El faro de Europa
La UE tiene que consolidar el Estado del bienestar y profundizar en los valores democr¨¢ticos
El 95% del universo conocido es materia oscura y energ¨ªa oscura, aseguran los cient¨ªficos. Por tanto, el resto de la materia, que a nosotros nos resulta infinita, no representa m¨¢s que el 5% de la existencia. Abruma pensar el porcentaje que entonces corresponde a la masa del planeta Tierra y a¨²n m¨¢s a la de cada ser humano. Y, a¨²n as¨ª, cada uno de ellos es importante. Tuvieron que pasar siglos de devastaciones, para que, tras la II Guerra Mundial, nuestra civilizaci¨®n edificara el corpus de los derechos humanos. Sobre este faro se fue construyendo el proyecto de la Uni¨®n Europea, que va recibiendo dentelladas en cada votaci¨®n continental.
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Mutilado por el Brexit, el faro europeo aguanta los peque?os se¨ªsmos de las elecciones sucesivas en Francia, en Chequia o en Italia, en los programas de los partidos nacionalistas de medio continente, que aprovechan la debilidad del proyecto para agrupar a los que identifican la Uni¨®n Europea con la Europa de los bancos. La culpable de esta situaci¨®n es, por supuesto, la Uni¨®n Europea, que ha demostrado que su convicci¨®n principal es el euro. Despu¨¦s del euro, lo dem¨¢s.
Sin embargo, lo dem¨¢s tendr¨ªa que ser lo principal: la consolidaci¨®n y mejora del Estado del bienestar y la profundizaci¨®n en las estructuras y valores democr¨¢ticos. Ahora, cuando en el resto del planeta se tambalean. La Uni¨®n Europea tendr¨ªa que consolidarse sobre estas supraestructuras, con el mismo ah¨ªnco que ha utilizado en salvar los sistemas financieros de cada pa¨ªs en los ¨²ltimos a?os. Habr¨¢ sido fundamental para evitar cat¨¢strofes mayores, pero los ciudadanos de media Europa perciben que Europa les ha abandonado. Europa resulta invisible, burocr¨¢tica, insustancial, cuando, todo lo contrario, deber¨ªa notarse en los problemas cruciales de nuestra ¨¦poca. Su papel en las crisis recurrentes de inmigraci¨®n y refugiados ha sido tan lamentable que parece haber olvidado que los europeos de los siglos XIX y XX han poblado el mundo huyendo de la pobreza y la guerra. Sus medidas para integrar a su propia juventud a trav¨¦s del trabajo y de la vivienda son rotundamente invisibles. Qu¨¦ hace Europa por los suyos. Ser¨¢ mucho (y ha sido perceptible en el desarrollo de m¨²ltiples infraestructuras). Pero los suyos tienen poca o ninguna idea.
Europa, como Saturno, parecer devorar a sus hijos. Hace caja con las clases medias y relega a los dem¨¢s a una zona de penumbra
Europa, como Saturno, parecer devorar a sus hijos. Hace caja con las clases medias y relega a los dem¨¢s a una zona de penumbra, que iluminan los servicios sociales de los Estados que se han preocupado de su calidad, como sucede, afortunadamente, con el nuestro. Escuchamos, hace unos d¨ªas, el clamor de los pensionistas por s¨ª mismos y por lo siguientes, pero hay una buena parte de la poblaci¨®n, la m¨¢s desfavorecida, que est¨¢ callada. Porque hasta para gritar hacer falta cierta prosperidad. Los mendigos, miles en las esquinas, son silenciosos.
Los partidos viejos se encogen ¡ªliteralmente¡ª ante la situaci¨®n. Los nuevos patean el faro de Europa llenos de argumentos. Totalitarismos y nacionalismos reverdecen ofreciendo redenci¨®n. Las convivencias se cuestionan para repartir el pastel. Solo el terrorismo parece unirnos en los d¨ªas posteriores a las masacres. Solo en los d¨ªas posteriores. En una porci¨®n m¨ªnima del universo. Ni siquiera ¨¦ste, tan peque?o pero privilegiado en riqueza y en valores, sabemos manejar. Y el faro se va apagando en un mar de materia oscura, justo cuando hace falta potenciar su luz.
Ernesto P¨¦rez Z¨²?iga, novelista y poeta, es autor de No cantaremos en tierra de extra?os (Galaxia Gutenberg, 2016).
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