Revueltas, revoluciones¡ o ¡®jacqueries¡¯
Las revueltas, aparentemente amorfas, acaban teniendo l¨ªderes. Y ¨¦stos, un programa, pol¨ªtico u on¨ªrico
"A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que pues vivimos anunciamos algo nuevo". El poeta da en el clavo exacto del motor de la revuelta. Se hace en la calle y pretende siempre oler a primavera. Una generaci¨®n ense?a sus brazos y sus dientes¡ en la calle. Tan conocidos nos son esos procesos que ya no los llamamos revueltas. Este nombre ha quedado para asuntos de menor alcance, casi gremiales. Si s¨®lo un grupo se revuelve no es suficiente para amasar la novedad. Es l¨¢stima traer a cuento una an¨¦cdota manida, pero tiene la ventaja de los t¨®picos, que se entienden a la primera. Se cuenta, y seguro que es falso, que el rey Luis XVI pregunt¨® por los sucesos del 14 de julio a uno de sus consejeros. ¡°?Es una revuelta?¡±. ¡°Sire, mucho me temo que no. Es una revoluci¨®n¡±, dicen que se le respondi¨®.
Arendt escribi¨® que la revoluci¨®n era un producto esencialmente moderno. En todas las sociedades conocidas se han producido procesos violentos de rebeld¨ªa, son las jacqueries. Por lo com¨²n se califican como la gota que rebosa el vaso. La met¨¢fora es hidr¨¢ulica. Una indignaci¨®n o malestar constante que, en un momento dado, explota e intenta por medios violentos ocupar la calle y dar al traste con el orden social. La calle es esencial siempre. La turba la ocupa y, desatada pero no desnortada, invade los lugares de poder. Vac¨ªa nobles edificios, tira los muebles por las ventanas, organiza fogatas y profana emblemas. Ocasionalmente tambi¨¦n asesina. Obvio es que la jacquerie tiene m¨¢s posibilidades de inflamarse si se arropa con las ideas religiosas. Tenemos ejemplos de sobra. En verdad los movimientos religiosos violentos siempre comenzaron bajo el manto amparador del poder, que es de suyo d¨¦bil ante ese discurso, para despu¨¦s transformarse en un tipo especial de jacqueries. Las revueltas, aparentemente amorfas, acaban teniendo l¨ªderes. Y ¨¦stos, un programa, pol¨ªtico u on¨ªrico. S¨®lo si triunfan se transforman en revoluciones. Se supone que una jacquerie no lo es porque carece de pensamiento a medio plazo.
Valga un ejemplo: Savonarola logra hacerse con el poder en una ciudad que es la m¨¢s rica y vivaz de su ¨¦poca, Florencia. Tiene un libro de estilo el dominico. El mundo est¨¢ encanallado y hay que devolverlo a la buena v¨ªa. Hay que seguir lo que agrada a Dios. Se proh¨ªbe beber, montar juergas, el vestido deshonesto ¡ªen realidad, los escotes¡ª de las mujeres, se persigue el adulterio, se condena la m¨²sica profana y se monta en la calle ¡°la hoguera de las vanidades¡±. A ella se tiran cuadros, perfumes, la¨²des, juegos¡ y todo aquello que distraiga del destino divino. El programa de Savonarola se ha intentado varias veces y siempre fracasa. Con tales mimbres se crea una forma social insoportable que s¨®lo puede estabilizarse usando grandes dosis de violencia aplicada por cuerpos de vigilancia enloquecidos o corruptos. A¨²n hoy tenemos ejemplos.
Cuando Lutero comenz¨® lo suyo, la Reforma, la experiencia de Savonarola sin duda le sirvi¨®. Su idea fue mucho m¨¢s larga y descart¨® siempre explicarla plenamente. La encarn¨® pero no la dirigi¨®. M¨¢s bien la dej¨® correr. El n¨²cleo, en estos procesos de indignaci¨®n, parece residir en la calidad de los indignados. Lord Bacon, s¨ª, me refiero al fil¨®sofo, se pregunta por las causas de una sedici¨®n. Abandona ideas y enso?aciones y decide que los desencadenantes son otros y son materiales. Los enumera en sus Ensayos: ¡°Que la poblaci¨®n exceda las reservas; la desproporci¨®n entre la nobleza y la poblaci¨®n com¨²n; un clero demasiado numeroso y¡ m¨¢s universitarios que los que pueden ejercer su carrera¡±.
Habitamos las sociedades m¨¢s ricas, estables y pac¨ªficas que nunca la humanidad ha conocido. Tambi¨¦n las m¨¢s cultas. De cierto han existido otras m¨¢s estables. Las nuestras no lo son; son, por el contrario, equilibradas. Su constante necesidad de innovaci¨®n las hace permeables, y, para mantenerse, constantemente mutan. Logran el fiel buscando sin descanso que nada se exceda y la figura se venga abajo. Suponen una multitud dotada de orden donde todo el mundo es necesario, y cada opini¨®n, valiosa. Canales abiertos para que la indignaci¨®n no produzca fracturas que luego no podr¨ªan componerse. Las democracias son prudentes. Lo ¨²ltimo que propondr¨ªan es que la pol¨ªtica, sus ideas y sus t¨¦cnicas, es inane para conducir ciertos hechos. Necesitan la fe en la acci¨®n pol¨ªtica. Hasta el populismo lo cree. Si esta creencia decayera, el panorama ser¨ªa ins¨®lito, casi inimaginable. Para tama?o desaf¨ªo no tenemos siquiera palabras hoy.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.