Norman Foster, el zurdo tenaz
EL MERCEDES oscuro con los cristales tintados desciende el Strand hasta desembocar en Trafalgar Square. Se detiene unos segundos. La ventanilla del copiloto baja y un hombre de cr¨¢neo desnudo, mand¨ªbula rotunda y ojos de c¨ªngaro, con un cuaderno de dibujo en el regazo, un l¨¢piz entre los dedos y de negro riguroso, congela su mirada en la vibrante plaza coronada por la Columna de Nelson. Es lord Foster of Thames Bank, de 82 a?os, el arquitecto m¨¢s famoso del planeta. En 2003 transform¨® este espacio, uno de los puntos neur¨¢lgicos de Londres; un rinc¨®n dickensiano, ahogado por el tr¨¢fico y la contaminaci¨®n, en un escenario abierto, limpio y luminoso al que apodan en la capital ¡°the living room¡± (el cuarto de estar). En el asiento trasero de la limusina el periodista rompe el espeso mutismo de Foster y su fornido ch¨®fer, uniformado de franela azul petr¨®leo:
¡ª?Qu¨¦ siente cuando vuelve aqu¨ª?
Lord Foster sale de su ensimismamiento, se gira con elegancia, esboza una de sus enigm¨¢ticas sonrisas y responde con suavidad:
¡ªMi coraz¨®n se acelera. Aqu¨ª pas¨¦ muchas horas dibujando. Y preguntando a la gente c¨®mo les gustar¨ªa que fuera este sitio. Trafalgar era feo, inc¨®modo, devorado por los coches. Ya ve. Lo recuperamos para las personas. Al igual que con el puente del Milenio sobre el T¨¢mesis (que revitaliz¨® esa zona deprimida de Londres) o renovando el viejo junio. Es importante recordar c¨®mo eran las cosas. Y como son. Pero la memoria es d¨¦bil¡
En la recta final de su carrera sigue buscando respuestas. Es un curioso compulsivo que escanea como un c¨ªborg todo lo que ocurre a su alrededor.
En Trafalgar Square se palpan las pasiones del genio de M¨¢nchester. Se concentran en un ¨²nico mandamiento: la exigencia de una arquitectura con conciencia que responda a las necesidades de la gente, elimine barreras (f¨ªsicas y sociales) y mejore su calidad de vida. Ya sea una oficina o una estaci¨®n de metro; un hospital o un museo. ¡°Para m¨ª la arquitectura es una misi¨®n m¨¢s que un trabajo¡±. Foster, que fue un ni?o pobre cuya existencia transcurri¨® hasta los veintitantos en un deprimido barrio del sombr¨ªo M¨¢nchester de posguerra, en una casa barata del XIX, el n¨²mero 4 de Levenshulme, de dos habitaciones sin cuarto de ba?o (de peque?o su madre le aseaba en un barre?o), cree en el espacio p¨²blico por encima del privado. En el urbanismo m¨¢s que en los edificios individuales (por geniales que sean); en unas infraestructuras dignas y eficaces; su preocupaci¨®n desde su primer gran proyecto (el edificio Willis Faber, de 1970) ha sido el medio ambiente, la sostenibilidad y la eficiencia, a trav¨¦s de la tecnolog¨ªa y la econom¨ªa de medios (¡°debemos hacer m¨¢s con menos y reducir la arquitectura a su m¨ªnima expresi¨®n¡±). Foster usa el sol (que aparece dibujado en todos sus proyectos, incluso en los de su primer a?o de carrera, en 1956) y el viento como dos materiales de los que servirse; cree en la integraci¨®n armoniosa entre lo viejo y lo nuevo. En la recta final de su carrera sigue buscando respuestas. Es un curioso compulsivo que escanea como un c¨ªborg todo lo que ocurre a su alrededor pregunt¨¢ndose c¨®mo funciona y c¨®mo est¨¢ fabricado. Y c¨®mo se podr¨ªa hacer de una forma m¨¢s limpia y barata. Tiene mente de ingeniero, alma de artista y manos de obrero.
Y una incre¨ªble capacidad de convicci¨®n. Como profesional de la arquitectura, respeta al cliente y sus necesidades y tiende a ponerse en su lugar (ha llegado a ser amigo de algunos de ellos, como los poderosos William Randolph Hearst, Michael Bloomberg o Steve Jobs). Y con m¨¢s raz¨®n si su cliente es el contribuyente.
¡ª?Es usted un socialista?
