El ¡®Rodr¨ªguez de la Fuente¡¯ de Yosemite
John Muir, el naturalista que luch¨® por la protecci¨®n del parque californiano, inculc¨®, con textos como los que ahora se reeditan, el placer de disfrutar la belleza del medioambiente
?Por qu¨¦ raz¨®n hemos de conservar la naturaleza? Habr¨¢ quien diga, simplemente, que porque lo manda la ley o es la costumbre, en tanto otros manifestar¨¢n motivos m¨¢s profundos e ¨ªntimos. No faltar¨¢ quien utilice argumentos ¨¦ticos. Y muchos, seguramente, responder¨¢n que necesitamos los recursos naturales y debemos usarlos con prudencia. A t¨ªtulo personal, cualquiera de esas explicaciones es m¨¢s que suficiente, y mejor a¨²n la mezcla de todas ellas.
Las cosas cambian, sin embargo, al trasladarnos al mundo social o pol¨ªtico. Cuando se trata de condicionar a otros, hay que dotarse de argumentos contundentes. Simplificando las cosas, podemos agrupar los fundamentos para cuidar de la naturaleza en dos grandes bloques. Para unos, el valor del medio natural es intr¨ªnseco, trasciende a su utilidad, mientras que para los otros es al contrario. Ambos defienden la necesidad de conservar el ambiente, pero los primeros entienden por ello b¨¢sicamente preservar espacios libres de la influencia humana (por ejemplo, los parques nacionales), en tanto los segundos se refieren a conservar los recursos naturales us¨¢ndolos comedidamente (por ejemplo, las pesquer¨ªas).
Por este motivo, hist¨®ricamente se llam¨® a los unos preservacionistas y a los otros conservacionistas. Y la persona a la que indefectiblemente aluden todos los textos cuando mencionan la preservaci¨®n de la naturaleza es ?John Muir. Con su escritura luminosa y v¨ªvida, Muir convenci¨® a centenares de miles de americanos de que merec¨ªa la pena mantener espacios naturales libres de explotaci¨®n a cambio de la belleza, la paz interior y el vigor espiritual que pod¨ªan obtenerse visit¨¢ndolos.
Alto, delgado y con luengas barbas cuando adulto, John Muir naci¨® en Dunbar (Escocia) en 1838, pero con 11 a?os emigr¨® acompa?ando a su familia a Estados Unidos. Su padre compr¨® unas tierras en Wisconsin y levant¨® una granja donde obligaba a sus hijos a trabajar de sol a sol. John consider¨® esa fase su ¡°bautismo en el c¨¢lido coraz¨®n de la naturaleza¡± y poco a poco se convirti¨® en un detallado observador de la vida en derredor.
Con su escritura luminosa y v¨ªvida, Muir convenci¨® a centenares de miles de americanos de que merec¨ªa la pena mantener espacios naturales libres de explotaci¨®n
En 1867 un accidente laboral estuvo a punto de costarle la vista. Sus viejos sue?os de exploraci¨®n parec¨ªan esfumarse, aunque sorprendentemente logr¨® recuperarse. Quer¨ªa encontrar el rastro de Humboldt en la Amazon¨ªa, y seis meses despu¨¦s iniciaba un viaje a pie de m¨¢s de 1.000 millas desde Indian¨¢polis a Florida para embarcar hacia Sudam¨¦rica. Seg¨²n cuenta Andrea Wulf, apenas comenz¨® a andar, ligero de equipaje, se detuvo un momento para anotar en la primera p¨¢gina de su cuaderno de viaje: ¡°John Muir, planeta Tierra, universo¡±.
En Florida, enferm¨® de malaria y pensando en un lugar donde establecerse con un clima m¨¢s benigno, escogi¨® California. Casi con 30 a?os, en marzo de 1868, lleg¨® a San Francisco, ciudad que le disgust¨® profundamente. Apenas aguant¨® una noche. A pie, se alej¨® del mar rumbo a las monta?as, hasta establecerse en la zona baja de la Sierra Nevada. En los meses y a?os siguientes escal¨® monta?as, acamp¨® donde le ven¨ªa bien, se regal¨® con tormentas y huracanes. Pero simult¨¢neamente se dedic¨® a la observaci¨®n de las flores y los escarabajos, o se entretuvo con los ciervos. Nada para ¨¦l carec¨ªa de inter¨¦s, desde los m¨¢s grandiosos monumentos geol¨®gicos a las m¨¢s modestas criaturas.
