Un abrigo colgando de una percha
Humanizamos los objetos, los dotamos de significado, los convertimos en fetiches. Son flotadores que impiden que las aguas del tiempo arrasen con todo
EL OTRO D?A conoc¨ª a una chica estupenda de veintitantos a?os, periodista de radio. Me coment¨® que hab¨ªa le¨ªdo mi libro?La rid¨ªcula idea de no volver a verte, que trata, entre otras cosas, del tema del duelo, y a ra¨ªz de eso, en uno de esos raros y bonitos momentos de intimidad instant¨¢nea que a veces se producen, me cont¨® que acababa de romper con su pareja, con la que llevaba cinco a?os. Hablamos un rato sobre ello y a?adi¨®: ¡°Creo que es m¨¢s duro tener que despedirse de alguien que sigue por ah¨ª andando que de alguien que se ha muerto¡±. Yo, que he vivido ambas situaciones, pienso que es mucho peor la muerte de alguien querido, pero entiendo que ella se encontraba a¨²n con la herida sangrando. Los duelos son los duelos, son un desfiladero de dolor que no hay m¨¢s remedio que atravesar, un camino que es necesario recorrer paso tras paso para llegar al otro lado. Y lo que s¨ª es cierto es que, si el otro o la otra contin¨²an en efecto en este mundo, es necesario acabar primero con toda esperanza de continuar la relaci¨®n, es necesario matarlos mentalmente para poder empezar el viaje.
Se trata de un trayecto que conviene tom¨¢rselo con calma, porque la vida es una sucesi¨®n de duelos. Unos m¨¢s grandes, otros m¨¢s peque?os. La existencia nos va mordisqueando y hay que despedirse muchas veces. De amores, de amigos, de animales dom¨¦sticos, de casas, trabajos, aficiones, incluso de partes o funciones de nuestro organismo, desde el pelo en los calvos hasta la salud perdida. Cuesta aprender a desprenderse de lo que uno fue, de lo que uno vivi¨®; si la merma es muy grande, hay que reinventarse (yo ya voy por la cuarta o quinta vida). Supongo que esa tendencia a acumular que tenemos los humanos, esa man¨ªa de guardarlo todo que va atiborrando nuestras casas y que puede llegar a la extrema patolog¨ªa de vivir rodeado de basura, como los enfermos del s¨ªndrome de Di¨®genes, es un intento vano e inconsciente de detener el fluir de los a?os, que se lo lleva todo. Nos aferramos a los objetos mientras la existencia se nos escapa entre los dedos como si fuera agua.
No puedo dar recetas para el duelo perfecto, no existe tal cosa. Cada cual se las arregla como puede. Por ejemplo, s¨¦ de viudos y viudas que mantienen el hogar com¨²n intacto, los objetos del muerto tal cual estaban, incluso las costumbres, el mismo lugar de vacaciones, los mismos restaurantes. En cambio yo, cuando muri¨® mi pareja, Pablo Lizcano, di casi toda su ropa a sus hermanos y amigos, me mud¨¦ de casa, retapic¨¦ su sill¨®n. Un frenes¨ª. Y me da la sensaci¨®n de que es algo que ni siquiera decides t¨². Tu pena decide por ti y hay que seguirla.
Tengo una pareja de amigos muy queridos, los escritores Alejandro G¨¢ndara y Nuria Labari, que adem¨¢s est¨¢n casados. Y ayer Nuria me cont¨® algo que jam¨¢s me hab¨ªa dicho: al parecer, en el hurac¨¢n de los primeros d¨ªas del duelo, yo le di a Alejandro un abrigo de Pablo. ¡°Le queda enorme, le queda grand¨ªsimo y jam¨¢s se lo ha podido poner, pero ah¨ª lo tenemos en el armario¡±. En los nueve a?os que han transcurrido desde la muerte de mi marido, Nuria y G¨¢ndara se han mudado varias veces, y en todos los cambios de casa les ha acompa?ado ese abrigo gigante y tan vac¨ªo colgando modosamente de su percha, memento del amigo y tibio hueco. ¡°En el ¨²ltimo traslado mi madre me dijo: ¡®?No deber¨ªais desprenderos de ¨¦l de una vez?¡¯, pero nosotros lo seguimos guardando¡±. S¨ª, as¨ª somos las personas, ya lo he dicho antes: humanizamos los objetos, los dotamos de significado, los convertimos en fetiches. Son peque?os flotadores que impiden que las aguas del tiempo arrasen con todo.
Me enterneci¨® y divirti¨® mucho la an¨¦cdota del abrigo. S¨®lo imaginarlo all¨ª, en la casa de mis amigos, abultando en la penumbra de los armarios como un invitado algo fastidioso pero al que se quiere tanto que se le perdonan las molestias, es algo que me dibuja una sonrisa en la cara. Y a¨²n m¨¢s: re¨ªmos Nuria y yo a mand¨ªbula batiente mientras me lo contaba. O sea, re¨ªmos aunque la historia del abrigo es en realidad la historia de una ausencia. Esto es lo que me gustar¨ªa decirle a mi reciente amiga, la periodista de radio: la alegr¨ªa es tenaz. Hay vida al otro lado del desfiladero.
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