Los pastores n¨®madas del Nilo
El universo mundari gira en torno a sus animales en una simbiosis perfecta, casi m¨ªstica, con un grado de intimidad ins¨®lito en la raza humana
Seguimos la estela del Nilo para abandonar Juba, la capital del pa¨ªs m¨¢s joven y, actualmente, uno de los m¨¢s inestables del mundo: Sud¨¢n del Sur. Nos dirigimos al norte, rumbo a las vastas llanuras de hierba estacionalmente inundables; nuestro objetivo es llegar hasta los grandes campamentos de ganado en la regi¨®n de Terakeka, kil¨®metros antes de que la cuenca arcillosa del r¨ªo se transforme en un extens¨ªsimo e impracticable laberinto pantanoso conocido como Sudd.
Tras d¨ªas de sofocante calor, polvo y franquear cauces exiguos, las poderosas aguas del Nilo Blanco se nos antojan casi irreales. Las crecidas anuales de cada estaci¨®n de lluvias mantienen la tierra de las orillas f¨¦rtil y llena de vida, proporcionando pasto casi ilimitado para el ganado. En este privilegiado entorno de la naturaleza y aislado del resto del mundo, el pueblo mundari contin¨²a manteniendo su peculiar forma de vida, dedicado por entero al cuidado de sus preciosas Ankole-Watusi, una espectacular raza bobina que se precia de poseer una de las mayores cornamentas del mundo animal, motivo por el que tambi¨¦n se las conoce como el ganado de los reyes
Desafiamos la corriente a bordo de un precario tronco ahuecado y cruzamos hacia una de las islas que el Nilo deja a su paso, a la b¨²squeda de este pueblo perdido que vive rodeado de centenares de cabezas de ganado. En seguida alcanzamos a ver los alt¨ªsimos t¨®tems coronados con imponentes cornamentas emergiendo entre el humo de las hogueras. La luz del atardecer perfila una ic¨®nica estampa de cuernos retorcidos y estilizados cuerpos semidesnudos. Con una complexi¨®n f¨ªsica extraordinaria, y una altura propia de jugadores de baloncesto, acierto a entender su fama de bravos guerreros. Sus rostros escarificados en la frente con tres uves, cual astas de toro, y tiznados de ceniza, acrecientan ese aire de aguerridos combatientes.
A esta hora de la tarde el campamento bulle de actividad; todas las reses han regresado ya de pastar y los mundari se afanan en mantenerlas limpias y acomodadas. El interminable conflicto que asola el pa¨ªs y la resistencia al cambio de estas gentes hacen que mantengan vivo el culto a un dios creador llamado Ngun, siendo sus vacas una especie de m¨¦dium para llegar a ¨¦l, por lo que las miman y protegen como si de miembros de su propia familia se tratara. En realidad son m¨¢s que eso: de ellas depende su sustento, su posici¨®n social, su dote para formar una familia.
El universo mundari gira en torno a sus animales en una simbiosis perfecta, casi m¨ªstica, con un grado de intimidad ins¨®lito en la raza humana, llegando a estimularlas sexualmente para incrementar su producci¨®n de leche. Todo es aprovechado. Sus excrementos una vez quemados, se transforman en ceniza que frotan sobre su piel y la de sus b¨®vidos para protegerlos contra los insectos; de esta forma mantienen el lugar limpio y evitan la transmisi¨®n de malaria, end¨¦mica en la zona. Los m¨¢s peque?os recogen la orina, muy apreciada entre los j¨®venes mundari, para darle ese tono anaranjado a sus cabellos que muestra su disposici¨®n a tomar una esposa. Orgullosos posan ante nuestras c¨¢maras con sus m¨¢s preciados ejemplares, que pueden llegar a alcanzar un valor muy considerable, lo que a menudo provoca la codicia entre los pueblos vecinos, produci¨¦ndose graves enfrentamientos en una zona en que los Kalashnikov son omnipresentes y la vida humana tiene un valor relativo.
Al d¨ªa siguiente, poco antes del amanecer, el sonido de los tambores llega a nuestro campamento. Los hombres despiertan a sus animales prepar¨¢ndoles para la gran traves¨ªa. El pasto escasea y han de trasladarse a otra de las numerosas islas que salpican el impetuoso cauce del Nilo Blanco. El cruce tendr¨¢ lugar con las primeras luces del d¨ªa, por lo que la actividad comienza temprano. Una suave bruma matinal se desprende lentamente del r¨ªo dando un toque de frescor a la ma?ana. Poco a poco el rumor del agua se torna en un coro de mugidos y cencerros. Los animales, a¨²n dispuestos en c¨ªrculos alrededor de las hogueras humeantes, cabecean inquietos intuyendo el desaf¨ªo.
De pronto uno de los hombres se adentra en el r¨ªo dando palmas y emitiendo insistentemente un grito de llamada, ante el cual las reses acuden como si de un lenguaje secreto se tratase, consiguiendo que olviden su ancestral pavor al agua. Uno a uno los reba?os se precipitan r¨ªo abajo, llen¨¢ndolo de cornamentas sacudidas por la corriente. El espect¨¢culo es majestuoso. Los cantos del cham¨¢n en la orilla se entremezclan con el chapoteo del barro. Invocan a su dios para que las bestias marchen sin mirar atr¨¢s, pero no siempre lo consiguen. Algunas se vuelven a pesar de los esfuerzos de grandes y peque?os, que no dudan en lanzarse al agua para forzar a los animales rebeldes a continuar avanzando. El tr¨¢nsito de una isla a otra atravesando las caudalosas aguas del Nilo es una peligrosa tarea que los mundari llevan realizando desde tiempos inmemoriales, quiz¨¢ uno de los paradigmas de nomadismo m¨¢s extremos del planeta.
Esta vida errante, siempre en busca de pastos en un entorno singular y aislado ha mantenido a los mundari ajenos a la sangrienta e interminable guerra que desangra este rinc¨®n del mundo. Las influencias externas a¨²n no han podido doblegar a este pueblo orgulloso de pastores n¨®madas, aunque la presi¨®n es f¨¦rrea y el futuro incierto, en un mundo globalizado que dirige su mirada a las caudalosas aguas del Nilo Blanco, clave para la subsistencia de este fr¨¢gil ecosistema.
El siguiente v¨ªdeo muestra un poco m¨¢s de cerca todo este mundo.
Sandra Ballesteros Moffa recorre y fotograf¨ªa ?frica desde hace a?os. Junto a?Miguel Celis forma parte de Una banda de dos
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