Costosa par¨¢lisis

Hay gestos que contradicen las palabras. El presidente del Parlamento catal¨¢n, Roger Torrent, aplaz¨® ayer el debate de investidura de Carles Puigdemont para no incurrir en delito flagrante; pero lo hizo con un ¨¢spero alegato independentista que aparentaba una combatividad impostada. Si tan seguro est¨¢ el dirigente republicano de que el ¨²nico candidato posible es el expresidente, mantener el pleno hubiera sido un acto de gallard¨ªa. De la misma manera, no se entiende su cr¨ªtica feroz al Tribunal Constitucional para, a rengl¨®n seguido, recurrir a ¨¦l para dirimir las diferencias. Pero llegados a este punto del proc¨¦s resulta ocioso pedir a las filas independentistas un poco de coherencia.

Los hechos son incontestables. El aplazamiento tiene un resultado evidente: la continuidad del art¨ªculo 155 y, en consecuencia, la pr¨®rroga de la suspensi¨®n del autogobierno de Catalu?a. Torrent escap¨® ayer con su decisi¨®n de la acci¨®n de la justicia a cambio de perjudicar a sus conciudadanos y sacrificar la autonom¨ªa. Y eso va a seguir siendo as¨ª mientras el independentismo se niegue a consensuar una candidatura viable para presidir la Generalitat. B¨¦lgica, donde est¨¢ huido Puigdemont, bati¨® en 2011 el r¨¦cord de pa¨ªs sin gobierno (514 d¨ªas). A manos de los suyos, Catalu?a puede sufrir un castigo similar, lo que no parece importarles demasiado.

Desde todos los frentes se le ha exigido al Gobierno de Rajoy que haga pol¨ªtica. Ahora, una vez que el Tribunal Constitucional ha marcado el camino de lo legalmente correcto, es, en efecto, la hora de la pol¨ªtica; pero en Catalu?a y por parte de sus l¨ªderes. Si la pol¨ªtica es el arte de lo posible, el bloque ganador de las elecciones del 21-D est¨¢ obligado a buscar una salida porque la alternativa al autogobierno no es la independencia, sino el art¨ªculo 155. Pero de momento solo parece dominar el arte de prender la mecha de la agitaci¨®n callejera hasta obligar a diputados a salir escoltados del Parlament.

El independentismo ha convertido a Puigdemont en un emblema. Pero al igual que el lazo amarillo sustituy¨® a la estelada, las caretas del expresidente pueden caer, con la misma rapidez, en la papelera de la historia. El bienestar de Catalu?a debiera imponerse. En enero de 2016, por imposici¨®n de la CUP, Junts pel s¨ª renunci¨® a sus cabezas de lista y entroniz¨® a Puigdemont. Se impuso la fantas¨ªa de una nueva rep¨²blica que sus propios patrocinadoras sab¨ªan imposible. Se abren hoy fisuras formales en el independentismo, pero lo cierto es que ese bloque sigue apostando por la estrategia contraria abocando a Catalu?a a la par¨¢lisis.

Este proc¨¦s est¨¢ agotando incluso a los ciudadanos que deseaban la independencia. Es un cansancio t¨®xico porque amenaza con desembocar en el desinter¨¦s de unos y otros por la pol¨ªtica; una cat¨¢strofe, en definitiva, para una de las regiones m¨¢s pr¨®speras y din¨¢micas de Europa gracias, entre otras cosas, a su crucial participaci¨®n en las instituciones espa?olas y a sus cuarenta a?os de autogobierno. El Estado espa?ol ya est¨¢ sufriendo las consecuencias en t¨¦rminos pol¨ªticos. Pero que nadie se enga?e, la factura de esta profunda crisis la pagan, fundamentalmente, los catalanes.