Hambre en la tierra del oro
En Karamoja (Uganda), la mitad de la poblaci¨®n tiene problemas para alimentarse. Es una de las regiones m¨¢s pobres del mundo, aunque su subsuelo esconde numerosos minerales
Anna no conoce su edad. Solo recuerda que naci¨® durante el gobierno de Idi Amin, en alg¨²n momento entre 1971 y 1979. Sus pies endurecidos, sus manos, sus dedos fuertes, sus brazos largos y delgados muestran las marcas del trabajo f¨ªsico: cicatrices que podr¨ªan descifrarse como jerogl¨ªficos, que cuentan una vida. Est¨¢ sentada en el interior de una de sus caba?as. Es circular, como todas las dem¨¢s, con las paredes construidas con ramas y los techos con pajas. En el resto de Uganda es inusual encontrar este tipo de casas, pero en Karamoja, cerca de las fronteras de Sud¨¢n del Sur y Kenia, son normales. En el centro hay una cacerola met¨¢lica, vac¨ªa, y los restos carbonizados de una hoguera. Anna la se?ala. Dice que no ha cocinado durante los ¨²ltimos cuatro d¨ªas. Anna y su familia ¨Dsus siete hijos, su marido¨D no han comido durante los ¨²ltimos cuatro d¨ªas.
Nada.
El hambre no es una circunstancia extraordinaria en Karamoja, una regi¨®n del tama?o de la Comunidad Valenciana, en el noreste de Uganda. Los pol¨ªticos locales muestran listas con los nombres de decenas de personas que, seg¨²n ellos, murieron por culpa de la desnutrici¨®n ¨Ddocumentos manuscritos que se amontonaban en oficinas sin electricidad¨D, aunque en realidad las defunciones nunca se investigaron. Como resultado de la explotaci¨®n intensa que comenz¨® hace m¨¢s de 100 a?os y una guerra brutal, este altiplano amarillo es uno de los lugares m¨¢s pobres del mundo. De acuerdo con el Banco Mundial, m¨¢s del 80 % de la poblaci¨®n no supera los umbrales de la pobreza.
Seg¨²n la agencia de cooperaci¨®n de los Estados Unidos, Uganda tiene capacidad agr¨ªcola para alimentar a unos 200 millones de personas. El pa¨ªs est¨¢ lleno de lagos, r¨ªos o humedales ¡ªcerca del 11% del territorio est¨¢ recubierto de agua¡ª, y en muchas regiones los agricultores pueden recolectar distintos productos pr¨¢cticamente todos los meses. Karamoja es diferente. En las proximidades de la aldea donde vive Anna, a principios de diciembre no se encuentra nada m¨¢s que una llanura larga, ardiente, y arbustos amarillos. La estaci¨®n lluviosa se ha retrasado. Los campesinos no han podido cultivar los terrenos o han perdido sus semillas. Las reservas de comida de muchas familias se han agotado, y la mayor¨ªa pasa hambre. En 2016, un estudio del Programa Mundial para los Alimentos revel¨® que solamente la mitad de los hogares de esta zona ten¨ªa acceso a una cantidad de comida adecuada.
La influencia de la ¨¦poca colonial
Karamoja estaba habitada por pueblos de pastores semin¨®madas. Durante los meses lluviosos se establec¨ªan en asentamientos permanentes y cultivaban; durante las ¨¦pocas secas caminaban centenares de kil¨®metros buscando pastos. A principios del siglo XX los colonos brit¨¢nicos desplegaron a sus militares en esta regi¨®n para controlar el comercio de los colmillos de elefante. En los pa¨ªses occidentales el marfil se utilizaba para construir empu?aduras de cuchillos, bolas de billar, peines, abanicos, teclas de piano y estatuillas, entre otros productos. Los burgueses europeos estaban dispuestos a pagar mucho dinero por este material, que lleg¨® a representar hasta el 20% de los ingresos por exportaciones del protectorado de Uganda en los primeros a?os del siglo XX. Seg¨²n los exploradores, Karamoja estaba repleta de elefantes y los brit¨¢nicos no se beneficiaban de estos animales. En ese momento, los ¨¢rabes y los et¨ªopes dominaban el mercado del marfil. Eso deb¨ªa cambiar.
