Los ¨²ltimos habitantes del Valle de los Ca¨ªdos
El mausoleo franquista se inaugur¨® en 1959. A partir de aquel a?o, medio centenar de familias convivieron en el Poblado, una singular comunidad de trabajadores de Patrimonio gobernados por un guardia civil en plena reserva ecol¨®gica y a la sombra de la enorme cruz. Esta es su historia.
DESDE LA EXPLANADA del mausoleo franquista, sin mirar atr¨¢s, la visi¨®n es un espect¨¢culo. El valle de Cuelgamuros es un espeso bosque de pinos, rocas, arroyos y senderos que se deslizan en direcci¨®n a Madrid. Desde all¨ª no se divisa, pero a poco m¨¢s de un kil¨®metro de la enorme cruz, cuesta abajo, existe una aldea semiabandonada, tres calles camufladas y protegidas de las rachas de viento. En esa burbuja de casas adosadas de piedra, madera y pizarra han vivido durante d¨¦cadas medio centenar de familias gobernadas la mayor¨ªa del tiempo por un sargento retirado de la Guardia Civil, conocido como don Juan. Un hombre que se parec¨ªa a Franco, con un sello de oro en el dedo, bigotito y voz de mando, grand¨®n. Los residentes de las casas del Poblado del Valle de los Ca¨ªdos eran trabajadores de Patrimonio Nacional y guardias civiles encargados del funcionamiento y cuidado del mayor monumento de la dictadura. Tres generaciones han vivido all¨ª en r¨¦gimen de usufructo un tanto ajenas al propio devenir de la sociedad espa?ola. Hoy, solo 11 viviendas se mantienen habitadas, dos de ellas por guardias civiles y el resto por parte de los 30 trabajadores de Patrimonio Nacional destinados en el Valle de los Ca¨ªdos.?
¡°Algunas noches de verano sub¨ªamos al monasterio y nos ba?¨¢bamos en su piscina. Hab¨ªa que salir corriendo¡±, recuerda Eduardo
La historia de estos pobladores no se conoce. El Pa¨ªs Semanal ha compartido las vivencias de estos hombres y mujeres ligados para siempre al pol¨¦mico monumento. ¡°Es normal que para una persona que llega al Valle lo que predomine sea la cruz. Para nosotros es como si no hubiese existido. El entorno era tan impresionante que no nos fij¨¢bamos en ella, ¨¦ramos como una tribu que necesitaba muy poco del exterior. Cuando ten¨ªa veintitantos a?os me di cuenta del lugar privilegiado donde viv¨ªa y tambi¨¦n de lo que para muchos supone ese monumento, te enteras de que hay gente que tiene all¨ª enterrados a familiares en contra de su voluntad¡±. ?ngel Bl¨¢zquez lleg¨® al Poblado con siete a?os desde un pueblo de ?vila. Su padre consigui¨® un puesto de pe¨®n de mantenimiento y all¨ª que se fue con toda la familia. Era 1971. Hoy es veterinario en un municipio de la sierra madrile?a. El tiempo transcurrido no ha resquebrajado el hermanamiento con todos los conocidos del Valle. ¡°Existe un nexo muy ¨ªntimo y un apego sentimental¡, y no me preguntes por qu¨¦¡±, admite. ¡°A nosotros la cruz no nos impresionaba. Por parad¨®jico que parezca, nunca me sent¨ª m¨¢s libre como cuando estaba en el Poblado. Aquella forma de vivir, con las puertas abiertas de par en par, rodeados de una naturaleza salvaje y bastante aislados del exterior, nos ha creado un poso, un tatuaje, a todos¡±, cuenta Teresa G¨®mez, de 54 a?os y coordinadora en una residencia de mayores.
