La vida es ritmo
Cada una de nuestras c¨¦lulas es un reloj biol¨®gico. El pasado de la especie es fundamental para entenderlo
No es que tengamos relojes, es que lo somos: cada una de nuestras c¨¦lulas funciona seg¨²n un tic-tac que empez¨® a evolucionar en la infancia del planeta, cuando su rotaci¨®n se estabiliz¨® y gener¨® el ritmo de los d¨ªas y las noches, de la actividad y el reposo, m¨¢s tarde de la vigilia y el sue?o. La actividad metab¨®lica, la funci¨®n cerebral, la secreci¨®n de insulina por el p¨¢ncreas, la respuesta a los medicamentos anticancerosos y mil cosas m¨¢s siguen ese ritmo que no est¨¢ marcado por un director de orquesta, sino por cada uno de sus m¨²sicos actuando de forma aut¨®noma, aunque coordinado por la evoluci¨®n y el uso. Lee en Materia una interesante entrevista con Michael Young, uno de los descubridores de los relojes circadianos (cuyo p¨¦ndulo oscila con ritmos de circa de un d¨ªa), y aprende c¨®mo la vida moderna, con su luz el¨¦ctrica que funciona a cualquier hora y sus horarios m¨¢s impuestos por el estr¨¦s laboral que por la madre naturaleza, nos est¨¢ metiendo en problemas bien importantes. Young recibi¨® con dos colegas el ¨²ltimo Nobel de Medicina por estos hallazgos.
No hemos aprendido las lecciones de la evoluci¨®n. Seguimos practicando religiones extra?as, aunque no lo sepamos
La entrevista suscita dos reflexiones de ¨ªndole m¨¢s general. La primera es que el reloj biol¨®gico, que es universal en los animales, se descubri¨® en una humilde mosca, Drosophila melanogaster, de cuyo estudio naci¨® la gen¨¦tica y gran parte de nuestra comprensi¨®n de la biolog¨ªa humana. La importancia de este molesto insecto, que suele rondar por los puestos de fruta del mercado e invadir la botella de vinagre de la cocina de casa, es conocida entre los cient¨ªficos desde hace un siglo, pero no ha sido a¨²n asimilada por los ciudadanos. Los genetistas de drosophila ¨Cfly people, en la jerga¡ª siguen dedicando la mitad de sus intervenciones p¨²blicas a justificar que su trabajo se concentre en ese organismo insignificante. Seguimos participando del prejuicio de nuestra excepcionalidad en la creaci¨®n y, mientras tanto, la medicina sigue avanzando gracias a bacterias, levaduras, gusanos, moscas, peces y ratones. No hemos aprendido las lecciones de la evoluci¨®n. Seguimos practicando religiones extra?as, aunque no lo sepamos.
La segunda reflexi¨®n se refiere al sue?o, uno de los muchos misterios que le quedan por resolver a la biolog¨ªa. De nuevo, el sue?o no es ninguna peculiaridad humana. Pese a lo absurdo que parece que, en un mundo lleno de predadores diurnos y nocturnos, las presas dediquen un tercio de su vida a perder la consciencia y sobar como un tronco, lo cierto es que el sue?o es universal en los mam¨ªferos, y hasta cierto punto tambi¨¦n en los insectos y los dem¨¢s animales. No entendemos a¨²n cu¨¢l es la funci¨®n del sue?o ¨Cy no hablemos ya de los sue?os¡ª, pero es obvio que debe tener una importancia extraordinaria. Los universales biol¨®gicos siempre apuntan a lo esencial. Young y sus colegas han descubierto mutaciones en la mosca que reducen en un 30% o 40% el tiempo de sue?o, y todas implican una notable reducci¨®n de la vida. Si algo nos ense?a la biolog¨ªa es que debemos esperar que lo mismo pase en nuestra especie.
Estamos dise?ados por el pasado de la especie, y a veces por su pasado m¨¢s remoto. Mientras no entendamos eso, no entenderemos nada.
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