¡°El sol que rein¨® sobre mi infancia me priv¨® de todo resentimiento¡±
Esa frase de Camus jam¨¢s ha dejado de ser para mi un modo de empleo de la vida frente a las tentaciones, a veces insalvables, de la maldad que nos rodea
La adolescencia es un terreno f¨¦rtil. Todo cambia y permanecen algunas ense?anzas. Don Emilio Lled¨® ante el encerado, ense?ando la duda como el camino m¨¢s corto entre certezas. La profesora de Literatura que nos hace leer en alto Las ratas de Miguel Delibes. El profesor de Griego que hace que Plat¨®n parezca un futbolista. Y una inscripci¨®n del Instituto que recuerda el paso por La Laguna de dos grandes contempor¨¢neos, Benito P¨¦rez Gald¨®s y Miguel de Unamuno, dos dones entre siglos.
Hubo un don m¨¢s, entre aquellos regalos que estaban hechos de ideas y palabras, ideas redondas o picudas, como dec¨ªa ?ngel Ganivet, el primer suicida (en el hielo) del que tuvimos noticia.
La adolescencia no es lo mismo vista en aquel tiempo, los a?os 50-60 del siglo XX, que vista en los a?os de las maquinitas. Todo se hac¨ªa a mano, hasta los helados. Un viejo del pueblo, su cara quemada por alg¨²n incendio de su propia juventud, gritaba en medio de la plaza, manejando su carrito. ¡°?Calentito, calentito est¨¢ el helado!¡± Y se hac¨ªa a mano la escritura, en la pizarra, en los cuadernos cuadriculados. Y estaban a mano los apuntes, las correcciones, las cartas.
Cuando supe leer y escribir las mujeres del barrio, que ten¨ªan a sus maridos en Venezuela, me ped¨ªan que les escribiera a esos emigrantes los sucesos que iban ocurriendo en la familia. Todo era aprendizaje a mano, a mano cos¨ªamos los balones de f¨²tbol, hechos de hojarasca de las plataneras, a mano todo hasta los primeros devaneos de la edad temprana.
Hubo un suceso en aquella plaza que result¨® tan notable como inolvidable y noble. Los que en ese momento volv¨ªan del exilio, en Venezuela o en Argentina, o del exilio interior, iban a las tertulias de la tarde provistos de libros que se intercambiaban, algunos de ellos prohibidos o simplemente editados fuera, en Argentina o M¨¦xico, y por eso nimbados por cierta estima de clandestinidad. Mar¨ªa Zambrano, Miguel Hern¨¢ndez¡, Albert Camus. Uno de aquellos hombres tra¨ªa por las tardes novelas o ensayos traducidos de este hombre que proven¨ªa de un sol parecido al nuestro, el sol de Argel. De ellos me entreg¨® en las manos de lector ¨¢vido de novedad un ejemplar de El extranjero, que en seguida le¨ª sobrecogido. Subray¨¦, con su permiso, algunas frases que memoric¨¦. ¡°Comprend¨ª entonces que hab¨ªa roto la armon¨ªa del d¨ªa, el silencio excepcional de una playa en la que hab¨ªa sido feliz¡±.
Esas palabras, silencio, feliz, roto, armon¨ªa, entraban a la memoria de un adolescente como si definieran amores tempranos o tristes rupturas, y la historia entera, el hombre, el extranjero, el disparo, el sol terrible, y al fin la muerte, la playa opaca al fondo¡ todo ingres¨® para siempre en lo m¨¢s grande y desconocido del cerebro, la memoria que se est¨¢ haciendo en el cuerpo chico de los muchachos.
