V¨ªctimas colaterales de la guerra antidroga en Filipinas
Escuadrones de la muerte y polic¨ªas matan a miles de personas relacionadas con el narcotr¨¢fico seg¨²n la pol¨ªtica del presidente Duterte. En su mayor¨ªa son hombres. Sus familias sufren para sobrevivir

Como todos los d¨ªas entre semana, el 5 de enero del a?o pasado, Mary Jane Gundayao y su marido, Edward Gundayao, salieron de su casa temprano para llevar a los ni?os al colegio. ¡°Eran las cinco y veinte de la ma?ana. Como nosotros tenemos una peque?a furgoneta, hac¨ªamos de minib¨²s escolar y llev¨¢bamos tambi¨¦n a los hijos de algunos vecinos¡±, recuerda la mujer, de 49 a?os. Su marido conduc¨ªa y ella estaba situada junto a la puerta trasera para facilitar que los ni?os subiesen.
¡°En la esquina al final de nuestra calle vimos a cuatro hombres parados. Uno de ellos nos dijo ¡®buenos d¨ªas¡¯ y no les prestamos m¨¢s atenci¨®n¡±, contin¨²a. Pero en cuanto doblaron la esquina, dos motocicletas aceleraron y se pusieron a su altura, una a cada lado. ¡°Entonces vi c¨®mo el que iba de paquete por el lateral en el que estaba mi marido sacaba una pistola. Le grit¨¦ que se agachase, pero ya hab¨ªan comenzado a dispararle. Abr¨ª la puerta trasera para saltar, porque hab¨ªa tres ni?os a bordo y cre¨ªa que nos iban a matar a todos¡±.
Mary Jane se golpe¨® con la mand¨ªbula en el suelo y perdi¨® el conocimiento un momento. ¡°Cre¨ª que tambi¨¦n me hab¨ªan disparado y tard¨¦ un poco en entender lo que hab¨ªa sucedido¡±. Edward recibi¨® seis disparos, pero no muri¨® en el acto. ¡°Tuvo fuerzas para abrir la puerta y arrastrarse por el suelo. Me pregunt¨® si est¨¢bamos bien y me abraz¨®. Perd¨ªa mucha sangre y supo que no sobrevivir¨ªa¡±. Unos segundos m¨¢s tarde, Mary Jane descubri¨® que su marido no era el ¨²nico herido. Una bala hab¨ªa impactado en el abdomen de su hija, de nueve a?os.
¡°Me sent¨ª completamente impotente. Pero entr¨¦ en shock y, curiosamente, lo ¨²nico que me preocupaba es que la gente los viese as¨ª, agonizando en el suelo¡±, cuenta sin poder contener las l¨¢grimas. Desafortunadamente, en Caloocan Norte, una de las ciudades que componen metro Manila, el crimen no sorprendi¨® a nadie. Es uno de los cientos que ha dejado la guerra contra la droga que el actual presidente, Rodrigo Duterte, declar¨® incluso antes de jurar su cargo, el 30 de junio de 2016. ¡°Mejor que escapen quienes est¨¢n relacionados con el narcotr¨¢fico porque los voy a matar. Con sus cuerpos dar¨¦ de comer a los peces en Manila¡±, prometi¨® Duterte durante la campa?a electoral. ¡°Hitler masacr¨® a tres millones de jud¨ªos. Nosotros tenemos tres millones de drogadictos. Los matar¨¦ con gusto¡±, a?adi¨® ya como presidente.
Y est¨¢ cumpliendo su amenaza. Desde que accedi¨® al cargo, las operaciones policiales contra peque?os traficantes y drogadictos han dejado casi 4.000 muertos. Es la cifra oficial que da la Polic¨ªa, aunque ONG pro derechos humanos elevan las v¨ªctimas mortales hasta las 13.000. Seg¨²n la Alianza Filipina de Activistas por los Derechos Humanos (PAHRA), dos tercios de los asesinatos est¨¢n cometidos por pistoleros como los que mataron a Edward Gundayao. Y, tambi¨¦n como sucedi¨® en ese caso, la mayor¨ªa de los fallecidos son hombres.
¡°Casi todos son padres de familia y quienes llevan el dinero a casa. Como sucede en grandes guerras convencionales, esto est¨¢ provocando graves consecuencias sociales por dos razones: primero, porque deja en situaci¨®n de vulnerabilidad a las mujeres y a los ni?os que depend¨ªan de esos hombres, y porque la pobreza a la que est¨¢n abocados pueden llevar a que m¨¢s gente se sume al tr¨¢fico de droga como ¨²nica salida para ganarse la vida. Por cada persona que matan, crean varias v¨ªctimas colaterales¡±, explica Jacqueline de Guia, portavoz de la Comisi¨®n de Derechos Humanos (CHR), una instituci¨®n p¨²blica independiente financiada por la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional para el Desarrollo (Aecid) cuya labor es controlar que el Gobierno no se exceda en el uso de la fuerza.
