El hombre debe vestirse m¨¢s
Entre ponerse peluca de rey absoluto, parecer un portero y llevar barba de emprendedor, ?qu¨¦ hago?
Un amigo m¨ªo ten¨ªa un t¨ªo muy viajado al que siempre recurr¨ªa para responder dudas, digamos, mundanas. Una vez ten¨ªa una cena y le pregunt¨® qu¨¦ ponerse. ?l lo mir¨® incr¨¦dulo, tom¨® aire y le grit¨®: ¡°??TODO!! ?V¨ªstete como si hubiera fuego en casa!¡±. El t¨ªo de mi amigo ya no vive y es una pena, porque pertenec¨ªa a esa minor¨ªa de hombres enemigos de la ropa como herramienta para no destacar. Una noble estirpe que cuenta con poqu¨ªsimos miembros, y todav¨ªa menos si excluimos a los futbolistas (que tambi¨¦n son bastante valientes en t¨¦rminos de moda, aunque dudo que el t¨ªo de mi amigo quisiera verse asociado con ellos).
Lo que quiero decir es que ya no nos vestimos. Ni para ir a fiestas ni para ir al trabajo. ¡°La ropa informal implica autosuficiencia. Nadie quiere que parezca que viste como para visitar clientes¡±, le¨ª hace poco en una publicaci¨®n de moda bastante sesuda. En esta era de falsos aut¨®nomos y emprendedores exbanqueros, el traje va camino de desaparecer. ¡°Los ejecutivos llevan barba y van sin corbata. Ir de traje hoy es casi llevar look de subalterno. Es como: ¡®?Eres el portero?¡±, segu¨ªa mi revista. Suena a parodia, ya, pero cuanto menos nos vestimos y cuanto m¨¢s el vaquero pitillo se convierte en el equivalente al traje gris de anta?o, menos memorables est¨¦ticamente nos volvemos.
Mi amigo le pregunt¨® a su t¨ªo qu¨¦ ponerse y ¨¦l le grit¨®: ¡°??TODO!! V¨ªstete como si hubiera fuego en casa¡±
Paco Rabanne dise?¨® un vestido hecho de discos de n¨¢car para una mujer que lo estren¨® para ir a un concierto de Mozart, pero lleg¨® tarde y la m¨²sica tuvo que parar porque el vestido sonaba como un sonajero. Eso s¨ª que es memorable: solo con esa entrada la se?ora amortiz¨® el traje. Otra mujer, Nan Kempner, pas¨® a la historia solo por llegar a un restaurante: iba de esmoquin y, cuando le dijeron que no se permit¨ªa el paso a mujeres en pantal¨®n, se lo quit¨®, se dej¨® solo la chaqueta y fue a su mesa en bragas. Supongo que a Mar¨ªa Antonieta, esa mujer aquejada de una grav¨ªsima, superlativa adicci¨®n al lujo, le sol¨ªa pasar: par¨® la m¨²sica tantas veces que al final le cortaron la cabeza (Sotheby¡¯s acaba de subastar uno de sus caprichines, una espectacular perla, por 32 millones).
Me pregunto c¨®mo puede conseguir un hombre hacer una entrada. Beau Brummell, el famoso dandi, dec¨ªa que ¡°hay que llegar tarde, causar impresi¨®n y marcharse¡±. Pero eso es harto dif¨ªcil para alguien de mi generaci¨®n (nac¨ª en 1980), que durante sus a?os de formaci¨®n fue educado en la idea de que los trajes eran una abominaci¨®n y despu¨¦s se expuso a una serie de dise?adores que dec¨ªan que lo m¨¢s de lo m¨¢s era vestir normal, pero caro. Pienso qu¨¦ har¨ªan hoy hombres como Charles de Beistegui (Par¨ªs, 1895- 1970), el millonario que se pas¨® el siglo XX dando grandes fiestas solo para poder vestirse de Rey Sol. O el t¨ªo de mi amigo. ?l tambi¨¦n deb¨ªa ser memorable. ¡°Si no le gustaba alguien lo se?alaba con el dedo y le dec¨ªa: ¡®Turn to shit!¡±, me cuenta su sobrino. ¡°Era despiadado, pero tan divinamente despiadado que prefer¨ªamos hacer el rid¨ªculo ante los dem¨¢s y quedar bien con ¨¦l. El d¨ªa de la cena era mitad de la primavera y hasta me puse abrigo¡±.
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