El sarro azul en los dientes de una monja que result¨® ser lapisl¨¢zuli
Identificado un raro pigmento en la placa dental de una mujer que deb¨ªa iluminar libros medievales
El sarro acumulado en los dientes de una monja de un peque?o convento del siglo XI confirma que las mujeres fueron parte esencial de la transmisi¨®n de la cultura en la Edad Media. Usando sofisticadas tecnolog¨ªas, investigadoras europeas y estadounidenses han identificado entre la placa dental part¨ªculas del pigmento m¨¢s valioso y raro de aquella ¨¦poca: el azul de ultramar. Obtenido del lapisl¨¢zuli, hermoseaba tablas, frescos (siglos m¨¢s tarde dar¨ªa color al cielo de la Capilla Sixtina) y los manuscritos m¨¢s exclusivos. ?C¨®mo lleg¨® hasta la boca de aquella mujer? Las cient¨ªficas defienden que se adhiri¨® a su dentadura mientras afinaba el pincel con el que iluminaba libros.
En este camino de lo m¨¢s sucio a lo m¨¢s bello, el azar ha jugado su papel. "Descubrimos el pigmento azul en el sarro dental por accidente", dice la investigadora del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana (Jena, Alemania) y coautora del estudio, Christina Warinner. Hace unos a?os, un equipo liderado por esta experta en microbioma humano antiguo estaba analizando la dentadura de unos restos humanos hallados en el cementerio de un peque?o convento de las agustinas en Dalheim (al oeste de Alemania). Eran los dientes de una mujer, probablemente una monja de no m¨¢s de 60 a?os, datados mediante radiocarbono entre el 997 y el 1162 de esta era. La identificaron como B78.
"En realidad est¨¢bamos realizando un estudio sobre salud y dieta, buscando al microscopio bacterias, restos de almid¨®n y polen en la placa dental calcificada", comenta Warinner. Pero entre las biomol¨¦culas de virus, bacterias y material org¨¢nico atrapado en el sarro calcificado encontraron tambi¨¦n unas part¨ªculas de un azul tan intenso que aquello no pod¨ªa ser otra cosa que un mineral. "Una vez que lo encontramos, quer¨ªamos saber qu¨¦ era y, luego, qu¨¦ significaba", a?ade la cient¨ªfica alemana. El trabajo actual, publicado en Science Advances, cuenta c¨®mo lograron identificar aquel azul y sugiere c¨®mo lleg¨® hasta los dientes de la monja.
Las investigadoras sugieren que la monja ensuci¨® de azul sus dientes de tanto afinar el pincel con la boca
Para arrancar primero el sarro y despu¨¦s aislar las part¨ªculas azules del resto de la placa dental, los cient¨ªficos usaron un barrido con ultrasonidos (sonicaci¨®n) no muy diferente del que usan los dentistas. Encontraron hasta 100 part¨ªculas en el sarro de un ¨²nico diente, con un tama?o medio de 10 micras, m¨¢s o menos la d¨¦cima parte del grosor de un cabello humano. La mayor concentraci¨®n de part¨ªculas proced¨ªa del sarro de la parte anterior de la dentadura, un detalle que les ayudar¨¢ a determinar c¨®mo llegaron hasta all¨ª.
Aparte de la p¨¦rdida de dos molares y signos de una ligera periodontitis, los restos de la monja no muestran signos de enfermedad o trauma que puedan explicar el azul de sus dientes. Sospechando que pudiera ser un pigmento, las investigadoras sometieron las part¨ªculas a dos tecnolog¨ªas distintas de espectrometr¨ªa, una mediante un haz de electrones (microscopio electr¨®nico de barrido o SEM) y otra aprovechando un efecto de dispersi¨®n de la luz (espectroscopia micro-Raman). Al comparar los espectros obtenidos con referencias de otros pigmentos azules pudieron determinar que lo que la monja ten¨ªa en sus dientes era lazurita, el principal mineral presente en las piedras de lapisl¨¢zuli.
"El pigmento azul obtenido a partir de lapisl¨¢zuli era el m¨¢s caro en la Edad Media", recuerda la cient¨ªfica del londinense Museo de Victoria y Alberto, dedicado a las artes decorativas, Lucia Burgio. "Hasta el descubrimiento de Am¨¦rica, el lapisl¨¢zuli solo se encontraba en el actual Afganist¨¢n, lo que explica porqu¨¦ era tan precioso y dif¨ªcil de obtener", a?ade esta experta en el an¨¢lisis de materiales de obras de arte, no relacionada con el estudio. Burgio a?ade adem¨¢s que el azul ultramar de la lazurita es menos propenso a la degradaci¨®n que otros pigmentos azules tradicionales.
El profesor de la Universidad de Harvard y uno de los mayores expertos estadounidenses en la historia medieval europea, Michael McCormick, ampl¨ªa la relevancia y car¨¢cter exclusivo del lapisl¨¢zuli, la lazurita y el azul ultramar: "Ven¨ªa de una ¨²nica mina de Afganist¨¢n y ten¨ªa que viajar desde all¨ª en caravanas hasta Constantinopla o Alejandr¨ªa y luego lo compraban los mercaderes venecianos o genoveses, era embarcado por el Mediterr¨¢neo y, finalmente, pasado por comerciantes a trav¨¦s de los Alpes hasta Alemania".