¡°Nuestro trabajo se ha multiplicado de forma exponencial desde que Duterte lleg¨® a la presidencia, porque estamos investigando en torno a mil casos de muertes violentas. Son pocos comparados con el total, pero tenemos falta de recursos y de personal¡±, explica De Guia. CHR tambi¨¦n ofrece ayuda econ¨®mica a los familiares de las v¨ªctimas ¡ªun ingreso ¨²nico limitado a 10.000 pesos (165 euros)¡ª y protecci¨®n a quienes temen por su integridad f¨ªsica. ¡°Desafortunadamente, hay tanto miedo a los escuadrones de la muerte, que muy pocos se atreven a presentar denuncias y a exigir una investigaci¨®n policial¡±.
Desde que Rodrigo Duterte es presidente, las operaciones policiales contra peque?os traficantes y drogadictos han dejado casi 4.000 muertos. Las ONG pro derechos humanos elevan la cifra hasta las 13.000 v¨ªctimas mortales
Mary Jane Gundayao es una de las que ha preferido callar. ¡°Afortunadamente, la bala que alcanz¨® a mi hija sali¨® por la espalda. Le da?¨® el colon y una trompa de Falopio y los m¨¦dicos me dijeron que hab¨ªa un 50% de posibilidades de que muriese. Gracias a Dios, se ha recuperado, aunque puede que haya quedado est¨¦ril. Como seguimos viviendo en la misma casa y apenas tenemos dinero, temo que si exijo una investigaci¨®n tomen represalias y vayan contra nosotros¡±, explica. Porque ella est¨¢ convencida de que quienes mataron a su marido no eran pistoleros corrientes. ¡°Llevaban los pantalones del uniforme de polic¨ªa¡±, se?ala.
El caso de Gundayao es especial porque Edward no era un drogadicto o un camello sin importancia, los dos objetivos principales de los escuadrones de la muerte. Era consejero del Gobierno del distrito, un cargo electo. ¡°Es cierto que en la zona hay mucha droga, pero no creo que ¨¦l estuviese involucrado en el narcotr¨¢fico. Al contrario, creo que lo mataron porque, a diferencia del genocidio que propone Duterte, ¨¦l era partidario de los programas de rehabilitaci¨®n y de creaci¨®n de ingresos¡±, apostilla Mary Jane, que ha pasado de no tener que preocuparse por el dinero a dudar si podr¨¢ dar de comer a sus dos hijos.
Winifredo Nandres s¨ª que consum¨ªa y trapicheaba con shabu, como se conoce en Filipinas a la metanfetamina. Pero su hermanastra, Teresita Garces, est¨¢ convencida de que no por eso merec¨ªa ser asesinado. Desafortunadamente, eso es lo que sucedi¨® el 21 de mayo de 2017. ¡°Tres d¨ªas antes, unos polic¨ªas fueron a la chabola en la que viv¨ªa y le preguntaron por un tal Steve. Alguien al que ¨¦l no conoc¨ªa. Le golpearon y le dijeron que era hora de que se marchase. Yo estaba preocupada por ¨¦l, as¨ª que le dije que deb¨ªa irse. Pero ¨¦l me contest¨® que no ten¨ªa ad¨®nde ir, y que, si ten¨ªan que matarle, que lo hiciesen r¨¢pido¡±, recuerda ella.
El 21 de mayo escuch¨® varios disparos y sali¨® corriendo hacia donde viv¨ªa Nandres, al que todos conoc¨ªan como Dado. ¡°La Polic¨ªa estaba golpeando a mi otro hermano, Alfredo, y a Dado ya lo hab¨ªan matado. Dijeron que ¨¦l hab¨ªa disparado primero, pero es mentira porque nunca tuvo una pistola¡±, asegura Garces. El caso no se investig¨® y sigue clasificado como DUI, las siglas en ingl¨¦s de death under investigation (muerte en proceso de investigaci¨®n). Nadie ha sido procesado por su muerte y Garces tampoco ha presentado ninguna denuncia.
Su principal preocupaci¨®n es el hijo que ha dejado hu¨¦rfano Dado. ¡°?l era un hombre honesto hasta que su hija muri¨® en un accidente de tr¨¢fico cuando solo ten¨ªa un a?o. Fue entonces cuando Dado entr¨® en una grave depresi¨®n que se agudiz¨® con la enfermedad y posterior fallecimiento de su mujer. Entonces comenz¨® a drogarse, perdi¨® el trabajo y tuvo que empezar a trapichear¡±, explica Garces. ¡°Ahora, su hijo de apenas 10 a?os vive con su abuela en la miseria, como nosotros. No s¨¦ c¨®mo saldr¨¢ adelante. A Dado tendr¨ªan que haberle ofrecido una segunda oportunidad, no matarlo¡±.
