El sentido de la realidad
Es mejor tener un Jefe de Estado absolutamente neutral, hu¨¦rfano de poder y ajeno a las intrigas de partido, que desempe?e con la eficacia ya demostrada el papel representativo y moderador que le corresponde
Dec¨ªa Isaiah Berlin, uno de cuyos libros responde al t¨ªtulo de este art¨ªculo, que en el ¨¢mbito de la acci¨®n pol¨ªtica las normas son escasas y remotas: ¡°Las habilidades lo son todo¡±. Es la comprensi¨®n de la vida p¨²blica lo que define el ¨¦xito de los gobernantes, no el bagaje ideol¨®gico de sus propuestas. El olvido de algo tan sencillo induce a muchos l¨ªderes actuales, para no hablar de tertulianos, blogueros, tuiteros y dem¨¢s familia, a teorizar sobre la Transici¨®n someti¨¦ndola a una especie de autopsia hist¨®rica, lo que les permite llegar a la ufana conclusi¨®n de que nuestra democracia padece un c¨¢ncer terminal en su legitimidad de origen, y adem¨¢s amenaza con producir met¨¢stasis en su ejercicio. El argumento, nada novedoso, viene a denunciar que no hubo una ruptura democr¨¢tica. La fuente del poder manaba de la dictadura, cuyas leyes hab¨ªan designado a don Juan Carlos de Borb¨®n como rey, y por tanto no pudo abordarse un periodo constituyente cl¨¢sico que alumbrara un r¨¦gimen democr¨¢tico.
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Hasta aqu¨ª la argumentaci¨®n parece impecable. Pero frente a la supuesta brillantez de los an¨¢lisis se echa de menos la s¨ªntesis de lo sucedido. Sin ella es imposible hacer un relato honesto y veraz de la historia de la Transici¨®n, lo que engendra la ausencia de compromiso por parte de quienes no la vivieron. Comprensi¨®n y compromiso constituyen la base del consenso constitucional y, en definitiva, del ejercicio de la democracia.
La peculiaridad del proceso espa?ol consisti¨® en alumbrar un nuevo r¨¦gimen sin provocar una ruptura traum¨¢tica en la convivencia, utilizando v¨ªas reformistas muy alejadas de la revoluci¨®n. Nada menos que veinte a?os antes de la muerte de Franco, el Partido Comunista de Espa?a, por entonces la ¨²nica fuerza pol¨ªtica sobreviviente de la Rep¨²blica verdaderamente organizada, ya hab¨ªa hecho un manifiesto en favor de la reconciliaci¨®n nacional y demandando ¡°una soluci¨®n democr¨¢tica y pac¨ªfica al problema espa?ol¡±. Aunque se retrasara dos d¨¦cadas, eso es lo que sucedi¨® exactamente a la muerte del dictador: el alumbramiento de una constituci¨®n democr¨¢tica sin las formalidades de un periodo constituyente. A ello contribuyeron por igual representantes de la dictadura en trance de desaparici¨®n y l¨ªderes de la oposici¨®n en busca de un objetivo com¨²n: la recuperaci¨®n de las libertades.
Muchos espa?oles somos fieles a nuestro ADN republicano apoyando y defendiendo la monarqu¨ªa parlamentaria
El ¨¦xito de un experimento tan singular anim¨® a los dem¨®cratas de otros pa¨ªses a imaginar proyectos semejantes. Muchos de quienes vivimos aquella experiencia viajamos a la Argentina y Chile, pa¨ªses gobernados entonces por los militares, explicando que no se trataba de aplicar ninguna f¨®rmula, pues el proceso fue fruto de la improvisaci¨®n en el m¨¦todo junto a la persecuci¨®n de la meta deseada por todos. El sistema, que nunca existi¨® como tal, result¨® en cierta medida exportable, aunque solo a medias, al Chile de Pinochet e inspir¨® las pol¨ªticas de Alfons¨ªn en Argentina. En el Este de Europa, derrumbado el muro de Berl¨ªn, algunos se fijaron en el modelo. Adam Michnik, fundador de Solidaridad en Polonia y del peri¨®dico Gazeta Wyborczca, convoc¨® un encuentro sobre transiciones pac¨ªficas a la democracia al que pude asistir en compa?¨ªa de Santiago Carrillo y Leopoldo Calvo Sotelo, indudables representantes de las antiguas dos Espa?as que hoy est¨¢n en trance de resucitar. En un descanso de las sesiones, Adam se present¨® del brazo del general Jaruzelski, que le hab¨ªa enviado a la c¨¢rcel durante varios a?os. La escena me record¨® la imagen de Dolores Ibarruri, Pasionaria, presidiendo la mesa de edad del Congreso de los Diputados despu¨¦s de las primeras elecciones democr¨¢ticas. Se lo coment¨¦ a mi amigo, en presencia del propio general, y ¨¦l me respondi¨® de inmediato:
¡ªS¨ª, pero nosotros echamos en falta la figura del Rey, que, en vuestro caso, ha desempe?ado un papel fundamental. Habr¨ªamos necesitado a alguien as¨ª.
