Jokin, Carla, Arancha, Diego, Luc¨ªa
Conozco mujeres y hombres a los que el acoso infantil ha dejado una huella indeleble. Necesitamos campa?as nacionales, anuncios, una ley estatal
DESAYUNO JUNTO a la ventana abierta un s¨¢bado de septiembre mientras truena y llueve. El cielo est¨¢ plomizo pero entreverado de las punzadas de luz de un sol que se obstina en asomar. Reina un bochorno tropical y, aun as¨ª, cierta intuici¨®n de frescor anuncia el oto?o que se acerca. De repente escampa; los coches emiten al pasar un siseo de agua y la calle se llena. Veo familias con sus hijos en la alborotada calma del fin de semana. Y adolescentes solos en peque?as manadas. Hay ni?os felices, ni?os que van delante del grupo dando brincos, ni?os modosos que parecen adultos, ni?os r¨¦mora que van colgando de las manos de sus padres, ni?os acongojados arrastrando los pies que tal vez tengan un fantasma que les muerde las tripas. Igual que los montoncitos de quincea?eros: los hay de todo tipo. Card¨²menes felices o chavales sombr¨ªos que, aislados de los dem¨¢s, dan patadas al aire al caminar. Todas ellas, todos ellos, comenzar¨¢n las clases en dos o tres d¨ªas (cuando lean este art¨ªculo ya llevar¨¢n unas dos semanas). Seg¨²n Unicef, uno de cada diez est¨¢ sufriendo acoso escolar. He visto pasar a muchos m¨¢s de diez: todos esos cr¨ªos acarreando su infierno. Espantados del futuro que se les acerca. Y los otros, los otros tambi¨¦n cuentan: los verdugos. ?Cu¨¢ntos de los chicos y chicas que est¨¢n caminando bajo mi ventana son verdugos? A los padres les suele preocupar que su hijo sea una v¨ªctima, como es natural, pero a menudo ni siquiera se plantean que sea un torturador. Pero ah¨ª est¨¢n, existen. Los verdugos y los cobardes que los secundan.
Solemos hablar de la depresi¨®n de la vuelta al trabajo y de la aspereza de la vida adulta. Nuestra memoria, que es una cuentista piadosa, suele adornar y mitificar la infancia. Yo m¨¢s bien creo que es un tiempo de dolor y de terrores; de suprema indefensi¨®n e incomprensi¨®n del mundo. Y, adem¨¢s, de ella depende gran parte de lo que somos. ¡°El ni?o es el padre del hombre¡±, dice un verso de Wordsworth reconociendo ese peso fundacional de nuestra ni?ez. Soy peleona y conf¨ªo en la capacidad de superaci¨®n del ser humano, pero a veces el maltrato es tan extremo que algunos no lo logran. Conozco mujeres y hombres a los que el acoso infantil ha dejado una herida indeleble. Y luego est¨¢n los que sucumbieron. Jokin, de 14 a?os, que se mat¨® en 2004 arroj¨¢ndose al vac¨ªo desde la muralla de Hondarribia tras ser atormentado durante dos cursos por sus compa?eros. Fue la primera vez que se habl¨® masivamente del acoso escolar en nuestro pa¨ªs. O Carla, de 14 a?os, que se despe?¨® desde un acantilado de Gij¨®n en 2013; era estr¨¢bica y le hicieron la vida imposible. Y Arancha, de 16, en 2015 y en Madrid, con incapacidad intelectual y motora, que se tir¨® por el hueco de una escalera desde un sexto piso tras ser atormentada p¨²blicamente por un compa?ero sin que nadie hiciera nada. O Diego, tambi¨¦n en Madrid, que se arroj¨® desde una quinta planta en 2016 con tan s¨®lo 11 a?os. Todos ellos volando hacia una muerte que parec¨ªa mucho m¨¢s dulce que sus vidas. Una excepci¨®n en el m¨¦todo fue Luc¨ªa, de 13 a?os, que se ahorc¨® en su casa de Murcia el a?o pasado. Sus compa?eros le clavaban l¨¢pices en la espalda.
Necesitamos campa?as nacionales, anuncios en televisi¨®n, una ley estatal. El ¨²ltimo informe de Aldeas Infantiles SOS evidencia que ni siquiera hay datos muy fiables (un indicio de nuestra falta de inter¨¦s). Seg¨²n el Ministerio de Educaci¨®n, el acoso en Espa?a es del 3,8%. Seg¨²n PISA, del 6%; Save the Children habla del 9,3%, y Unicef, ya lo dije, del 10%. Yo creo que en ?realidad la incidencia debe de ser mayor. Las fundaciones ANAR y MM dicen que uno de cada tres ni?os ha visto situaciones de acoso en su clase, y un reciente trabajo de la Universidad Polit¨¦cnica de Valencia establec¨ªa que el 24% de los alumnos lo hab¨ªan sufrido en alguna ocasi¨®n. El informe Cisneros, un gran estudio de 2006, apuntaba un dato estremecedor: un 3,8% de los alumnos se?alaban a los profesores como autores del maltrato que recib¨ªan. Veo pasar a los ni?os y a los adolescentes bajo mi ventana, cada uno arrastrando el secreto de su herida, de su terror o de su crueldad, y me pregunto: hasta cu¨¢ndo vamos a permitir que suceda esto.?
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