Eso es precisamente lo que est¨¢ haciendo el Gobierno seg¨²n la portavoz de la Polic¨ªa Nacional de Filipinas (PNP), Kimberly Molitas. ¡°1,3 millones de personas se han entregado voluntariamente desde el inicio de la guerra contra la droga para lograr la amnist¨ªa y ser rehabilitados¡±, afirma. No obstante, Ellecer Carlos, portavoz de la asociaci¨®n de organizaciones de derechos humanos iDefend, asegura que solo est¨¢n ocupadas 600 de las 10.000 plazas habilitadas para programas de rehabilitaci¨®n. ¡°El resto se utiliza como barracones para el Ej¨¦rcito. Al contrario de lo que dice el Gobierno, la lista con los nombres de quienes se han entregado se est¨¢ utilizando para decidir a qui¨¦n matar¡±.
Jun Nalaugan, investigador de CHR, es de la misma opini¨®n. ¡°Muchas de las muertes provocadas por la Polic¨ªa en Manila se justifican con tiroteos que nunca sucedieron. Los agentes afirman actuar en defensa propia, pero tenemos documentados numerosos casos en los que tanto las autopsias como los testigos certifican que los sospechosos fueron ejecutados cuando no se resist¨ªan e incluso cuando estaban con las manos en alto¡±. Para Nalaugan, la campa?a antidroga no lograr¨¢ su objetivo y lo ¨²nico que har¨¢ es provocar dolor y una generaci¨®n de ni?os sin padre. ¡°Si se quiere acabar con la droga, primero hay que acabar con la pobreza que aboca a ella. Las matanzas solo van a provocar m¨¢s violencia y que la sociedad se haga inmune a ella¡±, concluye.
Cuatro hombres enmascarados apretaron el gatillo, pero yo s¨¦ que su verdadero asesino es Duterte, que act¨²a como un dios que puede decidir qui¨¦n vive o muere. Si lo tuviese delante, lo matar¨ªa Nanette Castillo, madre de un joven asesinado
¡°La guerra contra la droga es, en realidad, una guerra contra los pobres en la que tambi¨¦n se incluye la privatizaci¨®n de servicios esenciales como la sanidad, la educaci¨®n, o la vivienda protegida. Es m¨¢s f¨¢cil eliminarlos que crear oportunidades para ellos¡±, sentencia Norma Dollaga, directora de la ONG Rise Up. ¡°Hay quienes incluso toman shabu para poder hacer trabajos que nadie de clase media quiere, como el de reciclador en el vertedero. Muchos necesitan la droga para poder soportar las condiciones de ese lugar y trabajar m¨¢s r¨¢pido¡±, analiza. ¡°Puede que muchos de los asesinados sean drogadictos, pero la carnicer¨ªa de Duterte no busca una soluci¨®n a la ra¨ªz del problema¡±.
Es m¨¢s, est¨¢ provocando una espiral de violencia fuera de control. Nanette Castillo es buen ejemplo de ella. Desde que el pasado 2 de octubre mataron a su hijo, esta mujer de 50 a?os solo piensa en buscar venganza. ¡°Le dispararon dos veces en la cabeza, otras dos en el pecho, y una ¨²ltima en el cuello. Cuatro hombres enmascarados apretaron el gatillo cuando iban en motocicleta, pero yo s¨¦ que su verdadero asesino es Duterte, que act¨²a como un dios que puede decidir qui¨¦n vive y qui¨¦n muere. Si lo tuviese delante, lo matar¨ªa¡±, dice con un profundo odio reflejado en la mirada.
Su hijo, Aldrin Castillo, era soldador y el sustento de una familia de seis miembros. ¡°Hace mucho tiempo experiment¨® con las drogas, pero hab¨ªa dejado de consumirlas y era un buen hombre. No estaba en ninguna lista de narcos y la propia Polic¨ªa afirm¨® que no hab¨ªa raz¨®n para que lo mataran. Estaba tomando algo con unos amigos en la noche y puede que el objetivo de los asesinos fuese otro de ellos. No lo s¨¦, pero no puedo aceptar la impunidad que los protege. Ahora, ?c¨®mo vamos a salir adelante? ?Qu¨¦ van a hacer su mujer y sus tres hijos ahora que apenas hay trabajo?¡±, pregunta levantando la voz.
Las 10 mujeres entrevistadas para este reportaje comparten su ¨²ltima pregunta. Ellas son las que, a pesar de continuar vivas, sufren un intenso dolor por partida doble: por la p¨¦rdida de sus seres queridos y por la dificultad que se les plantea a la hora de sacar la familia adelante. ¡°Yo he tenido que dejar el programa de protecci¨®n de testigos en el que estaba porque no recib¨ªa suficiente dinero como para alimentar a mis dos hijos¡±, cuenta Harrah Kazou, cuyo marido, un peque?o traficante, fue tiroteado cuando se encontraba bajo custodia policial. Esta joven de 27 a?os s¨ª denunci¨® el caso, y varias amenazas hicieron que CHR decidiese protegerla. Ahora, prefiere correr el riesgo a que la maten y trabaja en el turno de noche de un bar. ¡°Precisamente para que mis hijos tengan las oportunidades que les librar¨¢n de trapichear con droga¡±, afirma.
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