Silbar y tararear
No solemos acordarnos de que a lo largo de la historia la humanidad s¨®lo o¨ªa m¨²sica cuando alguien se la tocaba, o cuando ella la reproduc¨ªa con sus voces
EL PASADO 8 DE MAYO, en v¨ªspera de un viaje a Italia, las luces empezaron a parpadear; al poco estallaron bombillas en habitaciones diversas, en serie y con estr¨¦pito, estuvieran o no encendidas; vi que de un aparato sal¨ªa humo, y me apresur¨¦ a desenchufarlo todo, televisi¨®n, DVD, equipo de m¨²sica, el viejo v¨ªdeo, y a bajar los diferenciales. Por fortuna no me hab¨ªa ido ya a Italia y adem¨¢s estaba en casa. Al parecer se hab¨ªa producido una subida de tensi¨®n que afect¨® a todo mi edificio y a otro cercano, culpa de la compa?¨ªa el¨¦ctrica y no de los usuarios. Luego, cada cual fue descubriendo sus desperfectos y sus ruinas. A una agencia de viajes se le hab¨ªan fundido todos los ordenadores. Yo comprob¨¦ que se me hab¨ªa quedado muerta la m¨¢quina de escribir, y mis lectores saben lo que hoy me cuesta encontrarlas (por suerte conservaba una de repuesto). Tambi¨¦n el fax-contestador, que a¨²n me era ¨²til y resulta insustituible. El calentador del agua, el cargador del m¨®vil, unos tel¨¦fonos, el mencionado v¨ªdeo, el equipo de m¨²sica entero. A mi regreso, la compa?¨ªa me anunci¨® que se encargar¨ªa de reparar lo reparable y me abonar¨ªa lo estropeado sin remedio. Me visit¨® un t¨¦cnico muy amable, que se llev¨® al taller cuanto preve¨ªa que podr¨ªa arreglarse. De lo que no, compr¨¦ sustitutos, los que me fue posible. El hombre fue viniendo y volviendo. Algunas cosas las cre¨ªa reparadas, pero segu¨ªan sin funcionar. Lo que m¨¢s tard¨¦ en recuperar fue el equipo de m¨²sica, unos cuatro meses.
Y durante ese tiempo me di cuenta de que, as¨ª como puedo estar sin escribir, y sin leer, y sin ver televisi¨®n (m¨¢s me cuesta no ver pel¨ªculas), me es imposible no o¨ªr m¨²sica. Bueno, posible me es, claro, pero lo paso mal y la echo de menos m¨¢s que ninguna otra cosa. Nada m¨¢s levantarme, y mientras me despejo, pongo un CD que me ayude a retornar a la vigilia. Y siempre suena m¨²sica mientras hago tareas compatibles con ella: no escribir ni leer libros, pero s¨ª leer prensa, contestar y mirar correspondencia, ordenar y limpiar. Me ayuda a apaciguarme cuando me indigno, me alegra cuando me decae el ¨¢nimo, y a veces me ofrece modelos r¨ªtmicos que anhelar¨ªa reproducir cuando escribo. Durante esos cuatro meses en que no pude o¨ªrla, y precisamente por no poder, me ven¨ªan unas ganas locas de o¨ªrlo todo, desde Bach, Beethoven y Schubert hasta Presley, Burnette y Checker. Desde Monteverdi y Bart¨®k y Pergolesi hasta Waits y Lila Downs y Nina Simome y Knopfler y mi ¨ªdolo Dylan, cuyo Premio Nobel celebr¨¦ merced a un amigo londinense, poeta y librero, que me escribi¨® en su d¨ªa con alivio: ¡°Es un poco raro, pero al menos no lo ha ganado Atwood. De haber sido as¨ª, un colega m¨ªo y yo ten¨ªamos previsto arrojarnos al T¨¢mesis desde el puente de Hammer?smith, considerando que no val¨ªa la pena seguir viviendo en un mundo en el que esa autora fuera Nobel¡±. As¨ª que Dylan salv¨® de la muerte a alguien a quien mucho aprecio, algo m¨¢s en favor suyo. Pero, por no poder poner m¨²sica, se me antojaban en aluvi¨®n las mayores rarezas, que pocas veces escucho: un CD con veintisiete versiones de ¡°High Noon¡±, la canci¨®n de Solo ante el peligro, incluidas una pomposa en alem¨¢n y dos ratoneras en dan¨¦s. Uno con otras tantas de ¡°La Paloma¡±; los calipsos que cant¨® con mucha gracia el actor Robert Mitchum; la narraci¨®n, en la extraordinaria voz de su director Charles Laughton, de La noche del cazador, junto con fragmentos de su banda sonora. Canciones sicilianas nost¨¢lgico-siniestras, m¨²sica irlandesa en la admirable voz de Tommy Makem. El breve ¡°Carillon des morts¡± de Corrette. El CD de Telemann que de hecho o¨ªa cuando tuvo lugar la aver¨ªa, interpretado por mi sobrino Alejandro Mar¨ªas (violonchelo) y mi hermano ?lvaro (flauta), entre otros¡
No han sido los ¨²nicos m¨²sicos de mi familia. Mi t¨ªo Od¨®n Alonso fue director de orquesta. Mi t¨ªo Enrique Franco fue cr¨ªtico en la radio y en EL PA?S hasta su muerte. La m¨²sica, supongo, ha estado presente en mi vida desde siempre, quiz¨¢ por eso la echo tanto en falta. Al cabo de unas semanas de abstinencia, me di cuenta de que silbaba y tarareaba mucho m¨¢s de lo que suelo: si est¨¢ uno privado de melod¨ªas, las reproduce como puede. Y entonces ca¨ª en que esas dos actividades, silbar y tararear, eran frecuent¨ªsimas en mi infancia y adolescencia, mientras que ahora est¨¢n casi desaparecidas. Uno o¨ªa silbar a los hombres por la calle (todos se conoc¨ªan la propia ¡°Solo ante el peligro¡±, por ejemplo, y ¡°El puente sobre el r¨ªo Kwai¡±, entre otras muchas), y canturrear a las mujeres mientras se arreglaban o atend¨ªan sus quehaceres. Tal vez por eso los espa?oles sab¨ªan entonar y no desafinaban en exceso, a diferencia de lo que hoy ocurre. No hab¨ªa m¨²sica por doquier (a menudo indeseada y atronadora, como la que invade las calles desde las tiendas), y no se cre¨ªa, como creen los famosos concursantes, que cantar bien consiste en vocear a pleno pulm¨®n y con espantosas ¡°r¨²bricas¡±. No solemos acordarnos de que a lo largo de la historia la humanidad s¨®lo o¨ªa m¨²sica cuando alguien ¡ªrara vez¡ª se la tocaba, o cuando ella la reproduc¨ªa con sus voces y sus silbidos. Hasta que uno la pierde, no repara en nuestra inmensa suerte de haber nacido en esta ¨¦poca, en la que uno elige qu¨¦ y cu¨¢ndo, y milagrosamente lo oye.??
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