¡ªSoy un humanista.
Foster cree que hay que tener grandes sue?os pero, sobre todo, hay que materializarlos. ?l los tuvo. Quiso ser arquitecto. Por una pulsi¨®n est¨¦tica y emocional. Y fue el primer joven de Crescent Grove que pis¨® la universidad. ¡°Que alguien aspirara en mi barrio a tener una carrera era tan inaudito como que llegara a ser papa¡±. Para costearlo trabaj¨® de vendedor de muebles, heladero e, incluso, de portero de un club de mala muerte (era muy aficionado a las artes marciales). Y lo logr¨®. Con las mejores notas. Era un dibujante eficaz, r¨¢pido y pedag¨®gico. Trabajaba d¨ªa y noche. Y fue becado por partida doble en la Universidad de Yale, en la patricia Ivy League, en Estados Unidos. Se encontr¨® una sociedad m¨¢s optimista y menos estratificada; donde, al contrario que en la vieja Inglaterra, no importaba el acento ni de qu¨¦ gran escuela privada proven¨ªas; m¨¢s igualitarista en arquitectura. La recorri¨® a dedo, en Greyhound y escarabajo. Desde aquellos lejanos d¨ªas la sociedad americana le fascina. All¨ª se hizo realmente arquitecto y palp¨® la obra de sus grandes mitos, desde Mies y los Eames a Gropius y Lloyd Wright. All¨ª vive parte del a?o. Y se siente libre.
¡°La clave de mi trabajo es la creencia de que la arquitectura es importante; la calidad de lo que nos rodea, de c¨®mo est¨¢ dise?ado, influye en nuestra vida¡±.
Foster ha construido sus sue?os. No es un te¨®rico, aunque tiene un enorme sentido did¨¢ctico acompa?¨¢ndose de l¨¢piz y papel; croquis y anotaciones. Pero va m¨¢s all¨¢ del concepto. Es un pragm¨¢tico. Algo que en su estudio, Foster + Partners, es la ley. Y un foco de atracci¨®n para los 600 arquitectos que forman parte de su escuela. Ellos construyen. No se limitan al proyecto. Ya sea una red de aeropuertos de drones en ?frica o los revolucionarios cuarteles generales de Bloomberg en Londres, o de Apple en Cupertino (que recogen su experiencia de medio siglo proyectando lugares de trabajo di¨¢fanos, flexibles y sin divisiones jer¨¢rquicas); la ampliaci¨®n del madrile?o Museo del Pradoreloj y su integraci¨®n en la ciudad (algo que ya experiment¨® con el Reichstag, en Berl¨ªn), o el inmenso aeropuerto de Ciudad de M¨¦xico, que sigue la tendencia iconoclasta que inici¨® con el de Stansted (a 60 kil¨®metros de Londres) y m¨¢s tarde en Hong Kong y Pek¨ªn.
Contin¨²a a pie de obra. Luchando por una arquitectura de ¡°luz y ligereza¡±. Casco, chaleco reflectante y botas de trabajo cubiertas de polvo. Circula por las obras a paso de marcha. Interroga a los operarios y a los arquitectos j¨®venes. Decide hasta el color de la moqueta o el modelo de los altavoces del edificio Bloomberg (un proyecto de 1.200 millones de euros en el coraz¨®n de la City, donde tendr¨¢n su puesto de trabajo 4.600 personas). ¡°Rara vez cae en la complacencia¡±, afirman sus socios m¨¢s antiguos, como el arquitecto David Nelson: ¡°Es patol¨®gicamente incapaz de sentirse satisfecho con lo que hace. Quiere ir m¨¢s lejos. Su empuje y pasi¨®n son inagotables¡±. Foster lo explica: ¡°La clave de mi trabajo es la creencia de que la arquitectura es importante para la gente; de que la calidad de lo que nos rodea, de c¨®mo est¨¢ dise?ado, desde una estaci¨®n al pomo de una puerta, influye en nuestra vida. Y 55 a?os despu¨¦s tengo los mismos intereses, pasiones y preocupaciones que cuando empec¨¦. La ventaja es que hoy la tecnolog¨ªa me permite hacer cosas (por ejemplo, con la arquitectura del cristal) que cuando empec¨¦ eran imposibles¡±.
