El complicado (pero posible) feminismo ind¨ªgena
Alcira Villafa?a es lideresa del pueblo originario colombiano arhuaco. Aqu¨ª narra c¨®mo las mujeres deben tener dignidad y fortaleza para lograr sobresalir en un mundo de hombres
Una ola de dos metros golpea contra la arena ocre de la playa que bordea la costa de Katanzama ¡ªuno de los resguardos del pueblo arhuaco, en el departamento colombiano de Magdalena¡ª y, en ese vaiv¨¦n estrepitoso, quedaron al descubierto card¨²menes de peque?os cangrejos que corrieron a esconderse entre la espuma marina. A dos metros, sentada en un tronco, Alcira Villafa?a observa el espect¨¢culo, mientras analiza c¨®mo los movimientos c¨ªclicos de las aguas caribe?as se asemejan al orden natural del cosmos: ¡°Todo lo que va, alg¨²n d¨ªa vuelve, porque el universo se encarga de regresarlo a la posici¨®n que le corresponde¡±, afirma con su voz serena y silenciosa, casi como si hablara consigo misma.
Hace siglos sus ancestros habitaron ese territorio, antes de ser desterrados a sangre y fuego durante la conquista hisp¨¢nica. Producto de ese desplazamiento hist¨®rico, los arhuacos se asentaron en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta ¡ªel centro del universo arhuaco¡ª y, paulatinamente, con la llegada de colonos en las ¨¦pocas colonial y republicana, se vieron obligados a habitar las cumbres, donde el clima glacial los resguard¨® de los embates de la civilizaci¨®n occidental. All¨ª establecieron sus caser¨ªos, a los que solo se pod¨ªa llegar emprendiendo traves¨ªas tit¨¢nicas de varias horas, o de d¨ªas enteros a lomo de mula. Igual que hoy.
Cuando evoca a don Adalberto Villafa?a ¡ªsu padre¡ª, la mirada de Alcira se torna brillante y acuosa. Hace 21 a?os, antes de morir, le volvi¨® a repetir la misma ense?anza que le recalc¨® desde su m¨¢s tierna edad: ¡°Las mujeres deben ser respetadas y valoradas¡±, le dec¨ªa, y hasta el final de sus d¨ªas le hizo prometer a ella que se convertir¨ªa en l¨ªder del pueblo arhuaco. Si don Adalberto viviera, estar¨ªa orgulloso de su hija porque, adem¨¢s de ser reconocida por su liderazgo, se destaca en un mundo de patriarcas.
¡°No es f¨¢cil ser mujer, l¨ªder, ind¨ªgena y, adem¨¢s, madre cabeza de hogar: tengo tres hijos. Se requiere tener dignidad y fortaleza para sobresalir en un mundo de hombres como el de mi pueblo. Los hermanos blancos (las personas que no son ind¨ªgenas) piensan que en las comunidades ind¨ªgenas los hombres son los ¨²nicos que ostentan el poder¡±, replica. No obstante, esto es una verdad a medias, pues muchas mujeres arhuaco optan por dedicarse en exclusiva al cuidado del esposo y los hijos.
No al machismo
En el hogar de Alcira nunca hubo actos de discriminaci¨®n de g¨¦nero: tanto sus cuatro hermanos varones, como ella ¡ªla ¨²nica hija¡ª, deb¨ªan ayudar en las labores dom¨¦sticas; tambi¨¦n ten¨ªan voz y voto a la hora de tomar decisiones en el seno familiar. Entre los recuerdos m¨¢s entra?ables que atesora en el caj¨®n de su memoria, est¨¢n las reuniones a las que su padre la llevaba en Bunkwimake, aldea enclavada en las cumbres de la Sierra Nevada. All¨ª, todos los mamos ¡ªcaciques o l¨ªderes ind¨ªgenas¡ª se congregaban para tratar diversos asuntos mientras ella, sentada a la diestra de su padre, escuchaba los detalles de aquellos asuntos relacionados con el devenir arhuaco.
