El mordisco del tibur¨®n
Desde que se estren¨® la pel¨ªcula de Steven Spielberg sobre el escualo, no hay verano en el que su influencia no est¨¦ presente
La imagen de una tabla de surf a la que un tibur¨®n ha pegado un mordisco, siempre es advertencia de peligro. Sin embargo, el material del que est¨¢n hechas las tablas de surf no forma parte del men¨² de los tiburones. Los escualos buscan platos m¨¢s jugosos. Vamos a tratarlos, no sin antes hablar de una ley de los mares que, aunque no est¨¢ escrita, se?ala que pez grande se come a pez chico.
Esto ¨²ltimo, expresado de manera cient¨ªfica, viene a decirnos que la especie de mayor tama?o se encuentra en minor¨ªa pues cuanto m¨¢s peque?o sea un organismo, mayor es su poblaci¨®n. De esta manera, los individuos de las especies de mayor tama?o sobreviven comiendo centenares de organismos peque?os, dando lugar a la regla m¨¢s universal de los mares.
La citada ley trae consigo jerarqu¨ªas en el fondo de los mares; ¨®rdenes naturales donde nos encontramos con la aristocracia de los peces en su escalaf¨®n m¨¢s alto. Dicha aristocracia viene representada por el tibur¨®n ballena, un bicharraco con una boca semejante a la de una hormigonera y que puede alcanzar los 14 metros de largo. Se trata de un tibur¨®n manso y amable, nada que ver con otros de su misma especie pues el tibur¨®n ballena se alimenta de plancton y los seres humanos tampoco formamos parte de su dieta. Los que atacan sin concesiones y a mordiscos suelen ser m¨¢s peque?os y ahora, que estamos en ¨¦poca de verano, hay que recordar que son abundantes en las profundidades marinas aunque conviene no alarmarse. Puestos a hacer balance, el ser humano consume m¨¢s tibur¨®n que a la inversa.
Sin embargo, desde que Spielberg rod¨® su pel¨ªcula, no hay playa ni verano en el que su influencia no est¨¦ presente cada vez que alguien hace la gracia de nombrar al tibur¨®n a gritos. Mas all¨¢ de las bromas, en Florida, durante el verano del 2001, el agua se vio ensangrentada por los ataques de los escualos. En Daytona Beach cundi¨® el p¨¢nico entre la gente que hac¨ªa surf y la pel¨ªcula de Spielberg volver¨ªa a infiltrarse en las estructuras ps¨ªquicas de los ba?istas de la zona. Hay que recordar que la cinta de Spielberg est¨¢ basada en una realidad; el efecto p¨¢nico que cundi¨® durante el llamado ¡°verano del tibur¨®n¡±, ocurrido en 1916 y cuyos sucesos inspirar¨ªan el relato del periodista Peter Benchley para su exitoso libro. El asunto merece un aparte.
A primeros de julio de 1916, las costas y balnearios de New Jersey se llenaron de veraneantes debido, por un lado, a la ola de calor y, por otro, a las propiedades curativas de las aguas. Una epidemia de poliomielitis asolaba Estados Unidos con un resultado de varios miles de v¨ªctimas entre paralizados y muertos. Los que pod¨ªan permitirse el desplazamiento llegaron hasta New Jersey buscando sanarse y se encontraron con escualos husmeando carne humana para su men¨².
Los puntiagudos dientes no hicieron distingos entre mujeres y ni?os. Se ofrecieron recompensas por cada tibur¨®n muerto y el entonces presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, dio orden de acabar con todos los tiburones de las costas cercanas. La dinamita y los rifles de la ¨¦poca hicieron el resto. Con estas cosas, Peter Benchley se document¨® para su libro que, poco despu¨¦s, Spielberg llevar¨ªa al cine.
Con todo, lo que provoca el ataque del tibur¨®n no es otra cosa que el ruido. As¨ª lo demostrar¨ªa en el a?o 2004 el cient¨ªfico Gerhard Wegner. Acompa?ado por el doctor suizo Erich Ritter, puso en pr¨¢ctica un experimento en alta mar donde robots articulados navegaban sobre tablas de surf, que a su vez eran dirigidas a distancia. El objetivo era refutar la teor¨ªa, hasta entonces vigente, de que los tiburones se animaban a atacar cuando percib¨ªan una sombra. Adem¨¢s de los robots y las tablas de surf, el experimento se complet¨® con una maleta flotante, cargada con frecuencias de sonido aleatorias. Tambi¨¦n por otra parte, dispusieron de un cebo que provocase el apetito de los tiburones.
Con tales trampas dispuestas en alta mar, Wegner y Ritter descubrieron que lo que llamaba la atenci¨®n de los escualos no era la silueta de la tabla de surf y tampoco el cebo, sino la maleta flotante que emit¨ªa sonidos. La vibraci¨®n que llegaba hasta sus o¨ªdos -¨®rganos tan sensibles que permiten captar sonidos en frecuencias bajas a larga distancia- llevaba a los tiburones a morder la maleta. Se trataba de un mordisco t¨ªmido, por ver si aquello era comestible o no. De ah¨ª la imagen de las tablas de surf con el dibujo de su mordedura. Por decirlo con un juego de palabras: M¨¢s que la prueba de un mordisco, el mordisco del tibur¨®n en la tabla de surf, es un mordisco de prueba.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento
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