Es el n¨²mero uno. Pero superados el c¨¢ncer y los problemas cardiacos, y ya octogenario, lord Foster da la impresi¨®n de haberse liberado de las vanidades de este mundo. Ya no es ¡°macho Foster¡±, aquel James Bond de la arquitectura que saltaba de los mandos de su reactor privado al volante de su Porsche Carrera, con el tiempo justo para enfundarse un esmoquin italiano (nunca ha sido aficionado a la sobria sastrer¨ªa londinense) y cenar con la reina en la intimidad de Buckingham Palace. Hoy necesita poco m¨¢s que a su familia (¡°all¨ª donde est¨¢n los tres, est¨¢ mi hogar¡±), Elena Ochoa, su esposa desde 1996, y sus hijos Paola y Eduardo (ella estudiante en Harvard y ¨¦l en Eton); la posibilidad de pensar en soledad sobre sus sempiternos cuadernos Daler-Rowney A4 de tapa dura y, cuando cae la tarde, una copa de chardonnay mientras escucha a sus amigos de Pink Floyd. Sin olvidar dos adicciones que ha contagiado a los suyos: el esqu¨ª de fondo y el ciclismo. Cada marzo participa en el diab¨®lico marat¨®n de esqu¨ª de Engadin (Suiza): 42 kil¨®metros desliz¨¢ndose por un desierto de nieve. Y en Madrid es f¨¢cil cruz¨¢rselo pedaleando por la Casa de Campo en su Cervelo, la bicicleta m¨¢s ligera y r¨¢pida del mercado.
Flaco, escurrido y et¨¦reo como un viejo bailar¨ªn, ?vestido de oscuro, calzado con delicados mocasines de ante de Pedro Mu?oz sobre sus calcetines de un morado arzobispal, con una cortes¨ªa a la vieja usanza, da incluso la sensaci¨®n de ser capaz de vivir sin alimentarse. Solo hay que contemplar a lady Foster persigui¨¦ndole con una chapatita de jam¨®n ib¨¦rico o una medianoche de tortilla para conseguir que pruebe bocado (¡°somos como Pili y Mili, no nos hemos separado ni un minuto en 23 a?os¡±, bromea ella) para deducir que Foster podr¨ªa vivir con poco. Tampoco hay que exagerar. Tiene una fortuna que las biblias de los poderosos valoran en cientos de millones, bell¨ªsimas mansiones entre Madrid, Suiza, la Costa Azul y la kennedyana costa de Massachusetts, y una impresionante (y casi secreta) colecci¨®n de arte que recorre desde Zurbar¨¢n hasta Ai Weiwei, pasando por Bacon y Hockney. Los Foster compran arte mano a mano y a golpe de corazonada. Su primera adquisici¨®n conjunta fue un Lenin de Warhol, en 1995, que durante a?os presidi¨® su apartamento londinense sobre el ?T¨¢mesis. Uno de los ¨²ltimos regalos de Elena a Norman ha sido un cuadro de L. S. Lowry, de 1920, que a su ?marido le retrotrae al M¨¢nchester de su infancia. Est¨¢ colgado frente a su cama.
Norman Foster es un ser irrepetible, solitario, individualista. Va por libre. Huye del encasillamiento hasta el punto de que prefiri¨® ocupar durante a?os su esca?o como independiente en los lores antes que sumarse a los conservadores o los laboristas (como hizo su amigo Richard Rogers, lord Rogers of Riverside). Los tories le hicieron caballero; el laborista Tony Blair, bar¨®n.
Ya en 1955, el primer arquitecto para el que trabaj¨® en M¨¢nchester (cuando era aspirante a delineante) le defini¨® como un ¡°square peg in a round hole¡±: un picaporte cuadrado en un agujero redondo. Intentaba decirle que era un inadaptado. A¨²n encaja en esa descripci¨®n.
Norman Foster fue un ni?o pobre, acosado y apocado, que no termin¨® el bachiller. No logr¨® su consagraci¨®n hasta los 50 a?os, con un rascacielos en Hong Kong.
Sin embargo (y posiblemente gracias a esa huida de las convenciones), lo ha conseguido todo. ?l, Norman Robert Foster, que no termin¨® el bachiller, fue un ni?o apocado y acosado, jam¨¢s habl¨® idiomas y tuvo que esperar a cumplir 50 a?os para lograr su consagraci¨®n (¡°soy un aut¨¦ntico late starter¡±), con un proyecto en Hong Kong, la sede del banco HSBC, que se convirti¨® en el edificio m¨¢s caro y sofisticado del planeta. Con ¨¦l reinvent¨® el concepto de rascacielos (cuando lo m¨¢s alto que hab¨ªa construido era un edificio de tres pisos), creando un inmueble donde las instalaciones, los servicios y equipamientos eran confinados al per¨ªmetro de cada planta, lo que permit¨ªa unos espacios interiores di¨¢fanos, luminosos y flexibles. El invento funcion¨®: cre¨® escuela. Tambi¨¦n le coloc¨® al borde de la bancarrota. No ser¨ªa la ¨²ltima vez.
