Spinoza o c¨®mo salvar la democracia
El gran pensador del siglo XVII analiz¨® el peligro que plantea la falta de racionalidad de los seres humanos. La emoci¨®n nos puede hacer votar por demagogos
Pacto social, democracia, laicidad, igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, libertad de creencia y de expresi¨®n: Spinoza es el padre de nuestra modernidad pol¨ªtica. Un siglo antes que Voltaire y Kant, e incluso algunos decenios antes que Locke, que publica su notable Carta sobre la tolerancia en 1689, es el primer te¨®rico de la separaci¨®n de los poderes pol¨ªtico y religioso y el primer pensador moderno de nuestras democracias liberales.
Pero en lo que me parece m¨¢s moderno que nosotros es en que percibi¨® perfectamente, cuando todav¨ªa no exist¨ªan siquiera, los l¨ªmites de nuestras democracias: la falta de racionalidad de los individuos, que, al continuar siendo esclavos de sus pasiones, seguir¨¢n la ley m¨¢s por miedo al castigo que por una adhesi¨®n profunda.Pero si la ¡°obediencia exterior¡± es m¨¢s fuerte que ¡°la actividad espiritual interna¡±, usando sus propias expresiones, nuestras democracias se arriesgan a debilitarse. Por eso recuerda la importancia crucial de la educaci¨®n de los ciudadanos, la cual no debe limitarse a la adquisici¨®n de conocimientos generales, sino tambi¨¦n a la ense?anza de la convivencia, la ciudadan¨ªa, el conocimiento de s¨ª mismos y el desarrollo de la raz¨®n. Despu¨¦s de Montaigne, que abogaba por una educaci¨®n que consiguiera cabezas ¡°bien hechas¡± m¨¢s que cabezas ¡°bien llenas¡±, Spinoza sabe que cuanto m¨¢s capaces sean los individuos de adquirir un juicio seguro que les ayude a discernir lo que es bueno de verdad para ellos (lo que llama ¡°la utilidad propia¡±), m¨¢s ¨²tiles ser¨¢n a los dem¨¢s como ciudadanos responsables.
Todo el pensamiento de Spinoza reposa, de hecho, en la idea de que ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil que un individuo se ponga de acuerdo con los dem¨¢s si primero lo est¨¢ consigo mismo. O dicho de otra manera: nuestras democracias ser¨¢n s¨®lidas, vigorosas y fervientes si los individuos que las componen son capaces de dominar sus pasiones tristes (el miedo, la c¨®lera, el resentimiento, la envidia¡) y conducen su existencia siguiendo la raz¨®n. Aunque no se diga expl¨ªcitamente, tambi¨¦n se da a entender que los ciudadanos, movidos m¨¢s por sus emociones que por su raz¨®n, podr¨¢n elegir a dictadores o demagogos. ?Acaso no se escogi¨® a Hitler de la manera m¨¢s democr¨¢tica del mundo, a causa del resentimiento del pueblo alem¨¢n tras la humillaci¨®n del Tratado de Versalles? ?Acaso Donald Trump no ha entrado en la Casa Blanca debido a la c¨®lera y el miedo de una mayor¨ªa de norteamericanos?
Spinoza comprendi¨®, tres siglos antes de Gandhi, que la verdadera revoluci¨®n es interior y que es transform¨¢ndose uno mismo como se cambia el mundo. Ese es el motivo por el cual se pas¨® 15 a?os escribiendo la ?tica, su gran obra, un libro de conocimiento de las leyes del mundo y de los hombres, pero tambi¨¦n una gu¨ªa de transformaci¨®n de nosotros mismos, con el fin de conducirnos hacia la sabidur¨ªa y la felicidad ¨²ltimas.(¡)
Mediante un formidable trabajo de observaci¨®n de s¨ª mismo y sus semejantes, Spinoza quiere elaborar una verdadera ciencia de los afectos. Plantea tres sentimientos de base, de los cuales surgen todos los dem¨¢s: el deseo, que expresa nuestro esfuerzo por perseverar en nuestro ser; la alegr¨ªa, que permite el aumento de nuestra capacidad de actuar, y la tristeza, que disminuye esta ¨²ltima facultad. A continuaci¨®n, intenta comprender c¨®mo nacen y se componen los otros afectos a partir de esos tres sentimientos fundamentales. Todos los afectos son expresiones particulares del deseo, y ser¨¢n una modalidad de la alegr¨ªa si aumentan nuestra capacidad de obrar o de la tristeza si la disminuyen.
