Matam, la ciudad senegalesa donde el r¨ªo se seca y el hambre aumenta
Un recorrido por el norte de Senegal, donde la pobreza y la falta de lluvias disparan cada verano las tasas de malnutrici¨®n infantil
Khadijatou Mody Saar se levanta cada ma?ana sin saber si podr¨¢ alimentar a sus hijos. ¡°Si no comen nada, les digo que no est¨¦n mucho al sol del mediod¨ªa porque no es bueno con el est¨®mago vac¨ªo¡±, asegura. Los peque?os est¨¢n en el l¨ªmite. En el rostro de Daouda, de seis a?os, se ve a¨²n el rastro de la malnutrici¨®n, la misma que hoy sufre la inquieta Fatimata, de solo 16 meses. Mientras, en el secarral de Holdioldou, Alassane Mamadou Diallo se aferra a la remota esperanza de que sus nietos puedan estudiar, aprender un oficio y tener una vida distinta. Aunque este verano ha llovido algo m¨¢s, el a?o pasado el agua fue esquiva y durante meses su ¨²nico medio de subsistencia ha sido recoger madera muerta del menguante bosque. ¡°No quiero esto para ellos¡±, se lamenta.
En la ciudad de Matam coexisten dos fronteras. Una es f¨ªsica, evidente: una exigua serpiente de agua, anta?o caudaloso r¨ªo, que atraviesa como un sable este p¨¢ramo saheliano separando a Mauritania de Senegal. La otra es abstracta, invisible: la delgada l¨ªnea que separa la vida de la muerte, la supervivencia de la derrota. Entre ambas transitan a diario los habitantes de esta castigada regi¨®n senegalesa que un verano tras otro ven aumentar la malnutrici¨®n infantil aguda por encima del umbral de alerta del 15% al ritmo del avance del desierto y del descenso de la pluviometr¨ªa. Cansados de ver pelear a los suyos, cientos de j¨®venes emigran cada a?o. De ah¨ª nace el proyecto Yellitaare, una iniciativa con fondos europeos y espa?oles y cogestionada por los Gobiernos de Espa?a y Senegal que pretende devolverles la esperanza. La tarea es tit¨¢nica.
Es temprano en Aly Oury, un peque?o pueblo de 5.000 habitantes a 39 kil¨®metros de Matam, que se asoma al r¨ªo Senegal, pero el sol ya impone su ley. Khadijatou Mody Saar camina entre los arrozales con paso decidido. Se dirige a su parcela. Este a?o, cosa inusual, ha plantado media hect¨¢rea de cuya producci¨®n espera tirar durante dos meses. No ha sido f¨¢cil. Para poder comprar las semillas y el abono y regar el terreno ha tenido que acudir a un pr¨¦stamo, algo posible gracias a las tres cabras donadas por el proyecto Yelitaar¨¦, que le han servido como aval. ¡°Es la primera vez que poseo algo, ahora afronto el d¨ªa a d¨ªa con menos miedo, todos piensan que me he vuelto millonaria¡±, asegura con una sonrisa. A sus 38 a?os, esta mujer espigada pero firme, tercera esposa de Abdoul Soumar¨¦ y madre de siete hijos, no est¨¢ dispuesta a tirar la toalla.
El grano no est¨¢ a¨²n listo, pero toca limpiar las malas hierbas que, adem¨¢s, servir¨¢n de alimento a las cabras. Khadijatou dobla la espalda en el arrozal mientras las peque?as Aissata, Faty y Mairam, de 13, 11 y 8 a?os, bajan al r¨ªo para hacer la colada. Aly Oury tiene dos colegios, hasta ah¨ª todo bien, pero el instituto m¨¢s cercano est¨¢ a unos 4 kil¨®metros, en Nguidjilone. El problema no es tanto ir caminando bajo el sol implacable, porque no hay ni transporte escolar ni dinero para pagar una carreta, sino comprar las libretas, los bol¨ªgrafos, los libros, todo el material necesario. En la lista de prioridades, el sustento diario ocupa casi todo el espacio. Y eso preocupa a su madre. ¡°Si no van a la escuela no podremos preparar su futuro¡±, asegura.
Hoy toca comer. Cuando la penuria aprieta suele aparecer alg¨²n vecino con un trocito de pescado seco, un pu?ado de arroz o unas verduras que echar a la olla. Mientras Aissata se encarga de controlar el caldero, Khadijatou excava con una pala un agujero en la tierra que servir¨¢ para instalar una letrina que mejorar¨¢ la higiene y evitar¨¢ enfermedades a los peque?os. Por la tarde, la matrona Halimata Niang aparece con su cuaderno de dibujos contra la malnutrici¨®n. Sentadas en cuatro alfombras a la sombra de una casa de barro, Khadijatou Mory sigue todo con atenci¨®n. ¡°?Qu¨¦ debe comer un ni?o hasta los seis meses?¡±, pregunta Niang. ¡°Solo leche materna¡±, responde una mam¨¢. ¡°?Y por qu¨¦?¡±, repregunta la matrona. Ante el silencio general a?ade: ¡°Porque el pecho no es solo una vacuna para el beb¨¦ y evita que se ponga enfermo, sino porque es una manera de evitar embarazos muy seguidos¡±.
