La sonda japonesa ¡®Hayabusa 2¡¯ llega al asteroide Ryugu
La nave cumple su objetivo tras un viaje de casi cuatro a?os y tres vueltas alrededor del Sol
Durante casi cuatro a?os y un viaje que le ha llevado tres veces alrededor del Sol, nadie ¨Csalvo su reducido equipo de controladores- le ha hecho mucho caso. Pero ahora la sonda Hayabusa 2 ha llegado por fin ante su objetivo, un diminuto asteroide identificado por el n¨²mero de cat¨¢logo 162173, Ryugu para los amigos.
Ryugu es tan peque?o que no fue descubierto hasta 1999, dentro de un programa para localizaci¨®n de asteroides cuya ¨®rbita puede acercarse peligrosamente a la de la Tierra. Forma parte de un grupo conocido como asteroides Apollo (nada que ver con el programa lunar americano de los a?os sesenta) en el que ya hay registrados cerca de un millar y medio. Casi todos son muy peque?os: el mayor, S¨ªsifo, no llega a los diez kil¨®metros de di¨¢metro; Ryugu, diez veces menos. Pero su inter¨¦s estriba en la remota posibilidad de que alguno pueda impactar en nuestro planeta. El que cay¨® en Chelyabinsk (Rusia) hace cinco a?os dejando un buen mont¨®n de heridos por cristales rotos, era un Apollo no detectado.
La sonda que ahora nos ocupa es la Hayabusa 2, japonesa y segunda de una serie iniciada en 2003. El aquella ocasi¨®n, la Hayabusa 1 fue la primera misi¨®n dirigida a obtener muestras de un asteroide. Tras un accidentado viaje, consigui¨® cumplir su objetivo y regresar a la Tierra con mineral recogido en el asteroide Itokawa. Jap¨®n se un¨ªa as¨ª a Estados Unidos y Rusia en ser los tres ¨²nicos pa¨ªses que poseen muestras de material extraterrestre. Aunque en este caso, en cantidades m¨ªnimas: unos 1.500 granos tan diminutos que hubo que identificarlos mediante microscop¨ªa electr¨®nica. Pero suficientes para determinar directamente por primera vez la composici¨®n de un asteroide.
Aquella misi¨®n estuvo plagada de dificultades, desde la p¨¦rdida de una baliza que deb¨ªa guiar la aproximaci¨®n al asteroide hasta la congelaci¨®n del combustible durante su largo periplo de retorno a casa. Con la Hayabusa 2, los t¨¦cnicos japoneses han aprovechado las lecciones tan duramente aprendidas y han mejorado muchos equipos de a bordo, aunque el m¨¦todo de funcionamiento sigue siendo esencialmente el mismo.
La baj¨ªsima gravedad del Ryugu impide un aterrizaje convencional. Cualquier rebote por suave que fuera enviar¨ªa la sonda de nuevo hacia el espacio. En su lugar, se seguir¨¢ un procedimiento m¨¢s complicado. Primero, desde una distancia de cincuenta metros, el Hayabusa 2 disparar¨¢ contra el suelo una bala de cobre de un par de kilos de peso para formar un cr¨¢ter artificial que exponga el terreno subyacente, sobre el que se har¨¢n todos los experimentos. Despu¨¦s, la nave ir¨¢ descendiendo poco a poco hasta que una especie de embudo haga contacto con el suelo. Un nuevo disparo, esta vez de un proyectil m¨¢s ligero de tantalio puro, har¨¢ que algunas esquirlas del suelo salpiquen de forma que algunas sean recogidas por el embudo. De ah¨ª pasar¨¢n a una c¨¢psula que ¨Ctras otro largo viaje- las devolver¨¢ a la Tierra. El regreso ser¨¢ en el 2020. Es lo que tienen los vuelos especiales: que llevan mucho tiempo.
Por el momento, el Hayabusa ha transmitido excelentes fotos del asteroide. Lo que al principio no era sino un punto luminoso frente al fondo de estrellas se ha convertido en una roca sorprendentemente regular que, seg¨²n el punto de vista, recuerda a un diamante tallado. Su superficie muestra alg¨²n cr¨¢ter de impacto y multitud de rocas sueltas. Gira alrededor de su eje con movimiento retr¨®grado, es decir, de oeste a este, al contrario que la Tierra. Y sus dimensiones, como se hab¨ªa previsto, no llegan al kil¨®metro de di¨¢metro.
Es un asteroide de tipo C, met¨¢lico. Su composici¨®n probablemente incluye n¨ªquel, hierro, otros elementos pesados y quiz¨¢s trazas de agua. Alguien ha calculado ya que su valor desde un punto de vista minero puede ser de unos 80.000 millones de d¨®lares. Deduciendo los astron¨®micos costes de explotaci¨®n, el beneficio futuro de una compa?¨ªa que decidiese explotarlo podr¨ªa alcanzar los 30.000 millones. Pero esa es una empresa que est¨¢ todav¨ªa muy en el futuro.
Entretanto, estamos asistiendo el descubrimiento de otro (peque?o) mundo cuya geograf¨ªa se ir¨¢ desplegando ante nuestros ojos durante las pr¨®ximas semanas.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ci¨¨ncia de Barcelona (actual CosmoCaixa).
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