Condiciones y significado de la revoluci¨®n
En un ensayo que ha permanecido in¨¦dito durante medio siglo, Hannah Arendt indaga en el v¨ªnculo que une libertad y procesos revolucionarios
Revoluci¨®n, como cualquier otro t¨¦rmino de nuestro vocabulario pol¨ªtico, puede utilizarse en sentido gen¨¦rico, sin tenerse en cuenta ni el origen de la palabra ni el momento temporal en que el t¨¦rmino se haya aplicado por primera vez a un fen¨®meno pol¨ªtico concreto. El presupuesto b¨¢sico de semejante uso es que, con independencia de cu¨¢ndo y por qu¨¦ apareciera el t¨¦rmino, el fen¨®meno al que alude tiene la misma edad que la memoria humana. La tentaci¨®n de usar esta palabra en sentido gen¨¦rico es particularmente fuerte cuando hablamos de ¡°guerras y revoluciones¡± a un tiempo, pues de hecho las guerras son tan antiguas como la historia de la humanidad desde que tenemos testimonio de ella.
Quiz¨¢ cueste trabajo utilizar la palabra guerra en otro sentido que no sea el gen¨¦rico, aunque solo sea porque su primera aparici¨®n no puede ser datada en el tiempo ni localizada en el espacio, pero no existe una excusa semejante para el uso indiscriminado del t¨¦rmino revoluci¨®n. Antes de que se produjeran las dos grandes revoluciones de finales del siglo XVIII y de que apareciera el sentido espec¨ªfico que adquiri¨® luego, la palabra apenas ocupaba un lugar destacado en el vocabulario del pensamiento o la pr¨¢ctica pol¨ªticos. Cuando encontramos el t¨¦rmino en el siglo XVII, por ejemplo, va unido estrictamente a su significado astron¨®mico original, que se refer¨ªa al movimiento eterno, irresistible y recurrente de los cuerpos celestes; el uso pol¨ªtico era metaf¨®rico y describ¨ªa el retorno a un punto preestablecido por ende, un movimiento, el regreso a un orden predeterminado. La palabra se utiliz¨® por primera vez no ya cuando estall¨® en Inglaterra lo que podemos llamar efectivamente una revoluci¨®n y Cromwell se erigi¨® en una especie de dictador, sino en 1660, con ocasi¨®n del restablecimiento de la monarqu¨ªa, tras el derrocamiento del Parlamento Remanente (Rump Parliament). Pero incluso la Revoluci¨®n Gloriosa, el acontecimiento gracias al cual el t¨¦rmino supo encontrar su sitio, de forma harto parad¨®jica, en el lenguaje hist¨®rico pol¨ªtico, no fue concebida como una revoluci¨®n, sino como la restauraci¨®n del poder mon¨¢rquico a sus antiguas rectitud y gloria.
El hecho de que la palabra 'revoluci¨®n' significara originalmente restauraci¨®n es m¨¢s que una mera curiosidad sem¨¢ntica
El verdadero significado de revoluci¨®n, antes de los acontecimientos de finales del siglo XVIII, queda expresado tal vez con la mayor claridad en la inscripci¨®n que lleva el Gran Sello de Inglaterra de 1651, seg¨²n la cual la primera transformaci¨®n de la monarqu¨ªa en rep¨²blica signific¨®: ¡°Freedom by God¡¯s blessing restored¡± [libertad restaurada por la bendici¨®n de Dios].
El hecho de que la palabra revoluci¨®n significara originalmente restauraci¨®n es m¨¢s que una mera curiosidad sem¨¢ntica. Ni siquiera las revoluciones del siglo XVIII pueden entenderse sin advertir que estallaban ante todo con la restauraci¨®n como objetivo y que el contenido de dicha restauraci¨®n era la libertad. En Estados Unidos, en palabras de John Adams, los hombres que participaron en la revoluci¨®n se hab¨ªan visto ¡°llamados [a ella] sin haberlo previsto y no hab¨ªan tenido m¨¢s remedio que hacerla sin tener una inclinaci¨®n previa¡±; lo mismo cabe decir de Francia, donde, en palabras de Tocqueville, ¡°habr¨ªa cabido creer que el objetivo de la inminente revoluci¨®n ser¨ªa la restauraci¨®n del Antiguo R¨¦gimen, no su derrocamiento¡±. Y en el transcurso de ambas revoluciones, cuando sus actores iban adquiriendo consciencia de que se hab¨ªan embarcado en una empresa completamente nueva y no en el regreso a una situaci¨®n anterior, fue cuando la palabra revoluci¨®n adquiri¨®, por consiguiente, su nuevo significado. Fue Thomas Paine, ni m¨¢s ni menos, quien todav¨ªa fiel al esp¨ªritu pret¨¦rito propuso con toda seriedad llamar ¡°contrarrevoluciones¡± tanto a la Revoluci¨®n estadounidense como a la francesa. Quer¨ªa librar a aquellos acontecimientos tan extraordinarios de la sospecha de que con ellos se hab¨ªa dado vida a unos comienzos completamente nuevos, as¨ª como del rechazo motivado por la violencia con la que dichos sucesos se hab¨ªan visto irremediablemente unidos.