Una de esas tardes en las que el sol se parec¨ªa al que ciega al asesino de la novela de Camus me puse a escribir sobre uno de aquellos cuadernos rayados lo que cre¨ªa que pod¨ªa ser el primer ensayo literario de mi vida. El atrevimiento dur¨® poco, pues no ten¨ªa ni ideas ni materiales para acometer tarea tan inmensa. Pero la ambici¨®n de la adolescencia es m¨¢s grande que la nada, as¨ª que al menos tuve el orgullo de hacer un t¨ªtulo que me permit¨ªa albergar la esperanza de seguir en otro momento, cuando supiera m¨¢s. Escrib¨ª Sobre la obra de Albert Camus hay mucho sol.
Desde esa lectura, desde la lectura de Las ratas, desde el descubrimiento de los poemas de Miguel Hern¨¢ndez hasta el enorme descubrimiento de Federico Garc¨ªa Lorca, viv¨ª cegado por ese sol que hay en Camus y que tambi¨¦n hay en esos otros escritores que acompa?aron mi adolescencia en aquella plaza, la Plaza del Charco de mi pueblo.
En todos esos textos hab¨ªa sol, y as¨ª cre¨ªa verlo yo, hasta que me fui y el sol empez¨® a salir con otras obras y con otros conocimientos. Pas¨¦ por Jean Paul Sartre y por los latinoamericanos, y siempre, de una u otra manera, volv¨ª a Albert Camus. En un tiempo desapareci¨® Camus de las estanter¨ªas espa?olas, v¨ªctima de la diatriba convencional de buenos y malos que se puso de moda largo tiempo, al menos hasta 1993, cuando publiqu¨¦ en EL PA?S un art¨ªculo reclamando la necesidad de Albert Camus (que titul¨¦ precisamente as¨ª, Necesidad de Albert Camus).
Por ese tiempo me encontr¨¦ con el buen editor que fue de Alianza Editorial Rafael Mart¨ªnez Al¨¦s. Le dije que tendr¨ªa que reeditar las obras completas del autor de El extranjero. Estuvo de acuerdo. Pero, ?qui¨¦n preparaba sus obras completas? Le dije enseguida que Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu. Y para mi satisfacci¨®n y la de muchos camusianos, ah¨ª siguen esas ediciones a disposici¨®n del p¨²blico, y me dice la editora actual, Valeria Ciompi, que se preparan reediciones inmediatas para este oto?o.
En esa avalancha que vino luego apareci¨® su primer libro, El rev¨¦s y el derecho, donde Camus relata sus primeros a?os en un ambiente que sin remedio me record¨® el nuestro cuando lo le¨ªamos en la Plaza del Charco, bajo ese sol cegado que parece convocar pesadillas y otros desvar¨ªos variados. Ah¨ª descubr¨ª, ya muy lejos de la adolescencia, una frase que jam¨¢s ha dejado de ser para mi un modo de empleo de la vida frente a las tentaciones, a veces insalvables, de la maldad que nos rodea: ¡°El sol que rein¨® sobre mi infancia me priv¨® de todo resentimiento¡±.
Ese sol es el que ha dado raz¨®n de ser a lo que quise ser, y quiz¨¢ fue el que inspir¨® aquel t¨ªtulo tan prematuro, Sobre la obra de Albert Camus hay mucho sol.
Con esa historia en la mente, porque ya forma parte de la memoria de haber le¨ªdo, me fui a entrevistar hace unos a?os a Jean Daniel, compa?ero de escuela de Albert Camus en la adolescencia argelina, autor adem¨¢s de un libro sobre el autor de El extranjero, titulado A contracorriente y publicado por Galaxia Gutenberg. Mientras lo esperaba en su estudio inmaculado estuve curioseando sus estanter¨ªas, junto con Daniel Mordzinski, el gran fot¨®grafo. En una de esas baldas descubr¨ª el t¨ªtulo de un ensayo dedicado a Camus por alg¨²n otro autor: El sol en la obra de Albert Camus.
Sin duda alguna, mucho sol hay sobre la obra de Camus. Ese sol rein¨® tambi¨¦n sobre mi infancia y a¨²n espero que me siga librando de las oportunidades con que la vida aguarda para cubrirte de la excesiva experiencia del resentimiento.
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