Aquel poblado para los trabajadores de Patrimonio ¡ªsimilar, por ejemplo, al de La Granja de San Ildefonso (Segovia)¡ª ten¨ªa una escuela que los domingos y fiestas de guardar hac¨ªa de iglesia, un economato con productos b¨¢sicos y una cantina, lugar de chato de vino y partida de cartas. De esa forma, las 52 familias de gente dispar, de distinta ideolog¨ªa y procedencia, unos enchufados por el r¨¦gimen, otros exempleados durante las obras del mausoleo y otros j¨®venes que necesitaban un trabajo, lograron montar una ins¨®lita comunidad en plena reserva ecol¨®gica a 14 kil¨®metros de El Escorial y a ocho de Guadarrama. Otro planeta.Retrocedamos a enero de 1940. Francisco Franco propone al general Jos¨¦ Moscard¨® recorrer la sierra de Madrid en busca de ¡°un valle para los ca¨ªdos¡±, tal y como recoge el periodista Fernando Olmeda en El Valle de los Ca¨ªdos. Una memoria de Espa?a (Ediciones Pen¨ªnsula, 2009) . Desde ese a?o hasta la conclusi¨®n de las obras en 1958, la historia es m¨¢s bien conocida: el dictador quiso darle una dimensi¨®n descomunal a su alzamiento levantando un monumento que se elevar¨ªa ¡°en la vecindad del cielo¡±. Quer¨ªa equipararse a Felipe II. Tres empresas ¡ª?San Rom¨¢n, Ban¨²s y Estudios y Construcciones Mol¨¢n¡ª fueron las encargadas de perforar la roca y construir la carretera, el monasterio, la exedra y el vest¨ªbulo de la bas¨ªlica. Utilizaron capataces, trabajadores especializados y tambi¨¦n la mano de obra de cientos de presos republicanos.
El 1 de abril de 1959 comenzaba otra historia. La cruz de 150 metros de altura y brazos de casi 25 quedaba abierta al p¨²blico. Aquella barbaridad necesitaba limpiadoras, gu¨ªas, guardacoches, postaleros, taquilleros, forestales, personal de mantenimiento y jardiner¨ªa, administrativos¡ y es cuando Patrimonio Nacional construye el Poblado.
La primera vez que visit¨¦ ese lugar fue el pasado 2 de marzo. Nevaba en la sierra. Ascend¨ªa por la carretera y me acord¨¦ del Nido del ?guila, aquel lugar de retiro alpino de Hitler. El bosque, la construcci¨®n, el aroma a franquismo parec¨ªa impregnarlo todo. La cita era con Pablo G¨®mez en la que fue su casa hasta la jubilaci¨®n. Pablo naci¨® en El Escorial hace 80 a?os. Sus padres trabajaban en una finca de ganado bravo cercana. Nada m¨¢s inaugurarse el Valle de los Ca¨ªdos fue contratado como responsable del almac¨¦n de los bares ambulantes del complejo. Con su motocarro, repart¨ªa mercanc¨ªa por las cafeter¨ªas del monasterio y por los aparcamientos. En 1964 lograba una plaza como jardinero, lo que le daba derecho a una casa en el Poblado hasta su fallecimiento o jubilaci¨®n. Al poco se hizo con el puesto de vigilante-gu¨ªa: ¡°Era un trabajo tranquilo. No hab¨ªa que ser franquista para trabajar aqu¨ª, pero ya sab¨ªas d¨®nde te met¨ªas, ten¨ªas que aguantar las impertinencias de alg¨²n que otro militar y tambi¨¦n controlar a los que ven¨ªan a escupir o pisotear la tumba de Franco. Franco no ven¨ªa por aqu¨ª casi nunca, solo el 20 de noviembre al funeral de Jos¨¦ Antonio¡±, explica Pablo G¨®mez.
Entre 1959 y 1967, casi todos los meses llegaba alg¨²n convoy con restos de muertos para inhumar, recuerda un habitante del Poblado
En una de las casas del bloque de abajo del Poblado, Pablo y Pilar criaron a sus cuatro hijos. La planta baja dispon¨ªa de sal¨®n-comedor con una lumbre de le?a, salita de estar, cocina y patio. Y arriba, tres habitaciones y un cuarto de ba?o. Hab¨ªa una calefacci¨®n central que se pon¨ªa en marcha cada d¨ªa de invierno a las tres de la tarde. ¡°El sueldo no era muy alto, pero no se pagaba nada, solo la luz. Cuando lleg¨® Adolfo Su¨¢rez nos hicieron una subida del 100%. Tuvimos que pelearla. Muchos ten¨ªamos que complementar los ingresos con otro trabajo, yo era profesor de autoescuela¡±.
