Un caos normativo, incomprensible y confuso
Cualquier acto sexual no consentido implica intimidaci¨®n o violencia por parte de quien lo impone
En los a?os ochenta, algunos grupos feministas pusieron en circulaci¨®n el lema ¡°Contra violaci¨®n, castraci¨®n¡±. No pretend¨ªan, por supuesto, la mutilaci¨®n f¨ªsica de los violadores (otra cosa es la medicaci¨®n que reduce la libido en algunos casos reincidentes), sino algo muy diferente: lograr que los hombres, a quienes espanta la idea de la castraci¨®n, asimilen su p¨¢nico al de una mujer respecto a la violaci¨®n.
No es lo mismo estar castrado que estar muerto, desde luego, se puede ir de copas, tener amigos y disfrutar de muchos aspectos de la vida, pero la inmensa mayor¨ªa de los hombres castrados contra su voluntad pensar¨¢n que su vida ha sido destrozada para siempre. Lo mismo les sucede a las mujeres que han sido violadas, est¨¢n vivas, pueden ir de copas y disfrutar de muchas cosas de la vida, pero sienten que han sido mutiladas, humilladas, y que una parte de su vida ha sido destrozada.
Durante d¨¦cadas, muchas mujeres han dedicado sus esfuerzos a lograr que esa poderosa imagen calara en la mentalidad masculina porque cre¨ªan que pod¨ªa ayudar a disipar su confusi¨®n sobre la idea de la violaci¨®n y sus efectos. No hay mucha inteligencia en la confusi¨®n y, desde luego, no hay ninguna en la confusi¨®n que se produce en el plano jur¨ªdico. Las mujeres han luchado permanentemente para que no existiera ninguna confusi¨®n respecto a la violaci¨®n: se trata de un acto sexual no consentido. Si, adem¨¢s, a esa mujer le dan una paliza, habr¨¢ que a?adir otro delito; si la asesinan, otro distinto. Pero la violaci¨®n no tiene que ver con nada m¨¢s que con el consentimiento, y con la razonada convicci¨®n de las mujeres de que demasiados hombres son capaces de agredirlas, incluso de matarlas, si no logran consumar su deseo, aun en contra de la voluntad de la mujer. La pregunta tantas veces formulada de ¡°?y c¨®mo se sabe si una mujer est¨¢ dando su consentimiento?¡± es simplemente una muestra de malevolencia. Y tiene una respuesta sencilla: si no tiene consentimiento expreso al¨¦jese medio metro
El problema respecto a la sentencia de La Manada no es la pena que impone a los miembros de ese grupo (nueve a?os de c¨¢rcel no es algo menospreciable, si se cumplen). El problema es la confusi¨®n que introduce: la joven no dio su consentimiento para los hechos, que declara probados el propio tribunal (reiteradas penetraciones y felaciones practicadas por cinco hombres distintos, de fuerte complexi¨®n f¨ªsica, en un recinto cerrado), pero no existi¨® violaci¨®n, sino abusos, porque no existi¨® intimidaci¨®n ni violencia.
Lo m¨¢s urgente era que el fiscal recurriera la sentencia, como ya ha sucedido, por si un tribunal superior concluye que esos hechos probados s¨ª implican intimidaci¨®n. Pero inmediatamente despu¨¦s habr¨¢ que plantear el problema principal: el centro de este asunto es, y debe ser, el consentimiento. Cualquier acto sexual no consentido expresamente implica intimidaci¨®n o violencia por parte de quien lo impone. Punto. No se trata de exacerbar las penas, ni de modificar el C¨®digo Penal a golpe de impactos emocionales. Como recordaba en estas p¨¢ginas el ex fiscal general del Estado Eduardo Torres Dulce, el C¨®digo Penal debe reservarse ¡°para conflictos que socavan principios y bienes jur¨ªdicos esenciales para la convivencia¡±. El principio de la libertad sexual es, precisamente, uno de esos bienes jur¨ªdicos esenciales y resulta insoportable que siga siendo objeto de un caos normativo, incomprensible y confuso.
Y respecto al juez que emiti¨® el extenso voto particular seg¨²n el cual no existi¨® m¨¢s delito que un hurto, quiz¨¢s haya que recordar aquello que escribi¨® Bonifacio de la Cuadra: ¡°Probablemente sean menos preocupantes las conductas judiciales que sentencian a base de ripios que aquellas otras que cumplen los formalismos externos, pero que en realidad responden a una anomal¨ªa mental (¡)¡±.
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