¡°Pero Norman nunca abandona su posici¨®n. Es un tipo duro y tenaz¡±, explican sus m¨¢s antiguos socios en su estudio londinense de Riverside, donde no hay puertas, ni despachos ni secretos; se trabaja 24 horas y huele a grafito y caf¨¦. ¡°Norman no se rinde ante los retos. Su vida ha sido una absoluta exigencia. Es ¨ªntegro. Est¨¢ educado en la ¨¦tica del esfuerzo. Es riguroso con la gente que le rodea por esa motivaci¨®n y autoexigencia. Llega a ser irritante, porque puede hacer que un proyecto se repita mil veces. Valora, sopesa, analiza. Hasta tener la certeza de que es la mejor soluci¨®n. Y gracias a esa forma de ser se ha creado en este estudio una cultura y un m¨¦todo que permea a los socios m¨¢s j¨®venes. Y que consiste en escuchar, preguntar y comprender c¨®mo funcionan las cosas, ya sea un zoo, un aeropuerto, un banco o un Parlamento. Investigar. Encontrar soluciones que desaf¨ªen las convenciones cl¨¢sicas. Y construirlo. Y compartirlo. En este estudio, lord Foster es, simplemente, Norman, el primero entre iguales. Trabajamos con ¨¦l, no para ¨¦l. Estamos en las mismas mesas, con los mismos ordenadores, desde los becarios hasta los 10 executive partners. ?l no tiene despacho. Decidi¨® que fuera as¨ª desde que ¨¦ramos 15 en Fitzroy Street, a comienzos de los setenta¡±.
Como heredero de la arquitectura modernista del primer tercio del siglo XX (principalmente de la Bauhaus), el concepto que tiene Foster de un estudio de dise?o est¨¢ m¨¢s cerca de un falansterio que de la sede de una multinacional. Para ¨¦l, debe ser una comunidad creativa con una misi¨®n y unos principios ¨¦ticos y morales. Y, por supuesto, ganar dinero. Se ha demostrado un buen hombre de negocios. Hoy, Foster + Partners (del que Norman Foster sigue teniendo la mayor¨ªa de las acciones, aunque 140 de sus colaboradores ya cuentan con participaciones) factura entre 250 y 300 millones de euros al a?o (el 80% fuera de Reino Unido) y tiene una plantilla de 1.300 empleados de 50 nacionalidades y con 140 titulaciones. La mitad son arquitectos, pero cuenta en sus filas con ingenieros de todas las especialidades; soci¨®logos, dibujantes, urbanistas, paisajistas, dise?adores gr¨¢ficos e industriales; expertos en materiales, estructuras e impresi¨®n 3D. Hay 45 maquetistas y una cantidad similar de analistas de sistemas. ¡°Intentamos adelantarnos a nuestro tiempo. Atisbar c¨®mo van a ser las cosas en 10 a?os¡±. A Foster le gusta definir esa bolsa de talento moldeada por ¨¦l como ¡°un campus¡±. Y, efectivamente, el 22 de Hester Road tiene m¨¢s similitudes con el MIT (Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts), incluso en su fisonom¨ªa, que con un estudio de arquitectura al uso.
Tras medio siglo largo de carrera, 300 edificios que han redefinido el perfil de muchas ciudades; un t¨ªtulo nobiliario; un Pr¨ªncipe de Asturias, un Pritzker, una veintena de doctorados; de haber reinventado los rascacielos, aeropuertos, museos y oficinas; de haber disfrutado de la amistad de artistas como Francis Bacon, Henry Moore, Anthony Caro, Serra, Kapoor o Giacometti¡ De ser rico y poderoso, ?le quedaba algo por hacer a lord Foster?
