La destrucci¨®n de Europa
Cabe ya vaticinar que las pr¨®ximas europeas registrar¨¢n un avance sustancial de la antieuropa populista
En la ma?ana siguiente a la toma de la Bastilla, totalmente sorprendido, Luis XVI formul¨® la pregunta de si aquello era un mot¨ªn. La respuesta del duque de La Rochefoucauld fue tajante: Non, Sire, c'est une r¨¦volution. La valoraci¨®n que pueden darle ahora a Emmanuel Macron sus asesores ante los sucesos del s¨¢bado ser¨ªa en apariencia la opuesta. No se trata de una revoluci¨®n, sino de un mot¨ªn, de una revuelta. Eso s¨ª, de graves consecuencias para Francia y para Europa, habida cuenta del papel desempe?ado por Macron como segundo pilar de la construcci¨®n europea al lado de la ya erosionada Merkel. Aunque pensemos solo en el terreno electoral, cabe ya vaticinar que las pr¨®ximas europeas registrar¨¢n un avance sustancial de la antieuropa populista, de los enemigos de la Uni¨®n, y un desgaste cada vez mayor del v¨¦rtice europe¨ªsta. Un camino de destrucci¨®n.
Las elecciones se encuentran, sin embargo, en el centro del problema europeo, y no por la secuencia o las previsiones de resultados negativos, sino porque vienen siendo desde hace d¨¦cadas, y especialmente desde que se produjo la Gran Regresi¨®n, el punto d¨¦bil de la democracia. No porque dejen de ser necesarias, en el sentido que anunciara Manuela Carmena hace un par de a?os ¡ª"los d¨ªas de la democracia representativa est¨¢n contados"¡ª, sino al reducir el ejercicio de la democracia al momento esencial del voto que elige a los futuros dirigentes; atendiendo a criterios de marketing pol¨ªtico. Y sobre todo con olvido de que desde la polis griega ese caminar de la democracia implica una participaci¨®n efectiva de los ciudadanos en el proceso pol¨ªtico, la isonom¨ªa, as¨ª como la precondici¨®n de ser informados con anterioridad sobre las decisiones y en este terreno intervenir mediante la libertad de expresi¨®n sobre las mismas, la isegor¨ªa.
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Ambos requisitos faltan dram¨¢ticamente hoy en el mundo democr¨¢tico, y sus efectos son dobles. Por un lado, tiene lugar un inevitable distanciamiento entre los titulares del poder y unos ciudadanos, reducidos a masa manipulable en las elecciones: nada tiene de extra?o que luego se comporten como masa y compensen su frustraci¨®n respaldando las ofertas populistas. Por otro, el edificio piramidal resultante suprime los niveles de comunicaci¨®n antes establecidos entre la base y el v¨¦rtice. Seg¨²n advirtiera Tocqueville, en seguimiento de la doctrina de Montesquieu sobre los poderes intermedios, la ausencia de esos cauces da lugar a un despotismo democr¨¢tico, perfectamente ajustado a las exigencias del populismo, pero mucho menos a una democracia, aunque esta sea presidencialista.
El despotismo se transforma entonces en alienaci¨®n, y m¨¢s para quien como Macron sustituye una y otra vez participaci¨®n ¡ªejemplo: su marginaci¨®n de los sindicatos¡ª y marketing por la propia imagen tutelar. Su vertiginoso desgaste desemboca por fin en los chalecos amarillos, un movimiento social aparentemente espont¨¢neo, ac¨¦falo en la forma, donde la red est¨¢ probando su enorme eficacia para potenciar estados sociales de malestar, disponibles para la protesta. Y ya en ella a la acci¨®n pac¨ªfica se suman los agitadores violentos. Anuncio de caos.
La fragilidad del marco pol¨ªtico europeo agudiza las repercusiones de un fen¨®meno mundial. Nos referimos al cansancio de la democracia, teorizado por David van Reybrouck, observable tanto en episodios concretos, caso del Brexit, como por las encuestas que nos sit¨²an lejos del 92% generalmente favorable a la democracia hace pocos a?os. Menos del 30% de los europeos conf¨ªan en sus parlamentos nacionales, por no hablar de los partidos y los Gobiernos. Por las causas antes citadas, los d¨¦ficits de isonom¨ªa e isegor¨ªa, crecen la pasi¨®n pol¨ªtica y la preferencia por liderazgos fuertes. Es un mundo de "ciudadanos desencantados y pobremente informados", con la creciente desigualdad como tel¨®n de fondo del malestar.
Al declarar su apoyo a los chalecos amarillos, Alain Filkienkraut apunta como causa al desprecio permanente de la izquierda, Macron aqu¨ª incluido, hacia los problemas de "inseguridad econ¨®mica y cultural" que afectan a amplios sectores sociales. Es lo que de manera espectacular afect¨® desde muy pronto a la gesti¨®n del actual presidente franc¨¦s. Aun admitiendo la racionalidad de su lista de reformas, los grupos sociales afectados han visto como ca¨ªan sobre ellos, en muchos casos sin valorar los costes, e incluso enmascar¨¢ndolos. En el punto central del crecimiento econ¨®mico, proclamado por Macron, el diagn¨®stico es cierto (y m¨ªnimo) como balance general, pero ello casi no afecta a las clases medias, beneficia abiertamente a los ricos y perjudica a las clases populares (subidas de carburantes, tabaco, primera necesidad). No es casual que el precio de la gasolina haya sido el detonador ¡ªcuidado aqu¨ª con el di¨¦sel¡ª y que las grandes movilizaciones hayan pasado a cuestionar toda la gesti¨®n econ¨®mica. De ah¨ª tambi¨¦n el amplio espectro social de la protesta y, ya en el oportunismo, desde la oposici¨®n pol¨ªtica. Hoy por hoy, Macron est¨¢ quemado.
La amplia satisfacci¨®n que rodea a su hundimiento, desde los insumisos de M¨¦lenchon a los republicanos y a Le Pen, debiera atenuarse, por lo menos entre los dem¨®cratas, a la vista de lo que este fracaso representa para la propia democracia en Francia y en una Europa amenazada en distintos frentes, desde la econom¨ªa y la cohesi¨®n interna de la Uni¨®n, a la agresividad imparable de Putin.
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