Una tribu de indios amenazada por las drogas y el cambio clim¨¢tico
Los yurok, que llevan siglos viviendo al norte de California, compran bosques que les pertenecieron para conservarlos y vender bonos de carbono
Javier Kinney, cuerpo robusto y piel canela, pasea por un bosque de enormes secuoyas ataviado con traje y corbata negras, camisa blanca, gafas de sol y una trenza que le cae hasta la mitad de la espalda. La estampa bien podr¨ªa servir de met¨¢fora sobre el pueblo yurok, una comunidad ind¨ªgena asentada durante siglos en el norte de California que hoy se adapta a los tiempos sin renunciar a su comuni¨®n con la naturaleza. Durante a?os sufrieron el acoso de la civilizaci¨®n en forma de un genocidio que diezm¨® a tres cuartas partes de su poblaci¨®n. Las amenazas para las alrededor de 6.000 personas que la forman hoy tienen otras caras: desempleo, opi¨¢ceos, alcohol, cambio clim¨¢tico...
La gente que vive r¨ªo abajo, que eso quiere decir yurok en la lengua nativa, ni conserva el idioma ¡ªque solo dominan unos pocos¡ª ni habitan necesariamente la ribera del Klamath. Hoy solo un millar moran en lo que es considerado oficialmente la reserva, mientras el resto se dispersa en otras ciudades del pa¨ªs o alrededor del vasto territorio que un d¨ªa fueron sus tierras, pero que ya, en buena parte, no les pertenecen. El Gobierno de los Estados Unidos reconoci¨® como reserva, aproximadamente, una milla hacia cada lado del r¨ªo, a lo largo de 42. Pero hace algo m¨¢s de un lustro, la tribu, como ellos mismos se denominan, decidi¨® recuperar lo que fue suyo.
El cambio clim¨¢tico, que es una de las grandes amenazas para los nativos, se ha convertido en un aliado indirecto para lograrlo. La estrategia pasa por vender bonos de carbono, un mecanismo internacional propuesto en el tratado de Kioto para reducir las emisiones. En resumen, una empresa con una actividad contaminante puede comprar derechos de emisi¨®n a otra instituci¨®n que los atrape para mitigar el da?o que causa. Y las secuoyas que pueblan las monta?as de los yurok son tremendamente eficaces a la hora de captar di¨®xido de carbono.
Desde 2013 han comprado m¨¢s de 20.000 hect¨¢reas con la intenci¨®n de asegurar su protecci¨®n. En este tiempo, han emitido 2,3 millones de bonos, cada cual equivale a la captura de una tonelada de CO2. Son reacios a aportar cifras sobre las ganancias, pero al precio de mercado, esto equivale a varias decenas de millones de euros. ¡°Puede parecer mucho dinero, pero comprar las tierras es costoso y tambi¨¦n tenemos que invertir en mantenimiento, por contrato¡±, aclara David Gensaw, vicepresidente del Gobierno yurok, que en muchos aspectos funciona como una naci¨®n dentro de una naci¨®n, con sus propias reglas, incluso su propia justicia. Aunque hace poco abrieron un peque?o casino, que es una de las principales fuentes de financiaci¨®n de muchas tribus en California, esto de momento apenas les reporta beneficios. Sus planes van por otro lado: pasan por gastar 50 millones m¨¢s en tierras en los pr¨®ximos a?os. La idea es ir invirtiendo lo que les reportan los bonos en comprar cada vez m¨¢s bosque para as¨ª protegerlo de la deforestaci¨®n que ha sufrido buena parte de su territorio.
