?Por fin vota la mujer!
El 6 de febrero de 1918, las mujeres de Reino Unido consiguieron el derecho al voto
Gritaron, pelearon, salieron a las calles, las arrestaron, les pegaron, las insultaron, las acorralaron. Siguieron luchando, manifest¨¢ndose. Las encarcelaron. Murieron. La historia del derecho al voto de la mujer es la de una batalla incansable durante m¨¢s de dos siglos. Seg¨²n los pa¨ªses y seg¨²n el momento, el sufragio femenino ha sido aprobado, revocado y vuelto a aprobar y, una vez conseguido, ha servido muchas veces como principio de un camino que llevaba hasta el sufragio universal.
En Reino Unido, aquel momento hist¨®rico lleg¨® el 6 de febrero de 1918. Limitado y oscurecido por las heridas que hab¨ªa dejado durante los ¨²ltimos a?os esa cruzada democr¨¢tica, s¨ª, pero lleg¨®. Con la aprobaci¨®n de la Ley de Representaci¨®n del Pueblo, hubo una concesi¨®n del voto limitado a propietarias y esposas de propietarios, adem¨¢s de las universitarias con m¨¢s de 30 a?os (y tuvieron que esperar una d¨¦cada m¨¢s hasta lograr el universal).
Pensaba (y dec¨ªa) Herbert Henry Asquith, primer ministro brit¨¢nico entre 1908 y 1916, que por su naturaleza una mujer est¨¢ tan incapacitada para votar como un conejo. No hab¨ªa mucho que hacer para el movimiento sufragista femenino en un Londres rebosante de lores que, ante una petici¨®n tan descabellada como la de tener derecho a votar, lo m¨¢s delicado que contestaban era un ¡°?b¨²scate un marido!¡±. A principios del XX, pol¨ªticamente solo contaban con el apoyo del Partido Laborista. Liberales y conservadores se negaban a aceptarlo; los primeros porque estaban convencidos de que si les daban opci¨®n, votar¨ªan a los conservadores; y estos porque, en general, extender el voto no les parec¨ªa bien, y menos hacia las mujeres.
No solo en pol¨ªtica se encontraron con un muro. El movimiento antisufragio, fundado por Mary Humphrey Ward en 1908 junto a Lord Curzon y William Cremer, defend¨ªa, como aquel primer ministro, que ellas eran incapaces de entender la pol¨ªtica, y por tanto de decidir qui¨¦n quer¨ªan que las gobernara. ¡°Es como si los animales de la granja insistieran en cambiar de lugar: las vacas insist¨ªan en sacar el carruaje, mientras los caballos se esforzaban en vano por masticar y rumiar", escribi¨®, en 1908 en la revista The Queen, un opositor al sufragio femenino. Aquel columnista estaba convencido de que la campa?a para conseguir el voto era el ¡°preludio de una revoluci¨®n social¡±. Probablemente no imagin¨® lo acertado de su previsi¨®n.
Emily Davison, Emmeline Pankhurst y sus dos hijas, Christabel y Sylvia, son solo algunos de los nombres conocidos que todav¨ªa hoy resuenan al hablar de sufragistas; pero miles de mujeres, despu¨¦s de a?os bajo la correcci¨®n y la etiqueta, renunciaron a ellas, despojando al movimiento de cualquier convenci¨®n pol¨ªtica, y comenz¨®, como aquel periodista apunt¨®, una revoluci¨®n que ya no tendr¨ªa freno. ?Hechos, no palabras! fue el lema que enmarc¨® la batalla campal que se libr¨® durante algunos a?os: huelgas de hambre, encarcelamientos, represi¨®n y reacci¨®n pol¨ªtica. Reacci¨®n social y a veces vandalismo por parte de las sufragistas. Nunca se cansaron, se arriesgaron hasta el l¨ªmite. Davison acab¨® pisoteada bajo las patas del caballo del Rey Jorge V en la protesta durante el derbi de Epsom, en 1913; muri¨® d¨ªas despu¨¦s.
Aquella canci¨®n de una revolucionaria Se?ora Banks (de nombre Winifred, que nadie nunca lo recuerda, pero lo tiene) en la Mary Poppins de 1965, fue y es homenaje a las guerreras.
¡°Fiero soldado con falda soy. En pos del derecho del voto voy. Que adoro al hombre no hay ni que decir, pero todos juntos son inaguantables. Hoy las cadenas hay que romper, en dura lucha por libre ser, y nuestras dignas sucesoras cantar¨¢n al ser mayores: "Por ti, vota la mujer". De Kensington a Billingsgate un grito solo hay, pues pide el sexo d¨¦bil ser al var¨®n igual. Por la igualdad en el vivir y en el vestir tambi¨¦n, tenemos todas que luchar en guerra sin cuartel. No m¨¢s humillaciones ni m¨¢s sufrir. Prefiero pelear hasta morir o hasta vencer¡±.
Algunas murieron. Y todas (y todos) vencieron.
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