Arcos y flechas contra los Kalashnikovs de Boko Haram
La poblaci¨®n camerunesa de Tourou decide organizar su propia defensa ante el abandono del Gobierno
Las monta?as Mandara, en la regi¨®n del extremo norte de Camer¨²n, han protegido durante siglos a los habitantes de sus 23 pueblos de la islamizaci¨®n forzada, de los cazadores de esclavos y de la colonizaci¨®n. Son las alturas de Tourou, en la frontera con Nigeria, donde hides, mafas, fulb¨¦s, gossis y vengos conviven y comparten la escasez de recursos. Terrazas donde se planta el mijo y las jud¨ªas trepan las colinas y sortean grandes moles de granito que parecen proceder de una explosi¨®n. Vacas, cabras y ovejas, guiadas por ni?os, salpican el paisaje en busca de agua y pastos. Todo rezuma paz.
Muchos concluyen que no se acaba con Boko Haram porque hay demasiadas personas haciendo negocios con esta guerra
Desde 2014, esta armon¨ªa se ha visto rota por la llegada del grupo terrorista Boko Haram. Despu¨¦s de varias batallas con el ej¨¦rcito camerun¨¦s, los yihadistas se asientan en las colinas justo al otro lado de la l¨ªnea imaginaria que divide Camer¨²n de Nigeria. Se trata, posiblemente, de peque?os grupos dispersos pertenecientes a la fracci¨®n de Abubakar Shekau que, tras las ¨²ltimas ofensivas del ej¨¦rcito nigeriano contra el bosque de Sambisa, donde esta fracci¨®n ten¨ªa su cuartel general, se han dispersado.
Emmanuel Viziga, coordinador de los comit¨¦s de vigilancia de Tourou recorre el territorio en su moto animando a los 265 hombres que vigilan las fronteras de sus aldeas, armados con arcos, flechas y machetes, en busca de cualquier movimiento extra?o. ¡°Los hombres de Boko Haram todav¨ªa tienen armas y est¨¢n hambrientos, por eso de vez en cuando descienden sobre las aldeas en busca de comida. Se llevan cosechas, vacas y ovejas, queman casas y matan. Tambi¨¦n secuestran a campesinos a los que obligan a cultivar la tierra¡±, explica Viziga.
Los campesinos han abandonado su trabajo para vigilar la zona
Cuando los terroristas son detectados, los vigilantes avisan con sus silbatos para que los ciudadanos busquen refugio. Tambi¨¦n alertan a los militares destacados en la zona, pero estos pocas veces abandonan sus bases, se queja Viziga. ¡°Numerosas veces les hemos dicho que se preparaba un ataque, les hemos indicado la ruta por donde iban a entrar, y ellos ni se han movido. Es posible que Boko Haram les pague para que no intervengan¡±.
La frustraci¨®n invade a muchos de los ciudadanos. Towkowa Bakama se queja de la falta de colaboraci¨®n militar. Sentado sobre una roca en la aldea de Gossi tiene a su espalda la colina donde se asienta Boko Haram. ¡°Hace dos d¨ªas bajaron hombres, mujeres y ni?os y se llevaron seis vacas y algunas ovejas. Los vimos llegar, telefone¨¦ a los militares que est¨¢n ah¨ª arriba, desde aqu¨ª se ve su base, no hicieron nada. Los volvimos a llamar cuando se retiraban para que les cortasen el paso, no se movieron de donde estaban, y as¨ª siempre¡±
Este sentimiento de abandono est¨¢ presente en la mayor¨ªa de los 68.000 habitantes de la zona. Desconf¨ªan del ej¨¦rcito, incluso de las Brigadas de Intervenci¨®n R¨¢pida (BIR), cuerpo de ¨¦lite de la armada camerunesa. Por esa raz¨®n cada pueblo ha creado su propio comit¨¦ de vigilancia formado por campesinos que se han ofrecido voluntariamente. El Gobierno les proh¨ªbe utilizar armas, de ah¨ª que hayan recurrido a los arcos y las flechas. Ellos conocen los caminos que rodean las poblaciones en las que viven y los recorren, sobre todo por la noche, en busca de extranjeros y de movimientos sospechosos.
Sin pr¨¢cticamente apoyo, ni equipamiento, dependen de la buena voluntad de sus vecinos para sobrevivir. Han abandonado sus campos para dedicarse a esta labor. Solo la ONG espa?ola Zerca y Lejos que act¨²a en la zona, les ha facilitado alguna ayuda.
