Vivir sin creer
Las geograf¨ªas espirituales en que se desenvolvieron las vidas de nuestros ancestros se borraron de un plumazo

La cosa empez¨® por el infierno. Las m¨¢s prestigiosas encuestas sobre nivel de creencias religiosas detectaban hace un par de d¨¦cadas que las personas pon¨ªan en duda el castigo eterno, siempre que se aplicara a increyentes de buena fe. Si tus vecinos eran budistas pero decentes, se te hac¨ªa dif¨ªcil pensar que su destino fuera arder por toda la eternidad. La duda es como una mancha de aceite: se extiende fina y perfecta. El infierno, aquel heredero expresionista del Seol y del Hades, empez¨® a perder cuerpo. Hace una d¨¦cada, el Papa de Roma asegur¨® que era una especie de estado, pero ning¨²n lugar f¨ªsico. En consecuencia, el para¨ªso vendr¨¢ aquejado de la misma suerte. Tampoco ser¨ªa un lugar, en lo que por lugar entendemos. Ni infierno, ni cielo. Las geograf¨ªas espirituales en que se desenvolvieron las vidas de nuestros ancestros se estaban difuminando, cuando no se borraban de un plumazo. Del purgatorio, excuso decir, no cabe hacer ni menci¨®n.
Pero nadie crea que esto es privativo del cristianismo. Me recuerdo en Katmand¨² hace cuatro a?os, una noche bendita, hablando con un amigo estimable, sabio y erudito, uno de los m¨¢s queridos intelectuales de Nepal. Cuando le insinu¨¦ el asunto de la reencarnaci¨®n, me mir¨® desapasionadamente, incluso con un punto de tristeza, y me dijo: ¡°Yo no creo que nadie vaya a volver del r¨ªo¡±. ¡°Se lo llev¨® el r¨ªo¡± es la expresi¨®n para aludir a la muerte porque en su ribera se realizan las cremaciones. Otro tanto y parecido hab¨ªa escuchado poco antes en una celebraci¨®n de Sukkot, la fiesta de las caba?as, en Jerusal¨¦n. Tambi¨¦n la luna estaba hermosa. Cumplidos los ritos y acabada la cena, compareci¨® el tema de la creencia en el m¨¢s all¨¢. Mis amigos, jud¨ªos conservadores, manten¨ªan la confianza en la ley y la promesa. Pero su posici¨®n era clara: el convencimiento ancestral de que Dios ayuda en esta vida, que para eso se le rinde adoraci¨®n, pero que la otra s¨®lo existe para ?l. Pasamos para siempre.
El cultivo en esta vida de los elementos que har¨ªan posible disfrutar de otra m¨¢s all¨¢ de la muerte, una de felicidad y reconciliaci¨®n, quiz¨¢ se lo debamos, como tantas otras cosas, a nuestros antepasados griegos. Es tema dif¨ªcil de elucidar, pero parecen haber sido ellos quienes, en los misterios eleusinos, m¨¢s se esforzaron por afianzar ese puente al otro mundo. De ser as¨ª, se lo hicieron heredar a todo el helenismo y, en consecuencia, a las tres religiones del libro. Una enorme novedad esta de la vida individual sin t¨¦rmino. Las religiones nacen y mueren. Es interesante contemplar sus restos. Parece que buena parte de la poblaci¨®n mundial ya no tiene confianza en que exista una vida de ultratumba. Varios para¨ªsos ya no existen. Nadie banquetea en el Walhalla, y la barca dorada de fara¨®n tampoco cruza los cielos. Cierto que seguimos haciendo apelaci¨®n a lugares de parecido g¨¦nero durante las honras f¨²nebres. Pero sus invocaciones se hacen con comedimiento. S. Mill escribi¨® que, de existir tales geograf¨ªas, ello nos proporcionar¨ªa un terror innecesario. ?Acaso seremos la primera generaci¨®n que no cree en la vida eterna? Si esto se confirma, la vida eterna habr¨¢ sido muy breve.
Hace casi un par de siglos que la religi¨®n ya no es la forma prevalente de entendimiento del mundo. Nuestra era es casi perfectamente secular. La anterior cita, encriptada lo confieso, de la obra de Charles Taylor nos pone ante ¡°el desencantamiento final de un cosmos de esp¨ªritus que responden a los seres humanos¡±. Desde la Era Axial, este camino estaba en marcha. Ahora, seg¨²n Taylor, logra una perspectiva madura. Sin embargo, no por ello la religi¨®n, las religiones van a desaparecer. La mayor parte de ellas, las m¨¢s conformes con el tiempo global, mutar¨¢n. Lo har¨¢n seg¨²n la plantilla del giro antropoc¨¦ntrico. Se volver¨¢n humanistas.
La mutaci¨®n de las creencias puede sin embargo dejar constante el quantum religioso. Y eso tiene al menos dos lecturas. Una, corriente: aparecer¨¢n actividades sustitutorias en las que encajar los estados mentales otrora religiosos. Otra, de imprevisible dureza: se aplicar¨¢ esa energ¨ªa a productos pol¨ªticos o sociales m¨¢s que dudosos. Ya ha ocurrido. Que se cierren las puertas de la eternidad so?ada no significa que la profunda ra¨ªz de la que lo religioso dimana deje de surtir savia. Muchas formas religiosas han logrado vivir sin ese supuesto. Si esta generaci¨®n pasa a ser la primera de las modernas que lo abandona de modo significativo, la novedad ser¨¢ sin duda fuerte. Pero sus consecuencias no son de momento calculables.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.