A Pablo se le han quedado grabados los d¨ªas en los que llamaban desde la puerta de entrada al Valle y dec¨ªan: ¡°?Atenci¨®n, suben restos!¡±. ¡°Llegaban siete u ocho camiones con muertos de la guerra. Ten¨ªamos que subir de inmediato. Todo el mundo a meter ba¨²les a la cripta. Nos pon¨ªamos por parejas con una parihuela ¡ªdos palos gruesos con unas tablas atravesadas para colocar la carga¡ª y a meter cajas con huesos mezclados. Y todo en medio de las visitas a la bas¨ªlica. Pon¨ªamos una caja encima de otra y, una vez lleno el habit¨¢culo, se tapiaba¡±, recuerda. A partir de la terminaci¨®n de la bas¨ªlica en 1959 y hasta 1967, casi todos los meses llegaba alg¨²n convoy con restos de cientos de muertos. M¨¢s de 33.000 cad¨¢veres reposan en las criptas de la bas¨ªlica.
Pablo se acaba de encontrar en la cafeter¨ªa del funicular, donde suelen parar los visitantes ¡ªla mayor¨ªa extranjeros¡ª, con Jos¨¦ Mu?oz, antiguo compa?ero que todav¨ªa trabaja en el Valle. Se abrazan. ¡°Mi padre estuvo en la guerra, en el bando republicano. Me contaba que cuando en el frente hab¨ªa muchos muertos, daban el alto el fuego, unos y otros sal¨ªan, hac¨ªan unas zanjas, cog¨ªan la documentaci¨®n y los enterraban. Tras la guerra, requirieron todas las cartillas militares; si eras de la zona republicana, te encarcelaban o te fusilaban. ?l no se present¨® a entregarla y pensaron que estaba muerto. Es curioso, no tuve problemas para trabajar aqu¨ª porque mi padre fuese del bando perdedor¡±, explica Pablo. Jos¨¦ Mu?oz guarda un tesoro. En las oficinas del Valle est¨¢n los libros de cuentas y el registro de visitantes ilustres, p¨¢ginas y p¨¢ginas con dedicatorias y firmas de mandatarios y personajes famosos ¡ªincluidos futbolistas como Alfredo Di St¨¦fano¡ª que pasaron para ver la tumba del dictador. Las hay en todos los idiomas.
El invento de Franco necesitaba gu¨ªas, limpiadores, taquilleros, personal de mantenimiento¡, y as¨ª se cre¨® el Poblado
En el Poblado mandaba don Juan, jefe del destacamento de ocho guardias civiles encargados de la puerta exterior del Valle y gestor de la residencia que depend¨ªa de Patrimonio Nacional. No pagaba en la cafeter¨ªa, los trabajadores le hac¨ªan los arreglos de casa e iban a por le?a para ¨¦l. ¡°Viv¨ªa muy bien¡±, sostiene Teresa G¨®mez, ¡°era un cacique que no exig¨ªa ninguna mejora para la gente del Poblado, una fuerza viva que no daba problemas a Fernando Fuertes de Villavicencio, gerente de Patrimonio y leal a Franco¡±.Fernando Taguas, de 85 a?os, lleg¨® a Cuelgamuros el 4 de octubre de 1940. Ten¨ªa siete a?os. Su padre fue uno de los primeros carpinteros del Valle de los Ca¨ªdos, y su hermano Paco, barrenero. El D¨ªa de Reyes de 1960 Patrimonio le cedi¨® una casa en el Poblado. Lo recuerda as¨ª: ¡°Me acababa de casar con una trabajadora de la escolan¨ªa del monasterio. Nos cas¨® el confesor de Franco. Era la segunda boda que se celebr¨® en la bas¨ªlica. Me dieron a escoger y eleg¨ª una casa con despensa en el bloque de en medio. Mi hermano Rafael fue el primer taquillero de la puerta y a m¨ª me pusieron de guardacoches. Un d¨ªa me dijeron que echase una mano al que vend¨ªa postales, libros, cruces¡, y vend¨ª tanto que me dieron un puesto. Pod¨ªa vender en verano hasta 20.000 pesetas diarias en recuerdos¡±.
