Mi marido nos hace la foto
Mi relaci¨®n con los lectores masculinos ha ido cambiando en un proceso largo, peculiar. Al principio me le¨ªan, pero no ven¨ªan a verme.
HACE UNOS diez a?os, en la Feria del Libro de Madrid, un lector an¨®nimo, porque no me dijo c¨®mo se llamaba, me otorg¨® por su cuenta el premio literario m¨¢s valioso y especial que he recibido en mi vida.
¡ªNo te voy a comprar el libro ¡ªme grit¨® desde el centro del paseo, se?alando con el dedo a los lectores que esperaban con El coraz¨®n helado en la mano¡ª porque ya lo he le¨ªdo, pero voy a decirte una cosa que te va a encantar.
Entonces me cont¨® que su mujer hab¨ªa comprado mi novela porque le gustaban las historias de amor y que ¨¦l s¨®lo se hab¨ªa decidido a leerla cuando se enter¨® de que ten¨ªa que ver con la memoria, porque ese tema s¨ª le interesaba.
¡ªBueno ¡ªconcluy¨® al rato, mientras todos, lectores, libreros, yo misma, le mir¨¢bamos expectantes¡ª, pues al final¡ ?Lo que me enganch¨® fue la historia de amor!
?Por qu¨¦ los lectores varones se resist¨ªan con tanto ah¨ªnco a aceptar que la voz de una mujer pod¨ªa alcanzar una resonancia tan universal como la de cualquier hombre?
Le debo mucho a aquel lector al que no podr¨ªa reconocer si volviera a verle, porque su confesi¨®n fue un precioso indicio de que mi relaci¨®n con los hombres lectores de ficci¨®n estaba cambiando. Hasta aquel momento, siempre me hab¨ªa inquietado mucho su resistencia a leer lo que sol¨ªan describir como ¡°novelas de mujeres¡±, ya fueran m¨ªas o de cualquier otra escritora. Yo repasaba la lista de los libros que se apoderaron de mi adolescencia para convertirme en la persona que soy, y recordaba t¨ªtulos como La isla del tesoro, sin otro personaje femenino que Mrs. Hawkins, que desaparece tras unas pocas p¨¢ginas; Robinson Crusoe o incluso Moby Dick, donde la ¨²nica hembra es una ballena asesina. Si a m¨ª esas novelas espl¨¦ndidas me hab¨ªan ayudado a comprender el mundo, a forjar una mirada propia, a acumular emociones, experiencias estrictamente m¨ªas y, por tanto, femeninas¡, ?por qu¨¦ los lectores varones se resist¨ªan con tanto ah¨ªnco a aceptar que la voz de una mujer pod¨ªa alcanzar una resonancia tan universal como la de cualquier hombre? Gracias a aquel lector an¨®nimo comprend¨ª que ese muro absurdo empezaba a desmoronarse, y as¨ª ha sido. Desde entonces, mi relaci¨®n con los lectores masculinos ha ido cambiando en un proceso largo, peculiar, con etapas bien definidas.
Al principio, me le¨ªan, pero no ven¨ªan a verme, excepto si eran j¨®venes. M¨¢s all¨¢ de la barrera de los 40, su presencia en actos y presentaciones no llegaba a ser excepcional, pero s¨ª muy minoritaria, aunque a menudo una mujer me tra¨ªa un libro para que se lo dedicara a su marido o, a¨²n con m¨¢s frecuencia, a los dos. Luego su presencia se fue haciendo m¨¢s habitual, pero mientras los muchachos de 20, los j¨®venes de 30 a?os, se pon¨ªan en la cola con naturalidad y me contaban su historia con el mismo desparpajo que cualquiera, los se?ores mandaban a sus mujeres por delante y esperaban al fondo de la sala. Con el tiempo, se han ido acercando m¨¢s, pero la verdadera revoluci¨®n ha llegado hace muy poco.
¡ªBueno, y ahora mira hacia all¨ª ¡ªla lectora de turno estira el brazo y se?ala con su dedo a un se?or que est¨¢ a su lado, o justo delante del estrado¡ª, que mi marido nos va a hacer una foto¡
Ahora, mis lectores se han convertido en fot¨®grafos. No puedo verlos bien porque ellos me miran a trav¨¦s de sus m¨®viles, un rect¨¢ngulo perpendicular u horizontal que tapa buena parte de su cara. Sus mujeres les dan instrucciones, los animan, los rega?an, ?hay que ver, hijo m¨ªo, qu¨¦ lento eres!, mientras me tratan como lo que son, personas que me conocen muy bien, aunque nunca nos hayamos visto antes. Entonces pienso que tambi¨¦n me gustar¨ªa conocerles a ellos, verles la cara entera, averiguar lo que les gusta y lo que no, los motivos que los han empujado a compartir conmigo una tarde lluviosa o una soleada ma?ana de domingo. Y me pregunto si el temor reverencial que les infunde mi presencia les mantiene a la misma distancia de seguridad cuando el autor es un hombre, o si se comportan de una forma diferente con mis colegas masculinos.
¡ª?Ah¨ª, ah¨ª! Mi marido nos hace la foto¡
A veces hay dos o tres con el tel¨¦fono preparado y tengo que preguntar para no confundir al marido de uno con el de otra. Cuando el interesado sonr¨ªe, y se destapa la cara para identificarse antes de volver a mirarme a trav¨¦s del objetivo, experimento una peque?a y placentera sensaci¨®n de victoria.?
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