La Corona se ha mostrado beligerante contra los intentos de ruptura del orden constitucional por v¨ªas ilegales
Sobre el rol del Monarca podemos testificar todav¨ªa muchos espa?oles que, como declarara hace poco Andr¨¦s Trapiello, somos fieles a nuestro ADN republicano apoyando y defendiendo la monarqu¨ªa parlamentaria. Entre otras cosas, eso es lo que explica que la Constituci¨®n que esta misma semana celebra su 40? aniversario sea la m¨¢s duradera y fruct¨ªfera de todas cuantas han existido en nuestra historia. La pol¨¦mica sobre la presencia de don Juan Carlos en los actos oficiales que conmemoran la efem¨¦rides me parece por lo mismo a un tiempo est¨²pida e irritante. A lo largo de su vida, el hoy Rey em¨¦rito ha hecho m¨¢s por la democracia y la libertad de los espa?oles que los demediados dirigentes pol¨ªticos que rechazan su presencia en los actos. Cualesquiera que sean los errores y aciertos de los titulares de la Corona, el eje central de nuestra Constituci¨®n lo constituyen el reconocimiento del pluralismo democr¨¢tico y la monarqu¨ªa parlamentaria como forma de gobierno, en la que el Rey carece de todo poder pol¨ªtico y est¨¢ sometido por completo a la soberan¨ªa popular. Los ataques a la instituci¨®n encabezados por los independentistas y Podemos no se justifican porque haya vulnerado los principios democr¨¢ticos, antes bien todo lo contrario. En estos cuarenta a?os solo recuerdo dos intervenciones aut¨®nomas significativas de los reyes, y las dos fueron precisamente en defensa de los principios constitucionales: contra el golpe de Estado de los generales Mil¨¢n del Bosch y Armada, y frente a las resoluciones independentistas del Parlament de Catalu?a, promovidas por sediciosos separatistas. En ambos casos, la Corona se mostr¨® beligerante contra los intentos de ruptura del orden constitucional por v¨ªas ilegales e ileg¨ªtimas. Los actuales embates contra la instituci¨®n lo son de hecho contra todo el orden constitucional.
En la primavera de 1978, tras el debate en la comisi¨®n de las Cortes sobre la forma de gobierno, el representante socialista se abstuvo de votar a favor de la monarqu¨ªa parlamentaria, aunque dej¨® la puerta abierta al futuro. Sin duda fue por indicaci¨®n de Felipe Gonz¨¢lez, sabedor del coraz¨®n republicano de las bases del partido, pero impulsor a un tiempo del pragmatismo necesario para la construcci¨®n del nuevo r¨¦gimen. El texto tuvo, en cambio, el apoyo irrestricto de los nacionalistas catalanes y vascos, am¨¦n del muy expl¨ªcito de partido comunista. Su representante y padre del texto constitucional, Jordi Sol¨¦ Tura, explic¨® n¨ªtidamente que ¡°si queremos que funcione esta democracia deben adherirse a ella fuerzas institucionales a trav¨¦s de la Monarqu¨ªa¡±. Meses m¨¢s tarde, durante id¨¦ntica discusi¨®n en el pleno del Parlamento, Santiago Carrillo se mostr¨® como uno de los m¨¢s fervientes partidarios del sistema.
Sol¨¦ Tura, Carrillo, Tarradellas pertenec¨ªan a la estirpe, cada vez menos numerosa, de los pol¨ªticos capaces de ejercitar el sentido de la realidad frente a construcciones ideol¨®gicas tan respetables como discutibles. A veces tan perniciosas tambi¨¦n. La Monarqu¨ªa espa?ola no es fruto de ninguna construcci¨®n te¨®rica, sino, en gran medida, del doble fracaso de los intentos republicanos a trav¨¦s de nuestra Historia. Habida cuenta de la creciente brutalidad verbal de que ahora hacen gala muchos pol¨ªticos, del aumento de la demagogia y el recurso a la ignorancia que tantos de ellos practican, no est¨¢ de m¨¢s pensar que en semejantes circunstancias es mejor tener un Jefe de Estado absolutamente neutral, hu¨¦rfano de poder y por tanto ajeno a las intrigas partidarias, que desempe?e con la eficacia ya demostrada el papel representativo y moderador que le corresponde.
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