Su hijo Nando le interrumpe: ¡°?Te acuerdas, pap¨¢, de los aut¨®grafos que consegu¨ªa en el puesto? Tengo el de Lorne Greene, el actor protagonista de la serie Bonanza; el de la actriz de Pipi Calzaslargas, el de la pareja de la serie Los Roper¡¡±. La vida de la generaci¨®n de Nando en el Poblado nada tuvo que ver con la de sus padres, con la de Pablo o Fernando. Fueron ni?os y adolescentes entre mediados de los sesenta y la muerte del dictador. Nando, Teresa, Yoli, Edu, ?ngel, Carlos, Javier, Mari Luz, Alicia¡, decenas de chavales que hasta quinto curso de la EGB no salieron de ese micromundo.
¡°Cuando acababa la escuela, nos pon¨ªan el ba?ador y no nos lo quit¨¢bamos hasta el final del verano. Nos pas¨¢bamos la vida en la calle y en el monte. Era como Heidi, feliz¡±. Alicia Soblechero ¡ªautora de algunas de las fotograf¨ªas que ilustran este reportaje¡ª tiene ahora 50 a?os. Recuerda las clases de do?a Martina, esposa de don Juan. Acud¨ªan todos los ni?os juntos, daba igual su edad. Todav¨ªa se puede ver la gran pizarra, el suelo de madera y el hueco de una enorme chimenea. Las nevadas eran abundantes. ¡°Hasta que tuvimos la edad de pensar, esto era la gloria. Una burbuja donde las puertas ten¨ªan puesta la llave. Conforme llegas a la adolescencia, echas de menos cosas, piensas que esto es una mierda, no tienes los mismos servicios que los que viv¨ªan en los pueblos de alrededor, no puedes salir los fines de semana porque cerraban las puertas y ten¨ªas que quedarte a dormir en casa de una amiga. Cuando empezamos a ir al instituto comenzamos a pensar d¨®nde hab¨ªamos vivido. Muchos nos rebelamos. Un 20 de noviembre, que sub¨ªan los falangistas con antorchas, entonamos La Internacional en el autob¨²s que nos llevaba al instituto. No veas la que se mont¨®, pero nadie pens¨® que ¨¦ramos los del Poblado¡±, recuerda Alicia.
En la escuela gobernada por do?a Martina hab¨ªa ni?os y ni?as de entre 3 y 11 a?os. Antes de comenzar la clase, ten¨ªan que rezar frente a una foto del Caudillo. ¡°Y cuando ven¨ªa Franco, nos sub¨ªan a la bas¨ªlica y ten¨ªamos que aplaudir, gritar ¡®?Franco, Franco!¡¯ y cantar el Cara al sol¡±. Todas las personas consultadas confiesan que en la cantina, en el economato o en las casas nunca se hablaba de pol¨ªtica. La presencia de ocho guardias civiles, de esos que llevaban capa, impon¨ªa. Las apariencias eran importantes. ¡°Unos no hablaban por miedo; otros, porque pensaban como ellos; otro, porque no se habla mal de quien te paga el sueldo¡ Entre los trabajadores de Patrimonio tambi¨¦n hubo alg¨²n preso republicano que tras la construcci¨®n del Valle se qued¨® en el Poblado. De hecho, la hija de uno de ellos me habl¨® por primera vez del eurocomunismo¡±, relata Teresa. Ella nunca dec¨ªa que viv¨ªa en el Valle, ¡°no por verg¨¹enza, sino por la pereza que me daba tener que explicar que mi padre trabajaba en la dichosa cruz¡±. Con 17 a?os, Teresa se march¨® del Poblado y se hizo activista de las Juventudes Socialistas: ¡°Renegu¨¦ de aquel sitio. Pero m¨¢s tarde fui colocando cada pieza de mi vida, y me quedo con aquella infancia privilegiada donde eras feliz con muy poco¡±.