No se trata de ganarse el respeto a las malas, ni a los gritos: es tener la capacidad de regir en nuestras propias vidas, ser la autoridad de nuestros destinos
Ten¨ªa 16 a?os cuando comenz¨® a demostrar sus cualidades de l¨ªder, en un ritual de pagamento Iku (arhuaco) en el que los caciques depart¨ªan al interior del boh¨ªo central, mientras mujeres y ni?os esperaban afuera. A Alcira no le gust¨® aquello, y m¨¢s bien le pareci¨® un acto discriminatorio. ¡°?Para qu¨¦ estaba estudiando si ten¨ªa que aceptar que los hombres decidieran todo por nosotras?¡±, se pregunt¨®. Entonces invit¨® a las mujeres a entrar para ocupar el espacio que les correspond¨ªa, pero como nadie se anim¨®, ella se puso de pie y, decidida, ingres¨® a la choza para sentarse junto a los varones que la observaron estupefactos y en silencio, sorprendidos por su ¨ªmpetu.
Desde entonces, las mujeres del clan la vieron como una l¨ªder a quien deb¨ªan imitar, y sus ideas se empezaron a valorar en la comunidad. ¡°No se trata de ganarse el respeto a las malas, ni a los gritos: es tener la capacidad de regir en nuestras propias vidas, ser la autoridad de nuestros destinos¡±, afirma, y agrega que eso le inculca ahora a sus hijas Helena del Mar (21 a?os) y Heidi (14), mientras que a su hijo, H¨¦ctor Nahum (11), le recalca: ¡°?Qui¨¦n te dijo que por ser ni?o no puedes ayudar con el aseo del hogar?¡±.
Est¨¢ convencida de que las madres que no inculquen los valores de igualdad y respeto a sus hijos varones forjar¨¢n a los futuros machistas de la sociedad. Alcira no tolera ninguna manifestaci¨®n de sexismo o violencia f¨ªsica y/o verbal dentro de su comunidad, porque ¡°nada justifica una agresi¨®n, sino lo contrario: se perpet¨²an los abusos¡±. M¨¢s que contrincante del g¨¦nero masculino, se reconoce como defensora de las mujeres. ¡°Jam¨¢s podremos construir una sociedad equitativa mientras haya discriminaci¨®n¡±, advierte.
En esa b¨²squeda, realiz¨® diplomados en Pol¨ªticas P¨²blicas y Derechos de la Mujer en la universidad de Los Andes, y en la Distrital, y se acerca a las mujeres de su comunidad que identifica como v¨ªctimas de violencia de g¨¦nero. Tal es el caso de una ind¨ªgena en Katanzama que, tras 12 a?os de matrimonio con un labriego de la regi¨®n, sufri¨® agresiones. Le pidi¨® ayuda a Alcira, quien evidenci¨® en su rostro y cuerpo se?ales de barbarie y le exclam¨® que, si no se valoraba a s¨ª misma, nadie m¨¢s lo har¨ªa: deb¨ªa decidir si finalizar o continuar con esa relaci¨®n t¨®xica.
La tranquilidad no tiene precio, y Alcira lo sabe: hace nueve a?os se divorci¨® de H¨¦ctor, el padre de sus hijos ¡ªnacido en Santa Marta, pero de familia santandereana, regi¨®n con fama de machista¡ª que, aunque nunca la golpe¨®, la reprimi¨® en numerosas oportunidades por sus ausencias al estar dedicada a la misi¨®n social. ¡°Me quer¨ªa confinar a las actividades dom¨¦sticas. Pero no me veo enclaustrada en una cocina¡±, asegura.
Labor social
Alcira dirige una ONG llamada Niwisaku que contribuye a la resoluci¨®n de las problem¨¢ticas del pueblo arhuaco y, en menor medida, de otras etnias como los kogui y los wiwa. Ante las apremiantes necesidades que tienen los ind¨ªgenas en materia de acceso a la salud, alimentaci¨®n y educaci¨®n, ella gestiona recursos para la ejecuci¨®n de obras que mitiguen esas carencias. ¡°Pueden ser donaciones en dinero, en especie o en mano de obra¡±, aclara.