En Matam coexisten dos fronteras. Una es f¨ªsica, evidente: una exigua serpiente de agua, anta?o caudaloso r¨ªo, que atraviesa como un sable este p¨¢ramo saheliano separando a Mauritania de Senegal. La otra es abstracta, invisible: la delgada l¨ªnea que separa la vida de la muerte
Lejos del r¨ªo, mismo hambre, problemas diferentes. En Holdioldou apenas son las ocho de la ma?ana y la familia Diallo ya comienza con su cotidiano ritual de preparar la carreta y los burros para ir a buscar agua. Si en Aly Oury la cercan¨ªa del r¨ªo es un alivio, aqu¨ª el pozo m¨¢s pr¨®ximo est¨¢ a unos 3 kil¨®metros que hay que recorrer cada d¨ªa, al menos una vez. Van cinco, el cabeza de familia Alassane Mamadou Diallo, su mujer Hawa Diallo, su nuera Binta Djibil Ba con la peque?a Djenaba a la espalda y su hijo menor, Seydou. El camino serpentea entre ¨¢rboles secos y casas de madera y paja y transcurre con placidez. La verdadera faena comienza al llegar.
Cientos de corderos, burros, vacas, caballos y personas se arremolinan en torno al pozo, aut¨¦ntico pulm¨®n de vida para los habitantes del lugar. Hay que esperar turno. Con una profundidad de 56 metros y ning¨²n recurso mec¨¢nico o el¨¦ctrico a la vista, toca tirar de la cuerda. ¡°Un d¨ªa se va a secar¡±, vaticina con seriedad Alassane Diallo, jefe del pueblo, ¡°habr¨ªa que hacer otro mucho m¨¢s profundo e instalar un motor, tuber¨ªas y grifos¡±. La capa fre¨¢tica m¨¢s abundante se encuentra a no menos de 200 metros bajo el nivel del suelo, pero para llegar hasta ella hace falta inversi¨®n.
Tras unas dos horas de trabajo, al fin la veintena de garrafas de los Diallo est¨¢n llenas y listas en la carreta. El camino de vuelta, con el sol ya en todo lo alto, se hace m¨¢s penoso para los burros. Tras la comida, arroz con salsa de cacahuete, y un peque?o descanso para huir de las horas de m¨¢s calor, Alassane Mamadou y su hijo Samba preparan la estructura met¨¢lica donde guardar¨¢n las tres cabras que acaban de recibir. ¡°Nos han dicho que pronto traer¨¢n el macho, confiamos en que todo esto sea una gran ayuda para nosotros¡±, asegura.
Despu¨¦s, ambos salen a recoger madera muerta. ¡°El a?o pasado apenas llovi¨® y eso arruin¨® la cosecha de mijo. ?Qu¨¦ puedo hacer para tener alg¨²n ingreso?¡±, se queja Alassane Mamadou quien nunca ha escuchado hablar del cambio clim¨¢tico pero ni falta le hace, sabe que los viejos tiempos no volver¨¢n. ¡°Antes sobreviv¨ªas sin un oficio, bastaba con plantar, esperar la lluvia y recoger. Ahora no, solo Dios sabe por qu¨¦. A ?l le pido que mis hijos puedan encontrar su camino y que no tengan la misma vida que yo¡±, remacha.
El descenso de la pluviometr¨ªa es la madre de todas las crisis. Harouna Sow, coordinador del proyecto Yellitaare, lleva una d¨¦cada trabajando en la zona y recuerda que en 2007 los pastores de la regi¨®n llevaban a cabo su trashumancia solo en verano porque hab¨ªa suficiente pasto y agua para todos durante el resto del a?o. ¡°En 2010 nos dimos cuenta de que hab¨ªan adelantado su marcha al mes de mayo y en 2014 ya se iban en febrero. El a?o pasado fue tan catastr¨®fico que se fueron en noviembre, hubo lugares donde ni siquiera se desarroll¨® la hierba. Algunos ni han regresado a casa desde hace un a?o y medio¡±. En solo diez a?os, la desertificaci¨®n es palpable.