En 1999, tras recibir los 100.000 d¨®lares del Premio Pritzker, su esposa, la editora, agitadora y exprofesora de psicopatolog¨ªa Elena Ochoa, le anim¨® a crear una fundaci¨®n para financiar los viajes de estudios de j¨®venes y aventajados arquitectos de todo el mundo. M¨¢s all¨¢ de esa estructura, en la d¨¦cada de los dos mil Foster don¨® cuatro millones de d¨®lares a la escuela de arquitectura de la Universidad de Yale, la instituci¨®n que en 1961 le hab¨ªa mostrado el camino. Por el contrario, Foster carec¨ªa de una estructura que se hiciera cargo de su legado intelectual; de sus fuentes e influencias; que se convirtiera en el contenedor de sus m¨¢s de 50 a?os de experiencia.
A Foster le gusta definir su estudio como ¡°un campus¡±, y efectivamente, tiene m¨¢s similitudes con una universidad que con un centro de arquitectura.
El problema es que al discreto lord Foster le horrorizaba crear una instituci¨®n est¨¢tica a mayor gloria suya. No quer¨ªa una fundaci¨®n con aromas de mausoleo. Y, adem¨¢s, explica, ¡°ten¨ªa claro que deb¨ªa estar desligada del estudio; ser independiente de Foster + Partners; no pod¨ªa tener ¨¢nimo de lucro; ten¨ªa que ser experimental y buscar sus benefactores. Y mi idea es que, a trav¨¦s de mi experiencia y contactos, atraiga talento y sirva para mejorar las ciudades. No estamos para ganar dinero, sino para ponerlo. En el mundo hay 6.000 millones de personas sin alimentos, ni agua ni electricidad. Y el poder del dise?o puede mejorar eso. Puede frenar el cambio clim¨¢tico; apostar por energ¨ªas renovables; optimizar las comunicaciones; apoyar la educaci¨®n. No estamos para proclamar lo listo que soy, sino para que gente de muchas profesiones e ideolog¨ªas pongan su grano de arena¡±.
Con esa idea en la cabeza, el impulso irrefrenable de Elena Ochoa y el dinero de los cuatro miembros de la familia, la Norman Foster Foundation fue inscrita el 20 de mayo de 2016. Tendr¨ªa su sede en Madrid, en un elegante palacete de 1902, adquirido por la familia en 2013 por 9,2 millones de euros. Antes se desecharon otros emplazamientos en Londres, Suiza, Manhattan, Brooklyn y Berl¨ªn (lady Foster tiene mucho que ver con la llegada a Madrid de la fundaci¨®n). Y en 2016 Foster decidi¨® completar el conjunto proyectando y construyendo un pabell¨®n de cristal (las l¨¢minas de cristal se han fabricado en Suiza, la cubierta de acero en Jap¨®n y la puerta de 2,7 toneladas se desliza con un dedo) en el patio del inmueble que representa un compendio de su arquitectura en solo 160 metros cuadrados. ¡°Los 160 metros cuadrados m¨¢s caros de la historia¡±, bromea uno de sus colaboradores. Lord Foster ha bautizado a esta maqueta a tama?o real Pabell¨®n de las Inspiraciones.
Lo primero que sorprende al cruzar la verja afrancesada de la fundaci¨®n (situada en una de esas calles rec¨®nditas de la alta burgues¨ªa madrile?a donde nada malo puede pasar) es el aire de familia. Cero ceremonias. El equipo de Foster es m¨ªnimo, joven, espa?ol, pluridisciplinar y poco engolado. Casi hipster. D¨ªas antes de su apertura, lord Foster colgaba cuadros, daba instrucciones con palabras y croquis y se mezclaba con los operarios a tomar el aperitivo a la sombra de una instalaci¨®n de la escultora Cristina Iglesias que cubre el patio. La fundaci¨®n es su casa. Todo su contenido, hasta su mobiliario, remite a su biograf¨ªa, desde su cuaderno de colegial al primer libro de Le Corbusier que le anim¨® a ser arquitecto: Towards a New Architecture.
Pero la Norman Foster Foundation no es solo una. Tras pasar varios d¨ªas en su interior, se deduce que son cinco. La m¨¢s poderosa es la fundaci¨®n-memoria, que concentra en tres plantas del viejo palacete el legado intelectual de Foster, hasta ahora disperso y mal conservado. Un equipo de ocho personas ha inventariado, catalogado, ordenado, restaurado y digitalizado cada una de las piezas durante dos a?os. Son 74.000 objetos (de ellos, 10.000 dibujos y miles de fotograf¨ªas y diapositivas tomadas por ¨¦l), 570 maquetas y 1.240 de sus cuadernos Daler-Rowney, hoy conservados como especies en peligro de extinci¨®n. Seg¨²n el arquitecto Gabriel Hern¨¢ndez, coordinador de la fundaci¨®n, ¡°Norman rellena cada mes una media de cuatro, que se nos env¨ªan y son digitalizados y conservados¡±. Para la responsable de la memoria, la arquitecta Margarita Su¨¢rez, ¡°el archivo es un espacio clave para colarte en la cabeza de Foster y ver de su pu?o y letra c¨®mo surgi¨® cada uno de sus proyectos; c¨®mo evolucion¨® y fue construido. As¨ª se puede comprender, paso a paso, su proceso creativo¡±.