Esos j¨®venes desarrollaron sin darse cuenta una conciencia conservacionista. Viv¨ªan entre la Fuente de la Culebra y un grupo de rocas que ten¨ªan nombre (los tres pinos, el pulm¨®n, el ojo ciego¡), entre el Altar Mayor ¡ªun paraje elevado donde iban a ver el amanecer¡ª y la Casa del Cabo, que acab¨® transformada en club juvenil a finales de los setenta con equipo de m¨²sica y sof¨¢s. ¡°Cuando te tocaba pasar al instituto en Guadarrama, Villalba o El Escorial ¨¦ramos los raros. ¡®Ya vienen los del Valle¡¯, dec¨ªan. Normal, escal¨¢bamos en chancletas, todos sab¨ªamos tirar piedras, conoc¨ªamos muy bien los animales de la zona, nos hac¨ªamos tatuajes con las hojas punzantes de los pinos¡±, apunta Teresa.
¡°La gente de los pueblos nos ve¨ªa un poco asalvajados. Normal, viv¨ªamos en la naturaleza. ?ramos gamberrillos y siempre nos preguntaban qu¨¦ era eso del Poblado. Nuestra mayor ilusi¨®n era que nevase, porque ese d¨ªa no sub¨ªa el autob¨²s escolar a recogernos y nos qued¨¢bamos en casa¡±, cuenta Eduardo Gonz¨¢lez, otro de los nacidos en los sesenta en el Poblado.?ngel Bl¨¢zquez se r¨ªe: ¡°Lo curioso es que hayamos sobrevivido tantos. A mis hijos no les dejar¨ªa hacer esa vida ahora ni de co?a. Sub¨ªamos a ¨¢rboles y rocas de los que luego no pod¨ªamos bajar, construimos una tirolina que acababa en un pino, las guerras de pi?as eran criminales¡, nos ense?¨® a ser autosuficientes. Nuestros padres trabajaban en el Valle, pero nadie se dedicaba a adoctrinar¡±, explica ?ngel. Yolanda Esteban tambi¨¦n creci¨® en el Valle. Su padre era ciclista profesional. Para ella, la cruz siempre estuvo presente: ¡°Era una referencia para todos los peque?os. ¡®Si os perd¨¦is en el bosque, guiaros por la cruz¡¯, nos dec¨ªan los mayores. Era como el Pirul¨ª, ah¨ª estaba, te daba lo mismo¡±.
Los valores ecol¨®gicos de Cuelgamuros est¨¢n descritos desde el siglo XIV. ¡°Solo la reciente historia ha desvirtuado el lugar al dotarlo de unos valores simb¨®licos que, apoyados en una arquitectura megal¨®mana al servicio del poder dictatorial, han marcado a varias generaciones¡±, escribe la profesora Pilar Ch¨ªas Navarro en ¡®Cuelgamuros: territorio y paisaje¡¯, un art¨ªculo publicado en 2015 por el Bolet¨ªn de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La catedr¨¢tica reconoce: ¡°El hecho de tener su acceso limitado lo ha convertido en una notable reserva ecol¨®gica¡±. Seg¨²n Patrimonio Nacional, a la masa forestal adulta de pinar, producto de las repoblaciones, hay que a?adir rebollares, fresnedas, choperas, abedulares¡ Por no hablar de la fauna. Todav¨ªa hoy pueden verse jabal¨ªs, corzos, ciervos, alg¨²n zorro, gardu?as, tejones o gatos monteses, lagartos, sapos, escorpiones y culebras. La presencia de numerosas aves rapaces convierte este paraje en ¨²nico en el centro de la Pen¨ªnsula.
Lo supieron muy bien desde ni?os ?ngel Bl¨¢zquez y Pascual Garrido. ¡°Est¨¢bamos obsesionados con los bichos, con las aves. Nos despert¨¢bamos pronto y nos ¨ªbamos a pasar todo el d¨ªa al monte. Control¨¢bamos los nidos de ¨¢guilas culebreras, azores, gavilanes, busardos ratoneros y hasta ¨¢guilas imperiales. Ve¨ªamos c¨®mo sacaban adelante a los polluelos, document¨¢bamos todo. Una vez cogimos un somier viejo de metal y lo subimos a un ¨¢rbol para tener una base de observaci¨®n¡±, confiesa ?ngel (54 a?os). Pascual falleci¨® en 1991.
