El lobo s¨ª devor¨® a caperucita
Edulcorar los cuentos infantiles no es recomendable. Priva a los ni?os de la estimulaci¨®n de la fantas¨ªa, de la comprensi¨®n de ciertas emociones e, incluso, de la inspiraci¨®n para descubrir soluciones
?RASE UNA VEZ un lobo vegano que no engull¨ªa a la abuela, tres cerditos que se dedicaban a la especulaci¨®n inmobiliaria y una dise?adora llamada Gretel que trabajaba de camarera en Berl¨ªn. No deber¨ªa sorprendernos que los cuentos tradicionales se adapten a los tiempos. Han sido sometidos a alteraciones en el proceso de transmisi¨®n, oral o escrita, a lo largo de los siglos con el fin de adecuarlos a los gustos de cada momento. Tomemos, por ejemplo, Caperucita Roja. En 1697 ¡ªcuando se plasm¨® por escrito¡ª, Charles Perrault le a?adi¨® una moraleja, con el fin de prevenir a las ni?as respecto a las intenciones perversas de los desconocidos. Algo m¨¢s de un siglo despu¨¦s, los hermanos Grimm dulcificaron la trama del cuento y lo coronaron con un final feliz. Si a la Caperucita Roja del siglo XVII la devoraba el lobo, no ser¨ªa de extra?ar que la actual reprendiera a la fiera por su actitud sexista cuando la abordase en el bosque. La fuerza del cuento, no obstante, radica en que habla con el lenguaje de los s¨ªmbolos y en que nos invita a explorar la oscuridad del mundo, la cartograf¨ªa de los miedos, tanto ancestrales como ¨ªntimos. Por eso nos interpela a todos, tambi¨¦n a los adultos. No hay que olvidar que El cuento de la criada, hoy muy popular gracias a la serie televisiva, tambi¨¦n se inspira en Caperucita, pues su protagonista se ve frente al espejo ¡°como la figura de un cuento de hadas cubierta con una capa roja¡±.
Cada ¨¦poca tiene sus lobos feroces. Uno de ellos, hoy, es la sobreprotecci¨®n infantil. Las versiones, actualizaciones o relecturas de los cuentos no deber¨ªan estar guiadas por una excesiva tutela de la imaginaci¨®n de los ni?os por parte de los padres, una actitud de la cual toman nota la industria editorial y la del entretenimiento, siempre dispuestas a complacer a los potenciales consumidores. La cautela desmedida con el fin de no herir sensibilidades podr¨ªa llevar a que los cuentos acabaran por convertirse en diversiones inofensivas ambientadas en un mundo sesgado donde no existen las decepciones, el dolor o los conflictos. Si se van suprimiendo opciones, los ni?os cada vez podr¨¢n experimentar menos sus l¨ªmites. Al edulcorar los cuentos infantiles, se los priva de lo m¨¢s valioso: el acceso a significados m¨¢s profundos, la estimulaci¨®n de la fantas¨ªa, la comprensi¨®n de ciertas emociones o, incluso, la inspiraci¨®n para descubrir soluciones. De ah¨ª que Charles Dickens afirmara que ¡°la tolerancia, la cortes¨ªa, la consideraci¨®n por los pobres y los ancianos, el afecto por los animales, el amor a la naturaleza, la aversi¨®n a la tiran¨ªa y a la fuerza bruta¡, muchas de esas virtudes alimentaron el coraz¨®n de los ni?os por primera vez gracias a la en¨¦rgica ayuda de los cuentos de hadas¡±.
La poeta Wis?awa Szymborska habl¨® de un amigo escritor que propuso una pieza infantil protagonizada por una bruja a unas editoras. Estas la rechazaron. ?El motivo? Prohibido asustar a los ni?os. La premio Nobel, admiradora de Andersen ¡ªcuyo coraje destacaba por haber creado finales tristes¡ª, nos recuerda la importancia de asustarse, porque los ni?os sienten una necesidad natural de vivir grandes emociones: ¡°La figura que aparece [en sus cuentos] con m¨¢s frecuencia es la muerte, un personaje implacable que penetra el coraz¨®n mismo de la felicidad y arrebata lo mejor, lo m¨¢s amado. Andersen trataba a los ni?os con seriedad. No solamente les hablaba de la gozosa aventura que es la vida, sino tambi¨¦n de los infortunios, las penas, y de sus no siempre merecidas calamidades¡±. Dec¨ªa C. S. Lewis que hacer creer a los ni?os que viven en un mundo carente de violencia, muerte o cobard¨ªa solo dar¨ªa alas al escapismo, en el sentido negativo de la palabra.
Los cuentos de hadas nos hablan del miedo, la pobreza, la desigualdad, la crueldad, la avaricia. Por eso son verdaderos
Despu¨¦s de un par de a?os buceando entre relatos recopilados durante dos siglos, Italo Calvino seleccion¨® y edit¨® los 200 mejores cuentos de la tradici¨®n popular italiana. Al t¨¦rmino de esta indagaci¨®n literaria, sentenci¨®: ¡°Le fiabe sono vere¡± [los cuentos de hadas son verdaderos]. El autor de El bar¨®n rampante hab¨ªa confirmado su intuici¨®n de que los cuentos, en su ¡°infinita variedad e infinita repetici¨®n¡±, no solo encapsulan los mitos perdurables de una cultura, sino que ¡°contienen una explicaci¨®n general del mundo, donde cabe todo el mal y todo el bien, y donde se encuentra siempre la senda para romper los m¨¢s terribles hechizos¡±. Con su extrema concisi¨®n, los cuentos de hadas nos hablan del miedo, la pobreza, la desigualdad, la envidia, la crueldad, la avaricia¡ Por eso son verdaderos. Los animales parlantes o las hadas madrinas no buscan confortar a los ni?os, sino dotarlos de herramientas para vivir, en lugar de inculcarles r¨ªgidos patrones de conducta, y estimular su razonamiento moral. Si eliminamos las partes oscuras e inc¨®modas, los cuentos de hadas dejar¨¢n de ser esos sorprendentes ¨¢rboles sonoros que crecen en la memoria humana, como los defini¨® el poeta Robert Bly.?
Marta Reb¨®n es traductora, fot¨®grafa y cr¨ªtica literaria.
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