Los vigilantes no tienen miedo de enfrentarse a los Kalashnikovs de Boko Haram con sus rudimentarias armas. Han pasado una serie de ritos m¨¢gicos que les protegen de las balas. Estas nunca podr¨¢n hacerles nada. Se caer¨¢n al suelo antes de penetrar sus cuerpos. As¨ª lo asegura Rabassa Lirdou que ataviado con su escudo, arco y flechas, descalzo y con un penacho en la cabeza y otro en el pecho se prepara para pasar la noche recorriendo las colinas que envuelven a la aldea de Ndrock.?¡°Vamos como mi padre y mis antepasados fueron a la guerra¡±, dice. ¡°Eso es parte de nuestra cultura y nuestra tradici¨®n. Muchos j¨®venes ya no creen en ello, pero es lo que ha permitido que hasta ahora los bandidos de Boko Haram no entren en nuestro pueblo¡±. Y as¨ª es, en m¨¢s de una ocasi¨®n han conseguido alejar a los terroristas de sus tierras.
Guina Dillim, comandante de las BIR en la zona, aprecia el trabajo que estos Comit¨¦s realizan pero se queja de que hay muy pocos j¨®venes y este es un trabajo que necesita mucha energ¨ªa. Es verdad, se ven pocos j¨®venes entre los componentes de estos grupos, pero es que estos, en cuanto tienen la oportunidad y los medios, emigran fuera de ese territorio en busca de un futuro que all¨ª no tienen, y dejan atr¨¢s a los ancianos, las mujeres y los ni?os.
¡°Ser¨ªa tan f¨¢cil acabar con Boko Haram¡±, comenta Moise, miembro del Comit¨¦ de vigilancia de Gossi. ¡°Est¨¢n ah¨ª, los estamos viendo, bastar¨ªa con que el ej¨¦rcito camerun¨¦s o el nigeriano enviase un par de helic¨®pteros y los bombardeara. Ser¨ªa el fin de todo¡±. Son muchos los que repiten la misma idea y concluyen que hay demasiadas personas haciendo negocios con esta guerra para terminar con ella: ¡°El ej¨¦rcito el primero, los pol¨ªticos y tantos otros que no quieren que esto termine porque est¨¢n haciendo mucho dinero con el conflicto de Boko Haram¡±.
Mientras los miembros de los comit¨¦s de vigilancia, armados con sus arcos y flechas, recorren los caminos de sus aldeas alertas de cualquier movimiento sospechoso para poder avisar a sus vecinos con la esperanza de que la incursi¨®n de los terroristas no cause p¨¦rdidas humanas. E informan al ej¨¦rcito, sin desfallecer, con la esperanza ¡°de que alguna vez despierten y decidan intervenir para poner fin a todo este sufrimiento¡±, asegura Viziga.
Boko Haram en las monta?as Madara
Boko Haram naci¨® en 2002 en Maiduguri, capital del Estado de nigeriano de Borno, como un movimiento religioso y social que atrajo a muchos de los j¨®venes desempleados y sin futuro de la zona. El grupo se radicaliz¨® y opt¨® por las armas a partir de 2009 tras la muerte de su fundador, Mohamed Yusuf, a manos de la polic¨ªa. Desde entonces, la escalada de violencia ha sido imparable. Al frente se encuentra Abubakar Shekau, uno de los terroristas m¨¢s buscados del continente. Se especula con que en la actualidad este l¨ªder pueda estar muerto o gravemente herido. Boko Haram se dividi¨® en dos fracciones en agosto de 2016 cuando el liderazgo del Estado Isl¨¢mico tom¨® la decisi¨®n de reemplazar a Shekau con el joven Abu mus¡¯ab al-Barnawi. Los terroristas hab¨ªan jurado lealtad al ISIS en abril de 2015. Shekau ignor¨® la orden de dimitir y el movimiento se dividi¨® en dos grupos: uno comandado por Shekau asentado en el bosque de Sambisa y el otro bajo al-Barnawi y su lugarteniente, Mamman Nur, en el ¨¢rea del lago Chad, y que responde al nombre de Estado Isl¨¢mico en la Provincia de ?frica Occidental (ISWAP).
Desde 2013, la insurgencia se ha extendido a la frontera con Camer¨²n. Concentr¨¢ndose los ataques de Boko Haram en la regi¨®n del extremo norte. Entre 2014 y 2017 estos causaron 2.500 muertes, seg¨²n el Ministerio de Defensa camerun¨¦s. La mayor¨ªa de los ataques en Camer¨²n tienen la autor¨ªa de la fracci¨®n encabezada por Shekau, mientras que el ISWAP opera m¨¢s cerca de las fronteras de Nigeria-N¨ªger y Nigeria-Chad. Es el grupo m¨¢s activo en la actualidad. Mientras, el grupo de Shekau habr¨ªa sufrido un gran rev¨¦s desde que a principios de a?o el ej¨¦rcito nigeriano comenzase una gran ofensiva contra los terroristas asentados en el bosque de Sambisa. Muchos de los yihadistas habr¨ªan huido, mientras que peque?os grup¨²sculos han podido quedar aislados en zonas fronterizas y recurren al bandolerismo para sobrevivir.
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