Mari Luz Velasco tiene 55 a?os, es licenciada en Bellas Artes y trabaja en una empresa de abonos ecol¨®gicos. Su padre fue ordenanza en el Valle a partir de 1962. La abuela de Mari Luz trabaj¨® sirviendo en la casa del almirante Carrero Blanco en Madrid, que fue quien coloc¨® al padre en el Poblado. ¡°Todav¨ªa guardo un dibujo a l¨¢piz con motivos florales que hizo Carrero Blanco en un Consejo de Ministros y que regal¨® a mi abuela¡±. No oculta que el militar franquista asesinado por ETA ayud¨® a su abuela cuando tuvo un c¨¢ncer de ¨²tero con 40 a?os. ¡°La mujer de Carrero la llev¨® a su ginec¨®logo de Barcelona, le pag¨® el viaje y fue de las primeras que se someti¨® a radioterapia. Aquel m¨¦dico le cur¨® el c¨¢ncer. Por eso le estaba tan agradecida¡±. A Mari Luz, la mayor de cinco hermanos, le toc¨® vivir una realidad de puertas afuera en el Poblado, ¡°muy feliz y apasionante¡±, y otra m¨¢s dram¨¢tica de puertas adentro por problemas de convivencia entre sus padres. ¡°Mis mejores recuerdos son del club juvenil donde mont¨¢bamos los guateques. Sub¨ªamos a la bas¨ªlica los domingos a ver gente nueva, a ver a los fachas, c¨®mo vest¨ªan¡ No fuimos conscientes del valor pol¨ªtico de la cruz hasta que nos hicimos mayores y nos fuimos alejando del Poblado¡±. Se march¨® del Valle con 19 a?os.
Virginia S¨¢ez G¨®mez, de 26 a?os, es la m¨¢s joven de las entrevistadas. Sus recuerdos tienen que ver con fines de semana y veranos que iba a pasar all¨ª con sus abuelos Pablo y Pilar en los a?os noventa. Le viene a la mente ?Marivalle, una cr¨ªa de zorra que bajaba muchos d¨ªas a buscar ?comida. Conserva todav¨ªa una polaroid donde se la ve, con apenas tres a?itos, d¨¢ndole comida de su mano. ¡°La generaci¨®n de mi madre vivi¨® otro Valle, el del despertar al mundo exterior que estaba cambiando. Nosotras lo vimos como un refugio frente a la realidad agotadora de fuera. Las amigas que ten¨ªa en el Poblado estaban deseando venirse a dormir a mi casa de Villalba y yo al rev¨¦s. En los noventa s¨ª sent¨ªa que la gente mayor quer¨ªa ya irse de all¨ª. Por lo que me ha contado mi abuela, en los a?os sesenta las mujeres generaron un ambiente de hermanamiento incre¨ªble. Estaban aisladas y lograron ser felices. Si no hubieran estado unidas, creo que se habr¨ªan vuelto locas¡±.
En aquella d¨¦cada ninguna mujer en el Poblado ten¨ªa carn¨¦ de conducir. La mayor¨ªa par¨ªa tres o cuatro hijos. Y lo normal era que, cuando esos chicos y chicas crec¨ªan, se casasen con vecinos de la aldea. Al ser tan pocos, todo se magnificaba. Y no hab¨ªa secretos. Por los patios se escuchaba todo. A la casa del primero que tuvo tele en color acud¨ªan todos los ni?os a ver dibujos animados. Mientras los maridos trabajaban, las mujeres cos¨ªan en plena calle, sentadas unas frente a otras, en sillas o en el escal¨®n de la puerta. ¡°Si tu madre no estaba, no te quedabas sin comer o merendar. Todas se ayudaban, era como una comuna. El Poblado no me genera rechazo. Me parece bien que saquen a Franco de ah¨ª, pero esta aldea deber¨ªan rehabilitarla y convertirla en un centro de estudio de la naturaleza¡±, dice Teresa G¨®mez en pleno debate sobre la exhumaci¨®n de los restos de Franco del Valle de los Ca¨ªdos y el futuro uso de la bas¨ªlica.Muchas de su edad conservan en la memoria los mapas de do?a Martina, las peleas para ver qui¨¦n iba a tocar la campana de la llamada a misa, aquella leche de calostro de vaca que ten¨ªan que beber o el lenguaje inventado para comunicarse. Tambi¨¦n las visitas del m¨¦dico en el mismo local donde estaba la centralita telef¨®nica y c¨®mo espiaban a las vecinas por las ventanas o ensuciaban la colada reci¨¦n tendida con palos a los que quemaban la punta.
