunque prefirieras t¨¦.
Si esto tuvo sentido alguna vez ¨Cy lo tuvo¨C, ha dejado de tenerlo. La sana competici¨®n federalista hace muchos a?os que est¨¢ pervertida en Espa?a, donde no transcurre por los cauces del disenso t¨¦cnico sino por la ¡°alerta temprana¡± ante lo que hace o pide el nacionalismo catal¨¢n o vasco. Se recuerda estos d¨ªas el papel de los andaluces en nuestra descentralizaci¨®n, que presionaron para evitar discriminaciones en los primeros a?os de nuestra democracia recobrada para darnos una autonom¨ªa equiparable a la de las nacionalidades hist¨®ricas. Caricaturas interesadas aparte, el paso de Andaluc¨ªa del subdesarrollo al bienestar europeo en apenas una generaci¨®n avala esta actitud. La causalidad o la correlaci¨®n ser¨¢ m¨¢s fuerte o m¨¢s d¨¦bil, pero el paso del sur de Espa?a a la modernidad se dio con esta descentralizaci¨®n. Por eso es comprensible que, ante un cuestionamiento (nacionalista o jacobino) de este esquema, el gobierno andaluz, el extreme?o o el castellano-manchego, saquen los anticuerpos.
El PSOE en general, y el andaluz en particular, est¨¢n orgullosos de este movimiento en pro de una igualdad que hoy se pone en cuesti¨®n. Es uno de los logros que reclama con justicia en m¨ªtines y discursos, y pocos se han atrevido a cuestionarlo, a izquierda y derecha. El 28 de febrero es el d¨ªa de Andaluc¨ªa en conmemoraci¨®n del refer¨¦ndum de 1980 que ratific¨® la v¨ªa auton¨®mica de la que disfrutaban las as¨ª llamadas nacionalidades hist¨®ricas. M¨¢s de treinta a?os despu¨¦s, en cambio, el contexto es tan distinto que el PSOE (y, de nuevo, especialmente el andaluz) deber¨ªa reflexionar sobre la contribuci¨®n que debe hacer ahora en Espa?a. Tanto en su aspecto administrativo como identitario.
En cuanto a las fr¨ªas competencias y la gesti¨®n, si tras cuarenta a?os de dictadura centralista ¨Cy culturalmente homogeneizadora¨C la descentralizaci¨®n tuvo sentido, ?no lo tiene en la misma medida que nos replanteemos ahora las ventajas y los inconvenientes de la distribuci¨®n territorial del poder tras la innegable y ponzo?osa hipertrofia reivindicativa y ultrajada de nuestras subunidades pol¨ªticas?
En Espa?a ha sido tab¨² el debate sobre potenciales devoluciones de transferencias al Estado. Solo han tenido legitimidad moral y medi¨¢tica las cesiones de competencias y poderes desde el Estado hacia abajo (autonom¨ªas) o hacia arriba (UE), independientemente de estudios y an¨¢lisis en los que pudi¨¦ramos ponderar si conven¨ªa que determinada pol¨ªtica fuera gestionada por una administraci¨®n u otra.
Es hora de quitarnos esa limitaci¨®n intelectual y pol¨ªtica de encima, y el PSOE tiene un papel importante que jugar para relegitimar el debate sobre Espa?a. El peso de este complejo en gran parte de la izquierda ya no tiene sentido. No podemos limitar nuestro pensamiento al de aquellos que no s¨®lo contra Franco viv¨ªan mejor, sino que no saben vivir sin sacar a pasear al fantasma de Franco y est¨¢n pol¨ªticamente a gusto en ese marco.
Quiz¨¢ es momento de hacer ver que hay posiciones pol¨ªticas centralistas democr¨¢ticas ¨Ctan antifranquista como los que m¨¢s¨C, jacobinos que defendemos el federalismo como opci¨®n de consenso en una sociedad plural, no como nuestro ideal. La Espa?a democr¨¢tica nunca ha sido inflexible, irreformable e insensible, pero los propios espa?oles parecemos haber asumido que s¨ª.
No se trata de contraponer un reencontrado nacionalismo espa?ol a otro catal¨¢n o vasco, sino de contribuir a mantener la gesti¨®n p¨²blica en marcos completamente ajenos a la inflamaci¨®n emocional. Y precisamente evitar as¨ª el nacionalismo espa?ol. Si no se es nacionalista, hay que dejar de imitarlos, empezando por las cosas que reivindicamos. Ser¨ªa esperable que socialdem¨®cratas, liberales o conservadores que gestionan o influyen en autonom¨ªas rechazaran la asunci¨®n de cualquier competencia si solo hay beneficios simb¨®licos para reparar supuestos agravios con el vecino. O que no exigieran definiciones como naci¨®n o nacionalidad, aduciendo abiertamente que buscan construir Europa y porque adem¨¢s ya se dispone una nacionalidad de un pa¨ªs democr¨¢tico. La escalada de agravios pol¨ªtico-identitarios con efectos administrativos tiene que terminar, y el debate p¨²blico volver a la racionalidad (y a la modernidad).
Que lo simb¨®lico es lo esencial en el conflicto queda claro en la irrelevancia de los argumentos objetivos contra el secesionismo. La salida de la UE, el da?o econ¨®mico, el desgarro familiar. Nada funciona, porque contrapone una raz¨®n a una emoci¨®n, y ni se encuentran. Ceder en lo simb¨®lico ¨CCatalu?a como naci¨®n, reforma constitucional que lo establezca, blindaje de competencias¨C pasa por tener claro que en lo pol¨ªtico-administrativo nos conduce la raz¨®n, y que esto, lejos de ser una tara, es una suerte que tenemos frente a otros. Una regi¨®n, claro que s¨ª.
Antonio Garc¨ªa Maldonado es analista y escritor
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