La pesadilla
Vivimos en un sue?o de los que te empujan a dar vueltas y vueltas sobre un asunto recurrente
Los espa?oles creen que habitan la realidad, pero viven en una pesadilla. No es una de esas que producen terror. Una plaza llena de gente, podr¨ªa ser, donde hay un estrado y un verdugo coloca tu cuello en el cepo de la guillotina. De pronto suena el zumbido de la hoja de metal que cae. Y despiertas de un salto: uf, la cabeza sigue en su sitio, no ha ocurrido nada.
Pero no, la pesadilla es de las otras, de las que no terminan de forma s¨²bita, sino que giran como una noria y te empujan a dar vueltas y vueltas sobre un asunto recurrente, de manera obsesiva, machacona, enfermiza. Se puede cambiar mil veces de postura, tener el coraje de abrir los ojos para destrozar esa din¨¢mica perversa, pellizcarse incluso las mejillas, los brazos, las piernas. Parar de una vez. Pero los p¨¢rpados caen de nuevo y sigues exactamente ah¨ª, en el mismo sitio, girando infatigable alrededor del mismo motivo.
Es lo que sucede, por ejemplo, con los casos relacionados con el m¨¢ster de Cristina Cifuentes, expresidenta de la Comunidad de Madrid; con el del actual l¨ªder del PP, Pablo Casado, y con el de Carmen Mont¨®n, que fue ministra del Gobierno actual hasta que dimiti¨® forzada por las irregularidades vinculadas a este asunto. Por ah¨ª anda tambi¨¦n bailando la tesis doctoral de Pedro S¨¢nchez. Al principio, por las informaciones que aparecen y por las explicaciones que se dan, te ocurre lo que pasa en tantos sue?os: que est¨¢s profundamente convencido de que Cifuentes jam¨¢s redact¨® el trabajo para obtener su m¨¢ster, que el de Casado es una filfa, que a Mont¨®n le dieron alguna ayuda para conseguir el suyo. Y, bueno, que la tesis del presidente tiene un punto chapucero, a pesar de haber obtenido la m¨¢xima calificaci¨®n.
Claro que puedes estar equivocado al tener unas impresiones tan rotundas, y que tan mal dejan a esos pol¨ªticos, y quiz¨¢ precisamente por eso se ponen en marcha los engranajes de la pesadilla. El argumento, si es que puede llamarse argumento, es intentar convencerte de que esas impresiones tuyas son falsas y que esa verdad que te est¨¢s creyendo sobre la vacuidad de los m¨¦ritos acad¨¦micos que exhiben esos pol¨ªticos no va a ninguna parte. El espect¨¢culo empieza, y ya no hay manera de frenarlo. Cifuentes agita unos papeles como para darte un sopapo por tus ocurrencias; Casado muestra presumido unos trabajos impecablemente encuadernados que no va a dejar consultar a nadie; Mont¨®n defiende que no hizo trampa alguna, y el presidente tira de unas aplicaciones para confirmar que jam¨¢s plagi¨® nada de nada. Lo agobiante de la pesadilla es el ruido, las imposturas de quienes se dicen perseguidos por una jaur¨ªa salvaje. Hay un momento en que te pierdes. ?Pol¨ªticos deshonestos? ?Mafias universitarias? ?Exceso de indignaci¨®n popular? ?Guerras entre partidos? Perdonen, ?de qu¨¦ va realmente la cosa?
Cifuentes dimite por haber robado unas cremas, no por el m¨¢ster. A Casado lo ovacionan en su partido porque el Supremo no ve delito en la obtenci¨®n del suyo, pero nadie explica (y menos ¨¦l mismo) c¨®mo lo consigui¨®. Carmen Mont¨®n, con mucha decencia, abandona la escena. Y ah¨ª queda ese cum laude para una tesis mediocre. A ratos, en la pesadilla aparece un mont¨®n de gente llorando; otras veces emergen dentaduras que se retuercen de risa. Vueltas y vueltas, ?de qu¨¦ va esto? ?Simples sinverg¨¹enzas? ?Af¨¢n de dinamitar alguna universidad? ?Gusto por el esc¨¢ndalo de una sociedad decadente? ?Excesos de los medios para congratularse porque denuncian a los poderosos? ?Qui¨¦n sabe! La tediosa e incomprensible pesadilla sigue adelante.
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