Los brit¨¢nicos encontraron en Karamoja a unos pueblos armados ¡ªlos comerciantes de marfil les entregaron armas de fuego para que colaborasen en las cacer¨ªas¡ª que no aceptaron su presencia, y las alarmas sonaron: los empresarios identificaron a esos pastores como una amenaza para las estaciones de comercio que hab¨ªan instalado en el resto del protectorado de Uganda, e intentaron destruir sus estructuras sociales y econ¨®micas para mantenerlos dependientes de un sistema que ellos no conoc¨ªan.
Uganda tiene capacidad agr¨ªcola para alimentar a unos 200 millones de personas
Los colonos crearon fronteras y espacios protegidos: restringieron los movimientos de los reba?os, que se concentraron en los mismos lugares, alterando el equilibrio ecol¨®gico. En unos pocos a?os las sabanas de hierba se transformaron en estepas secas. Las plantas desaparecieron por completo en muchos lugares, como si una explosi¨®n hubiera arrancado todo. Los funcionarios brit¨¢nicos culparon a los pastores e iniciaron poco tiempo despu¨¦s una campa?a para quedarse con los animales: las personas de la regi¨®n deb¨ªan asentarse en los pueblos, y vender sus vacas para pagar los impuestos del Gobierno.
Finalmente, las competiciones por los recursos generaron enfrentamientos. Las incursiones para robar el ganado de otras comunidades se extendieron como un hurac¨¢n. Despu¨¦s de la retirada de los brit¨¢nicos hubo cuatro golpes de estado en menos de 15 a?os, y los pastores aprovecharon la inestabilidad pol¨ªtica para conseguir las armas de los soldados. En el 2007 hab¨ªa 30.000 unidades ilegales en Karamoja: una por cada 30 personas. Las batallas eran tan frecuentes que la situaci¨®n parec¨ªa una guerra.
¡°Nuestras vidas estaban en las manos de Dios¡±
Es uno de esos atardeceres bellos y r¨¢pidos del tr¨®pico. En el interior de la caba?a de Anna est¨¢ oscuro. Las sombras se extienden con urgencia por los caminos de polvo, por los terrenos agrietados, abrasados por el sol. Todas las ma?anas, Anna se despierta al amanecer. Dedica un d¨ªa a su huerto y al siguiente busca hierbas silvestres. Despu¨¦s, procura vender esas hierbas en el mercado de una ciudad peque?a. Gana alrededor de 1.500 chelines: 40 c¨¦ntimos de euro, aproximadamente. Ese dinero ¡ªsus ¨²nicos ingresos¡ª no es suficiente: sus reservas de alimentos se han acabado y la comida es cara. Por lo tanto, todas las semanas su familia pasa dos o tres d¨ªas sin probar bocado: "Entonces tomas un poco de agua, y te pones a trabajar".
Anna y su familia perdieron sus reba?os en los a?os noventa. Los saqueadores rodeaban las aldeas para impedir cualquier movimiento, en mitad de la noche. Apuntaban a las familias con sus fusiles semiautom¨¢ticos. Destellos fugaces de linternas. Amenazas. Ni?os llorando. Siempre atacaban a las comunidades que ten¨ªan menos armas que ellos: estos asaltos se preparaban durante mucho tiempo. Anna reconoce con un poco de recelo que su marido y sus vecinos tambi¨¦n estaban armados. Pero no pod¨ªan defenderse. Si lo hac¨ªan, estaban perdidos. Los ladrones robaban todos los animales y disparaban al aire mientras escapaban. Estaban preparados para matar a cualquier persona.
"Nuestras vidas estaban en las manos de Dios", dice Anna.
A partir del 2001 el Gobierno organiz¨® campa?as de desarme, tanto voluntarias como forzadas. Los pastores resistieron y las organizaciones de derechos humanos acusaron a los militares de cometer abusos. Durante esos a?os, muchos civiles murieron a manos del ej¨¦rcito u otros ladrones: las comunidades reci¨¦n desarmadas a menudo eran atacadas por otros grupos. Las enfermedades tambi¨¦n acabaron con miles de vacas, despu¨¦s de que los soldados las reuniesen en los mismos corrales. El gobierno admiti¨® que desde el 2008 alrededor del 80 % de los animales murieron en las operaciones militares. Pero las incursiones armadas terminaron, y los soldados comenzaron a retirarse en el 2010.
