El ritmo primordial
La m¨²sica puede manipularnos, pero tambi¨¦n tiene el maravilloso efecto de hacernos m¨¢s grandes y mejores: nos rescata de nuestra individualidad
LOS GRIEGOS CONSIDERABAN que la m¨²sica era la expresi¨®n art¨ªstica de las matem¨¢ticas; seg¨²n Pit¨¢goras, el Sol, la Luna y los dem¨¢s planetas giraban en torno a la Tierra de manera armoniosa, y la distancia entre los cuerpos celestes se correspond¨ªa con los intervalos musicales: era la grandiosa m¨²sica de las esferas. En la Edad Media, la m¨²sica era una de las artes del quadrivium, junto con la aritm¨¦tica, la geometr¨ªa y la astronom¨ªa; es decir, formaba parte de las ciencias. Y todav¨ªa en el siglo XVI, un compositor llamado Zarlino dijo: ¡°La m¨²sica se ocupa de los n¨²meros sonoros¡±. De manera que hasta ayer mismo este arte era considerado un elemento esencial del universo, un conocimiento riguroso y prioritario para la vida. Pero despu¨¦s, una sociedad cada vez m¨¢s centrada en lo utilitario y lo tecnol¨®gico, que no en lo cient¨ªfico, ha ido desterrando la m¨²sica (y todas las artes, en general) a un lugar m¨¢s prescindible, m¨¢s ornamental, m¨¢s suced¨¢neo, hasta llegar a crear esa aberraci¨®n llamada ¡°m¨²sica ambiental¡±, una contaminaci¨®n sonora que se te mete por los o¨ªdos en ascensores, salas de espera o tiendas, y que supuestamente, seg¨²n diversas investigaciones, sirve para provocar determinadas respuestas psicol¨®gicas: para hacerte comprar y consumir m¨¢s, pongamos, o para tranquilizarte en momentos de tensi¨®n como en el dentista, aunque un amigo, el escritor Miguel-Anxo Murado, suele decir que, cada vez que escucha esas cancioncillas alegres y tontamente ligeras que suenan en los despegues y aterrizajes de los aviones, por ejemplo, se le ponen los pelos de punta, porque son el indicativo de un peligro cierto.
Para m¨ª la m¨²sica es algo esencial, lo mismo que la lectura. No s¨¦ si podr¨ªa vivir sin ambas cosas. Sin embargo, hay individuos que, para mi absoluto pasmo e incredulidad, detestan este arte. El m¨¢s famoso es el gran escritor Vlad¨ªmir Nabokov, uno de mis maestros literarios. En su hermoso libro autobiogr¨¢fico Habla, memoria declara: ¡°La m¨²sica, siento decirlo, me afecta s¨®lo como una sucesi¨®n arbitraria de sonidos m¨¢s o menos irritantes¡±. Contin¨²a despotricando durante varias frases m¨¢s con su proverbial pedanter¨ªa, dando a entender que es la humanidad entera la que se equivoca al empecinarse en disfrutar de ese molesto ruido. Pobre Nabokov: quiz¨¢ su car¨¢cter antip¨¢tico viniera de all¨ª, de esa carencia brutal, de esa minusval¨ªa. C¨®mo no amar la m¨²sica, si nuestra existencia entera est¨¢ ligada al ritmo primordial de las pulsaciones de la sangre.
Ya digo, a m¨ª me gusta tanto que, cuando escucho m¨²sica, soy incapaz de hacer otras cosas (salvo caminar o conducir), porque me concentro demasiado en ella. Desde luego, no puedo escribir. La novelista Clara S¨¢nchez me dijo que ella antes sol¨ªa trabajar oyendo sus discos preferidos. ¡°Pero dej¨¦ de hacerlo porque me di cuenta de que cre¨ªa estar escribiendo p¨¢ginas emocionantes y maravillosas que, cuando las rele¨ªa al d¨ªa siguiente sin la banda sonora, me parec¨ªan mal¨ªsimas¡±. Qu¨¦ genial y atinado comentario: la m¨²sica es como una droga, nos arrebata e hipnotiza. Nos conduce, para bien y para mal, a un estado paralelo de la realidad: es la m¨²sica militar que enardece y arrastra a la muerte a generaciones de j¨®venes con una sonrisa en los labios; es la m¨²sica rom¨¢ntica que te hace creer que est¨¢s enamorado, de lo cual se pueden derivar graves consecuencias; o es la m¨²sica melanc¨®lica que te impulsa a meterte debajo de la cama y a ponerte a llorar durante tres d¨ªas. S¨ª, la m¨²sica puede manipularnos, pero tambi¨¦n tiene el maravilloso efecto de hacernos m¨¢s grandes y mejores de lo que somos. Ten¨ªa raz¨®n Pit¨¢goras: esos sonidos sublimes nos unen con el universo y nos rescatan de nuestra pobre individualidad. Cu¨¢ntas veces me he sentido a punto de descubrir el secreto de la vida mientras escuchaba un pasaje especialmente emotivo. Y muchas escenas de mis novelas vienen de nudos luminosos que se me ocurrieron estando en un concierto. La m¨²sica es algo tan esencialmente humano, en fin, que posee todos los ingredientes de lo que somos: la belleza, la violencia, la serenidad, la alegr¨ªa, el dolor, el sentimiento. Nuestro ¨²ltimo momento estar¨¢ acompa?ado por el redoble final del coraz¨®n.
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