As¨ª, Spinoza empieza por definir una serie de afectos que asocian deseo, alegr¨ªa y tristeza, seg¨²n unos objetos dados. El amor, que se basa en el deseo, tiene por objeto una cosa o una persona, y constituye una alegr¨ªa en la medida en que la idea que tenemos de ese objeto aumenta nuestra capacidad de obrar (lo mismo que, como hemos visto antes, esa alegr¨ªa pod¨ªa transformarse en tristeza si ese amor se basaba en una idea inadecuada). Por el contrario, el odio tiene por objeto?un ser cuya idea disminuye nuestra capacidad de actuar y nos sumerge en la tristeza. Por eso Spinoza define el amor como ¡°una alegr¨ªa que acompa?a la idea de una causa exterior¡± y el odio como ¡°una tristeza que acompa?a la idea de una causa exterior¡±. Seg¨²n la misma l¨®gica, define la satisfacci¨®n interior como ¡°la alegr¨ªa que acompa?a la idea de una causa interior¡± y los remordimientos como ¡°la tristeza que acompa?a la idea de una causa interior¡±. Esas definiciones a partir de los objetos van volvi¨¦ndose m¨¢s complejas, hasta el infinito, a medida que entran en funcionamiento otros mecanismos, como la temporalidad, la asociaci¨®n o la identificaci¨®n. As¨ª, Spinoza define la esperanza como ¡°una alegr¨ªa inconstante, nacida de la idea de una cosa futura o pasada, cuyo resultado nos parece dudoso en cierta medida¡±, y el temor como ¡°la tristeza inconstante, nacida de la idea de una cosa futura o pasada, cuyo resultado nos parece dudoso en cierta medida¡±. Igualmente, define el sentimiento de seguridad como ¡°la alegr¨ªa que nace de la idea de una cosa futura o pasada a prop¨®sito de la cual ya no hay motivos para dudar¡± y la desesperaci¨®n como ¡°la tristeza que nace de la idea de una cosa futura o pasada a prop¨®sito de la cual ya no hay motivos para dudar¡±. O incluso, refiri¨¦ndose m¨¢s bien al mecanismo de identificaci¨®n, define la l¨¢stima como ¡°la tristeza acompa?ada de la idea de un mal que acontece a otro que imaginamos semejante a nosotros¡± o la indignaci¨®n como el ¡°odio hacia aquel que hace da?o a los dem¨¢s¡±.
Los mecanismos de identificaci¨®n y de similitud son esenciales para la comprensi¨®n de los afectos, nos dice Spinoza, ya que somos dados por naturaleza a compararnos con los dem¨¢s. Los sentimientos m¨¢s sencillos de amor y de odio, por ejemplo, toman numerosas formas m¨¢s complejas cuando interact¨²an con la comparaci¨®n que nosotros establecemos entre nosotros mismos y los dem¨¢s. As¨ª, los celos de la felicidad de los dem¨¢s nacen de la frustraci¨®n de no poder compartir su alegr¨ªa, en tanto que los otros poseen el objeto en exclusividad. Mucho antes que Ren¨¦ Girard, Spinoza subray¨® la importancia del deseo mim¨¦tico: deseo una cosa o una persona porque otro la posee. Pero esos mecanismos que producen nuestros afectos a menudo nos resultan oscuros: no tenemos conciencia de las causas profundas que hacen que seamos celosos, amantes, odiosos, misericordiosos o desesperados. Sufrimos nuestra afectividad, cuando ser¨ªa necesario afirmarla.(¡)
Ah¨ª es donde Spinoza nos sorprende una vez m¨¢s: la raz¨®n, como la voluntad, no basta para hacernos cambiar, afirma. El motor del cambio es el deseo.
Fr¨¦d¨¦ric Lenoir es fil¨®sofo, investigador en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de Par¨ªs y autor traducido a 20 idiomas. Este texto es un extracto de su ¨²ltimo libro, ¡®El milagro Spinoza¡¯, que publica la editorial Ariel el 12 de febrero.Traducci¨®n de Ana Herrera.
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