?C¨®mo lleg¨® un pigmento tan especial, con un valor equivalente al oro, hasta el sarro de una monja de un peque?o convento alem¨¢n? Las investigadoras reconocen que no lo saben con certeza. Pero apuntan cuatro posibles explicaciones y argumentos para descartar las tres primeras. Una posibilidad es que la monja usara el lapisl¨¢zuli como medicamento. Desde tiempos de los persas y los antiguos griegos, la medicina lapidaria, basada en gemas preciosas, era una de las formas de curar los males. Pero los primeros tratados m¨¦dicos en lat¨ªn medieval no aparecen hasta finales del siglo XI. As¨ª que parece improbable que esta pr¨¢ctica del oriente hubiera llegado a tierras germanas antes de que muriera la monja.
Otra de las posibilidades recuerda al desenlace del misterio de la obra El nombre de la rosa, de Umberto eco. El azul de la monja podr¨ªa proceder de la osculaci¨®n devocional, la costumbre de besar los textos sagrados. Se puso tan de moda al final de la Edad Media, que algunos textos lit¨²rgicos se distribu¨ªan con unas tablillas adheridas donde besar y as¨ª no deteriorarlos. Aunque hay constancia de la pr¨¢ctica ya en tiempos de los merovingios (siglos VI-VIII), no ser¨ªa habitual hasta tres siglos despu¨¦s de morir la mujer del convento de Dalheim.
Aunque hay otras iluminadoras como la coautora de 'El beato de Gerona', este estudio apunta a que las monjas escribas no eran la excepci¨®n
A las autoras del estudio solo se les ocurren dos escenarios alternativos: o la monja fabricaba el pigmento a base de lapisl¨¢zuli o ella misma escrib¨ªa o iluminaba manuscritos. El comercio del lapisl¨¢zuli asi¨¢tico estaba en manos de mercaderes venecianos, que lo controlaban con mano de hierro. Tambi¨¦n son italianos los primeros tratados que explican el complejo proceso de molienda, lavado, suspensi¨®n y filtrado hasta obtener el azul ultramar. Pero se escribieron muy lejos y mucho despu¨¦s de donde viv¨ªa y morir¨ªa la monja. Aunque no descartan esta posibilidad, las investigadoras apuntan a que el pigmento llegaba ya elaborado al convento. As¨ª que apuestan por que, en su labor de iluminar libros, la se?ora se llevara repetidamente el pincel a la boca para afinarlo antes de un nuevo trazo. Y as¨ª fue ensuciando de azul sus dientes.
"El uso de lapisl¨¢zuli como medicina o los ¨®sculos devocionales no producir¨ªa los patrones de deposici¨®n que observamos", explica la arque¨®loga de la Universidad de York (Reino Unido) y coautora del estudio, Anita Radini. En cambio, apuesta por la tesis de la monja escriba o iluminadora, "por la forma en la que se integran en el sarro: las part¨ªculas aparecen en forma de polvo suelto y su tama?o concuerda con el del pigmento preparado, no con la masa grumosa [del proceso de preparaci¨®n]", a?ade.
De ser as¨ª, se tratar¨ªa de una de las primeras iluminadoras de libros medievales de las que hay constancia. No es la ¨²nica, hay grandes manuscritos, como el Liber Scivias, de la abadesa del siglo XII Hildegarda de Bingen o, a¨²n m¨¢s antiguo, el Beato de Gerona, un c¨®dice en el que parte de las miniaturas fueron pintadas por una monja. Pero esta investigaci¨®n refuerza un escenario en el que, lejos de una excepci¨®n, la participaci¨®n de las mujeres, en especial religiosas, en la transmisi¨®n de la cultura no fue un fen¨®meno aislado.
La experta en historia medieval y coautora del estudio Alison Beach sostiene que la redacci¨®n e ilustraci¨®n de los manuscritos medievales era un asunto de monjes, s¨ª, pero tambi¨¦n de monjas. "La mayor¨ªa de las religiosas trabajaban en la sombra, quiz¨¢ bajo una particular presi¨®n espiritual para practicar la humildad y, aunque muchas tuvieran grandes destrezas, como nuestra B78, habr¨ªan permanecido an¨®nimas. Mujeres como B78 habr¨ªan estado dispersas por toda la Europa medieval en esta ¨¦poca, trabajando en muchos casos para obispos o abades m¨¢s all¨¢ de sus propias comunidades o regiones, sin dejar rastro de su identidad como artistas".
Su colega McCormick coincide con Beach: "Los estudiosos hab¨ªan asumido en el pasado que la copia y la iluminaci¨®n de manuscritos era un asunto de hombres. Pero excelentes investigaciones recientes han demostrado que las mujeres desempe?aron un papel mucho m¨¢s importante de lo que muchos hab¨ªan cre¨ªdo", dice y a?ade: "Este nuevo estudio es el primero en identificar f¨ªsicamente a una de estas artistas mencionadas en las cartas y registros de la ¨¦poca y abre un camino completamente nuevo para identificar a las mujeres (y hombres) artistas de entonces".
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