Farise¨ªsmos universitarios
Hay que dar al mercado se?ales de que uno es algo m¨¢s. Para eso sirve el m¨¢ster
Nos lo ense?¨® Ferlosio: el fariseo agradece el esc¨¢ndalo. Le permite exhibir su superioridad moral, decir: ¡°Te doy gracias, Se?or, porque no soy como los otros hombres¡±. Algo que gusta mucho entre intelectuales y acad¨¦micos. En ese sentido resultaron muy ilustrativas las reacciones antes el m¨¢ster de Cifuentes: los t¨ªtulos como mercanc¨ªas, ¡°las disc¨ªpulas¡± a la orden del c¨¢tedro, et¨¦tera. Como en Casablanca, saltaron muchos acad¨¦micos: ¡°?Qu¨¦ esc¨¢ndalo, aqu¨ª se roba!¡±. Algunos de buena fe. Otros agradecidos, como el fariseo.
Cuidado con los moralistas. Buena parte de la patolog¨ªa era atribuibles a una omnipresente perversa din¨¢mica institucional. Un m¨¢ster opera como un bien posicional. Como una casa solitaria en la playa, vale mientras otros no tienen casa en la playa. Cuando cualquiera tiene un t¨ªtulo universitario de poco sirve un t¨ªtulo universitario. Hay que dar al mercado se?ales de que uno es algo m¨¢s. Para eso sirve el m¨¢ster. La se?al diferencial no siempre es de esfuerzo o talento. La mayor parte de ellos exige menos afanes que suscribirse a una hoja parroquial. Lo imprescindible es la barrera que establece estatus. El precio sirve. La combinaci¨®n de ¡°figuras p¨²blicas que lo tienen y altos precios¡± ofrece una ilusi¨®n de prestigio. Ilusi¨®n que, parad¨®jicamente, puede acabar como autoconfirmaci¨®n de calidad. Hay cursos que funcionan porque son caros, no es que sean caros porque funcionan: ¡°Dado el past¨®n tengo que estudiar¡±.
Otras veces, cierto, la exigencia opera como filtro y marca. Muchos de los responsables de tales estudios aparecieron recordando que ellos estaban en otras ligas, en las que rigen las publicaciones, los congresos, etc¨¦tera, los conocidos protocolos dise?ados para evitar que alguien pueda hablar sin rubor de ¡°sus disc¨ªpulas¡±. ¡°Nosotros no somos como los casposos¡±, nos ven¨ªan a decir. Se proclamaban libres de indecencias.
Eso dec¨ªan muchos. Pero no todos pod¨ªan decirlo con verdad. Entre ellos, los que en esos d¨ªas invocaban su excelencia acad¨¦mica para defender en manifiestos (¡°como economistas¡±) a pr¨®fugos de la justicia que nos dejaron en las puertas del enfrentamiento civil. La superioridad que permit¨ªa descalificar a los casposos se pon¨ªa al servicio de golpistas. Nada muy digno. Tambi¨¦n aqu¨ª hab¨ªa incentivos perversos y ¡°disc¨ªpulos¡± en deuda, pendientes de contrato o promoci¨®n. En el fondo, los mismos protocolos de la URJC: ¡°Mejor no discrepar con el entorno que nunca se sabe¡±. En corto: ¡°para qu¨¦ me voy a complicar la vida¡±. En fino y doctrinal: las funciones de utilidad, la baja propensi¨®n al riesgo y el juego de coordinaci¨®n.
Sin duda, nadie est¨¢ obligado a ser un h¨¦roe. Eso s¨ª, cuando el amor al bien y la verdad no apuntan en la misma direcci¨®n que los intereses, mejor no ponerse estupendo. Todos participamos de sesgos, pero incluso entre los sesgos hay grados de decencia. El moralismo al calor de la tribu es poco elegante. Despu¨¦s de todo, el af¨¢n de verdad es un af¨¢n moral.
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