La democracia y el descalabro de las instituciones
La respuesta a la crisis de representaci¨®n que padecemos es regresar a los or¨ªgenes. Se necesita una opini¨®n p¨²blica informada, hoy manipulada por las redes sociales, y garantizar el ejercicio de la libertad individual
?Sobrevivir¨¢ la democracia a las redes sociales? Tomo la interrogante de una conferencia del expresidente de Chile Ricardo Lagos pronunciada hace meses en la Academia de la Lengua de su pa¨ªs. Aunque no se ponen en duda los beneficios de Internet y su car¨¢cter inicialmente democr¨¢tico, muchos creen que la democracia est¨¢ amenazada por las nuevas tecnolog¨ªas debido a que su propia estructura responde a la del mundo anal¨®gico y el tsunami digital ha de llev¨¢rsela por delante, como a tantas otras cosas. La sociedad en red circula adem¨¢s a una velocidad vertiginosa, que se ha de multiplicar exponencialmente cuando la computaci¨®n cu¨¢ntica comience a utilizarse fuera de los laboratorios. Los ritmos, esquemas y normas de comportamiento en Internet casan mal con los h¨¢bitos reflexivos y deliberativos de la Ilustraci¨®n, cuyos principios inspiran la democracia. Y aunque la Red sea la consecuencia de una construcci¨®n l¨®gica, sus efectos se incrustan en el universo de los sentimientos. De modo que la verdad se ve combatida por la posverdad; las noticias, por los hechos alternativos, y el razonamiento, por la expresi¨®n de las emociones.
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Vistas as¨ª las cosas, parece desde luego que las redes son una amenaza para la democracia representativa. A esa conclusi¨®n quiz¨¢s llegaran algunos senadores americanos despu¨¦s de o¨ªr las declaraciones de Mark Zuckerberg ante la comisi¨®n que investigaba las fugas masivas de datos propiedad de millones de clientes de su compa?¨ªa; y tambi¨¦n The New York Times, que, tras una espectacular cobertura de periodismo de investigaci¨®n, concluy¨® la semana pasada que Facebook es una estructura incapaz de autorregularse, de modo que alguien ajeno a la organizaci¨®n tendr¨¢ que hacerlo. La cuesti¨®n es c¨®mo.
Pero mientras quien quiera que sea encuentra la piedra filosofal que resuelva el caso, conviene no perder de vista que, amenazas digitales aparte, la democracia est¨¢ a punto de perecer en varios pa¨ªses por culpa de la democracia misma: su corrupci¨®n, el deterioro de sus instituciones, la mediocridad de sus l¨ªderes, el cortoplacismo impuesto por los objetivos electorales y el creciente menosprecio de los derechos y libertades individuales como clave de arco del sistema en beneficio de los llamados derechos colectivos. La democracia liberal no sobrevivir¨¢ si quienes gobiernan persisten en tratar a sus administrados como miembros de una tribu antes que como ciudadanos.
La democracia no sobrevivir¨¢ si quienes gobiernan tratan a los administrados como miembros de una tribu?
Muchas de estas enfermedades, por no decir todas ellas, aquejan tambi¨¦n al proceso pol¨ªtico espa?ol, aunque no sean una caracter¨ªstica peculiar del mismo, pues se han extendido por el mundo como aut¨¦ntica pandemia. La acusaci¨®n que los movimientos populistas hacen constantemente al sistema es que el principio b¨¢sico de la democracia ha sido vulnerado. ¡°No nos representan¡± fue la pancarta que presidi¨® la acampada en la Puerta del Sol de Madrid el 15-M y los intentos de asalto al Congreso que todav¨ªa perduran. Dije en su d¨ªa que el an¨¢lisis de quienes luego integrar¨ªan la c¨²pula autoritaria de Podemos era acertado, pero no las soluciones propuestas, mezcla de utop¨ªas regresivas, est¨¦tica revolucionaria y buenismo. No han cambiado mucho las cosas desde entonces.
