Arrasar la Generalitat
Plantear una comparecencia por Skype indica el grave trastorno en que se halla la vida pol¨ªtica catalana
Carles Puigdemont corre el riesgo de considerarse presidente de Catalu?a al margen de cualquier proceso institucional, lo que le convertir¨ªa en un pol¨ªtico autoritario. El grupo que le respalda, Junts per Catalunya, y sus posibles socios, ERC y CUP, deber¨ªan considerar el grave precedente que sentar¨ªan aceptando que se ejerza el poder pol¨ªtico sin limitaciones procedimentales o legales, un espacio que, una vez abierto, cualquiera puede recorrer.
En pol¨ªtica, ser astuto, h¨¢bil para enga?ar, caracter¨ªstica que, seg¨²n Joan Coscubiela, ha acompa?ado a los protagonistas del proc¨¦s, tiene un coste m¨¢s elevado de lo que se pregona. El enga?o o la ficci¨®n prolongada suele arrasar con las instituciones. Y en este caso, arrasar¨ªa con la Generalitat, la instituci¨®n pol¨ªtica fundamental del autogobierno catal¨¢n, necesaria en la autonom¨ªa, pero tambi¨¦n en cualquier proyecto leg¨ªtimo de independencia.
Es fatigoso tener que recordar que Carles Puigdemont no es un h¨¦roe perseguido por el destino, sino m¨¢s bien un pol¨ªtico que ha cometido errores fundamentales en su gesti¨®n y que ha tomado decisiones ilegales, al margen de la calificaci¨®n penal que merezcan finalmente. Adem¨¢s, Puigdemont es un pol¨ªtico que nunca ha ganado unas elecciones. Primero, fue presidente de la Generalitat por renuncia de Artur Mas y despu¨¦s, su lista qued¨® segunda, por detr¨¢s de In¨¦s Arrimadas, de Ciudadanos, con m¨¢s de 160.000 votos de diferencia, por mucho que a sus seguidores les cueste aceptarlo.
Cierto que para ser presidente de la Generalitat no cuentan los votos populares, sino las mayor¨ªas parlamentarias. Puigdemont puede ser elegido president de la Generalitat siempre que se siga un determinado procedimiento institucional. Los informes legales de que dispone el Gobierno central y la opini¨®n de los letrados del propio Parlament indican que ese procedimiento exige que ¡°el candidato presente delante del pleno su programa de gobierno y solicite la confianza de la C¨¢mara¡±, lo que implica que debe estar presente. Hay que estar dispuesto a arrasar con la Generalitat para aceptar que el candidato comparezca v¨ªa Skype o similar. El mero hecho de que algunos pol¨ªticos independentistas se hayan planteado esa posibilidad indica el trastorno tan grave que se ha producido en la vida pol¨ªtica catalana.
La lucha personal de Puigdemont para no ser detenido puede suscitar sentimientos encontrados entre sus seguidores, admiraci¨®n, afecto o compasi¨®n, pero siempre que no se confunda su combate particular con un proyecto pol¨ªtico. Su imputaci¨®n penal por el delito de rebeli¨®n puede ser discutible, pero no lo es que ha vulnerado la ley y que no ha presentado ning¨²n proyecto, ni tan siquiera esbozo, de un plan de gobierno para los pr¨®ximos cuatro a?os. Y ese es tambi¨¦n un problema a la hora de especular con la posibilidad de un Gobierno ¡°t¨¦cnico¡±, encargado de cumplir ¡°su¡± mandato formulado desde Bruselas. No existe mandato interpuesto, ni tan siquiera existe un programa que cumplir. As¨ª que cualquier candidato/a que se presente como la simple m¨¢scara de Puigdemont estar¨¢ enga?ando a los electores. El programa que presente ser¨¢ el suyo y, por supuesto, asumir¨¢ su propia responsabilidad en su desarrollo.
¡°Me debo a mis votantes¡±, ¡°me debo a Catalu?a¡± (igual que ¡°me debo a Espa?a¡±) son expresiones banales que contienen, sin embargo, aspectos peligrosos desde un punto de vista pol¨ªtico. Los diputados se deben al conjunto de los ciudadanos, como ha insistido el ensayista Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao en sus art¨ªculos, y no solo a sus votantes y, desde luego, no a una ¨²nica idea de pa¨ªs. Puigdemont deber¨ªa abandonar de una vez la ¨¦pica en la que se envuelve. Ni hay ¨¦pica en Bruselas ni Puigdemont es Ulises. A lo m¨¢s, puede reclamar el apodo ¡°el de los pies ligeros¡±.
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