Desde 2013 han comprado m¨¢s de 20.000 hect¨¢reas con la intenci¨®n de asegurar su protecci¨®n. En este tiempo, han emitido 2,3 millones de bonos de carbono
Quiz¨¢s no les gusta hablar de estas mareantes cifras porque pueden no entenderse bien en una comunidad en la que las tasas de paro pueden alcanzar el 80%, con enormes problemas sociales que tienen en el alcohol y las drogas sus mayores exponentes. Un reciente art¨ªculo en la primera p¨¢gina de la secci¨®n nacional de The New York Times presentaba esta cruda realidad, haciendo hincapi¨¦ en las enormes tasas de consumo de opi¨¢ceos, un mal que afecta a todo el pa¨ªs, pero que se ceba con este grupo. Abby Abinanti, primera mujer ind¨ªgena graduada en derecho en California (en 1974), exjuez en este estado y dedicada ahora a impartir justicia en la tribu, reconoce esta realidad: ¡°No sabemos exactamente el n¨²mero, pero son cientos las personas adictas a estos f¨¢rmacos. El problema de ese art¨ªculo es que culpabiliza a los enfermos. Estas personas tienen un problema porque les prescribieron ciertos medicamentos y las farmac¨¦uticas no est¨¢n responsabiliz¨¢ndose¡±. De hecho, han demandado a las compa?¨ªas para que se hagan cargo de los tratamientos de desintoxicaci¨®n. ¡°Adem¨¢s, esperamos una indemnizaci¨®n que invertiremos en comprar m¨¢s tierras¡±, asegura la juez.
El trabajo de esta mujer de pelo largo y cano, adem¨¢s de asesorar legalmente a la tribu en temas como el de los opi¨¢ceos, es mediar en los conflictos que se presentan. ¡°Ten¨ªamos un sistema de justicia que fue destruido. Ahora tratamos de desarrollar principios con esos valores, pero adapt¨¢ndolos a los nuevos tiempos: no puedes volver atr¨¢s ni quedarte como estabas, porque hemos evolucionado¡±, explica Abinati. Su tarea aqu¨ª dista de la que hac¨ªa en el juzgado como magistrada: ¡°En la corte pregunto al acusado si ha cometido un delito y me responde que no. Aqu¨ª le digo: ¡®Has hecho esto, ?c¨®mo vamos a arreglarlo?¡¯. Es m¨¢s bien un di¨¢logo. En la corte hay un perdedor y un ganador. Aqu¨ª todos vivimos en el mismo sitio, mejor que cuando los dos salgan de mi oficina est¨¦n bien¡±. Seg¨²n relata, los problemas m¨¢s frecuentes son disputas sobre tierras, problemas familiares ¡ªla violencia dom¨¦stica no es infrecuente¡ª y conflictos relativos a la pesca.
El salm¨®n, sobre todo, y otras especies del Klamath y sus afluentes han sido tradicionalmente el principal medio de vida de los yurok, pero hoy est¨¢n amenazados
El salm¨®n, sobre todo, y otras especies del Klamath y sus afluentes han sido tradicionalmente el principal medio de vida de los yurok. Pero la mano humana ha producido que la pesca sea cada vez m¨¢s exigua. Por un lado, por culpa del cambio clim¨¢tico el agua est¨¢ m¨¢s caliente, los ecosistemas han variado y los peces no abundan como anta?o. El a?o 2015 fue el primero sin nieve, por lo que no hubo deshielo que contribuyera a alimentar los r¨ªos. Y ribera arriba, existen capturas para regad¨ªo y presas hidroel¨¦ctricas que les privan del suficiente suministro de agua para que la pesca pueda ser fuente de alimentaci¨®n y comercio. Seg¨²n cuenta Tim Hayden, responsable de la divisi¨®n de recursos naturales de los yurok, llevan tres a?os en los que no pueden vender nada de pescado y apenas tienen para el autoconsumo. La primera (y mayor) se?al de alarma la recibieron en 2002, cuando m¨¢s de 34.000 peces, de acuerdo con sus c¨¢lculos, aparecieron flotando muertos en la superficie del r¨ªo. ¡°Todo esto, empeora la calidad de vida m¨¢s all¨¢ de los ingresos que dejan de percibir. Se multiplican los problemas de diabetes y sobrepeso; cuando les quitas el salm¨®n no lo sustituyen por algo saludable, entre otras cosas porque no se lo pueden permitir. La salud del r¨ªo tambi¨¦n es la salud del pueblo¡±, asevera Amy Cordalis, miembro y abogada de la tribu.