Es muy probable que pasemos por alto la expresi¨®n de un horror casi instintivo en la conciencia de aquellos primeros revolucionarios ante algo que era completamente nuevo. Esto es posible en parte porque estamos perfectamente familiarizados con el entusiasmo de los cient¨ªficos y los fil¨®sofos de la Edad Moderna por ¡°unas cosas que no se hab¨ªan visto nunca hasta entonces y unas ideas que no se le hab¨ªan ocurrido nunca a nadie hasta la fecha¡±.
Ninguna revoluci¨®n, independientemente de con cu¨¢nta amplitud abra sus puertas a las masas y a los oprimidos, se ha iniciado nunca por ellos
Tambi¨¦n es as¨ª porque nada de lo sucedido en el curso de esas revoluciones resulta tan notable y tan sorprendente como el enf¨¢tico hincapi¨¦ hecho en la novedad, repetida una y otra vez por actores y espectadores a un tiempo, en la insistencia en que nunca se hab¨ªa producido hasta entonces nada comparable por su significaci¨®n y su grandeza. La cuesti¨®n crucial a la par que compleja es que el enorme pathos de la nueva era, el Novus Ordo Seclorum, que a¨²n aparece escrito en los billetes de un d¨®lar, sali¨® adelante solo cuando los actores de la revoluci¨®n, en buena parte en contra de su voluntad, llegaron a un punto de no retorno.
As¨ª, lo sucedido a finales del siglo XVIII fue en realidad un intento de restauraci¨®n y recuperaci¨®n de antiguos derechos y privilegios que acab¨® justo en lo contrario: en el desarrollo progresivo y la apertura de un futuro que desafiaba cualquier intento posterior de actuar o de pensar en t¨¦rminos de movimiento circular o giratorio. Y mientras que la palabra revoluci¨®n se transform¨® radicalmente en el proceso revolucionario, ocurri¨® algo similar, pero infinitamente m¨¢s complejo, con la palabra libertad. Mientras que con ella no se pretend¨ªa indicar nada m¨¢s que la libertad ¡°restaurada por la bendici¨®n de Dios¡±, seguir¨ªa refiri¨¦ndose a los derechos y libertades que hoy asociamos con el gobierno constitucional, lo que propiamente se llaman derechos civiles. Entre estos no se inclu¨ªa el derecho pol¨ªtico a participar en los asuntos p¨²blicos. Ninguno de los otros derechos, incluido el derecho a ser representado a efectos de tributaci¨®n, fue resultado de la revoluci¨®n, ni en la teor¨ªa ni en la pr¨¢ctica. Lo revolucionario no era la proclama de ¡°vida, libertad y propiedad¡±, sino la idea de que se trataba de derechos inalienables de todos los seres humanos, al margen de d¨®nde vivieran o del tipo de Gobierno que tuvieran. E incluso en esa nueva y revolucionaria extensi¨®n a toda la humanidad, la libertad no significaba m¨¢s que la autonom¨ªa frente a todo impedimento injustificable, es decir, algo en esencia negativo. Los derechos civiles son resultado de la liberaci¨®n, pero no constituyen en absoluto la aut¨¦ntica sustancia de la libertad, cuya esencia es la admisi¨®n en el ¨¢mbito p¨²blico y la participaci¨®n en los asuntos p¨²blicos.
Lo sucedido a finales del siglo XVIII fue en realidad un intento de restauraci¨®n y recuperaci¨®n de antiguos derechos y privilegios que acab¨® justo en lo contrario
Ninguna revoluci¨®n, independientemente de con cu¨¢nta amplitud abra sus puertas a las masas y a los oprimidos ¡ªles malheureux, les mis¨¦rables o les damn¨¦s de la terre, como los llamamos en virtud de la grandilocuente ret¨®rica de la Revoluci¨®n Francesa¡ª, se ha iniciado nunca por ellos. Y ninguna revoluci¨®n ha sido jam¨¢s obra de conspiraciones, de sociedades secretas o de partidos abiertamente revolucionarios. Hablando en t¨¦rminos generales, ninguna revoluci¨®n es posible all¨ª donde la autoridad del Estado se halla intacta, lo que, en las condiciones actuales, significa all¨ª donde cabe confiar en que las Fuerzas Armadas obedezcan a las autoridades civiles. Las revoluciones no son respuestas necesarias, sino respuestas posibles a la delegaci¨®n de poderes de un r¨¦gimen; no la causa, sino la consecuencia del desmoronamiento de la autoridad pol¨ªtica. En todos los lugares en los que se ha permitido que se desarrollen sin control esos procesos desintegradores, habitualmente durante un periodo prolongado de tiempo, pueden producirse revoluciones, a condici¨®n de que haya un n¨²mero suficiente de gente preparada para el colapso del r¨¦gimen existente y para la toma del poder.
Hannah Arendt (1906-1975) es una de las pensadoras m¨¢s influyentes del siglo XX. Este texto forma parte del ensayo La libertad de ser libres, publicado por Taurus el 8 de noviembre. Traducci¨®n de Te¨®filo de Lozoya y Juan Rabasseda.
Babelia
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