Durante alg¨²n tiempo ocup¨® una caba?a de madera que ¨¦l mismo hab¨ªa construido. Escrib¨ªa cartas y llevaba un diario cuajado de anotaciones y dibujos, hasta que en 1874 comenz¨® a redactar art¨ªculos para los peri¨®dicos, convirti¨¦ndose pronto en un escritor de ¨¦xito. Sus textos pretend¨ªan que la gente admirara los grandes espacios abiertos, pero derivaron despu¨¦s hacia el activismo. Ley¨¦ndolos, miles y miles de americanos se sent¨ªan transportados a las monta?as, acariciados por su viento, purificados por las cascadas, a la vez que constataban que aquellas maravillas pod¨ªan desaparecer.
Pasado un tiempo, inici¨® una campa?a para asegurar la conservaci¨®n de Yosemite. Reclamaba para la Sierra el estatus de parque nacional
Pasado un tiempo, Muir inici¨® una campa?a para asegurar la conservaci¨®n de Yosemite. Reclamaba para la Sierra el estatus de parque nacional como el creado en Yellowstone en 1872, algo que sucedi¨® finalmente en octubre de 1890. En 1892 cre¨® el Sierra Club, una asociaci¨®n protectora de la naturaleza, con el ¨¢nimo, dijo, de ¡°contentar a las monta?as¡±. En 1901 public¨® el libro Nuestros parques nacionales y, tras leerlo, el entonces presidente Roosevelt le escribi¨® solicitando que le guiara en una visita a Yosemite, que tuvo lugar en mayo de 1903. Se fotografiaron juntos en Glacier Point y acamparon entre secuoyas, sobre la nieve y bajo la enorme pared vertical de El Capit¨¢n. Alguien ha escrito que aquella acampada ¡°cambi¨® Am¨¦rica¡±. Hasta el final de sus d¨ªas, John Muir trabaj¨® por la naturaleza y viaj¨® por el mundo. Falleci¨® en Los ?ngeles el d¨ªa de Nochebuena de 1914.
En la historia de las ideas sobre la conservaci¨®n de la naturaleza Muir ha sido catalogado como adalid de una l¨ªnea ¡°rom¨¢ntico-trascendental¡±, pues sin duda la importancia de lo inmaterial en sus textos fue muy notable. De hecho, probablemente una de las claves de su ¨¦xito fue invocar ante sus lectores la perfecci¨®n de la obra de Dios, reflejada en la naturaleza virgen. Desde mediados del siglo XIX los inmigrantes norteamericanos se consideraban un pueblo elegido que deb¨ªa ¡°implementar el reino del cielo en la tierra¡±. La colonizaci¨®n del oeste, sin embargo, mostr¨® que estaban destruyendo la naturaleza.
Algunas cosas que he le¨ªdo sobre ¨¦l me han recordado, con las debidas distancias, a Rodr¨ªguez de la Fuente y su capacidad para impactar en la sociedad espa?ola del ¨²ltimo tercio del siglo XX
George Perkins Marsh, en su notable libro Man and Nature (1864), subray¨® el profundo efecto de las actividades humanas sobre el ambiente. En el este, escritores ¡°trascendentalistas¡± como Ralph Waldo Emerson y sobre todo Henry David Thoreau, defend¨ªan la necesidad espiritual de mantener el contacto con la naturaleza pr¨ªstina. John Muir supo popularizar los puntos de vista de estos autores, a los que ley¨® tras su primer verano en Yosemite. Si el Romanticismo hab¨ªa puesto el ¨¦nfasis en el misterio vivo de la naturaleza, Muir traslad¨® a sus compatriotas que Dios estaba detr¨¢s de tal misterio, que deb¨ªa preservarse.
Algunas cosas que he le¨ªdo sobre ¨¦l me han recordado, con las debidas distancias, a Rodr¨ªguez de la Fuente y su capacidad para impactar en la sociedad espa?ola del ¨²ltimo tercio del siglo XX. Muir (y tambi¨¦n F¨¦lix) fue un activista de la conservaci¨®n, pero m¨¢s porque convenc¨ªa a sus lectores de que la naturaleza era hermosa e imprescindible que porque directamente hiciera llamamientos a cuidarla.
John Muir public¨® a lo largo de su vida una docena de libros y m¨¢s de 300 art¨ªculos. Combinando una gran expresividad y un evidente talento literario con frecuentes apelaciones a lo sobrenatural y al valor del individuo, logr¨® generar un poderoso sentimiento nacional de respeto hacia la naturaleza virgen, transformado en una decidida vocaci¨®n por la creaci¨®n de santuarios protegidos. Lean su Cuaderno de monta?a, merece la pena.
Miguel Delibes de Castro, profesor ¡®ad honorem¡¯ del CSIC y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, F¨ªsicas y Naturales, es autor del pr¨®logo de ¡®Cuaderno de monta?a¡¯ (Volcano), una selecci¨®n de los textos del naturalista escoc¨¦s John Muir.
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