Los yurok no se han quedado de brazos cruzados ante estos retos. Demandaron y ganaron en primera instancia judicial contra los proyectos de regad¨ªo, est¨¢n negociando para derribar las presas y se han pertrechado con el mejor conocimiento cient¨ªfico para abordar los problemas que sufren sus ecosistemas. ¡°Las evidencias est¨¢n dando la raz¨®n a los conocimientos ancestrales de conservaci¨®n que ten¨ªan las tribus. Ahora luchan por restaurar los ecosistemas para que los peces vuelvan¡±, asegura el bi¨®logo Michael Belchik, que trabaja desde hace a?os con los yurok.
Un ambicioso proyecto en uno de los afluentes del Klamath consiste en contrarrestar los efectos que la deforestaci¨®n ha tenido en el r¨ªo. De forma natural, los ¨¢rboles que iban cayendo sobre el cauce lo ralentizaba y permit¨ªa que los peces alevines alcanzaran un buen tama?o antes de llegar al mar. Su ausencia propicia que abandonen el r¨ªo todav¨ªa muy peque?os, con lo que, cuando regresen, no tendr¨¢n un buen tama?o para su consumo. El geomorf¨®logo Rocco Fiore lidera un plan que consiste en poner obst¨¢culos ¡ªbarreras que consisten en grandes troncos y piedras¡ª que imitan el comportamiento natural del bosque, quitan velocidad al r¨ªo y forman las peque?as balsas id¨®neas para proteger a los peces de sus predadores. ¡°Todav¨ªa no hemos medido resultados de aumento de ejemplares o peso, pero hay buena base cient¨ªfica en los ¨²ltimos 10 o 15 a?os de que estas restauraciones contribuyen a ello¡±, afirma Fiore.
Al tiempo que tratan de restaurar los r¨ªos, la tribu lucha por que se le permita hacer quemas selectivas en bosques
Al tiempo que tratan de restaurar los r¨ªos, la tribu lucha por que se le permita hacer quemas selectivas en bosques. Los bi¨®logos que les asesoran aseguran que, en contra de lo que se podr¨ªa intuir, este tipo de acciones, que mezclan rituales y conservaci¨®n de la tierra, ayudan a renovar el bosque de forma saludable, permitiendo que los ¨¢rboles m¨¢s grandes ¡ªy que m¨¢s carbono capturan¡ª puedan crecer m¨¢s sin competir por los nutrientes con especies menos valiosas. Adem¨¢s, los fuegos controlados ayudan a eliminar malezas que podr¨ªan servir como combustibles para incendios accidentales. Hay estudios que respaldan este tipo de pr¨¢cticas. Uno realizado en Guatemala, bajo el t¨ªtulo Evaluando la efectividad del control y prevencio?n de incendios forestales en la reserva de la bio?sfera maya, asegura que las tierras gestionadas con este tipo de pr¨¢cticas sufren hasta 20 veces menos incendios que las que no lo est¨¢n.
Es parte de la base de evidencia cient¨ªfica que est¨¢ confirmando la importancia que tienen los pueblos ind¨ªgenas para conservar los bosques. Otro reciente estudio ha revelado que los que ellos gestionan atrapan 300.000 millones de toneladas de CO2, el equivalente a 33 veces las emisiones generadas para producir energ¨ªa el a?o pasado en todo el mundo. Algunas de estas comunidades, que se autodenominan guardianes de los bosques, estuvieron a principios de septiembre visitando a los yurok, aprovechando la celebraci¨®n en San Francisco de la Cumbre de Acci¨®n Global del Clima, a la que EL PA?S acudi¨® invitado por Alianza para el Clima y el Uso de la Tierra (CLUA, por sus siglas en ingl¨¦s). Indonesios, brasile?os, guatemaltecos, ecuatorianos, colombianos¡ adornados con plumas, tatuajes tradicionales, trenzas o el traje y corbata que luc¨ªa Javier Kinney; todos ten¨ªan algo en com¨²n: sus condiciones de vida se est¨¢n viendo amenazadas por un calentamiento global que ellos no causaron. Pero trabajan decididos a seguir protegiendo sus ecosistemas.
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