Pobreza extrema en una regi¨®n con muchos minerales
Anna ha encendido una vela. Las nubes tapan las estrellas y se escuchan grillos: centenares de insectos ocultos en las tinieblas cerradas, terribles que han llenado todo.
Si las cosechas son buenas, la familia de esta mujer puede comer una vez al d¨ªa hasta que las reservas se terminen. Cocinan por la tarde. Durante ese tiempo toman una especie de gachas con harina de ma¨ªz o sorgo, frutas que recogen en el campo, pescados diminutos cuando tienen algo de dinero.
¡ª?Eso es todo?
¡ªBueno, si tenemos hierbas podemos hervirlas y despu¨¦s beber ese agua.
Anna nunca come carne. Los ni?os no consiguen los nutrientes que necesitan. Por eso tienen problemas de salud incluso cuando las lluvias permiten unas cosechas abundantes. En el 2011 un censo gubernamental encontr¨® que el 45% de los ni?os de Karamoja ten¨ªa retrasos en el crecimiento. Sus cuerpos no pueden desarrollarse plenamente y son m¨¢s d¨¦biles para las enfermedades.
Una ma?ana, la aldea recibe a los funcionarios del Programa Mundial de Alimentos: la agencia de las Naciones Unidas para luchar contra el hambre. Los enfermeros colocan unas mesas de pl¨¢stico en la sombra de un ¨¢rbol enorme. Quieren pesar a todos los beb¨¦s y medir los di¨¢metros de sus brazos, de sus piernas. Recogen muchos datos. Despu¨¦s de unas semanas, regresan para comprobar el estado de los mismos pacientes. Los ni?os que no tienen el tama?o adecuado deben tomar una especie de papilla con muchos nutrientes. Mientras tanto, los educadores ense?an a las madres c¨®mo preparar esas comidas especiales con unos cuantos ingredientes baratos y f¨¢ciles de conseguir en los mercados locales.
Todas las semanas, la familia de Anna pasa dos o tres d¨ªas sin probar bocado
Al menos dos tercios de esos ni?os est¨¢n desnutridos.
Los trabajadores humanitarios pisan un suelo con numerosos minerales. El oro es abundante en algunos lugares de Karamoja, y la caliza y el m¨¢rmol podr¨ªan generar m¨¢s dinero que el petr¨®leo del lago Alberto. Despu¨¦s de que los soldados terminasen con las armas de todos los pastores, varias compa?¨ªas petroleras hicieron prospecciones. A finales de 2017, el Gobierno comenz¨® una campa?a de sensibilizaci¨®n con la poblaci¨®n sobre la extracci¨®n del petr¨®leo. Y, seg¨²n los documentos oficiales para atraer a nuevos inversores, la regi¨®n tambi¨¦n esconde cantidades comerciales de uranio. A pesar de estos recursos, con las licencias de explotaci¨®n en unas pocas manos y un estado no preocupado en mediar los conflictos sociales y econ¨®micos, el pueblo no obtiene demasiados beneficios.
El 78% de los hogares del distrito de Anna depende de la agricultura de subsistencia: son pastores que han perdido a sus animales. Las familias con vacas pueden venderlas cuando las cosechas se terminan, tener una alimentaci¨®n m¨¢s variada, o desplazarse a otros pastos m¨¢s h¨²medos. Sin embargo, los agricultores, sin m¨¢quinas, abonos ni sistemas de irrigaci¨®n est¨¢n indefensos ante las sequ¨ªas.
Anna no entiende por qu¨¦ algunas personas est¨¢n dispuestas a pagar mucho dinero por el oro ni conoce su uso, pero ha escuchado que algunas familias examinan con cuidado la arena de los r¨ªos o excavan con sus propias manos pozos con decenas de metros de profundidad, solamente por ese mineral. Unos hombres aseguraron que le entregar¨ªan unos cuantos billetes a cambio de las pepitas de oro. Pero como Anna no tiene ahorros suficientes para comprar una pala, no puede participar en ese negocio.
Durante la visita a casa de Anna, los ni?os permanecen callados: no lloran, no se quejan. Seg¨²n su madre, estaban acostumbrados a dormir con los est¨®magos vac¨ªos. Pero, antes de la despedida, en mitad de una noche de oscuridad infranqueable, Anna cuenta que su deseo m¨¢s grande es que sus hijos coman todos los d¨ªas.
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