No muy lejos de aqu¨ª, junto al abrevadero bajo presi¨®n del pueblo de Patouki que da de beber a 10.000 vacas, la jovenc¨ªsima Sotoro Diallo se encarga de controlar a los ni?os con malnutrici¨®n moderada. Bachir tiene un a?o y medio, pero empez¨® a tener complicaciones de salud cuando su madre, Djeinaba Abderram¨¢n Diallo, de 19 a?os, dej¨® de darle el pecho porque se hab¨ªa vuelto a quedar embarazada. En una casa pr¨®xima, Maimouna Yoro Sy est¨¢ contenta y achucha a la peque?a Mariama, de 8 meses, con arrumacos y la mejor de sus sonrisas. La ni?a la mira, parece tranquila. Sigue malnutrida, pero mejora. La harina enriquecida compuesta de cereales, az¨²car y vitaminas que reciben los peque?os con problemas de alimentaci¨®n da muy buenos resultados.
Mientras tanto, en la capital departamental de Ran¨¦rou (unos 40.000 habitantes), el vicealcalde Ousmane Guele B? tambi¨¦n siente nostalgia de otros tiempos. ¡°Llov¨ªa, las vacas daban leche y el mijo crec¨ªa. Ahora, sin embargo, tenemos muchos ni?os malnutridos y eso genera un impacto en toda la regi¨®n¡±, asegura. Le preocupa, sobre todo, la presi¨®n sobre los recursos. ¡°Hasta esta zona del Ferlo se desplaza mucho ganado procedente de Mauritania y otros puntos de Senegal en busca de hierba y agua, pero no hay suficiente para todos. Y si no hay para el ganado, las personas sufrir¨¢n¡±, a?ade.
Yellitaare, una visi¨®n integral
Los departamentos de Matam, Podor, Ran¨¦rou y Kan¨¦l son el epicentro de la malnutrici¨®n infantil en Senegal. El proyecto Yellitaare surge como una iniciativa integral que pretende mejorar la respuesta de las comunidades a las crisis alimentarias que sufren mediante un mejor acceso a la tierra, al agua, a una alimentaci¨®n variada y a servicios b¨¢sicos de salud. Con una financiaci¨®n de ocho millones del Fondo Fiduciario de la Uni¨®n Europea para la lucha contra las causas de la migraci¨®n irregular y un mill¨®n m¨¢s de la Cooperaci¨®n Espa?ola se pretende mejorar las condiciones de vida de 300.000 personas, 100.000 de ellas de forma directa.
La Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional al Desarrollo (AECID) y la C¨¦lula de Lucha contra la Malnutrici¨®n (CLM) del Gobierno senegal¨¦s se encargan de ejecutar un proyecto que se lanz¨® en septiembre de 2016 con una duraci¨®n inicial de tres a?os. A¨²n queda mucho trabajo por hacer, pero los primeros avances ya se pueden constatar sobre el terreno.
M¨¢s de 1.300 cabras sahelianas han sido repartidas entre 436 familias vulnerables, a raz¨®n de tres animales por hogar. Otras 300 familias han recibido cinco pollos y un gallo de raza. ¡°Los hogares m¨¢s necesitados y vulnerables tienen m¨¢s f¨¢cil la gesti¨®n de los pollos, aunque sufren m¨¢s mortalidad debido a los depredadores¡±, explica Harouna Sow, coordinador del proyecto. Las cabras, sin embargo, son m¨¢s sostenibles. Finalmente, unas 50 familias se beneficiar¨¢n de la construcci¨®n de peque?os huertos junto a sus casas.
Y es que la tierra es una de las prioridades de Yellitaare. Est¨¢ previsto el acondicionamiento de 100 hect¨¢reas para el cultivo de cereales y arroz y una decena de huertos. En la zona pr¨®xima al r¨ªo, el agua ser¨¢ extra¨ªda con motobombas mientras que en la zona del interior se construir¨¢n pozos de 320 metros. Uno de los platos fuertes ser¨¢n las seis unidades de transformaci¨®n que se destinar¨¢n al procesamiento del arroz y a la fabricaci¨®n de harina enriquecida para ni?os con malnutrici¨®n. Adem¨¢s, se construir¨¢n cuatro unidades pastorales cada una con pozos propios y dos almacenes. ¡°Asociados a ellas hemos previsto parcelas para el cultivo de forraje¡±, explica Sow.
Yellitaare ha ampliado las formaciones en pr¨¢cticas culinarias, el apoyo a las cantinas y los huertos escolares, las sesiones de discusi¨®n con las madres de ni?os malnutridos y la alfabetizaci¨®n orientada a la mejora de la alimentaci¨®n, en la que ya han participado 2.500 mujeres, sin olvidar el diagn¨®stico precoz de la malnutrici¨®n y la medida de peso/talla, que ya alcanza a m¨¢s de 200.000 ni?os de entre 6 y 59 meses.
Este reportaje se ha realizado con apoyo de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional al Desarrollo (AECID)
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