La familia Foster ha prestado a la fundaci¨®n un conjunto de obras de arte desde comienzos del siglo XX hasta la actualidad, desde Moore y Brancusi hasta Ai Weiwei.
La segunda es la que se podr¨ªa llamar fundaci¨®n-colecci¨®n (aunque Foster odie el t¨¦rmino ¡°coleccionista de arte¡±). La familia ha prestado un conjunto de obras hasta ahora expuestas en la intimidad familiar que muestran las fuentes art¨ªsticas del arquitecto y su relaci¨®n con los autores. Un aut¨¦ntico cat¨¢logo de historia del arte contempor¨¢neo que comienza a inicios del siglo XX y concluye en la actualidad. Hay desde esculturas de Moore, Boccioni y Brancusi (una pieza similar al Oiseau dans l¡¯espace de este artista rumano fue vendida en 2005 por 27,5 millones de d¨®lares) a fotograf¨ªas de Gursky y Thomas Struth, y obras de Longo, Manglano, Not Vital, Juan Mu?oz, George Rickey o Ai Weiwei. El contiguo Pabell¨®n de las Inspiraciones, de cristal, da vida a la fundaci¨®n-cuarto de juegos, que re¨²ne las fuentes de inspiraci¨®n de Foster, sus obsesiones y divertimentos, con una especial relevancia a la gran maqueta de la c¨²pula geod¨¦sica de Richard Buckminster, un ingeniero-arquitecto-inventor-gur¨² expulsado dos veces de Harvard que, desde los tiempos de Yale, inocul¨® en el joven Foster el virus de la sostenibilidad en la arquitectura. En el pabell¨®n est¨¢n tambi¨¦n el autom¨®vil de 1920 de Le Corbusier (¡°el Picasso de la arquitectura¡±, seg¨²n definici¨®n del catedr¨¢tico Luis Fern¨¢ndez-Galiano, vicepresidente de la fundaci¨®n), maquetas de edificios de otros arquitectos m¨ªticos y de aviones, locomotoras y coches que han tenido peso en su carrera y su biograf¨ªa.
El lado m¨¢s sesudo del conjunto lo forman la fundaci¨®n-lanzadera, destinada a atraer talento, promover la investigaci¨®n y servir de pista de despegue a nuevos proyectos en torno al dise?o sostenible, y la fundaci¨®n-laboratorio de ideas, destinada a ser un punto de encuentro de profesionales del dise?o, la arquitectura, la ingenier¨ªa y el arte. Estas dos ramas de la fundaci¨®n, seg¨²n Lady Foster, se sustentan en dos ¨²nicas razones: ¡°La investigaci¨®n y la educaci¨®n¡±.
En 2012 falleci¨® a los 105 a?os el arquitecto brasile?o Oscar Niemeyer. El hombre que cre¨® Brasilia de la nada era, desde los a?os sesenta, una de las referencias de Foster: no solo hab¨ªa proyectado edificios rompedores en la estela de Le Corbusier, sino que hab¨ªa tenido el privilegio de idear toda una ciudad, ¡°din¨¢mica y con una gran econom¨ªa estructural¡±. Y, adem¨¢s, amaba la vida. No coincidieron hasta 2011. Se hicieron amigos. Niemeyer justificaba as¨ª el flechazo: ¡°La herramienta de trabajo de ambos es el l¨¢piz, y eso une¡±. La ¨²ltima vez que se encontraron, Niemeyer se despidi¨® de ¨¦l con esta frase: ¡°Norman, la arquitectura es importante, pero la vida lo es m¨¢s¡±. Con 23 a?os menos que cuando muri¨® Niemeyer, el octogenario Lord Foster parece dispuesto a seguir el consejo de su maestro. Pero sin quedarse quieto. ¡°Soy como una peonza, si me paro, me caigo. I never stop¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.