?C¨®mo se llevaban con los monjes benedictinos de la abad¨ªa? Se montaban partidos de f¨²tbol en el campo del monasterio entre los chicos de la escolan¨ªa y los del Poblado; ped¨ªan ayuda para estudiar a los curas, que dispon¨ªan de una biblioteca con obras de escritores y fil¨®sofos cl¨¢sicos. Hubo quien aprendi¨® m¨²sica con ellos y quien se bautiz¨®, hizo la comuni¨®n o se cas¨® en la bas¨ªlica, en el mismo altar donde tambi¨¦n contrajo matrimonio el esquiador Paquito Fern¨¢ndez Ochoa.
Eduardo recuerda as¨ª las cosas: ¡°Los frailes nos ve¨ªan con buenos ojos, quer¨ªan que fu¨¦semos a misa siempre. Me acuerdo del padre Joaqu¨ªn. Ten¨ªa apuntado el cumplea?os de cada ni?o del Valle y el d¨ªa se?alado bajaba con su ciclomotor, sin casco, para felicitarnos. Aprovechaba para tomar un chato en la cantina y fumarse un purito¡±. Los benedictinos ten¨ªan una cancha de f¨²tbol decente, una pista de front¨®n de verdad y una piscina en condiciones. ¡°Imag¨ªnate, hab¨ªa noches de verano que sub¨ªamos al monasterio, salt¨¢bamos la valla y nos d¨¢bamos un ba?o. M¨¢s de una vez tuvimos que salir corriendo¡±, comenta Eduardo, de 52 a?os. Su padre era electricista del Valle.
Muerto Franco, los falangistas montaban una vigilia cada 20 de noviembre. Desde Madrid, sal¨ªan de madrugada andando para llegar a las tumbas del fundador de Falange y del General¨ªsimo. ¡°Se organizaba un foll¨®n¡ Se agotaban las bebidas, los autocares y coches ocupaban la carretera hasta el Poblado. Siendo adolescentes nos gustaba subir para ver a las chicas falangistas, que estaban muy buenas, y aprovech¨¢bamos para romper alg¨²n faro o espejo de alg¨²n Mercedes. Recuerdo que cuando ten¨ªa 12 a?os, una se?ora me oblig¨® a cantar el Cara al sol¡±, rememora Eduardo mientras enumera los motes que ten¨ªan sus colegas: Aspirina, Ma?o, Corzo, Grajo, Fregona, Piojo, Pato, El Pazos¡
Ninguno de los consultados est¨¢ a favor de demoler el Valle de los Ca¨ªdos. La mayor¨ªa ve l¨®gico que los familiares puedan llevarse de all¨ª los restos. ¡°No puedo decir nada malo sobre el Poblado. Mi esencia tiene que ver con este sitio. Aun siendo de izquierdas y sabiendo que hay mucha gente que sufre por ver esto levantado todav¨ªa, es mi casa¡±, explica Teresa. ¡°Pues yo sacar¨ªa tambi¨¦n a los curas, me estorba todo menos el monumento.Cuando escucho el gregoriano, me empieza a entrar una pena enorme. Cuando hab¨ªa misa mayor y cantaba la escolan¨ªa, el sonido que sal¨ªa por los altavoces se escuchaba en el Poblado¡±, afirma Mari Luz.
?ngel, el veterinario, opina igual: ¡°Mis ojos no pueden ser los de un familiar de una persona que trajeron desde Calatayud sin preguntarle. Me parece muy bien que saquen a Franco y se haga un centro de la memoria. ?Qu¨¦ se conseguir¨ªa demoli¨¦ndolo? Por esa regla de tres, te vas a Egipto y les pones Goma 2 a las ?pir¨¢mides porque con toda seguridad all¨ª falleci¨® ?mucha gente, que fue esclava del fara¨®n y que contribuy¨® a construir su monumento f¨²nebre. No va a ayudar en nada, solo que se haga m¨¢s negra el alma de muchos. Creo que no necesitamos dinamitar nada para ser m¨¢s felices¡±.
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