De baja estatura, piel cetrina, cara angulosa y ojos negros, cuando habla observa imperturbable a su interlocutor, como si le escudri?ara los pensamientos m¨¢s profundos. Alcira ha tocado las puertas de los despachos de autoridades pol¨ªticas y empresariales del pa¨ªs, quienes le han tendido la mano en su af¨¢n por ayudar a los ind¨ªgenas. As¨ª, por ejemplo, recibieron la visita de Vamos Colombia, campa?a de la Andi (Asociaci¨®n Nacional de Empresarios de Colombia), Usaid (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) y Acdi/Voca (Programa de alianzas para la reconciliaci¨®n), donde 300 personas de diversas compa?¨ªas aportaron su fuerza de trabajo para mejorar las condiciones del resguardo en Katanzama: equipamiento de cocina, arreglo de ba?os escolares, montaje y dotaci¨®n de biblioteca escolar, mantenimiento de las v¨ªas de acceso, dise?o del centro de pensamiento arhuaco, construcci¨®n de la huerta, talleres de manejo de residuos, y Curso de alfabetizaci¨®n digital.
Alcira dirige una ONG llamada Niwisaku, que contribuye a la resoluci¨®n de las problem¨¢ticas del pueblo Arhuaco y, en menor medida, de otras etnias como los Kogui y los Wiwa
Uno de los proyectos es Duni, a trav¨¦s del cual se inaugur¨® un centro de salud en Bunkwimake, con la adecuaci¨®n de su planta f¨ªsica y la instalaci¨®n de paneles solares para el funcionamiento de los equipos m¨¦dicos y odontol¨®gicos. Para garantizar la visita de sanitarios, organizan jornadas con especialistas (como pediatras), odont¨®logos y enfermeras, quienes donan su trabajo. ¡°En el futuro tendremos nuestros propios doctores, gracias a la formaci¨®n de j¨®venes de la comunidad que estudiaron gratuitamente carreras en diversas ¨¢reas de la salud, con el compromiso de regresar a trabajar por la comunidad¡±, indica.
Diarreas, enfermedades respiratorias, muertes neonatales y alteraciones de los fetos son algunas de las problem¨¢ticas de salud m¨¢s recurrentes entre la poblaci¨®n arhuaca. Todo eso lo ha visto Alcira, en su papel de promotora de salud, en decenas de poblados de la sierra que ha visitado para ense?ar a padres de familia, ni?os y j¨®venes que estas afecciones se pueden prevenir con buenos h¨¢bitos de higiene. Tambi¨¦n ha llegado a instituciones etnoeducativas de la regi¨®n para adelantar campa?as de aseo.
Es s¨¢bado por la noche, y la penumbra se apodera de Katanzama. En la plaza central, a un costado del enorme ¨¢rbol moro que conquista un terreno bordeado por decenas de cultivos de pl¨¢tano, malanga, papaya y coca, los ind¨ªgenas preparan un pagamento de sanaci¨®n espiritual. El mamo Camilo Izquierdo, y Danilo Villafa?a, hermano de Alcira ¡ªm¨¢s conocido como El embajador del pueblo Arhuaco, por representar a la comunidad en el extranjero?¡ª, encienden una fogata para conjurar las malas energ¨ªas y los pensamientos insidiosos. Un grupo musical con flautas de millo y tamboras ameniza la velada que, en medio de danzas y c¨¢nticos ininteligibles, le sube la temperatura a la g¨¦lida noche. Mientras bebe infusi¨®n de coca, Alcira explica que la misi¨®n de su tribu ser¨¢ siempre preservar la Sierra Nevada de Santa Marta. Les dice a los presentes que el mejor legado que se puede dejar a los hijos no es el oro ni el petr¨®leo, sino los mares y r¨ªos, y el poder infinito que se refugia en la espesura de esas monta?as. ¡°Son tesoros de la madre Tierra que no vamos a cambiar ni por todo el dinero del mundo¡±, asegura, y se sienta a un costado de la fogata a observar a los j¨®venes del clan que a esa hora siguen bailando y entonando sus cantos.
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