La ¨²nica respuesta posible a la crisis de representaci¨®n que padecemos es regresar a los or¨ªgenes. Igual que los problemas de Europa demandan para resolverse m¨¢s Europa, seg¨²n los l¨ªderes m¨¢s respetados del continente han declarado tantas veces, aunque luego no hayan hecho nada al respecto, lo que la democracia necesita para sanar su descalabro es m¨¢s democracia. Hablamos de un sistema no tan complejo en su dise?o, aunque algo m¨¢s en su funcionamiento. Se trata de garantizar igualdad de derechos entre los ciudadanos, sin discriminaci¨®n de sexo, etnia religi¨®n o ideolog¨ªa; elecciones peri¨®dicas con votaciones libres y secretas; separaci¨®n de los tres poderes cl¨¢sicos que tallara en piedra Montesquieu, y rendici¨®n peri¨®dica de cuentas. Para ello es perentoria la formaci¨®n de una opini¨®n p¨²blica informada, hoy manipulada por las redes sociales, y garantizar el ejercicio permanente de la libertad individual. Por ¨²ltimo, si queremos que la m¨¢quina funcione hay que dotarla de los mecanismos adecuados, capaces de resistir la erosi¨®n del tiempo y los embates de los nuevos luditas ideol¨®gicos. Hablamos de las instituciones. En nuestro caso, pr¨¢cticamente todas las que emanan de la Constituci¨®n de 1978 han sido v¨ªctimas de severos destrozos.
Pr¨¢cticamente todas las instituciones que emanan de la Constituci¨®n han sido v¨ªctimas de severos destrozos
La ¨²ltima que ha entrado en ese estado lamentable, sin que al parecer nadie vaya a ponerle remedio, es el Consejo General del Poder Judicial, ¨ªntimamente ligado en la persona de su presidente al ya vapuleado Tribunal Supremo. Comprendo el desasosiego que a tantos ha producido el ver a la ministra de Justicia y al exresponsable de los mismos quehaceres en el Gabinete anterior darse la mano tras pactar el nombramiento de quien presidir¨¢ dichos ¨®rganos judiciales, antes siquiera de que el Parlamento designara a los integrantes del Consejo que han de elegirle. Resalta, adem¨¢s, la segura convicci¨®n de que los diputados de los partidos de los negociadores votar¨¢n las propuestas al respecto, y respetar¨¢n la obediencia debida, pese a no estar vinculados por mandato imperativo alguno. Romper la disciplina de voto en el Congreso no se hace nunca, salvo por motivos de conciencia. Est¨¢ claro que la conciencia de los se?ores y se?oras diputados no se ve afectada por minucias como la independencia judicial. No estoy seguro de que estas pr¨¢cticas vulneren la letra de la Constituci¨®n, aunque as¨ª me lo parece, pero estoy convencido de que no son acordes a su esp¨ªritu. Por lo dem¨¢s, me consta personalmente la independencia como fiscal y magistrado de Manuel Marchena, que ha de ocupar ambos cargos, pero por eso es m¨¢s de lamentar lo sucedido. Las cualidades de un buen juez han sido mancilladas, al menos en apariencia, por la irrupci¨®n del poder pol¨ªtico. Y la apariencia, en el caso de la justicia, es una categor¨ªa a tener en cuenta.
Recuperar el prestigio perdido de las instituciones es tarea urgente que compete no solo al Gobierno, sino a todo el arco pol¨ªtico. Sus responsables deben saber adem¨¢s que existen otro tipo de organismos, sustentados por la sociedad civil, sin los que es imposible igualmente que la democracia sobreviva. Me refiero a las Universidades, las Academias, los medios de comunicaci¨®n, las confesiones religiosas, las ONG y, por supuesto, las uniones sindicales y muchas empresas. Sus integrantes forman un entramado colosal a la hora de sustentar el r¨¦gimen en su conjunto, pero rara vez el poder se aviene a reconocerles ese papel, salvo que lo trufen de pr¨¢cticas clientelistas y muchas veces corruptas. Hay demasiados ejemplos de intervenci¨®n abusiva en el funcionamiento de dichas instituciones, especialmente cuando son beneficiarias de subvenciones, ayudas o beneficios fiscales. Ese entramado de la sociedad civil es crucial para el funcionamiento del sistema y?en ocasiones, como la del proc¨¦s en Catalu?a, ha sabido reaccionar con m¨¢s presteza y acierto que la burocracia del Gobierno. Por lo mismo, si queremos que las redes sociales no acaben con la democracia es preciso incorporarlas a ese armaz¨®n, y dotar a las nuevas instituciones del mundo digital de una aut¨¦ntica ¨¦tica civil. Algo que no parece comprender muy bien el presidente de Facebook.
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