?Y qu¨¦ hacemos con tantos ni?os solos?
Han migrado, no tienen familia, vagan por nuestras calles, algunos consiguen asistencia socioeducativa... Y en tal caso, con un menor extranjero no acompa?ado (MENA) lo primero, fundamental y nada f¨¢cil es construir v¨ªnculos
La llegada de menores extranjeros no acompa?ados (MENA) a la pen¨ªnsula continua su din¨¢mica tras bajar considerablemente el n¨²mero de llegados durante el invierno. Ahora, con el buen tiempo, muchos de los que viven en las calles de las ciudades costeras africanas se animan a cruzar El Estrecho v¨ªa embarcaciones mar¨ªtimas o camuflados y escondidos en veh¨ªculos. Volvemos al punto de inflexi¨®n en el que nos encontr¨¢bamos hace pocos meses, y en el que estamos sumergidos desde hace d¨¦cadas. ?C¨®mo trabajar con este perfil de menores migrantes cuando llegan?
Pese a ser menores, es decir ni?os, han sufrido una dura emancipaci¨®n que los ha convertido en adultos antes de tiempo, algunos se han saltado las etapas de la adolescencia y de la juventud. Para sobrevivir en las calles d¨ªas, semanas y meses necesitan un esp¨ªritu de supervivencia impropio de su edad. El proceso migratorio ha marcado a la mayor¨ªa y les ha llevado a desconfiar de todo el mundo, a comparar realidades que favorezcan su desarrollo personal, a instrumentalizar a las personas y cosas que se encuentren para conseguir sus objetivos¡ En definitiva, los ha convertido en supervivientes.
?C¨®mo separarlos de esa parte de su bagaje migratorio? Para poder llevarlo a cabo es necesaria una intervenci¨®n socioeducativa que cree un v¨ªnculo entre los profesionales, la comunidad en general y el menor. Su aplicaci¨®n, desgraciadamente, no es posible en los centros de acogida, que se encuentran sobreocupados. Tampoco se puede cuando tenemos una ratio de seis chavales por educador en centros que suelen superar la veintena de tutelados. No se puede aplicar una teor¨ªa educativa con un grupo numeroso porque toda intervenci¨®n requiere un proceso individualizador para conseguir resultados buenos y duraderos.
Lo primero que hay que trabajar con un MENA es la construcci¨®n de tal v¨ªnculo entre el profesional y el menor. Al contrario de lo que algunos expertos piensan, lograrlo va m¨¢s all¨¢ de la profesi¨®n. Se basa en la humanizaci¨®n del trato hacia el ni?o y en los gestos. Estos son los signos de puntuaci¨®n de las relaciones interpersonales. El menor crea v¨ªnculos con aquellas personas que son antes humanas que profesionales. No hay que olvidar que estamos trabajando con chicos y chicas que ser¨¢n futuros ciudadanos, vecinos en nuestras calles, amigos de nuestros hijos e incluso podr¨¢n formar parte de nuestras familias, creando lazos sentimentales.
Muchas veces se nos olvida utilizar prism¨¢ticos educativos que nos permitan ver desde dentro y desde fuera, desde cerca y desde lejos, la intervenci¨®n que llevamos a cabo con ellos. Por eso la pregunta clave es la siguiente: "?A nuestros hijos los educar¨ªamos as¨ª?". Quiz¨¢s est¨¦ exagerando la nomenclatura de la intervenci¨®n pero, si no nos tomamos en serio nuestra labor ?c¨®mo pretendemos crear v¨ªnculos y formar personas?
Una vez creado el hilo que une al profesional con el menor empieza el proceso de su (re)conocimiento. En esta etapa tendremos la oportunidad de conocer a fondo al joven y, a partir de aqu¨ª, reflexionar sobre las necesidades que presenta para buscar respuestas y subrayar sus aptitudes para potenciarlas. Aqu¨ª nos encontramos con varios problemas: situaciones familiares de precariedad econ¨®mica, familias desestructuradas, problemas con sustancias t¨®xicas, falta de construcci¨®n del yo o de la personalidad, y un largo etc¨¦tera. Toda la informaci¨®n que recopilemos nos debe orientar para buscarle la mejor ayuda posible.
Todos tenemos un cometido y cierta obligaci¨®n en educar a estos menores para que se conviertan en futuros ciudadanos ejemplares
En esta etapa es muy importante contar con un equipo t¨¦cnico y educativo competente porque si no estar¨ªamos echando tierra en saco roto. En la mayor¨ªa de centros especializados en MENA no suele aparecer ninguna figura especializada en este colectivo; normalmente estas labores caen en manos de educadores sociales, pedagogos, trabajadores sociales y psic¨®logos en los mejores casos; integradores o t¨¦cnicos en cualquier campo en los peores. Es cierto que en el ¨¢mbito del trabajo y educaci¨®n social importa m¨¢s el saber hacer de los profesionales que el t¨ªtulo acad¨¦mico que tengan, pero unas nociones m¨ªnimas de conocimientos acad¨¦micos es siempre recomendable.
Cuando antes mencionaba figuras especializadas en este colectivo me refer¨ªa a t¨¦cnicos o expertos en migraciones o en el trabajo con menores con necesidades especiales. Tambi¨¦n se hace imprescindible contar con mediadores interculturales o int¨¦rpretes que faciliten la comunicaci¨®n por una parte y la convivencia por otra.
Por ¨²ltimo y no menos importante, quer¨ªa tocar ligeramente un aspecto que crea tensi¨®n y violencia en muchos centros que acogen a estos menores: la autoridad. Para muchos chicos, llegar a un centro de protecci¨®n y disfrutar de los servicios que se prestan en ¨¦l es su estado de bienestar particular del que despilfarran a su gusto y medida. Los profesionales (sociales, comunitarios e instituciones) tenemos el deber de concienciarles sobre su realidad y hacer un uso responsable de los recursos para no maleducarlos. La educaci¨®n es el pilar m¨¢s b¨¢sico dentro de la protecci¨®n. La responsabilidad es un pilar trasversal a la emancipaci¨®n. Esta labor no es solo competencia de los profesionales que trabajan dentro del recinto residencial sino de toda la comunidad. Todos tenemos un cometido y cierta obligaci¨®n en educar a estos menores para que se conviertan en futuros ciudadanos ejemplares. Llen¨¦mosles ese vac¨ªo de vinculo, protecci¨®n, autoridad, modelo y afecto que la falta del entorno familiar les ha creado.
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